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viernes, 11 de octubre de 2024

CIEN AÑOS DEL SURREALISMO


Por Eduardo García Aguilar

Hace cien años, en octubre de 1924, André Breton publicó el primer Manifiesto del surrealismo, reivindicando la escritura automática, el sueño y el inconsciente en la poesía y las artes, lo que condensaba un proceso liberador iniciado con el romanticismo, las obra de Nerval, Lautréamont y Sigmund Freud y el futurismo, el dadaísmo, el ultraísmo argentino y el estridentismo mexicano que florecieron por esas fechas.

Los años de entreguerras del siglo XX, que parecen opacos por estar atrapados entre dos conflagraciones mundiales, fueron tiempos de efervescencia social e intelectual en el mundo, acorde con los drásticos cambios tecnológicos vislumbrados con la invención de la luz, el telégrafo, el avance de las industrias automovilística y cinematográfica y la aviación, entre otros nuevos inventos en tiempos de Charlot, James Joyce y Charles Lindbergh.

El Conde de Lautréamont, joven uruguayo autor de Los Cantos de Maldoror,  fue rescatado desde la segunda década del siglo XX por los surrealistas, entre ellos Philippe Soupault, el más entusiasta y fiel de todos, que escribió sobre él desde 1917 y realizó la edición de sus Obras completas con motivo del centenario de su nacimiento, ejemplar que tengo en mis manos, editado por la editoral Charlot. 

El movimiento contó tras su creación con una pléyade de poetas y artistas que ingresaban y salían de él como Tristan Tzara, Francis Picabia, Federico García Lorca, Luis Buñuel, Louis Aragon, Antonin Artaud, Max Ernst, Marcel Duchamp, Pablo Picasso, Roberto Matta, Wilfredo Lamm, Salvador Dalí, entre los más famosos y fue activo a lo largo del siglo, inclusive después de la muerte de Breton en 1966, contando con antenas en varios continentes y países como México, Argentina y Japón.

El primer gran precursor del surrealismo es el dadaísmo, creado por el brillante poeta rumano Tristan Tzara (1896-1963), quien congregó a muchachos de 20 años en Suiza para dinamitar el arte, el lenguaje y la poesía, en rebeldía contra el mundo burgués y bélico de la época, la religión, la familia, las academias. Seguidores suyos fueron en América Latina el chileno Vicente Huidobro, inventor del creacionismo, el guatemalteco Luis Cardoza y Aragón y el colombiano Luis Vidales.

Breton (1896-1966), autor de Pez soluble y la novela Nadja, precursora de Rayuela de Julio Cortázar, viajó a México en tiempos de entreguerras, donde se encontró con León Trotsky, Frida Kahlo y Diego Rivera y descubrió una cultura prehispánica milenaria de carácter surreal que atrajo a figuras europeas que huyeron del viejo mundo por el auge nazi y la Segunda Guerra Mundial.

Las pintoras surrealistas Remedios Varo y Leonora Carrington llegaron a México, donde se quedaron, haciendo del país uno de los centros del movimiento, pues el peruano César Moro escribió allí uno de los libros claves de la corriente, La tortuga ecuestre, y el gran poeta mexicano Octavio Paz fue amigo de Breton y uno de los últimos representantes entusiastas y activos del movimiento hasta su muerte.

Breton definió el surrealismo como “automatismo psíquico puro, pensamiento libre en ausencia de cualquier otro control o regulación de la razón, más allá de toda preocupación estética y moral”.

Cien años después, al escuchar al elocuente André Breton en entrevistas radiales o televisivas rescatadas del olvido, nos damos cuenta de su inteligencia, lucidez y claridad, su inmensa cultura y amor por la poesía. Tanto él como Tristan Tzara fueron figuras literarias que lucharon toda la vida por la libertad y el amor, frente a la guerra y el odio de los poderes plutocráticos e ideológicos. Por eso el surrealismo, el dadaísmo y las vanguardias siguen más vivos que nunca un siglo después.    
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia, Domingo 13 de septiembre de 2024.
* En la foto Tristan Tzara, dadaísta precursor del surrealismo.



domingo, 10 de diciembre de 2023

LA CATEDRAL RENACE DE SUS RUINAS

Por Eduardo García Aguilar


Después de cuatro años de intensos trabajos la catedral Notre Dame de París se acerca poco a poco a la restauración completa, que será concluida e inaugurada el 8 de diecimbre de 2024.  Desde hace poco ya se puede ver el andamiaje que cubre la aguja central que ardió y se derrumbó con la antigua cúpula medieval de madera construida por artesanos de su tiempo ante el estupor de los parisinos y del mundo aquel fatídico 15 de abril de 2019.

La nueva aguja que acaba de ser izada es idéntica a la diseñada por el arquitecto Eugène Viollet-Leduc, quien restauró la catedral a mediados del siglo XIX y cuenta en su cima con una corona, una cruz y un gallo final que culminan en la punta, a una altura de 96 metros. Los curiosos acuden en estos tiempos de fiestas navideñas a ver el andamiaje desde los barrios y calles aledañas y el presidente francés Emmanuel Macron visitó este viernes las obras para corroborar que todo se cumplirá en la fecha programada. 

La iglesia devastada tuvo que ser limpiada primero de sus escombros e incluso varios robots trabajaron para retirar objetos cuando aun los trabajadores no podían ingresar a los amplios espacios internos aun frágiles y con riesgo de que desde las alturas se desprendieran muros, piedras, metales u objetos. Un ejército de arqueólogos, arquitectos, expertos, historiadores, ebanistas, artesanos, artistas conformaron un equipo que a lo largo de estos años ha cumplido una tarea científica que ha traído sorpresas y descubrimientos y develado nuevas técnicas en materia restaurativa. Además del nuevo entramado de madera de la cúpula y la flecha, se reemplazarán seis enormes vitrales del siglo XIX que serán realizados por los artistas contemporáneos que ganen la convocatoria para dejar una huella de esta época hacia los siglos.  

La catedral fue construida entre los siglos XII y XIV y a lo largo de casi un milenio ha sido centro simbólico de la ciudad, lugar de bautizos, bodas, coronaciones y ceremonias que han marcado la historia del país e inspirado múltiples obras, entre ellas la novela de Victor Hugo Nuestra Señora de París, verdadero emblema literario nacional. En Gargantúa y Pantagruel de Rabelais, el obeso gigante se sube a sus torres para escandalizar a los parisinos.

Hay otras catedrales góticas notables en toda Europa como las de Colonia o Estrasburgo, joyas increíbles que encarnan la fuerza estética de una época enfrentada a la eternidad, ya que la construcción minuciosa de estas moles de piedra tardaba siglos e involucraba a varias generaciones.

Cuando se vieron las llamas devorar Notre Dame la conmoción fue total, ya que nadie podía imaginar que una catástrofe de esta índole pudiera afectarla y durante unas horas, mientras los bomberos luchaban contra el fuego, había incertidumbre sobre la posibilidad de un derrumbe total si una de las torres laterales cedía, arrastrando en su caída todo el monumento.

Los bomberos enviaron a un equipo suicida a esa torre, con la consigna de salvarla, pero a sabiendas que en su tarea heroica podían perecer. Solo después de medianoche se conoció el éxito de la misión y el público agolpado que observaba la tragedia desde cerca, junto a  los puentes o en las riberas del río Sena, pudo al fin suspirar aliviada.

Me enteré de la noticia al instante al observar en la tarde las imágenes transmitidas en directo por la televisión en un bistrot popular donde la gente especulaba sobre si se trataba de un atentado islamista o un incendio accidental. Entonces no dudé en tomar el metro y acercarme al lugar para ver desde la otra orilla del río, debajo de un puente desde donde había una excelente vista, la evolución de la situación a lo largo de las horas, hasta el desenlace final, cuando las autoridades anunciaron que tenían controlado el fuego aunque la destrucción parcial era un hecho.

Debajo de los puentes o en las calles aledañas se veía a los citadinos de todas las edades y orígenes paralizados y en silencio ante las llamas que devoraban el templo y las altas escaleras de bomberos desde donde se lanzaban poderosos chorros de agua. Sin duda el momento era histórico e incluso en algunas esquinas o plazas los fieles católicos cantaban, oraban o interpretaban música clásica para tratar de conjurar la pesadilla. Podía uno imaginarse entonces escenas similares ocurridas a lo largo de los siglos en otras ciudades o pueblos europeos que vieron arder sus templos centrales o pulverizarse barrios enteros construidos siglos antes por sus ancestros medievales con motivo de guerras o asonadas.         

Cuando supimos que no se derrumbaría, muchos acudimos a celebrar a alguno de los bares o restaurantes que permanecían abiertos para atender a la muchedumbre de curiosos que invadieron las inmediaciones, especialmente en el lado izquierdo de la ciudad por el Boulevard Saint Michel. Ahí brindamos con vino por la tarea de los bomberos que acudieron prestos a salvar la catedral, un poema encarnado de piedra que en un año volverá a recibir a millones de visitantes de todo el mundo.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 10 de diciembre de 2023.

 


   
 





lunes, 25 de septiembre de 2023

ENCUENTRO EN MÉXICO CON EDGAR NEGRET


Por Eduardo García Aguilar

Cuando lo vi por primera y última vez en México, Edgar Negret tenía cerca de 72 años, pero parecía mucho más joven. Delgado, piel morena, tal vez reminiscencia genealógica de su origen incaico y movimientos ágiles, Negret (1920-2012) fue fiel a la tradición de los artistas plásticos que desafían el tiempo con una escalofriante juventud eterna: Picasso, Miró, Rufino Tamayo, Monet, Chagall, para solo mencionar a unos cuantos.
"Necesitaría cien años para hacer todo lo que veo", me dijo en 1993 el creador de los aparatos mágicos y coloridas piezas metálicas influidas por su reencuentro con los incas, Quipus, eclipses, homenajes a Machu Pichu, el sol y a Huayna Capac, que exponía entonces en el Museo Tamayo de México, situado en el bosque de Chapultepec.
Vestía con un saco color verde y por el resfrío se cubría con suéter y bufanda color tierra. Como desde hacía décadas, su cabeza rapada y bronceada lo hacía semejar a uno de los extraterrestres que estuvieron en la fundación del imperio matemático de los incas, que tanto admiraba, y podría haber sido uno de los arquitectos misteriosos de las Líneas de Nazca, reencarnado en pleno siglo XX.
Colombiano, de la ciudad colonial sureña de Popayán, era considerado desde los años cincuenta una gloria nacional y muchos críticos lo incluían entre los más originales y revolucionarios escultores de latinoamericanos y del mundo.
Negret me contó su agradecimiento con la ciudad de Popayán, donde el arte era bien visto, y con su padre, militar viajero que lo apoyó en su carrera como artista. E incluso me relató intimidades, pues me dijo que conoció al poeta Guillermo Valencia e incluso fue novio de una hija suya, Luz, con quien tuvo una gran amistad a lo largo de la vida.
Guillermo Valencia, que "era como un dios para todos", le decía, "¡mi querido Edgar, sé que sigues los pasos de Fidias!".
Obras como Kachina, Eclipse, Puente, Escalera, Acoplamiento, Gran metamorfosis, Gran templo de Sol, Sol, Machu Pichu, Eclipse, Terrazas, Quipu, Cóndor, Reloj andino, Tejido, Eclipse sobre el Cuzco, Cascada, Deidad, Laguna mística, fueron algunos de los poemas de metal y color, que llegaron a las salas ultramodernas del Museo Tamayo en Chapultepec y que el día de inauguración apreciamos al calor de los vinos cientos de asistentes invitados por la agregada cultural Linda Berg.
De Negret, la novelista y crítica argentina Marta Traba dijo en 1973 que la suya es una "obra enteramente solitaria, que ha ido haciendo de sí misma su propio referente, que ha convertido sus contradicciones internas en dinámica. Su obra no se puede tocar ni penetrar, ni movilizar, ni trasladar, no es móvil ni múltiple. Está ahí, perfecta y entera, recordándonos que la función olvidada del arte es reemplazar lo real por la estructura imaginaria capaz de reconducirnos al sentido profundo y a la medida de las fórmulas".
Dijo que siempre cayó "en los mejores grupos de artistas donde estuve" y que en Nueva York compartió con Ellswoth Kelly, Robert Indiana, Luoise Nevelson, Agnes Martine y Jacques Joungerman, quien estaba casado con la actriz Delphine Seyring. "Eramos un grupo extraordinario que nos encontrábamos todos los días y el fin de semana hacíamos reuniones en los estudios de cada uno de nosotros". Allí en Manhattan, donde dominaba el abstraccionismo de De Kooning y otros, él y sus amigos fueron mirados con "malos ojos" al principio y considerados traidores porque venían del "abstraccionismo europeo".
"En Madrid viví en casa de Juan Oteyza y su señora y conocí a los Saura, Carlos, que era fotógrafo, y terminábamos con él y su hermano Antonio en fiestas en el sótano de la librería Buchholz. En París estuve con los latinoamericanos Soto, Otero, Cruz Díez, del grupo venezolano, y con los colombianos Ramírez Villamizar y Alejandro Obregón".
Los orígenes de su obra, que se desplegaría luego en Nueva York, se remontan a su estadía en Mallorca, donde trabajó con hierro al lado de artesanos locales. Luego se trasladó a las afueras de París, en Saint Germain en Laye, donde a falta de espacio y material hizo bocetos con cartón que pintaba, pero de los cuales, me dijo, no quedó rastro.
"Cuando llegué a Nueva York tuve un estudio en Park Avenue South y allí quise montar un taller. Pero el departamento de incendios exigía unas cosas que no podía comprar. Había que forrar con materiales anti inflamables todas las paredes. Empecé entonces a trabajar con láminas delgadas de aluminio. Ponía los remaches y vi que no podía ocultarlos totalmente y usé el tornillo. Y gustó muchísimo", relató con emoción por el fortuito hallazgo neoyorquino.
"Al principio los tornillos iban en sitios necesarios, pero poco a poco se convirtieron en parte total de la obra, en algo especial y estético. Me interesó mucho que se quedara un poco a la vista el proceso de la obra. Se podía desarmar. Se podía quitar las tuercas y volver al estado primigenio. Allí hubo una definición total por los colores y formas que utilizaría después", agregó.
Desde los años cincuenta Negret hacía piezas verticales, horizontales, geométricas, coloridas, imágenes de poesía cósmica. Mucho antes de que estuviesen de moda Derrida y el desconstruccionismo, ya se había anticipado, al abandonar los remaches y dejar a la vista las tuercas y los tornillos de sus esculturas, para revelar el proceso creativo como tal en un importante gesto precursor de modernidad.
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                                                                                                                París, 14 de octubre 2012

viernes, 15 de septiembre de 2023

BOTERO EN SU BÚNKER


 


Por Eduardo García Aguilar

La última vez que vi y conversé con Botero fue el 2 de diciembre de 2015, en una pequeña exposición de una decena de obras recientes suyas en la galería Hopkins, cerca del Palacio del Elíseo, a la que asistían coleccionistas y magnates que llegaban en jet privado al aeropuerto de Le Bourget, muchos de ellos interesados en adquirir alguno de esos 10 grandes cuadros al óleo realizados entre 2012 y 2014 y tres esculturas de 2006, 2008 y 2014. Junto a esas obras se exponía un dibujo a lápiz de una guitarra sobre una silla.

La pequeña y lujosa galería, llena de joyas de otros artistas, entre ellos un cuadro de Max Ernst y otros surrealistas que vi por ahí, era una caja fuerte, un verdadero búnker a prueba de balas y bombas, y estaba preparada para esta operación financiera. Se ingresaba por una puerta blindada que custodiaban hombres de seguridad y tras pasar el filtro, uno subía la escalera hacia el primer piso, donde se exponía la exclusiva selección.

El carácter casi secreto de la muestra, la concentración en tan reducido espacio de tantos millonarios, agentes, coleccionistas, y el alto valor de las recientes obras maestras allí presentes, otorgaba al ambiente una carga eléctrica digna de una novela policiaca salida de la leyenda del famoso y despiadado bandido, ladrón y asesino Fantômas, personaje literario francés que hizo las delicias de los lectores durante décadas. 

Después de maravillarme ante esos magníficos cuadros del mejor estilo de Botero, tan colombianos y tan universales, y luego de tomar unas copas de champán y vino, me imaginaba que cortaban la luz y en un abrir y cerrar de ojos todos quedábamos hipnotizados, antes de comprobar con estupor que los cuadros se esfumaban de las paredes bajo la magia delincuencial de Fantômas.

En los muros se veían cuadros simbólicos del estilo depurado de Botero: dos guitarristas populares colombianos, un grupo de músicos en una cantina de mala muerte, dos parejas danzantes con botellas y colillas tiradas en el piso de alguna casa de barrio, una pareja que dormita en un prado idílico desde donde se ve el pueblo, una mujer vestida de fucsia en pic-nic junto a coloridas frutas, un hombre que hace lo mismo junto al paisaje de la cordillera, una pareja en un balcón pueblerino, un torero, paseantes en la plaza y una mujer desnuda sobre un sofá verde.

Sofía Vari, la bella, espigada y elegante esposa griega del pintor estaba pendiente de todo y en un momento, cuando él bajó al baño en la planta baja del búnker y desapareció de su radar, se inquietó y preguntó por él casi desesperada y fue a su búsqueda ágil y casi corriendo, antes de subir de nuevo con él tomado del brazo y dirigirse a un salón aledaño, a donde el maestro ingresó como un codotiero o un Borgia renacentista.

En la antesala, los pocos y muy elegantes invitados esperaban con discreción el momento de entrar a otro espacio para hablar con él, saludarlo, hacerle la venia y pedirle una firma en el catálogo. Al llegar mi turno lo vi sentado al fondo en un mullido sofá y me acerqué a él. Era el único colombiano en el lugar. Le hablé de Santa Rosa de Osos, La Ceja y Sonsón, de donde vienen mis ancestros. Firmó el catálogo con su plumón de tinta negra. Volví a escuchar su inconfundible acento paisa. Como era invierno, las damas llevaban soberbios abrigos.

Lo vi por primera vez en 1994 en una exposición en un alto edificio de Manhattan donde me lo presentó el escritor colombiano Eduardo Márceles Daconte, después en exposiciones, una de ellas en el museo Maillol, dirigido por la musa de ese escultor francés, Dina Verny, o en su estudio taller de la calle del Dragón, en Saint Germain des Prés. En dos ocasiones lo entrevisté y cruzamos correpondencia.

La trayectoria de Botero es de novela y es el símbolo de lo mejor de Colombia. De muchacho soñaba con ser torero, pronto lo inundó su talento  y un precoz viaje por las ciudades europeas, lo llevó a los grandes museos de Madrid, Florencia, Roma, Amsterdam. Y allí adquirió una actitud radical frente al arte, inspirada en los grandes maestros, por lo que siempre desdeñó el arte llamado moderno, especialmente los grandes innovadores anglosajones del siglo XX con los que coincidió en Nueva York.

En una carta de febrero de 2001 me dijo que "he trabajado las técnicas más tradicionales como el óleo, la acuarela, el pastel, el fresco y no tengo simpatía por el acrílico. Desde luego el óleo es el material que permite más libertad de expresión por su secado lento y su capacidad de fundir un tono en otro".

Botero agregó que "tengo una paleta de pocos colores, todos permanentes, como los que usaron los grandes maestros. Mi paleta es más bien europea, y no tropical, por haber vivido tantos años en países nórdicos". Y concluyó diciendo que "la obra de un artista es toda esa serie de tentativas de hacer las cosas bien. Afortunadamente, a pintar no se aprende nunca".

Ese era Fernando Botero, no solo un gran artista, un enamorado y un vitalista, sino un hombre que tenía las ideas muy claras sobre el arte de todos los tiempos y vivió en él y para él cada uno de sus días hasta el último suspiro. Fue un afortunado cometa cósmico multicolor que iluminó con su existencia a la tierra colombiana que lo vio nacer en 1932 hace 91 años.  
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 17 de septiembre de 2023.


 


viernes, 28 de abril de 2023

LA INAUGURACIÓN DEL CENTRO POMPIDOU

Por Eduardo García Aguilar

Como esos viejos patriarcas de bastón que recuerdan sordos y semiciegos las batallas y emboscadas de hace medio siglo, debo decir con estupor que estuve presente el 31 de enero de 1977 en la inauguración del Centro Pompidou, enorme factoría de tubos y turbinas que cumple 30 años de existencia, aún más moderno e inquietante que al principio. Tenía 23 años, estudiaba simultáneamente en ese entonces en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales en el seminario de un experto en Keynes y en la hoy legendaria Universidad París VIII, situada en el bosque de Vincennes, y para redondear mis fines de mes trabajaba como ayudante en la sección femenina de moda de la famosa revista L´Express, situada en ese entonces en la rue de Berri, junto a los Campos Elíseos.

Me encargaba allí de entregar a modelos y fotógrafos trajes y productos que las marcas de moda enviaban a la revista para ser reseñadas en la sección y luego recibirlos de las mismas preciosas manos, empacarlos y hacerlos regresar a Pierre Cardin, Yves Saint Laurent, Castelbajac, Armani, Kenzo, Dior y otras estrellas de la industria del lujo. La revista, que era entones mucho más importante de lo que es hoy, fue el primer semanario moderno francés, inventado por Jean Jacques Servan-Schreiber y Françoise Giroud y constituía el centro de la noticia y un verdadero faro de la modernidad y la ideología liberal atlantista en la Francia del pesidente Valery Giscard d´Estaing, que acaba de autorizar el aborto y aplicaba en leyes las exigencias en materia de sociedad de los revolucionarios de mayo de 1968.

Había llegado a Francia en abril de 1974, poco después de la muerte súbita de Georges Pompidou y cuando el país estaba en plena campaña para las elecciones presidenciales que oponían a Giscard y al socialista François Mitterrand. Pompidou, cuya esposa era una larguilínea experta en materias de arte contemporáneo quiso pasar a la historia al crear un museo ultramoderno que terminara para siempre con los lúgubres antros llenos de polilla y abriera puertas a la muchedumbre entre cafeterías, luces de neón, proyecciones cinematográficas, música y un ambiente de modernidad. Pero murió antes y la inauguración le correspondió a Giscard, acompañado por varios presidentes africanos, entre los que estaba el intelectual y poeta senegalés Leopold Sedar-Sengor.Alice Morgaine, que dirigía Madame Express, me pasó a mí y una bella amada mulata la invitación para entrar y después de un escarceo con los policías que ejercían el racismo anti-extranjero, anti-negro y anti-árabe en las puertas del museo que acaba de admitir a los presidentes africanos, pudimos subir por las escaleras entubadas que causaban conmoción mientras afuera reinaba como siempre un lóbrego clima invernal. 

Toda la zona estaba arrasada después de la destrucción del mercado de Les Halles descrito por Zola en El vientre de París, por lo que la inauguración del Museo Beaubourg, como también se le llama, constituyó un ensayo general para reanimar una zona deprimida, suscitando las críticas más feroces. Pero sólo basta viajar a esos instantes ahora históricos que mojan tantas páginas en la prensa europea para entender la electricidad que reinó allí como un parteaguas: a un lado policías racistas que nos molestaban y nos pedían regresar de donde veníamos, señoras elegantes con abrigos de visón y al otro presidentes africanos y jóvenes de cabellos largos despeinados vestidos de todos los colores y recién levantados después de días de sexo, peace and love, Pink Floyd, In a Gadda da Vida, Cream y Doors.

Diseñado por Rogers y Piano, que hicieron la maqueta como chiste y juego de azar, el edificio ha logrado pasar las décadas con éxito habiendo admitido al parecer 189 millones de visitantes. En su vida ya respetable abrió vasos comunicantes con Moscú, Berlín y Nueva York, redefinió y revisitó movimientos como dadaísmo, cubismo, expresionismo, situacionismo y todas las tendencias del pop art desde Marcel Duchamp y su orinal hasta Andy Warhol y los nuevos que revisan la explosión artística de los años sesenta y setenta. Esas dos décadas llenas de sorpresas y revoluciones artísticas fueron sin duda parteaguas a nivel mundial, como en su momento lo fueron los años 20. Son épocas de rebelión que marcan tendencias para largo y redefinen la relación del hombre con su tiempo derrumbando íconos y abriendo nuevas puertas para la cultura humana.

Ahora, tal y como lo hacen el Guggenheim y el Louvre, el Pompidou se clona en otras partes del planeta, lo que muestra su actualidad en tiempos de derrumbe de fronteras y muros. Haber estado presente ahí en ese momento que hoy se analiza desde diversos ángulos anima en la lucha por defender la iconoclastia, el espíritu crítico, la tolerancia y la alerta permanente hacia lo nuevo que surge de los artistas rebeldes de ciudades y suburbios. Con el arte y la libertad de expresión artística se puede luchar contra el unanimismo de las fuerzas macabras que en pleno siglo XXI creen todavía que estamos en tiempos de Hitler, Franco y Musolini.

ATGET: EL FOTÓGRAFO RESCATADO POR LOS SURREALISTAS

En la foto que le tomó la joven Berenice Abbot poco antes de su muerte, el fotógrafo Eugene Atget (1857-1927), que pasó gran parte de su vida en las calles de la ciudad trabajando con una explosiva vieja cámara de trípode, se ve como un desgarbado artesano pobre y viejo de mirada escéptica y leve guiño de cinismo. Atget parece tolerar a esa bella joven admiradora estadounidense, discípula del gran Man Ray y amiga de los surrealistas, que fotografió a los grandes artistas de su época antes de convertirse ella misma en ícono del siglo XX y a quien debe su fama posterior, pues compró a su muerte casi 2000 fotografias del viejo y las llevó a Nueva York para que fueran expuestas y publicadas con rigor académico, admiración y cuidado.
A lo largo de su vida vendió sus fotos y "documentos" a pintores, museos y oficinas de gobierno, que las utilizaban para sus propios fines, pero nunca se consideró un artista. De joven, Atget, después de pagar su servicio militar y viajar como marinero incluso hasta América del Sur y Oriente, soñó con ser actor y pintor y tras fracasar en ambos objetivos, se dedicó tardíamente, a los 32 años, a practicar la fotografia como una forma simple y algo divertida de ganarse la vida en aquellos años difíciles de precariedad, guerra y desempleo.
Sencillo, sin elegancia ni altivez, este artista al final de su vida fue objeto de admiración de los surrealistas, fascinados por sus fotografías de vitrinas, fachadas, calles, cabarets, burdeles y prostitutas desnudas y su minuciosa captación de los rincones más antiguos de la ciudad que estaban a punto de desaparecer. En algunas portadas de la revista "La Revolución Surrealista", los seguidores de Breton reprodujeron imágenes suyas y los artistas de Montparnasse comenzaron a comprar y a coleccionar algunas de sus impresiones. Como en un juego de sueños y pesadillas, el hombre rechazó fijarse en las grandes avenidas que abría la modernidad o fotografíar paisajes brumosos o castillos de sueño para concentrarse en fijar para siempre los rincones más sucios y perdidos de los barrios, allí donde pululaban miserables, marginales, borrachines, poetas y personajes pintorescos. Para un latinoamericano, estas imágenes impresionan además porque vemos con detalle la ciudad callejera que vivieron personajes nuestros como Rubén Darío o Jose María Vargas Vila o leyendas locales como los poetas Verlaine y Mallarmé.
Con Atget y su cámara uno pasa por los orinales públicos visibles en cada esquina de las plazas, mira las carretas de tracción animal afectadas por el surgimiento del auto, observa los afiches de licores que fueron prohibidos luego como la absenta o la Kola-Coca y aprecia fachadas de viejas tiendas que incluso sobrevivían desde los tiempos de la Revolución, con sus preciosas vitrinas llenas de muñecas, pefumes, sombreros, ropas de época, jabalíes, conejos, perdices, vinos, quesos y frutas. Se ven entradas de famosos bares y cabarets desaparecidos como el legendario Infierno, escaleras de casas a punto de ser derruidas, así como la miseria de los que recopilaban basura en los extramuros de la ciudad, colocaban el novedoso asfalto sobre las avenidas o vivían en las periferias hacinados en abandonadas caravanas de inmigrantes y gitanos. La ciudad en 1898 y 1899 estaba siendo abierta para instalar el metro subterráneo y crear nuevas vías aéreas y avenidas, por lo que Atget pudo captar en directo las ruinas del pasado que se iba, la vida antigua que se diluía. La ciudad se convierte así en un escenario desolado lleno de muros caídos, ropas destrozadas, ollas rotas, juguetes dañados y muebles abandonados. Mientras otros fotógrafos más famosos tomaban fotos de nobles, funcionarios o cortesanas en fiesta palaciega o se dedicaban a medrar en los sitios del poder y el dinero, él estaba del lado de los pobres y de la ciudad normal de la vida cotidiana.
Atget vendió baratas esas fotografías a la Biblioteca Nacional de Francia, que ahora, con motivo de los 150 años de su nacimiento las saca al fin de sus archivos y las expone en la primera gran retrospectiva hecha por sus compatriotas y compuesta por unas 350 piezas de un total de casi diez mil imágenes acumuladas a lo largo de su vida. Su modernidad radica precisamente en que utilizó la magia de este arte para ver la realidad en vez de esconderla o dulcificarla. La fotografía, inventada ya desde los años 30 del siglo XIX, se había convertido en una práctica de moda entre gentes adineradas que viajaban o captaban sus festines o en empresa aplicada al retrato, por lo que este loco que pasaba horas fotografiando calles y plazas sucias, clochards, vendedores y prostitutas fue un personaje algo risible y olvidado que nunca imaginó su fama futura. Lo que prueba una vez más que no son siempre los más famosos y triunfadores en vida los que pasan a la historia, sino los auténticos creadores que tienen otra mirada sobre las cosas ante la indiferencia de sus contemporáneos y los expertos del momento.

viernes, 17 de marzo de 2023

LA LEYENDA ROCK DE PATTI SMITH

Por Eduardo García Aguilar


Patti Smith (1946) es uno de los más grandes mitos de la generación punk-rock desde cuando joven provinciana nacida en Chicago se instaló en Nueva York en el hotel Chelsea, donde convivió un tiempo con el fotógrafo Robert Maplethorpe, relación sobre la que escribió en uno de los libros autobiográficos más conocidos suyos, Just Kids.

En aquel tiempo se difundió su disco Horses (1975), elaborado por ella en palabra y música, y la foto de la portada, donde aparece la joven flaca de 29 años con pantalón y tirantes negros, camisa blanca con saco oscuro sobre el hombro e hirsuta cabellera, sigue siendo su imagen de marca. Bob Dylan la escogió a ella para que lo representara durante la entrega del Premio Nobel de Literatura en 2016, a la que se negó a asistir el sorprendido galardonado.

Escuchar Horses nos comunica con esa nueva gramática punk, donde la poesía se imbrica con el ritmo desbordado que agitaba las discotecas de Nueva York, San Francisco, Londres y París y otras capitales del mundo en aquellos años 70. La voz de Patti Smith, diáfana, aguerrida, rebelde, lanza las letras a toda velocidad acompañadas por el sonido de las guitarras eléctricas rasgadas y otros instrumentos como el piano, la batería o los sintetizadores, en una experiencia estética desbordante y única.  

Han pasado muchos años desde entonces, pero Patti Smith ha creado una vasta obra literaria tanto narrativa como poética y sigue también produciendo obras musicales donde se destaca su voz y su estilo. Expone además su obra plástica en galerías, da conciertos, milita por la paz y la justicia, mira el mundo con su cámara y crea ámbitos con troncos, piedras, arena, arbustos, prendas, objetos.

También colecciona manuscritos de autores e incluso compró la casa campesina de la madre de Rimbaud, situada a 50 kilómetros de la ciudad natal Charleville-Méziers, allí donde él escribió adolescente algunos de sus poemas míticos, y en subastas busca fotografías inéditas con la imagen de su admirado escultor rumano Constantin Brancusi, cuyo taller esta reproducido en un espacio especial al lado del Centro Beaubourg-Pompidou.

Smith, como Dylan y otras estrellas underground del punk-rock, guarda una relación privilegiada con el arte y especialmente con la poesía, esa vivencia única donde los autores viajan hacia los extremos tratando de conquistar el misterio del cosmos a través del incendio de la carne, la piel, los sentidos. Como sus amigos Janis Joplin y Jimmy Hendrix.   

Hasta comienzos de marzo el Centro Pompidou presentó en su galería Cero una exposición multimedia bajo el título de Evidence, dedicada a sus inquietudes artísticas, en la que además de textos, músicas, poemas, cuadros y obras escultóricas, recorremos con ella un ámbito mágico, chamánico, inspirado en las obras de sus admirados Arthur Rimbaud (1854-1891), Antonin Artaud (1896-1948)  y René Daumal (1908-1944) y ciertos espacios como el mundo indígena mexicano y estadounidense, los ámbitos indios de benarés, las montañas etíopes, mexicanas y nepalíes, más allá de las alturas del Himalaya.

El trabajo realizado con sus amigos del colectivo Soundwalk mezcla fotografias, videos, imágenes, textos, sonidos del archivo personal de Smith, todos ellos recopilados o captados en los múltiples viajes por el mundo, siguiendo las aventuras vividas por Rimbaud perdido en Abisinia, Artaud extraviado en México en la Sierra Tarahumara, donde prueba el peyote, y René Daumal (1908-1944) en su corta y agitada vida en tiempos del surrealismo y la patafísica.

En la galería Cero del Pompidou uno se coloca los audífonos y a medida que recorre la exposición va escuchando en voz de Patti Smith los textos cantados o leídos de esos autores que ella admira y venera desde la rebelión y la pasión artística. Así escuchamos las palabras de Artaud, quien desde el manicomio escribió los más impresionantes textos de la demencia, o los poemas del adolescente mágico autor del Barco ebrio. 

En el muro del fondo se despliega el archivo personal de Smith y podemos así palpar manuscritos de los tres autores, dibujos personales como en el caso de Artaud, o fotografías u objetos que pertenecieron a ellos o tienen una relación con su vida. Es un collage de las aventuras de su vida y sus vidas.

El espectador se sienta en troncos o tablas de madera añeja y ahí escucha en la semipenumbra de la exposición la palabra poética mientras palpa las arenas, las rocas, los despojos, los residuos de la vida y de la experiencia estética llevada a lo máximo por Patti Smith.

En esta sala a donde me trajo el gran artista colombiano Gustavo Nieto, uno vuelve a sentir la fuerza de la poeta, quien este 6 de marzo, horas antes del cierre de la exposición, estuvo allí presente para despedirse de los trabajadores del museo Pompidou que la ayudaron a montar la muestra con su equipo. Atrás quedaban en la memoria auditiva los cantos de los indios Raramuri de la Sierra Tarahumara, la ceremonia raspa del Híkuri en Norogachi, México. 

Para ella el museo de arte moderno Pompidou, diseñado por dos jóvenes arquitectos delirantes, Renzo Piano y Richard Rogers, es en sí mismo una loca obra de arte rock inaugurada en enero de 1977, poco después de que ella publicara su disco emblemático Horses en Nueva York para entrar en la leyenda.

 



 


 






lunes, 13 de febrero de 2023

LO QUE LOLLOBRIGIDA SE LLEVÓ

Por Eduardo García Aguilar


Cada semana desaparece alguna estrella cinematográfica, gran actriz o director, y por las reacciones amplias y duelos que causan esas partidas, ya sea a nivel local o mundial, nos damos cuenta del papel crucial que el séptimo arte ha desempeñado en casi siglo y medio de existencia entre la población del planeta, ávida siempre de cuentos e imágenes sin fin como en Las mil y una noches.

El viernes despareció el español Carlos Saura a los 91 años y toda España recuerda con pena su vasta obra y los múltiples premios obtenidos en su larga carrera cinematográfica, especialmente con su famosa película Cría Cuervos, metáfora de los peores momentos vividos por el país. Semanas antes, el 16 de enero de 2023, nos dejó a los 95 años la mítica italiana Gina Lollobrigida, que como casi todas las grandes divas del siglo XX vivió longeva, retirada en su mansión romana, como una deidad inaccesible, caracterial y milagrosa.

Los mejores directores de cada país se convierten poco a poco en pilares de las nacionalidades que representan y con su difícil actividad de creadores, artesanos y empresarios que saltan todo tipo de obstáculos personales, técnicos y financieros para realizar sus sueños, se vuelven ejemplos de tenacidad y valor como héroes, gladiadores del mundo contemporáneo.

Cada país tiene sus directores fetiches como Orson Welles, Alfred Hitchkok, Federico Fellini o Stanley Kubrik, que al desaparecer causan duelo y marcan el fin de una época. Y de lado de los actores,  ya puede uno imaginar el tumulto que provocarán en su momento las partidas de figuras francesas de leyenda como Alain Delon y Brigitte Bardot, cuyos rostros, voces y cuerpos constituyeron en su momento devastadores objetos del deseo en el mundo entero.  

Pienso en ello ahora que muchos recuerdan a la gran Gina Lollobrigida (1927-2023), actriz italiana que saltó a la fama al aparecer en 1956 en la cinta Notre Dame de París de Jean Delannoy en el papel de la famosa Esmeralda, gitana de la que se enamora Quasimodo en la novela de Victor Hugo. Después reinó casi sin rivales en las más altas esferas del cine hollywoodense como mito inaccesible, cumbre de la que nunca fue desplazada por nuevas actrices de su país como Sofía Loren o Mónica Vitti y otras bellezas que saltaban sucesivamente a la fama.

Tuvo la suerte la italiana de ser descubierta cuando estaba en auge el cine italiano con una pléyade de magníficos directores como De Sica, Rossellini, Fellini, Antonioni, Pasolini, y Hollywood se dedicaba a realizar monumentales superproducciones en Technicolor donde se lucían figuras como la genial Elizabeth Taylor, que representó a Cleopatra al lado de su futuro esposo Richard Burton en el papel de Antonio, bajo la dirección de Joseph L. Mankiewicz. Ben-Hur, Espartaco y Los diez mandamientos son algunas de esas otras gigantescas producciones inolvidables que aun hoy impresionan.

Humphrey Bogart, Charlton Heston, Gregory Peck, Anthony Quinn, Burt Lancaster, Yul Bryner, Paul Newman, Omar Shariff y decenas estrellas masculinas actuaban junto a deidades de la pantalla entre las que se destacaban de lado estadounidense Bette Davis, Rita Hayworth, Lauren Bacall, Marilyn Monroe y Grace Kelly,  o Marlene Dietrich, Gina Lollobrigida, Jeanne Moreau e Ingrid Bergman de lado europeo, entre otras muchas.

En todo el mundo las salas cinematográficas se convirtieron en centros vitales de la vida cotidiana de generaciones, como lo atestiguaban las colas interminables y las expectativas que generaban las nuevas cintas en las ciudades, fascinadas al instante por aquel mundo imaginario propiciado por el séptimo arte.      

La temperamental Lollobrigida vivió como otras estrellas y magnates en una mansión de la tradicional Via Appia en Roma, donde pese  a la edad avanzada seguía tratando de hacer lo que quisiera en medio de los escándalos y la larvada lucha por su herencia entre su joven asistente Andrea Piazzola, con el que vivía y viajaba, y la propia familia representada por su hijo y el nieto, hasta que la justicia la puso en curatela contra su voluntad.

Mujer de carácter, la italiana que fue dirigida por John Huston al lado de Humprey Bogart en La burla del diablo (1953), completó un historial cinematográfico impresionante e inigualable, lo que no le impidió tener también aspiraciones políticas como candidata al parlamento europeo y representante de buena voluntad de Naciones Unidas.

En sus últimos años tuvo ánimo para protestar de manera airada por la decisión judicial que la forzaba a la curatela y al control de sus asuntos financieros por cuidadosos albaceas. La casi centenaria luchó hasta al final para ser la indómita que tantas veces representó en la pantalla. Una indómita sedienta de libertad. Igual que ella en Italia, en México reinó otra contemporánea suya, la gran María Félix, temida por los hombres más poderosos en un país de patriarcas violentos y quien siempre dijo las cosas de frente y sin cortapisas ni hipocresías.

Como Marlene Dietrich, Lauren Bacall, María Félix y Elizabeth Taylor y tantas otras altivas actrices del siglo XX, con la Lollobrigida se va un estilo de reinar y de ser en la vida y en el escenario. Todas ellas son precursoras de una insurgencia guerrera de género que se nutre de los antiguos matriarcados y la mitografía de las amazonas de otros tiempos frente a quienes los hombres temblaban. Un estilo que Lollobrigida se llevó del mundo para siempre. 
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 12 de febrero de 2023.









domingo, 22 de enero de 2023

CENTENARIO DE LA MUERTE DE MARCEL PROUST



Por Eduardo García Aguilar

Este domingo concluye la exposición dedicada por la Biblioteca Nacional de Francia a la obra escrita de Marcel Proust, con motivo del centenario de su muerte, acaecida el 18 de noviembre de 1922. Tarde de lluvia, baja temperatura y huelgas de transporte en perspectiva obligan a la gente a acudir antes de que sea tarde a visitar el evento organizado por Antoine Compagnon, experto en boga del gran autor francés, considerado por muchos como el gran novelista del siglo XX.

A lo largo del tiempo y para cada generación, la obra de Proust ha sido auscultada por académicos, críticos, curiosos, admiradores, editores y expertos que nunca cesan de releer cada uno de los episodios de la enorma novela total que el autor escribió contra viento y marea, luchando contra las enfermedades y el agotamiento que lo llevarían a morir joven a los 50 años, como Roberto Bolaño, el chileno estrella de la literatura latinoamericana actual, vencido en su caso no por el asma y otras enfermedades sino por los males del hígado terminal.

En la nueva Biblioteca Nacional inaugurada en 1995 por el presidente François Mitterrrand, en forma de cuatro gigantescos libros enfrentados ante el viento del París, todos los que no hemos podido venir acudimos apresurados bajo el frío y la llovizna a las salas que están llenas, tanto que a veces se dificulta observar los manuscritos, fotografías y cuadros que han sido exhibidos en honor del novelista.

Hay gente de todas las edades y orígenes e incluso los organizadores de la muestra, como el propio profesor del Colegio de Francia Compagnon tienen tiempo, alegres, excitados, felices por el éxito de la muestra, para atender a notables figuras que llegan con algarabía y buen humor en vísperas de la huelga, con la ilusión de no perderse la muestra expuesta desde hace varios meses.

Y de verdad, nadie puede perderse esta exposición que exhibe miles de papeles de Proust, todos los manuscritos minuciosos de la obra que trabajó durante varios lustros como un reto total del autor frente a la muerte y el destino. Soy uno de esos apresurados bibliófilos, bibliópatas, lectores enfermizos, que estuvimos a punto de perdernos la oportunidad de ver la muestra.

En medio de las sucesivas crisis de asma, aquejado por los resfríos, la fatiga, Proust redactaba sin cesar ayudado por su Céleste Albaret, quien se ocupaba de todo en casa, de sus tés, sus comidas, medicamentos, limpieza, e incluso la minuciosa tarea de pegar en las páginas las correcciones o nuevos fragmentos apresurados que emanaban de la memoria infinita de Proust.

Una memoria aplicada a guardar para siempre, como Balzac, las tribulaciones y costumbres de la época en ese viaje agitado del siglo XIX al XX marcado por guerras interminables y el derrumbe definitivo de los regímenes antiguos de la nobleza y la aristrocracia, pero a su vez sacudido por la luz eléctrica, la energía hidráulica, la aviación, el automóvil, los marconis y telegramas inmediatos, la clave Morse, el teléfono y las acelaraciones del ritmo de la vida, como si se tratara de un ataque cardíaco permanente y sin fin.

Proust fue un periodista de su tiempo. Y por eso al comienzo vemos enmarcados las crónicas, relatos y reportajes que el joven autor especializado en farándula en Le Figaro publicaba en la primera plana del tradicional diario francés.

Durante lustros el adinerado joven descendiente de notables acudía a los salones de las aristocracias parisinas remanentes del Antiguo Régimen, la era de Napoleón o las restauraciones, para dar testimonio de su época.

En las diversas salas vemos el avance de la obra, las imágenes de las figuras reales que sirvieron de modelos a los personajes de esta nueva Comedia Humana situada tanto en las capas pobres y bajas de la sociedad representadas por la servidumbre y el proletariado como en las de las élites aterrorizadas por su decadencia y su fin inminente.

Vemos muebles, trajes, objetos, libros recién editados, pruebas, correcciones, teléfonos, lámparas. A través de las fotografías visitamos la vida cotidiana, los rincones secretos y le damos rostro a la supuesta ficción. Y por supuesto descubrimos que En busca del tiempo perdido es una obra que rinde homenaje a la homosexualidad y el libertinaje, entonces ocultos, perseguidos y secretos, pero practicados ampliamente en todas las capas de la sociedad.

Nos preguntamos quien era el barón de Charlus, indagamos por Swann o Guermantes, o Jupien o Albertine o las chicas en flor de Balbec. Y a través de ellos vemos la letra de Proust, sus cuadernos manchados, sus correcciones maniáticas, infinitas, con las que lograba al final de cuentas crear un ritmo irrepetible. Hace un siglo apenas moría el escritor y sigue vivo con sus crisis de asma, vicio y deseo. Más vivo que nunca en el hotel gay de Marigny donde hacía la fiesta en medio de la guerra.
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Pulicado en La Patria. manizales. Colombia. 22 de enero de 2023.




sábado, 3 de diciembre de 2022

LILLE Y ESTRASBURGO: CIUDADES FRONTERIZAS

Por Eduardo García Aguilar

Uno llega a Lille en el último tren a medianoche y al salir, caminando apresurado por los andenes de la estación, lo recibe la niebla nórdica que con las luces de los faroles otorgan aire fantasmal al lugar, evocador de sueños extraños o filmes oníricos que proyectan sombras fantasmales con personajes de bastón y sombrero de copa salidos de un poema de Baudelaire.

Desde ese instante la ciudad adquiere un aura literaria, pues en ella conviven varios mundos y tradiciones centenarias marcados por auges incontenibles y guerras atroces de codicia y envidia: Gran Bretaña, Bélgica, los Países Bajos, Francia o la propia Alemania, sedes de imperios sucesivos, cíclicos, intermitentes. Lo atestiguan las estatuas de monarcas y héroes militares de las épocas coloniales, como Faidherbe, el gobernador de Senegal y jefe francés de los ejércitos del norte, cuya estatua ecuestre se ve cerca del metro República entre la niebla.

Y es normal esa sensación libresca cuando viene uno a hablar de viaje y literatura con los estudiantes de letras modernas y del Centro de lenguas de la Universidad de Lille, polo cultural de una gran ciudad fronteriza, esta vez con Bélgica, tanto la francófona como la flamenca. Aquí cerca está Brujas, la ciudad maravillosa que relató Georges Rodenbach en Brujas la muerta, publicada a fines del siglo XIX.  

Como todas la ciudades de esa estirpe, la urbe flota entre varios mundos, lenguas, culturas, pasados de guerras y esplendores que enriquecen el sincretismo de sus edificios y de la gente que habita en ellos. Por aquí han pasado múltiples ejércitos y antes estaba cruzada por canales como Amberes o Gante. La ciudad ha sido devastada y vuelta reconstruir tantas veces que la cuenta es imposible, pero en tiempos de paz ha sido centro comercial, de ferias e intercambios de productos e ideas como lo es ahora.

En la actualidad la capital de la Flandes francesa es de facto el centro de un polo metropolitano europeo al que pertenecen ciudades francesas y belgas y a donde llegan los trenes rápidos como el Eurostar, que lleva a Londres, o el que conduce a París. Por eso se escuchan muchas lenguas, acentos y dialectos y conversaciones agitadas sobre el destino de Europa, la guerra en Ucrania, la crisis energética derivada de ella y la inflación.

Es una metrópoli que en los últimos tiempos ha sido parte del sueño de unidad europea, ahora maltrecho tras la salida de Gran Bretaña de la UE y las consecuencias del Brexit y por la guerra en Ucrania, que divide a la opinión de los países de la comunidad y desata debates sobre la relación que se debe tener con Rusia, la ancestral tierra de los zares, de la gran Catalina II, amiga de Francisco de Miranda y Voltaire, la patria de Tolstoi, Dostoievski, Rasputín, Lenin, Stalin, Trotsky, Bulgákov y Maiakovski, entre otros.

La ciudad ha vivido a través de los siglos bajo los sucesivos dominios del reino de Francia, el Santo Imperio romano germánico, los Países bajos españoles de Carlos V y fue reconquistada por el rey Sol Luis XIV, pero en el siglo XX también fue línea de frente de las dos guerras mundiales, por lo que el territorio guarda cicatrices inolvidables de una violencia incesante y en sus entrañas hay cifras inconcebibles de soldados de todos los orígenes, asfixiados en las trincheras por gases químicos o destrozados por balas u obuses.

Sus edificios fueron construidos con el estilo dominante en los Países bajos durante el esplendor de Ámsterdam como capital de un imperio comercial mundial, con sus típicas fachadas escalonadas, geométricas, y otros en el marco de la más clara tradición imperial francesa, por lo que deambular por sus calles y callejuelas entre la niebla nos recuerda el mito literario y fílmico de doctor Jekyll and mister Hyde, obra de Rober Louis Strevenson sobre la doble personalidad, inspiradora de tantos filmes, imaginaciones y textos psiquiátricos o sicoanalíticos.

Parecidas diferencias se registran, pero de otra manera, en Estrasburgo, ciudad alsaciana fronteriza con Alemania, sede del Parlamento europeo, que tiene viejos barrios medievales bañados por los brazos del río que la cruza y desemboca en el Rhin y otros que recuerdan ya sea el dominio alemán o francés, pues ha sido disputada, conquistada y reconquistada varias veces por ambas naciones.

Estrasburgo, como casi todas las ciudades de estas zonas fronteriza, han sido centro de ferias e intercambios desde los tiempos del Imperio Romano y fue básica en el medioevo para animar y cambiar poco a poco el mundo con el auge revolucionario del Renacimiento de las ciencias, el comercio, las ideas y las artes.

Los perseguidos por ideas en España e Italia podían refugiarse junto al río Rhin, el de Los Nibelungos, y dedicarse a escribir y pensar y a vivir. En el centro de Estrasburgo, no lejos de la magnífica catedral gótica, tal vez la más bella de Europa, hay una estatua de Gutenberg, el inventor de la imprenta, que estuvo refugiado un tiempo entre sus callejuelas, así como el alquimista Alberto Magno.

Por eso al llegar a Lille esta semana a hablar de literatura entre la bruma, pienso que estas frágiles ciudades fronterizas volverán a cambiar de dueño en décadas o siglos futuros, porque las guerras y los cambios de mapas y banderas hacen parte de la pulsión humana. Los países son como el Doctor Jekyll y Mister Hyde: viven tiempos estables y pacíficos y de repente se convierten en monstruos sanguinarios y nada los detiene en su autodestrucción.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. D
omingo 4 de diceimbre de 2022.

 

viernes, 23 de septiembre de 2022

VIAJE AL CORAZÓN DE MESOPOTAMIA


 

Por Eduardo García Aguilar

Traductor de la epopeya de Gilgamesh y el Código de Hammurabi al francés y uno de los grandes asiriólogos del mundo, Jean Bottéro (1914-2007)  es además un excelente escritor que cuenta con maestría la aventura de tres milenios de la civilización mesopotámica con una prosa de gran exactitud semántica, y además humana, sabrosa y pedagógica.

Por haberse negado a dar certificado histórico al libro sagrado Génesis, tuvo que renunciar a su sacerdocio y a la orden de los dominicos en 1950, pero no sin antes ser reconocido como autoridad por la Escuela bíblica de Jerusalén. Como laico, Bottéro trabajó décadas en el Centro Nacional de Investigación científica (CNRS) y en la Escuela Práctica de Altos Estudios de Francia, participó en múltiples excavaciones e investigaciones arqueológicas y se convirtio en uno de los más respetados especialistas en aquel mundo fascinante de cuyo imaginario la cultura occidental proviene en gran parte.

Su pasión por esos humanos que vivieron en la fértil región del Éufrates y el Tigris, en lo que hoy es el martirizado Irak, a veces dominada por Babilonia y otras por Nínive hasta su final en manos de Ciro en 539 antes de nuestra era, lo condujo a aprender las múltiples lenguas muertas en que hablaban y después a trabajar en el amplio acervo de medio millón de tabletas de arcilla con escritura cuneiforme, que eran los libros o los pergaminos de la época donde se cuenta la vida cotiana, ideología, mitos y leyendas, leyes, vida sexual y marital, las artes culinarias y agrícolas, la fabricación de la cerveza, bebida nacional, y las costumbres en general de esas poblaciones paganas politeístas.

En su libro Mesopotamia, la escritura, la razón y los dioses, que es apenas una de sus celebradas obras sobre el tema, Bottéro explica de manera minuciosa el origen de esa cultura en todos sus aspectos, especialmente en el que atañe a los dioses, que eran como un reflejo especular de las dinastías terrestres, con sus intrigas, tragedias, enfermedades y conflictos. Y a través de esas entidades míticas y reales se interna en las leyes tácitas que rigen todo tipo de actividades y en la cosmogonía y el relato de los orígenes del mundo y del ser humano como tal, o antropogonía.

 
Bottéro nos revela el significado de esos milenarios textos poéticos que relatan los hechos de los dioses relacionados de manera intrincada con el viaje permanente de los astros, entre ellos los más visibles como el Sol, la Luna y Venus, cometas y constelaciones, así como los elementos, el agua, el fuego, el barro, el viento. De múltiples textos poéticos y narrativos destaca la coherencia de aquellos escribas en su tarea de imaginar cosmogonías y antropogonías precisas y funcionales para regir el comportamiento de los individuos en la sociedad, así como su relación con los dioses, comandados por una curiosa trilogía compuesta por el ancestral padre fundador, el hijo gobernante y un sabio espíritu especial de una gran capacidad intelectual, estratégica y técnica, que asesora y guía en todos los asuntos al soberano tanto en los cielos como en la tierra.

En ese viaje y desciframiento de las tabletas realizado por Bottéro y muchos otros asiriólogos del siglo XX, descubrimos por ejemplo que el relato bíblico del Arca de Noé se remonta milenios a atrás como fruto del ingenio imaginario babilónico. Una rebelión de los dioses menores obligados a trabajar para mantener a los superiores conduce a la creación de los humanos por consejo del espíritu sabio, para que se encarguen ellos de las tareas y los oficios, pero su rápida proliferación y el ruido y caos que generan molestan a la deidad principal, que decide disminuirlos primero con enfermedades, pestes o catástrofes, métodos infructuosos que la llevan a planificar su exterminio definitivo por medio del diluvio total. 

Pero gracias a la astucia de algunos de los dioses del panteón que no estaban de acuerdo con la medida, se logra comunicar esos designios secretos a una familia que finalmente viaja en el Arca cargada de fauna y flora, salvando así a la humanidad de su desaparición. Descubrimos así el ingenio del realismo mágico de los escritores de aquella civilización, escribas y letrados que concibieron esas historias y las dejaron para siempre impresas en las tabletas cuneiformes.
 
Autor entre otros libros de La religión babilónica, La epopeya y la creación y Babilonia y la Biblia, Jean Bottéro es uno de esos sabios increíbles que dedicaron su vida a abrir ventanas allí donde hasta hace siglo y medio había un inmenso silencio rodeado de ruinas monumentales. Y esa ventana se abre a través de Mesopotamia a las decenas de miles de años de la vida humana anterior, de la que tenemos rastros como el arte parietal, aunque no mensajes directos escritos como sí se dio en Mesopotamia y Egipto.  
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 25 de septiembre de 2022.
* Fotos: Jean Bottéro y el Código de Hammurabi.





 


 

miércoles, 20 de julio de 2022

ROLAND TOPOR, SÁTRAPA DE LA PATAFÍSICA


Por Eduardo García Aguilar

Nada más admirable que los autores y artistas excéntricos que caminan por senderos desconocidos y abren ventanas a mundos imaginarios nunca vistos. Ellos son los más libres e irreverentes y cumplen con autenticidad la misión que debe cumplir todo artista: molestar, irritar, incomodar, desenmascarar lo pomposo, servil, ceremonial y taimado. Todo artista joven en sus inicios sigue los caminos de esos rebeldes que parecen salidos de un cuento infantil alemán de la época romántica lleno de gnomos, brujas, enanos y fuerzas absurdas.

Son muchos los que hacen honor a esa rareza, como es el caso de Lewis Carroll, autor de Alicia en el país de las maravillas o el genial pintor británico Turner que asombraba con sus telas aunque personalmente no era refinado y parecía un torvo campesino malhablado y gruñón que huía de las mundanidades y los salones de la lagartería. Y como ellos, también cabe mencionar a Hyeronimus Bosch, El Bosco, autor de El jardín de las delicias, y otros artistas holandeses que imaginaron mundos inimaginables.

En el grupo de excéntricos del orbe hispánico pienso en el loco Salvador Dalí, quien escandalizó al mundo con sus declaraciones, imágenes y comportamientos al lado de su amada Gala, y antes de él figuras como Ramón del Vallé Inclán, el manco autor de Tirano Banderas o Ramón Gómez de la Serna, el autor de las Greguerías. En América Latina pienso en el genial colombiano León de Greiff, cuya obra poética delirante y vasta concordaba con sus actitudes de descendiente de nórdicos extraviados en un país tan conservador como Colombia. Y no hay que olvidar a su predecesor Julio Flórez, quien solía leer poemas en los cementerios mientras libaba en cuencos de calaveras, según cuenta la leyenda.


Entre los contemporáneos pienso en los creadores del Grupo Pánico, compuesto por el chileno Alejandro Jodorowsky (1929), el español Fernando Arrabal (1932) y el francés de origen polaco Roland Topor (1938-1997), quienes en la segunda mitad del siglo XX crearon desorden en teatro, cine, novela, pintura, dibujo, relato, poesía, ejerciendo actividades múltiples en la radio y la televisión y en los escenarios.

Del trío aun sobreviven en plena actividad Arrabal y Jodorowsky, molestando aquí o allá con la frente en alto, y Roland Topor, quien murió a causa de una hemorragia cerebral en abril de 1997 sigue vivo y coleando, pues sus imágenes y cuentos son inolvidables y absurdos y con el tiempo se hacen cada vez más modernos e inquietantes. Cada nueva pieza de teatro de Arrabal causa escándalo en España o Francia y sus entrevistas son divertidísimas, pues desestabilizan a los presentadores televisivos de este siglo XXI, más conservador y temeroso que las décadas artísticas más revolucionarias del agitado siglo XX, en los tiempos del dadaísmo, el surrealismo, el rock y el pop art.

De Jodorowsky vi su increíble película mexicana Santa Sangre y varios amigos y amigas solían acudir a que les leyera el Tarot en un secreto bar de París y me relataron la experiencia. A Arrabal lo vi una vez en un homenaje que la embajada chilena le hacía al gran director de cine Raúl Ruiz, cuya obra tiene similitudes con el movimiento Pánico. Pero tengo la fortuna de haber conocido y hablado con Roland Topor dos años antes de su muerte y haber bebido con él algunas copas de vino en un cine de la calle Champollion, en el barrio latino.

El rostro de Topor era tan extraño como las figuras que reinan en sus imágenes expresionistas más absurdas y su conversación era impredecible, siempre dispuesta al buen sarcasmo y la ironía. Unas amigas mías gemelas de origen armenio, Ani y Aida Kedabian, lo conocían, y me llevaron a ese acto, pues yo quería llevarle un mensaje del amigo mexicano Héctor Trillo que realizó su tesis universitaria sobre su obra pictórica y gráfica. Lo recordaba muy bien y brindamos por los que le seguían los pasos al movimiento Pánico y a Topor, designado a título póstumo Sátrapa del Colegio de patafísica, que es la ciencia del absurdo.

Al despedirme de él, los vinos que bebí de su botella mágica, tal vez un excelente Burdeos, habían producido un extraño efecto que recuerdo como si fuera ayer. Me regaló un grabado suyo, que firmó. Pero lo increíble es que dos años después, cuando volví a Francia, las mismas amigas gemelas me informaron del repentino fallecimiento de su amigo y me invitaron al sepelio, que ocurrió en el cementerio de Montparnase.

Decenas de personas, amigos, admiradores y familiares, hicimos la cola por largos minutos para depositar cada quien en su tumba y sobre su ataúd una rosa roja. No había ambiente de tristeza sino de exaltación y su mirada y palabra grotescas de fumador y humorista resonaban y planeaban esa tarde de abril en el lugar donde reposan para siempre Charles Baudelaire, Tristan Tzara, César Vallejo, Sartre y Beauvoir, Julio Cortázar y tantos otros miembros del club.   
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 17 de julio de 2022.