22/1/19

El vicio del poder – Farsa política


Dir.: Adam McKay
Int.: Christian Bale, Amy Adams, Steve Carell, Sam Rockwell, Tyler Perry, Alison Pill, Lily Rabe, Jesse Plemons, Justin Kirk, Eddie Marsan
¿De qué va?:  Dick Cheney es un callado e inquisitivo burócrata de Washington que ejerce silenciosamente un inmenso poder y acaba convirtiéndose en vicepresidente de los Estados Unidos durante el mandato de George W. Bush, con terribles consecuencias a largo plazo para su país y el resto del mundo.

Reseña: En el 2008 se estrenó W., un biopic sobre el presidente de los Estados Unidos George W. Bush dirigido por Oliver Stone que, pese a la expectación generada, no caló demasiado ni en el público ni en la crítica. El incendiario cineasta no logró dotar a la película del nervio y la virulencia que caracterizaban su cine. Pero sí que consiguió transmitir la idea de que Bush era un tipo que se había metido en política en busca de la aprobación de su padre y que no era más que un títere controlado por su gabinete, principal responsable de la Guerra de Irak y de otros grandes “éxitos” de su mandato. Una década después de W., nos llega El vicio del poder, un biopic centrado esta vez en la figura de Dick Cheney, el presunto máximo responsable de las acciones de la Administración Bush, pero bajo el formato satírico y ‘meta’ que tan bien le funcionó a Adam McKay en La gran apuesta.


Afortunadamente, el ascenso político de Cheney resulta menos enmarañado que la crisis económica mundial del 2008, y aunque La gran apuesta y El vicio del poder sean comedias con nula capacidad de provocar carcajadas, al menos esta última resulta más amena. Sin embargo, la forma en la que narra la historia, a medio camino entre la didáctica aplicada a la cultura popular y la chapa recibida por tu cuñado en una cena familiar, sigue estando ahí. Adam McKay ya ha definido su estilo, uno muy personal, que parece generar muchos admiradores, pero aún le falta pulirlo para que su espíritu crítico y de denuncia no resulte igual de sutil que aquella captadora de socios que me gritó el otro día si tenía un minuto para la lucha contra el cáncer mientras huía de ella. La película está llena de metáforas, contraposiciones, cuartas paredes rotas, golpes bajos y demás artificios para subrayar una única idea: la culpa fue de Cheney.


Es curioso que, según los respectivos biopics de Bush y Cheney, ambos eran muy similares durante su juventud: balas perdidas con peligrosa afición al alcohol (los dos sufrieron sendos accidentes automovilísticos) y que se metieron en política tras recibir una reprimenda y un empujón por la figura más autoritaria de su círculo; el padre en el caso de Bush y la esposa en el de Cheney. Volviendo a centrarnos en este último, es interesante cómo se demuestra que su voluntad política era bastante nula, inclinado al partido republicado casi que por inercia y simpatía, y desarrollando una carrera motivada principalmente por un apetito insaciable de poder. Christian Bale borda a Cheney principalmente porque, a diferencia de la gran mayoría de actores que se mete en roles basados en personajes reales, no cae jamás en la caricatura ni en la grandilocuencia. Tanto él como una Amy Adams estupenda (¿acaso no lo está alguna vez?) dando vida a la mujer que instruye a Cheney en el arte de la maquinación, parecen estar en otra película, más seria y contenida, mientras que todo lo demás, incluyendo a sus compañeros de reparto Steve Carell y Sam Rockwell, forman parte de la pantomima orquestada por Adam McKay. Y en realidad, resulta más interesante el espectro en el que se mueven Bale y Adams.


El vicio del poder gustará sobre todo a aquellos que vibraron con La gran apuesta, y aunque sea un poco mejor, el trazo grueso y manipulador de McKay sigue impidiendo que sus ideas, por muy lúcidas que sean, calen hondo. Él es plenamente consciente de que ve la historia norteamericana reciente con gafas demócratas, y aunque incluya un gag autoreferencial, no deja de exponer las decisiones políticas de Cheney de forma un tanto superficial y simplista. Con todo, algunas de sus maniobras resultan efectivas y pueden invitar a una necesaria reflexión. Por ejemplo, que por muy mal que obren los monstruos, estos actúan porque el pueblo les ha dado poder y autoridad para ello. Si esta película ayuda y moviliza el adormecido voto popular de izquierdas, bienvenida sea.

6’5/10

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