viernes, 31 de diciembre de 2021

UN AUTOR CON ESTRELLA

 Por Eduardo García Aguilar

Toda la prensa francesa habla en estos días de la nueva novela de Michel Houllebecq (1956), que bajo el título de Aniquilar aparecerá en las librerías el próximo 7 de enero, convirtiéndose en la gran novedad del nuevo año y un acontecimiento literario con un tiraje inicial de 300.000 ejemplares. Ni la crítica ni los entendidos locales e internacionales tienen duda de que el autor se ha convertido desde hace dos décadas en el más importante del país, una especie de gloria nacional viva como en su tiempo ocurrió con Voltaire, Chateaubriand, Victor Hugo, Malraux o Sartre.

Como ellos, Houellelbecq es un hombre de gran inteligencia y gran cultura clásica y moderna, pero a diferencia de sus antecesores se ha construido una extraña figura de maldito con pinta de espantajo, desdentado, despeinado y envuelto en horrendas chaquetas de tallas enormes que contrastan con su frágil cuerpo de fumador empedernido. Él encarna la desazón de su generación. Hijo de hippies, carente de afecto y atención en la primera infancia, el autor relató sus miserias en la novela que lo lanzó a la fama, Las partículas elementales, publicada en agosto de 1998.

Escribe unas historias que se basan en los grandes problemas sociales, políticos y generacionales de su país y el mundo, en tiempos de grandes atentados terroristas, auge del fanatismo islamista, inquietud por el auge de la migración, dudas sobre la pertinencia de la Unión Europea, y temor por la desaparición o el reemplazo del francés blanco de clase media u obrera, provinciano, nutrido en una tradición católica que vive su crepúsculo, con las iglesias vacías y la incredulidad general.

En la posibilidad de una isla, La carta y el territorio, Sumisión, entre otras novelas, no duda en usar personajes conocidos de la actualidad como políticos o estrellas televisivas que interaccionan a su vez con otros ficticios que expresan los grandes demonios de esta época. Hombres blancos fracasados, feos y depresivos que dudan de su sexualidad y su futuro, mujeres calurosas unas y terribles otras, seres humanos que dudan entre el deseo de creer, tener esperanza o hundirse en el desconsuelo más absoluto.

Ha creado así un fresco crítico de su época, cargado de gran sentido del humor y del sarcasmo, una especie de amplio mural de la actualidad en el siglo XXI que a veces frisa con la profecía, como cuando apareció la novela Sumisión el mismo día del  terrible atentado islamista de Charlie Hebdo o cuando se refirió en La posibilidad de una isla a unos atentados en las playas de Indonesia que no tardarían en ocurrir y reproducirse por la región.

Gran lector y admirador del escritor católico Joris Karl Huysmans, Houellebecq expresa su preferencia por lecturas que hoy parecerían anacrónicas y es el portavoz de una generación de neoconservadores que sueñan con una restauración de un pasado europeo idealizado por ellos y que ven amenazado por el mestizaje, la migración de todos los orígenes y culturas, mientras aumentan las mezquitas llenas de fieles y se vacían las iglesias, donde a veces fanáticos decapitan viejos sacerdotes en sus altares, al mismo tiempo que jóvenes adolescentes mahometanos intoxicados por internet matan en las escuelas a los maestros que osan hablar de laicidad y enseñan con la razón y la ciencia.

Con ese coctel catalizado por la presencia del sexo y el deseo, cada novela es un acontecimiento. Esta vez los periodistas que tuvieron el privilegio de acceder al libro antes de su salida, nos dicen que es una novela de 734 páginas, muy bien editada en pasta dura, con buen papel y tipo de letra Garamond. Y como los anteriores, se refiere a un futuro cercano, 2027, en tiempo de elecciones presidenciales y legislativas en Francia.

Houellebecq es problablemente el mayor escritor vivo de su país, pero también es mi vecino, pues vive cerca de la Place d'Italie. Con frecuencia uno lo cruza sentado en algún bistrot con expendio de cigarrillos como el Naja, o en el restaurante-bar O'Jules o en el super Carrefour City de Gobelins o deambulando después de ir al gimnasio por el barrio. Lugares y calles que figuran en sus novelas Sumisión y Serotonina. Vive en una torre moderna en un ambiente que difiere del tradicional Saint Germain des Prés donde residen los autores, políticos, millonarios y artistas más famosos. 

Siempre va enfundado en una vieja y enorme chaqueta verde o azul raída y con una bolsa en la espalda. Es fiel a su imagen de maldito, aunque a veces se peina, se pone la caja de dientes y se viste de traje trasmutándose en el modesto empleado de informática que alguna vez fue, o luce sacoleva, como cuando se casó con una  china en la alcaldía de nuestro barrio hace unos años.

Hace dos meses me lo encontré una mañana en la Avenue d'Italie y al preguntarle como estaba expresó con un gesto de mano y de boca que le iba superbien y no es para menos. A este experto en el fracaso y la depresión todo le ha salido de maravilla. Vende millones de libros en el mundo, la crítica lo ensalza de manera unánime, hace películas y exposiciones elogiadas y aun se da el lujo de participar en grupos de rock.  Así es él, un auténtico hombre de su tiempo, un rock star que escribe desde la rebelión sin rendirle cuentas a nadie.   
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 2 de enero de 2022

     


domingo, 5 de diciembre de 2021

LA DINAMITA DE JEAN PAUL SARTRE


Por Eduardo García Aguilar

La biografía de Sartre (1905-1980) de Annie Cohen-Solal es una excelente revisión del filósofo, novelista, ensayista y militante francés donde volvemos a revisitar los grandes episodios del siglo XX a través de su visión disimétrica. Tras una investigación minuciosa emprendida después de su muerte, la autora logra hablar con todas las personas cercanas, ancianos, viejos, maduros, jóvenes que estaban en pleno uso de sus facultades y reconstruye todos los episodios de su vida, especialmente los que conciernen su salto a la fama y las décadas en que reinó sobre la moda y la cultura mundiales como líder del existencialismo, antes de vivir el crepúsculo de la ancianidad corporal que le cobró con creces los excesos de las anfetaminas, el alcohol, el tabaco y el gusto de una culinaria autóctona cargada de salsas, grasas, carnes, azúcar y otras sustancias asesinas.

Tuve la fortuna de vivir y estudiar en París durante los últimos años de su vida y escuchar una mañana por radio el llamado que hizo a los jóvenes para que saliéramos a manifestar contra el dictador español, quien se disponía a ejecutar con garrote vil a un puñado de opositores  y luego ver sorprendido como decenas de miles obedecían a su consigna e invadían las calles en una de las manifestaciones más inolvidables.

Había pasado después de mayo del 68 un poco de moda, pero su actitud rebelde seguía fascinando. Había rechazado el Nobel, vestía mal, se negaba a momificarse y se distanciaba de sus principales seguidores y colaboradores para acercarse a los jóvenes radicales de diversas tendencias con los que compartía la fiesta y las copas. Se aventuró a seguir con ellos sus delirios de moda, cuando casi ciego y babeante, descuidado y discapacitado, luchaba por vivir, negándose a ser un monumento. Distribuía octavillas y periódicos izquerdistas en la calle, abogaba por las causas del Tercer Mundo.

Meses antes de su muerte, en septiembre de 1979, lo vi en el entierro de Pierre Goldmann, militante de extrema izquierda que había sido asesinado, causando gran conmoción en la ciudad. Me había colado con unos amigos brincando los muros en el cementerio Père Lachaise. Afuera había decenas de miles de personas que no podían ingresar al camposanto. El músico cubano Azuquita tocaba tambores tropicales junto a la tumba y de repente un pequeño vehículo entraba y de él salía Simone de Beauvoir, quien abria otra puerta del carro y extraía de allí a un anciano babeante y tembloroso.

Había saltado a la fama total después de la liberación del país de la bota nazi y antes de los 40 años de edad era el ídolo filosófico de varias generaciones no solo en Francia sino en Estados Unidos, América Latina y muchas otras regiones y países. Sus piezas teatrales causaban sensación en París y se escenificaban en muchas partes del mundo. Sus novelas se vendían por millones y eran traducuidas a decenas de lenguas. Sus libros filosóficos, panfletos y ensayos corrían la misma suerte y sus conferencias eran verdaderos espectáculos de un rock star igual a los Beatles o los Rolling Stones.

Fue además un gran enamorado, propagandista del amor libre según acuerdo logrado con su pareja más estable, la feminista Simone de Beauvoir, y vivió múltiples y paralelas historias de amor que son bien relatadas por la biógrafa, quien entrevistó a muchas de sus amigas y novias, todas ellas con grato recuerdo del inteligente y generoso amante. Insaciable lector, escritor compulsivo, redactor de cientos de miles de páginas en jornadas insomnes ayudado por pastillas que luego le cobraron la factura, fue además desprendido del dinero.

Los muchos millones que ganaba los compartía y derrochaba con sus colaboradores y amigos o los invertía en todas las causas perdidas posibles. Así fue Sartre, una especie de Diógenes de su tiempo, renegado de su clase, guía de generaciones existencialistas que daban la espalda a las guerras y vivían al ritmo del jazz y la poesía.

Después de leer esta muestra de su vida, uno vuelve a degustar sus piezas de teatro, novelas, ensayos sobre Kierkegaard, y espera algun día leer por fin sus gigantescos mamotretos sobre Jean Genet y Flaubert o sus grandes tratados pasados de moda como El ser y la nada. Sartre era dinamita literaria y tal vez por eso se dio el lujo de rechazar el Premio Nobel que todos los autores codician.

Annie Cohen-Solal logra restablecer en esta biografía publicada pocos años después de su muerte la vida múltiple de un personaje que marcó el siglo XX como pocos, anclado en la tradición militante y comprometida de los grandes autores de su país como Voltaire en el siglo XVIII y Victor Hugo en el XIX. Y aunque haya pasado de moda y se dirija al olvido como todos sin falta, visitar su intensa trayectoria vital es un estímulo para seguir viviendo con pasión la lectura, el pensamiento, la ficción, al mismo tiempo que se vive la vida como un premio equivocado.     
 
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 5 de diciembre de 2021.
* Sartre (1905-1980), de Annie Cohen-Solal. 1985. Gallimard. Francia. 728 págs. 



jueves, 2 de diciembre de 2021

EL VIAJE TRIUNFAL DE EDUARDO GARCIA AGUILAR




Por Vicente Francisco Torres

(EL VIAJE TRIUNFAL. Novela editada en primera edición por Tercer Mundo Editores, Santafé de Bogotá, 1993, 321 págs. Luego fue editada por Nueva Imagen, en México, en 1997 y por Altera, Barcelona, España, en 2003. Traducida al inglés y al bengalí).
Eduardo García Aguilar (Manizales, Colombia, 1953) comenzó a construir un mundo literario desde la publicación de su primera novela, Tierra de leones (1986), y con el tiempo y con cada nueva novela lo amplia, profundiza y varía. Dicho universo tiene su centro en Colombia, y su circunferencia en todo el orbe. Ha mostrado la oposición entre el mundo aldeano y pacato de las buenas conciencias y la herejía mundana.
En el centro del universo de García Aguilar hay un imán: Manizales, su tierra natal, una población de hacendados cafeteros encaramada en los Andes y que, una vez que tuvo saciada el hambre de los alimentos terrestres, sintió el estómago vacio por esa otra hambre de que habló el cubano Onelio Jorge Cardoso en su hermoso cuento El caballo de coral: la del espíritu, la del pan trascendente. Fue así como las calles de Manizales vieron deambular a un puñado de poetas desaforados, modernistas y decadentes que han nutrido los libros de nuestro autor.
Desde Tierra de leones, García Aguilar mostró sus pasiones: el decadentismo europeo, el modernismo americano y un dios tutelar: Joris Karl Huysmans. Tanto en su primera novela como en Bulevar de los héroes (1987) quedó afirmada su fe en el verbo, en la expresión rutilante, y empezaron a aparecer algunos de sus entes de ficción que sufrían la asfixia de la tierra natal: Arnaldo Faría Utrillo, los Fundidistas y los Lánguidos Camellos.
Urbes luminosas (1991), conjunto de crónicas que hablan de la experiencia europea y americana del narrador —quien pasó más de un lustro en el viejo continente y realizó estudios de economía política y filosofía en la Universidad de Vincennes—, es muestra contundente del afán cosmopolita del autor. Salió de Manizales, recorrió varios países americanos, vivió en Europa y en los Estados Unidos y hoy parece radicar definitivamente en México.
Mezcla de los afanes de sus dos novelas, de su libro de crónicas y de su experiencia nómada es El viaje triunfal, novela que obtuvo en 1989 el premio de narrativa Ernesto Sábato para escritores colombianos. En ella Arnaldo Faría Utrillo realiza el sueño de ser extranjero de profesión, hecho que siempre ha obsesionado al mismo autor. Faría Utrillo es concebido en México, nace y pasa su infancia en Colombia y sale a correr mundo siendo aún adolescente. Se gana la vida enviando reportajes desde los sitios que visita, y en su itinerario hallamos a Jamaica, México, Estados Unidos, la India, Japón, Egipto, Roma, Francia y España. Fiel a sus pasiones, García Aguilar sitúa la novela a finales del siglo pasado y en la primera mitad del presente para que observemos a Enrique Gómez Carrillo, José Maria Vargas Vila, Rabindranath Tagore, Pablo Picasso, Julio Ruelas, Salvador Diaz Mirón, José Asunción Silva, Baldomero Sanín Cano y Tomás Carrasquilla. La figura de Huysmans se cierne sobre toda la novela y se refleja en las exquisiteces y exotismos de Faría Utrilbo, quien probo todas las delicias y todos los pecados antes de volverse un hombre religioso. Amó a las más bellas mujeres, miró los más prestigiados paisajes, entró a los templos y a los más miserables antros. Escuchó a Carusso y habló con Mata Hari. Llegó a la pederastia, fue poseído por un soldado nazi, entrevistó a Papini, compartió la mesa con Apollinaire, fue amigo de Neruda, de Gabriela Mistral y de Vallejo y asistió a las "orgías de hierro" de las dos guerras. Ya cuarentón regresa a la Enea, una suerte de Atenas de los Andes, trasunto de Manizales. Creyó ciegamente en el viaje, hizo de la extranjería una profesión, pero acepto que "viajar es huir de uno mismo, pero llega el momento en el cual descubrimos que es inútil la huida". Esto de ninguna manera es una simple desilusión; es un convencimiento trascendente, una conversión a la religión del crepúsculo:
Todo es un crepúsculo, mi querida odalisca. Cada uno de nuestros pasos, cada una de nuestras palabras, toda palpitación es la prueba de tal aserto. He desconfiado mucho de aquellos seres optimistas que predican la felicidad venidera e incitan a sus congéneres a morir por ese hipotético paraíso, pues me parece que o saben la verdad y la ocultan con malicia o son en definitiva cretinos. Hago una salvedad: los santos. ¡Ah! Quiero ser muy claro en este punto. Los santos pertenecen al género de los poetas porque su reino está ausente de este mundo. Los héroes y los mártires sí me llenan de reverenda y admiración. No el rostro falso de los vendedores de felicidad terrenal. Santos y místicos pertenecen a la cofradía de los crepusculares porque no tienen fe ninguna en el comercio de los hombres. La fe en el crepúsculo es la certeza de que ninguna partícula del universo sobrevivirá para atestiguar las supuestas glorias del género humano. Toda vanidad es inútil ante la oscuridad eterna. Eso lo sabía ya Eratóstenes de Cirene, el gran bibliotecario de Alejandría... [pág. 308].
Como puede verse, esta idea final coincide y amplía lo sostenido en Bulevar de los héroes: las ideologías fracasan y la utopía no puede alcanzarse. Como Sísifo del siglo XX, el hombre debe luchar contra el peor enemigo: la desesperanza.
Con una sensualidad finisecular, ostentosa y delirante, Faría Utrillo se construye en Colombia una casa inspirada en las mezquitas cairotas y un mausoleo de malaquita con forma de rana, digno escenario donde volarán en pedazos, junto con la cripta, los restos de los poetas fundidistas, sacrificados por heréticos y antisociales. Ellos pisoteaban hostias y Faría simpatizaba con ellos; por lo tanto, los poetas fueron despojados del corazón —uno hasta de la columna vertebral— y el cadáver de Faría desapareció.
La pérdida del cadáver de Faría Utrillo da oportunidad para señalar que el novelista manizaleño ha hecho de la expresión bella una obligación. Todo lo que escribe está inspirado en el fasto modernista. Por ello no es gratuito que haya vuelto a la poesía con Llanto de la espada (1992) y construya sus novelas con escenas fulgurantes, cinematográficas, como la aparición del cadáver de Faría dentro de una olla y con una manzana metida en la boca, como un lechón.
Técnicamente, creo que la novela no persigue hacer innovaciones. Es lineal, de la concepción a la muerte de Faría Utrillo, y únicamente la narración o explicación de algunos hechos rebasa los márgenes de la A a la Z. Como dije al principio, las crónicas y novelas de García Aguilar aparecen entreveradas con sus propias convicciones e incluso con sus vivencias. En El viaje triunfal, el cronista, viajero y decadente Faría Utrilbo surge como una especie de alter ego de García Aguilar: "Entrevistas, reportajes, crónicas, poemas, intentos de novela llenaron las gavetas de su pupitre y cada noche, a la luz de la chimenea, leyó fragmentos de Urbes luminosas, un libro de crónicas reales y ficticias sobre sus andanzas por el mundo".
En Llanto de la espada, libro que quizá fue escrito paralelamente con El viaje triunfal, se reitera la idea del viaje eterno que siempre encuentra reposo en el país natal: "Mi tierra es sólo metal vago lucero/ ciudad de moribundos...".
Si la novela obliga a cierta lógica y a ciertos parámetros argumentales, en la poesía García Aguilar diseñará también sus imágenes dilectas (muchachas poseídas por serpientes sedientas, jovencitas que incitan al sexo a los halcones, un pastor que posee el cadáver de una joven, sirenas, hetairas y neptunos que asisten a una posesión necrofilica), pero las entregará con desplantes, para que la imagen poética brille: "Junto al mar un pastor sin rebaño/ abre el cauce necesario y se interna en la arenal para después morir de sed entre corales./ En las estaciones de pegasos/ aurigas angustiados oran a las llantas/ de una carroza mortuoria...".
García Aguilar tiene una obsesión que aparece como ingente sombra: el boom, con su escándalo comercial, hizo olvidar a grandes escritores anteriores al estallido, tales como Felisberto Hernández y José Lezama Lima. Si miramos a los autores que surgieron después del boom, vemos que "claudicaron en una medianía espantosa y se volvieron empleadillos sin sueldo de las multinacionales de la edición [...] Se perdieron la rebeldía y la independencia, el orgullo y la firmeza que deben caracterizar al verdadero artista..." Ante este panorama, sólo la poesía de nuestro continente ha mantenido una tradición de rigor e independencia.
Por eso García Aguilar vuelve a ella, después de Ciudades imaginarias, como un desafío a la mediocridad post boom pero también para tender un puente de salvación artística entre los grandes poetas modernistas y vanguardistas y los que hoy entregan lo mejor de su oficio. Dice García Aguilar en entrevista con José Luis Perdomo, de El Financiero (7 de mayo de 1993): "La poesía es flexible, es un instrumento maravilloso para tensar la palabra, hacerla explotar y reacomodarse. Sin formación poética, sin lectura y sin admiraciones poéticas, el narrador es una bestia y lo increíble es que muchos narradores denigran de la poesía, les aburre y se vanaglorian de no saber nada de ella".
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OBRAS DE EDUARDO GARCIA AGUILAR:
Tierra de leones, México, Editorial Leega (Literaria), 1986.
Bulevar de los héroes, México, Plaza y Valdés Editores, 1987
Urbes luminosas, México, Editorial Leega (Omnibus), 1991.
Llanto de la espada, Universidad Nacional Autónoma de México (El Ala del Tigre),1992.
El viaje triunfal, Santafé de Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1993
Delirio de San Cristóbal, México, 1998
Tequila coxis, México, 2003
Voltaire, el festín de la inteligencia, Bogotá, Colombia, 2005
Animal sin tiempo, México, 2006
París exprés, Madrid, 2016
La música del juicio final (Poesía completa) , Bogotá, 2018
Las rutas de Ifigenia, Bogotá, 2019
The trails of Ifigenia, EEUU, 2020 

domingo, 28 de noviembre de 2021

EL DESTINO DEL BULEVAR DE LOS HÉROES

Por Eduardo García Aguilar


Es misterioso el destino de los libros escritos a lo largo de la vida y hoy quisiera referirme al caso de Bulevar de los héroes, mi segunda novela juvenil después de Tierra de leones, que escribí en México en el fulgor de los años en que somos impetuosas promesas literarias. Vivía entonces en la capital mexicana en tiempos de antes del trágico terremoto que convirtió a Ciudad de México en una zona de desastre. Por esas fortunas que nos depara la vida, residía en un maravilloso apartamento esquinero del histórico edificio porfiriano llamado la Casa de las brujas, situado en la Plaza Río de Janeiro de la colonia Roma, uno de los centros históricos de la ciudad.

Había llegado a México hacia unos años después de realizar mis estudios universitarios en la ciudad luz y vivir un tiempo en California y desde el comienzo se abrieron como por encanto todas las puertas de las instituciones, medios y editoriales de la metrópoli mexicana. Don Edmundo Valadés, amigo de Juan Rulfo y de Colombia, me había admitido como colaborador y columnista de la página cultural del más grande periódico nacional Excélsior. 

Había estudiado un año en Centro de Capacitación Cinematográfica, trabajaba en la Filmoteca de la Universidad Nacional Autónoma de México y gozaba de una beca del INBA-FONAPAS para escribir la primera novela Tierra de leones, que como el Bulevar de los héroes también tenía como protagonista a mi ciudad natal Manizales, la primera inspirada en la vida mítica del loco Leonardo Quijano y la segunda en la del no menos mítico Tulio Bayer, a quien frecuenté y con quien trabajé en París en esos años estudiantiles.

Aunque uno ya viene escribiendo con pasión desde la adolescencia, buscando su camino, equivocándose, acertando, no hay duda alguna de que cerca a los 30 años de edad el autor se encuentra desde todos los puntos de vista en su mejor esplendor físico y mental y a través de sus devoradoras lecturas y experiencias vitales y viajeras que absorbe como una esponja, se encuentra en el mejor momento para escribir obras de mayor aliento como son las novelas, arquitecturas que exigen un enorme trabajo, neurosis y atención. 

Impulsado por la certeza de que todo narrador comienza por elaborar sus mundos novelísticos con los fantasmas de su tierra natal y las experiencias de la infancia y la adolescencia, había escrito ya varios textos protagonizados por Manizales con los que obtuve recién llegado a México el premio Los otros editores con el relato Su boca mojada y una mención en la Universidad Veracruzana con Una ciudad para Leonardo Quijano, publicado en la revista La palabra y el hombre y que es embrión de la novela posterior Tierra de Leones (1983).

Después, utilizando algunos elementos de las aventuras de Tulio Bayer y las mías propias en París y la Universidad de Vincennes, escribí Bulevar de los héroes, donde el loco Petronio Rincón terminaba viviendo esa ciudad como una selva delirante donde se resumían todos los fantasmas de esa generación malograda que quiso cambiar el mundo por las armas.  El libro fue finalista en el Premio Internacional Plaza y Janés en España en 1986 y publicado al año siguiente en México. El español Virgilio Cuesta quería publicarla en Plaza y Janés Colombia, pero el editor mexicano bloqueó la publicación. Después fue traducida por Jay Miskowiec, quien realizó su tesis sobre ella, y publicada en inglés con prólogo del gran maestro Gregory Rabassa en Latin American Literray Rewiew press y presentada en Americas Society de Nueva York en 1994.


En total, con El viaje triunfal y Las rutas de Ifigenia son cuatro las novelas donde mi ciudad natal es el escenario, pero la única que nunca fue publicada en Colombia fue Bulevar de los héroes. Es una novela que escribí con gran febrilidad en tiempos de antes y después del trágico terremoto de la ciudad de México en 1985 y en ella se sienten las placas tectónicas de la pasión literaria inspirada en el mito cervantino, donde un héroe trata de cambiar el mundo y se enfrenta a él. 

Tengo gran afecto por esa escritura desbordada de esos años, marcada sin duda por otras tragedias como la erupción del volcán del Ruiz y la desaparición de Armero y la toma del Palacio de Justicia. La novela culmina de hecho en el volcán Arenales, donde termina por fundirse la espada de Bolívar entre el magma de la lava terráquea. Hubo excelentes notas críticas en la prensa mexicana y Alvaro Quroga Cifuentes la incluyó en su libro The colombian political novel. 1951-1987. A critical contribution, que por casualidad tampoco ha sido traducido ni publicado en Colombia y es un estudio sobre diez novelas de la violencia. 

Por eso, cuando pienso que Bulevar de los héroes nunca tuvo editor en Colombia hasta ahora, supongo que era su destino, pese a que es una novela muy colombiana y muy parisina escrita con toda la pasión posible de un narrador joven y fue acogida en otros países y lenguas. Gregory Rabassa, en una introducción a la edición en inglés, la sitúa por supuesto en la órbita del realismo mágico y la novela política latinoamericana del siglo XX y afirma que su protagonista, el Loco Rincón, podría ser tal vez otro avatar juguetón del coronel Aureliano Buendía, el héroe emblemático de Cien años de soledad.    
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 28 de noviembre de 2021.




sábado, 20 de noviembre de 2021

LECCIONES DEL MAESTRO Y MARGARITA


Por Eduardo García Aguilar

 
El maestro y Margarita de Mijail Bulgákov es una de las novelas más notables del siglo XX y su lectura nos muestra hasta donde puede llegar el género que practicaron Balzac, Marcel Proust, Malcolm Lowry y Thomas Mann, entre muchos otros autores.
 
La novela fue publicada veintiséis años después de la muerte del autor nacido en Kiev y desde entonces viaja libre por el cosmos de la historia literaria contemporánea, intacta y cada vez más brillante, convertida en un cometa dotado de múltiples estelas. Bulgákov (1891-1940), que vivió durante los tiempos del régimen estalinista en la Unión Soviética, tuvo gran éxito inicial como dramaturgo, pero luego las intrigas de sus colegas burócratas, que desconfiaban de él por su libertad y su forma de escribir, lo condenaron al más frío ostracismo y a ser un escribano fantasma que redactaba por encargo para otros.
 
Durante más de una década escribió esta novela genial con la certeza de que nunca sería publicada, pues todas las puertas de las editoriales de su país le estaban cerradas, debido a que censores y comités editoriales gubernamentales solo autorizaban obras realistas, con mensaje y moraleja, acordes con la estética oficial en boga.
 
Bulgákov vivió el ostracismo en calma y permanecía día a día en su casa leyendo y escribiendo, y recibiendo a algunos amigos cercanos a quienes contaba la ardua tarea de su empresa literaria póstuma. Así pudo cincelar con cuidado cada uno de sus capítulos y elaborar varias versiones que corrigió hasta el último día de su existencia.
 
La novela, relacionada con el Fausto de Goethe y el mito mefistofélico, relata la llegada a Moscú del demonio, encarnado en un experto en magia negra que desquicia todo durante su estadía en la capital rusa. Gracias a sus artimañas demoniacas logra presentar un espectáculo en un teatro oficial moscovita donde el público se ve involucrado en las más extrañas ocurrencias.
 
Al mismo tiempo la novela relata de manera paralela el viacrucis de Cristo y los arrepentimientos del procurador  Poncio Pilatos, narrados por el maestro, un escritor loco y auténtico que ama la literatura y es amado a su vez por Margarita, mujer que deja todo por amor, vende su alma al demonio y salva parte del manuscrito incinerado que termina convirtiéndose en un delirio encarnado.
 
El maestro es un alter ego de Bulgákov que sufre las consecuencias de dar rienda suelta a la imaginación y se aparta de las instrucciones oficiales exigidas por el régimen literario que imponen los escribanos serviles al poder. Y a su vez la novela es un objeto libre donde suceden las cosas más inverosímiles, explayandose a través de los milenios y en el mismo espacio cósmico. Es una incesante caja de pandora o una lámpara de aladino donde todo es posible.
 
Bulgákov se venga de todos sus rivales, a quienes caricaturiza en los diversos avatares novelescos y muchos de ellos mueren en circunstancias rocambolescas o terminan internados en el hospital siquiátrico, uno de los centros de condena preferidos del poder soviético al lado de los campamentos lejanos del Gulag, situados en las estepas siberianas a donde son desterrados disidentes y malpensantes.
 
Todo escritor de novelas debería leer El maestro y Margarita como un ejemplo sorberbio de los poderes de la ficción y de las técnicas libertarias de una máquina narrativa comparable a la que actúa en las sucesivas historias contadas por Cervantes en El Quijote de la Mancha a través de una fascinante experiencia de montaña rusa que nunca deja de sorprender y girar hasta el infinito.
 
La novela nos describe con detalle la vida cotidiana moscovita en tiempos de Stalin y a la vez, por medio de un magistral contrapunteo estilístico, nos lleva a los tiempos bíblicos y a presenciar en primera fila la condena y el viacrucis de Cristo, así como el destino del traidor Judas.

Todo es pues posible en esta caja de maravillas dotada de eficaces espejos donde ocurren decapitaciones absurdas, vuelos de brujas, incendios, desapariciones y apariciones fantasmales, transmutaciones, viajes astrales  y escenas de ilusionismo desbocadas en medio de las más bella historia de amor y de fe en la literatura. 
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Publicado en La Patria. Manizales. Cololmbia. 21 de noviembre de 2021. 

sábado, 30 de octubre de 2021

EDUARDO CARRANZA Y LOS PIEDRACELISTAS


Por Eduardo Garcia Aguilar*

Los amigos de periodizaciones históricas encontrarían gran dificultad para situar a Eduardo Carranza en el panorama de las letras colombianas y latinoamericanas. Si fuera exacta la idea de que un movimiento sigue a otro por obra y gracia de un proceso evolucionista, la poesía, que es tal vez la forma más profunda y luminosa del conocimiento humano, perdería el carácter intemporal que hace de ella un relámpago sobre los siglos. Siempre, a través del tiempo, por encima de guerras y catástrofes, el género humano producirá esos extraños seres que buscan detener lo imposible con palabras. El día en que en este mundo ya no haya luz y todo semeje una enorme caverna, habrá un solitario que cantará a los musgos, a la humanidad, a la tiniebla.

Eduardo Carranza, que nació en 1913 en los extensos llanos orientales de Colombia, habría tenido que cantar a los aviones o a las bombas atómicas, si fuera cierto que las minucias del tiempo debieran reflejarse en el poema. Tal poesía cataloga objetos que se acaban y desedeña al hombre, sin saber que las ideas pasan y los hombres quedan, con sus paisajes y nostalgias, sus desdichas y triunfos. La voz de un poeta, aún la de aquellos desconocidos y secretos, es siempre una ventana que se abre a ciudades lejanas cuyas cúpulas tienen un brillo proporcional a la entrega de quien la pronuncia.

Carranza publicó en 1936 « Canciones para iniciar una fiesta », convirtiéndose en el portaestandarte del « piedracielismo », movimiento poético que se reclamaba del mundo de Juan Ramón Jiménez. Era entonces un muchacho de 23 o 24 años. En ediciones delgadas, fakirescas, los piedracielistas Carlos Martín, Arturo Camacho Ramírez, Tomás Vargas Osorio, Gerardo Valencia y Darío Samper provocaron un escándalo en Colombia, no porque se dedicaran a asustar monjas sino porque retornaban a la voz de Garcilaso, buscaban en un mundo ideal los ritmos de una poesía que la ciencia, el progreso y la academia habían convertido en un horroroso lánguido camello de papier maché para opereta.

Carranza y los piedracielistas hicieron una pequeña revolución en Bogotá al desnudarse lentamente y caminar flotando por la altiva floresta de nísperos y guamos. Un señor, muy piernijunto él, don Juan Lozano y Lozano, llegó a decir de ese movimiento que « en todo aquel galimatías de confusión palabrera no hay nada de original, nada de estable, nada de duradero. Para quienes tenemos una visión fuerte y grande de esa patria, constituye deber ineludible salir al encuentro de todo síntoma débil, morboso, extraviado, disociador, decadente, erostrático, que aparezca en el horizonte de la nacionalidad ».

Esa patria, esa nacionalidad, es para Carranza a veces « un deseo de llorar y a veces un deseo de cantar ». En las primeras obras del poeta los poemas no pesan y pareciera que se vuelan de la página para dejarla en blanco. Su mundo son olores, perfumes, aromas, sueños, jardines. Por lo que espíritus pesados que llevan siempre un ancla herrumbrosa como corazón, no podían ni podrán comprender esta poesía hedónica.

Estos versos sacudieron la poesía de ese país sudamericano. Hasta ellos y poco antes de aparecer el recatado y maravilloso Aurelio Arturo, autor de Morada al sur, la poesía era una inmensa réplica de basílicas de cartón sobre las que cada día los cultores seudo grecolatinos del país, como Guillermo Valencia y otros menores discípulos suyos, colocaban con énfasis cada vez más asfixiante estatuas de cemento, cruces de acero, madonas de plástico, camellos de elásticas cervices, hermafroditas dormidos.

Los de la Gruta Simbólica, todos ellos malditos, surgieron a finales del XIX para convertirse en la otra cara, mucho más lúgubre aún, de ese ejercicio que los piedracielistas vinieron a airear. En el desván de la poesía colombiana encontraron los fémures tallados y las pelvis con telarañas de Julio Flórez. Después de limpiar, quedaron flores, jardines, muchachas, cabelleras al aire, jugadoras semidesnudas de tenis, observadas con deseo, y eso era, de verdad, un peligro mortal para la patria, según don Juan Lozano y Lozano.

Después, al final, en Epístola mortal, que es uno de los poemas más logrados de su obra, Carranza se rebela contra la muerte. Pasa revista a su vida e invoca a los amigos, a las novias, a los paisajes, para decirnos que « somos antepasados de otros muertos » y que sólo esperamos « el tiro de gracia ».

Esa verdad terrible aparece en todo su esplendor, y Carranza no tiene compasión para hacer sonar las trompetas del juicio. Este largo poema es totalmente disitinto del tono de su obra. Parece un dictado texto de la noche. El fruto de una ebriedad sobrenatural, la prueba de que el poeta es un elegido, un ser dotado de ciertos sentidos secretos. Si la poesía es una terrible enfermedad, Epistola mortal es el síntoma más notorio de que el virus glorioso ya domina su genio. Es la hora del llamado y el poeta, que ya habló con los abismos cóncavos, nos dice la verdad. 
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* Versión reducida y editada de un ensayo más amplio publicado en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, en México, en 1984, con motivo de la edición de su poesía reunida. (Publicado en La Patria. Manziales. Colombia. Domingo 31 de octubre de 2021)


sábado, 23 de octubre de 2021

LIBRERÍA MI LIBRO DE PABLO PACHÓN



 
Por Eduardo García Aguilar
 
Uno de los rincones más secretos del mundo de los libros en Manizales era la librería Mi Libro que regentaba Pablo Pachón y donde varias generaciones de estudiantes y bibliófilos de la ciudad pasaron en busca de libros baratos y de ocasión, sorpresas escondidas en las estanterías. El dueño era un hombre de baja estatura, moreno, personaje chaplinesco de sombero bombín y corbatín como Leonardo Quijano y sin duda pertenecía a la cofradía secreta de la gente de izquierda en una ciudad donde ellos constituían la más absoluta y sospechosa minoría.
 
Todos recordamos la primera vez que ingresamos allí para curiosear palpando las estanterías a veces empolvadas e iniciar así una larga relación con las librerías de viejo, que tienen siempre la capacidad de seducir a los que ya infectados por la literatura y el pensamiento, pasarán desde entonces ligados a los libros día a día a lo largo de la existencia.
 
El diminuto lugar donde tuvo su sede durante largos años quedaba en la carrera veintitrés entre 26 y 27 y su vitrina era observada con codicia por muchos que no tenían dinero para adquirir los libros y se solazaban al menos observando los volúmenes que Pachón colocaba allí de acuerdo a su caprichoso criterio. Uno se aventuraba a ingresar por lo regular con algún amigo del colegio que compartía la pasión por las letras y ya adentro establecía conversación informal con quien bien podría ser un personaje de novela rusa.
 
En aquel entonces los libros eran una pasión generalizada entre muchos miembros de generaciones distintas y diversas ideologías o creencias, que aun pertenecían a ese viejo mundo del humanismo renacentista de los tiempos de Gutenberg y para quienes las bibliotecas, los libros y las estanterías de finas maderas repletas de libros constituían un signo de elevación y elegancia.
 
Puedo imaginar entonces que todas las figuras del pensamiento y las letras de la ciudad, desde los más excéntricos escritores como José Velez Sáenz e Iván Cocherín hasta estudiantes o profesionales que exploraban más allá de sus disciplinas técnicas, frecuentaban tal vez aquel lugar y sostenían una relación de complicidad con el librero, salido como un duende juguetón de las páginas de una novela tan fascinante e inigualada como El Maestro y Margarita de Mijail Bulgákov, donde Moscú aparecía conmocionada por la llegada de un malevo y retorcido diablo foráneo.
 
Recuerdo haberle comprado a Pablo Pachón la biografía de Carlos Marx de Franz Mehring que yo había visto en la biblioteca de Rubén Sierra Mejía, que estuvo alojada un tiempo en la casa del médico Hernando González, cuando el filósofo hacía sus estudios de posgrado en Francia. Era un libro de pasta dura, azul, muy bien editado y me acompañó varias noches adolescentes de insomnio. Tuve varias conversaciones con él y algunas veces, cuando percibía que uno no tenía el dinero suficiente para adquirir un libro, nos invitaba a llevárnoslo y pagarlo después por cuotas.
 
Sé que aquella librería suscitaba suspicacias en algunas familias que sugerían a sus hijas no frecuentarla porque podían tal vez quedar infectadas por ideas aborrecibles y he escuchado testimonios de personas que la evitaban y la miraban desde lejos con el mismo temor que suscitaba el personaje central de El maestro y Margarita de Bulgákov, un luzbel extranjero de origen incierto que se llamaba Woland y podía hacer todo tipo de trucos terribles de magia negra.
 
Algunas veces me crucé con Pablo Pachón en la calle ya pasado el tiempo y cuando regresaba a la ciudad de visita y teníamos conversaciones cortas de esas que se van apurando mientras se camina por las aceras entre el ajetreo citadino antes de la lluvia. Ahora vuelve a la memoria como a veces vuelve también la figura de otro librero diferente, que era el dueño de la librería Atalaya, situada frente al teatro Cumanday, que un día me regañó con razón porque deseaba cambiar un libro de Bertrand Russel que me había ganado en un concurso escolar por otro de Louis Althusser.
 
Cada ciudad del mundo ha tenido y tiene sus libreros de viejo, bautizados por Gabriel García Márquez como librovejeros, cuando se refería al joven Alvaro Castillo Granada, que es uno de los últimos de esa estirpe y regenta en Bogotá la librería San Librario, ya convertida poco a poco en mito como otras secretas de la capital colombiana, entre ellas la gigantesca Merlín que ocupa una vieja casona del centro. 
 
En Madrid, Praga, Moscú, Trieste, Roma, París, Múnich, El Cairo, Buenos Aires, Nueva York o Londres, bibliófilos, bibliópatas, bibliófagos o bibliomaníacos lo primero que hacen al llegar es buscar uno de esos antros y penetrar en ellos en busca del incunable o la sorpresa nunca soñada.
 
Pero aunque naveguemos en inmensos lugares como las librerías de viejo de la calle Donceles en la capital mexicana, siempre recordamos con emoción esa primera librería de ocasión que frecuentamos de adolescentes, cuando la literatura ya nos había enseñado a volar como en las Mil y una noches o en El maestro y Margarita. 
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 24 de octubre de 2021.
* Excelente foto que nos descubre a Pablo Pachón en plena actividad en su feliz oficio.

sábado, 16 de octubre de 2021

LA VANIDAD Y EL SILENCIO

Por Eduardo García Aguilar

A veces es bueno recordar para atemperar la vanidad literaria de muchos escritores contemporáneos el destino final de tres de los últimos Premio Nobel del continente latinoamericano, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez y Octavio Paz, que de la gloria pasaron poco a poco al más trágico otoño y eso que dejamos por fuera a los que no lo obtuvieron, pero fueron grandes como Borges, Carpentier, Onetti, Lispector, Garro, Cortázar y tantos otros. 

Por cuestiones del azar he leído testimonios sobre los últimos días de esos escritores tan queridos por nosotros, de los cuales tanto aprendimos a lo largo de las décadas, embrujados como estábamos por la maestría de sus palabras, su talento e inteligencia. 

América Latina vivió a mediados del siglo XX la insurgencia de una espléndida oleada de literatura de alto nivel que se dio en casi todos los países y logró llegar a España con derechos propios para sacudir, como medio siglo antes lo hizo Ruben Darío, los cimientos de la literatura hispanoamericana. 

Todos esos escritores forjaron sus obras a lo largo de vidas durante las cuales enfrentaron todo tipo de obstáculos e impedimentos, porque nada era fácil en su tiempo marcado por dictaduras, guerras, golpes de estado y otras caóticas peripecias en las que han vivido inmersos el continente y el mundo. 


Vivieron y sobrevivieron a guerras civiles, asonadas, persecuciones y se hicieron a pulso contra viento y marea en la primera mitad del siglo XX. Abrieron grandes caminos y modernizaron la literatura de sus países, basados en la tradición propia, que se nutría de las raíces del siglo XIX, cuando los países eran patrias bobas estremecidas por el caos y la falta de rumbo. 

Además fueron contemporáneos de grandes revoluciones mundiales como la mexicana y la rusa y de dos guerras mundiales atroces que devastaron el mundo y tuvieron el dolor en el corazon de la guerra civil española y la terrible dictadura franquista que sobrevivió hasta los años 70. 

Ellos se nutrieron de la tradición naturalista y criollista en novela y parnasiana y modernista en poesía, pero fueron sacudidos por las vanguardias y la explosión de los estilos y de la palabra con la que se construyen. Leer sus biografías o testimonios sobre sus vidas es leer el siglo XX con sus grandes epopeyas y catástrofes y visitar la pléyade de figuras vistosas que irrigaron antes que ellos los campos del arte, la literatura y el pensamiento continentales. 

La palabra de Neruda era volcánica, telúrica y en su poesía vibraban las placas tectónicas de las tradiciones y las subversiones. Octavio Paz vio con su madre a los colgados de la Revolución cuando fueron juntos a buscar los restos de su padre y esposo, un abogado prozapatista despedazado por un tren en el norte del país. García Márquez vivió la tragedia del 9 de abril en Bogotá y se izó a la gloria desde la pobreza y las carencias de su infancia y juventud gracias a su talento. 

Pero los tres, que tocaron la gloria en vida con sus manos, vivieron sus últimos días signados por la tragedia. 

Neruda, viejo, derrotado, enfermo y perdido tras el golpe de Estado de Pinochet en un hospital donde algunos afirman que lo envenaron. 

Octavio Paz, enfermo y transido por los espantosos dolores provocados por la metástasis, vivió el incendio de su casa y la biblioteca y después agonizó en una casona colonial viendo la caída de la casa Usher con total lucidez. 

Y García Márquez perdió la memoria y al final no sabía quien era ni reconocía a sus hijos e ignoraba que fue Nobel y escribió Cien años de soledad. 

De modo que cuando en pleno siglo XXI uno ve a tantos contemporáneos atareados en las penas tristes de la ambición, la competencia, la envidia y el arribismo literarios, no queda menos que rescordarles que los más grandes, Neruda, Paz y García Márquez, cruzaron los círculos del infierno y vislumbraron tal vez antes de irse lo inocuo de la vanidad. 

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 17 de octubre de 2021.

domingo, 10 de octubre de 2021

LA SUDÁFRICA CRUEL DE COETZEE


Por Eduardo García Aguilar

El Premio Nobel 2003 J.M. Coetzee narra la desgracia de su país, Sudáfrica, anclado en la guerra y la violencia del Apartheid, que por esas fechas parecía sin solución alguna, tanto el odio entre las partes era profundo. A un lado estaban los negros encabezados por el luchador guerrillero Nelson Mandela, en la cárcel desde hacía décadas, y al otro el gobierno implacable y terco de los gamonales blancos y ojiazules que se negaban a un cambio profundo de la propiedad de la tierra y de la ancestral discriminación racial de la plebe negra.
    Los tres premios Nobel de esa región, Coetzee, Gordimer y Doris Lessing, son blancos, pero a diferencia de los racistas terratenientes que dominaban al país y sumían a la población negra en la esclavitud y la discriminación, tratan de contar a través del género novelístico el drama nacional, profundizando en las entrañas de la violencia ciega y terrible, buscando las razones profundas de las acciones de los negros insurrectos, que no eran mansas palomas.
    Por supuesto que los insurrectos negros sudafricanos cometían atrocidades, pero si lo hacían en la lucha contra el Apartheid era por razones profundas, históricas e ineludibles y la solución al problema no estaba en llenar las cárceles de rebeldes o los cementerios de cadáveres de guerrilleros, o de calificarlos de hijos del Infierno, sino de dar el paso hacia un gran cambio del país, lo que vendría después tras la liberación de Mandela y la llegada al poder de la plebe y la infame turba negra odiada por los hacendados blancos y ojiazules.
    En la novela Desgracia, los negros cometen con naturalidad escalofriante atrocidades contra los blancos. Lucy, la hija del personaje David Lurie, es violada por ellos y despojada cuando era sólo una hippie ecologista que buscaba con ingenuo idealismo acercarse a ellos y vivir en paz en el fondo de la campiña sudrafricana vendiendo flores y cuidando perros. La blanca hippie decidirá aceptar ese acto de sus violadores negros como el impuesto que debe pagar a siglos de explotación y tortura infligida a ellos por los blancos. Lucy quedó además embarazada y decide tener la criatura del abuso.
    En el transfondo la novela aborda esa lucha permanente del deseo, el encuentro violento de los cuerpos, la marca indeleble que deja esa lucha en la natural perpetuación de la especie. Y a través de las angustias sexuales del cincuentón crepuscular nos lleva a reflexionar sobre la vejez y la muerte y sobre el paso del tiempo y las generaciones.
     La lectura de Desgracia nos hace descubrir una pieza maestra de la novela contemporánea que a la vez es profunda y grave, pero llena de ironía, cinismo y humor. Y los diferentes niveles y capas de la estructura narrativa alcanzan para hacer una crítica mordaz al mundo de las universidades y el medio académico con sus intrigas e hipocresías y sus crueles leyes jerárquicas. Y no contento con ello, a través de Melanie, la bella alumna que lo lleva a la perdición, asistimos a la búsqueda de las nuevas generaciones a través del arte, o al tema de la relación de animales y humanos con el retrato de los idealistas de la Sociedad Protectora de Animales que encuentran en esa causa una ventana de salvación.
     David Lurie ha perdido todo y al refugiarse en la finca de su hija se ha encontrado con la verdadera realidad del país en medio de la guerra. De dar clases sobre Wodsworth ha pasado a cuidar perros y a trabajar entre el barro y los excrementos. Su vida ha cambiado drásticamente, pero esa desgracia les ha abierto los ojos a otras verdades.
     Su hija hippie, que acepta imbricarse con el mundo en que viven sus violadores de la plebe negra, es la metáfora de ese nuevo país que tiene que surgir obligatoriamente de la fusión final entre los enemigos, a un lado los viejos explotadores blancos anglosajones que tuvieron que renunciar a sus privilegios de casta y al otro los negros calibanes que por fin tuvieron acceso al poder y a ser ciudadanos en el contexto de una democracia.
     El bravucón gamonal blanco anglosajón, que sólo gritaba y ordenaba con el índice en alto, tuvo que ceder su poder muy a pesar suyo y el torvo monstruo de la rebelión negra aprendió a gobernar. En Lucy se encarna la nueva concordia en que los enemigos de siempre deben aprender a convivir en paz para seguir el ciclo de la historia. Y de esa fusión violenta y terrible tal vez nacerían las nuevas criaturas del futuro.

--- Publicado en La Patria, Manizales, Colombia, el domingo 10 de octubre
de 2021. 


domingo, 3 de octubre de 2021

LA LITERATURA Y LOS DINOSAURIOS

Por Eduardo García Aguilar
 
Al emprender la tercera década del siglo XXI, la literatura parece un "dinosaurio agónico", como bien afirma el poeta y crítico mexicano Sergio Cordero en uno de sus ensayos. En las dos pasadas décadas dominadas por las redes sociales y los medios digitales se uniformizó mundialmente el gusto de los consumidores de novedades y casi en todas partes los libros que circulan como literatura, promocionados por los grandes consorcios con poder mercadotécnico, son en su mayoría textos autobiográficos que tocan temas emocionales para el consumidor. 
 
Esos libros, elaborados con una prosa insípida que parece escrita por momias empolvadas de notarios, dan al lector un producto totalmente uniformizado y masticado para una población robotizada y anancefálica. Las novelas que circulan traen frases claras, cortas, diálogos sencillos, argumentos bien encuadrados con planteamiento, desarrollo y final, como si fueran guiones cinematográficos listos para filmar y están basadas por lo regular en hechos concretos ya ocurridos y archivados.
 
Los consorcios editoriales también expulsan poco a poco a los escritores de sus catálogos, pues la preferencia viene a la publicación de novelas, reportajes o relatos escritos por figuras de la farándula,  la televisión, el deporte o la política que ya de por si traen bajo su escarcela ventas garantizadas. Los escritores que aun quedan en sus catálogos escriben a destajo y por encargo a la orden de sus patrones.
 
Y lo más importante, ya ni siquiera se necesita saber escribir para convertirse en gran novelista premiado, incluso con el Premio Cervantes o el Nóbel, pues el trabajo lo hacen los llamados escritores fantasmas, ghosts writers en inglés, que realizan los libros de esas figuras mediáticas o los editores que contratan ellos mismos para que pongan orden, corrijan y ajusten lo que han escrito con torpeza.
 
Los pobres e ingenuos escritores que aun creen en la literatura y escriben ellos mismos sus obras después de un arduo trabajo y una formación apasionada de décadas, pertenecen a una especie en extinción que desparecerá de la faz de la tierra, como esos "dinosaurios agónicos" a los que se refiere el mexicano Cordero. Esos ingenuos autores quedan relegados al ejército de editores a sueldo o escritores fatasmas que se ven obligados a escribir los textos de los famosos para sobrevivir. Eso ya es moneda corriente en los mundos editoriales anglosajón, francés y ahora en español.
 
Los consorcios preparan sus agendas para las temporadas venideras y éstas se replican de región en región. Es el caso de novelas que cuentan la vida de personajes famosos del pasado o del presente tipo Evita Perón, Marylin Monroe o Frida Kahlo o el gran éxito del best seller francés Emmanuel Carrière sobre la vida del ruso Limonov, que ha inaugurado una tendencia, ahora replicada en todas partes. El autor no tiene que imaginar nada, pues los hechos reales con trama y desenlace final estan ahí para copiar y pegar con prosa insípida.
 
Las grandes editoriales lanzan las novelas de cantantes, ex presidentes, figuras de la farándula y la sociedad, presentadores de televisión o personalidades que han saltado a la fama mediática por éxitos fenomenales, delitos cometidos o tragedias o desgracias vividas. Ninguno de ellos tiene que preocuparse por escribir nada, pues los escritores fantasmas redactan sus obras.
 
Conozco innumerables casos de novelas publicadas con éxito que fueron escritas por esos ghost writers, fantasmas que en Francia ya incluso mencionan las obras famosas de otros, que ellos han escrito para ganarse el pan de cada día. Algunos ghost writers cuentan con humor como los supuestos autores defienden sus obras en la televisión e incluso llegan a olvidar que nunca las escribieron.
 
Alguna vez, cuando se descubrió que la biografía de Ernest Hemingway que circulaba ya como una gran novedad, escrita supuestamente por el gran presentador de la televisión francesa Patrick Poivre d'Arvor, era un plagio casi total de un libro publicado en Estados Unidos, éste tuvo el cinismo de afirmar que ese no era su problema, sino la falla del escritor fantasma al que le habían encargado escribirla.
 
También ha ocurrido que los malos periodistas han terminado por adueñarse con arrogancia del ejercicio novelístico, inscribiéndose en la tendencia ahora mayoritaria de negar la validez de la ficción y encomiar la falta de estilo y el uso hasta la náusea de la primera persona del singular.
 
Hoy ninguna editorial aceptaría novelas como Rayuela de Julio Cortázar o Tres Tigres de Guillermo Cabrera Infante y escritores exquisitos como Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo o José Lezama Lima serían rechazados por barrocos. El entusiasmo literario que acompañaba a esos grandes escritores de la inolvidable pléyade latinoamericana ha quedado para la historia. Y los grandes críticos que los acompañaron entonces como Emir Rodríguez Monegal, Angel Rama, Emmanuel Carballo, José Miguel Oviedo, han desaparecido para siempre.  
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 3 de octubre de 2021