Anoche, en el programa de la 2, Versión española, pasaron la película María y yo (2010), del director Félix Fernández de Castro, basada en el cómic homónimo de Miguel Gallardo. Para quien no lo sepa aún, Miguel Gallardo es un famoso dibujante de tebeos, creador del mítico Makoki y colaborador de El Jueves, El Víbora, etc., etc.
Miguel tiene una hija, María, que es autista. Desde que la niña era sólo un bebé, Miguel ha ido plasmando su relación con ella a través de sus dibujos. De esta manera, publicó el excelente álbum María y yo (Astiberri, 2007) por el que ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales. Casualmente, el álbum cayó en las manos del director Félix Fernández de Castro, quien quedó deslumbrado por su lectura y decidió embarcarse en el proyecto de llevarlo al cine.
El resultado es, simplemente, alucinante. Una película hermosa, carente de la falsa sensiblería que rodea todo lo que tenga que ver con las minusvalías físicas y psíquicas y mucho más relacionadas con la infancia. Durante 80 minutos se nos van mostrando diferentes momentos en la vida de esta niña autista: en el cole, en un viaje en avión, durante el almuerzo y la cena o paseando con su padre por la calle. Para mí, esta película es un gran poema narrativo, con toda probabilidad el cine más poético que he visto en mi vida, con varios momentos fascinantes. Lo mejor de la peli, en mi opinión, es la escena en la que María y Miguel aparecen en una playa desierta (qué hermosas son las playas desiertas y qué horrorosas cuando están llenas de gente). Mientras Miguel lee, María juega con la arena, dejándola que se escurra entre sus dedos y de fondo se oye una canción de Kevin Johansen. Otro de los momentos más líricos de la cinta es cuando el padre y la hija están bañándose en la piscina del hotel, mientras se escucha la música del grupo mallorquín Antonia Font. ¡Poesía en movimiento! Por cierto, que la banda sonora de la película la firma nada más y nada menos que el gran Pascal Comelade, músico de culto donde los haya.
Se me ocurren un montón de adjetivos para calificar esta película y todos ellos positivos: optimista, hermosa, emocionante, luminosa, tierna, bondadosa, cómica (parece mentira que tratándose de un tema tan delicado y cuasi trágico, la película arranque más de una carcajada), etc.
Así que ya sabes, si no has tenido todavía la oportunidad de ver esta obra maestra del cine contemporáneo, búscala y ponte manos a la obra. Es obligatorio.
Miguel tiene una hija, María, que es autista. Desde que la niña era sólo un bebé, Miguel ha ido plasmando su relación con ella a través de sus dibujos. De esta manera, publicó el excelente álbum María y yo (Astiberri, 2007) por el que ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales. Casualmente, el álbum cayó en las manos del director Félix Fernández de Castro, quien quedó deslumbrado por su lectura y decidió embarcarse en el proyecto de llevarlo al cine.
El resultado es, simplemente, alucinante. Una película hermosa, carente de la falsa sensiblería que rodea todo lo que tenga que ver con las minusvalías físicas y psíquicas y mucho más relacionadas con la infancia. Durante 80 minutos se nos van mostrando diferentes momentos en la vida de esta niña autista: en el cole, en un viaje en avión, durante el almuerzo y la cena o paseando con su padre por la calle. Para mí, esta película es un gran poema narrativo, con toda probabilidad el cine más poético que he visto en mi vida, con varios momentos fascinantes. Lo mejor de la peli, en mi opinión, es la escena en la que María y Miguel aparecen en una playa desierta (qué hermosas son las playas desiertas y qué horrorosas cuando están llenas de gente). Mientras Miguel lee, María juega con la arena, dejándola que se escurra entre sus dedos y de fondo se oye una canción de Kevin Johansen. Otro de los momentos más líricos de la cinta es cuando el padre y la hija están bañándose en la piscina del hotel, mientras se escucha la música del grupo mallorquín Antonia Font. ¡Poesía en movimiento! Por cierto, que la banda sonora de la película la firma nada más y nada menos que el gran Pascal Comelade, músico de culto donde los haya.
Se me ocurren un montón de adjetivos para calificar esta película y todos ellos positivos: optimista, hermosa, emocionante, luminosa, tierna, bondadosa, cómica (parece mentira que tratándose de un tema tan delicado y cuasi trágico, la película arranque más de una carcajada), etc.
Así que ya sabes, si no has tenido todavía la oportunidad de ver esta obra maestra del cine contemporáneo, búscala y ponte manos a la obra. Es obligatorio.