En 1990,
Silvio Rodríguez volvió a tocar en la ciudad de Santiago de Chile, tras diecisiete
años de ausencia. Fue la noche del 31 de marzo, ante ochenta mil personas que
conocían todas y cada una de las canciones de Silvio, en el estadio Nacional de
Chile, famoso lugar donde tantos inocentes fueron vejados, torturados y
fusilados por las fuerzas reaccionarias tras el derrocamiento del Presidente
Allende. De aquel concierto surgió un maravilloso triple disco en directo (dos
cds), titulado, precisamente “En Chile”, y en el
que el autor de “Te doy
una canción” se hizo acompañar
por el grupo de jazz Irakere, por el mítico pianista Chucho Valdez, así como
por la cantante Isabel Parra y su grupo. Aquel disco, visto con el paso del
tiempo, y tal vez, sin que ni siquiera el mismo Silvio fuese muy consciente de
ello, venía a poner un punto y final a una etapa en la música del cantautor
cubano, una etapa que había comenzado, más o menos, con la publicación de Unicornio, en 1982 y que se caracterizó,
precisamente por el deseo de experimentación, de ampliación de horizontes
musicales, por la participación de orquestas, de grupos de jazz, de músicos
provenientes de otras latitudes o, simplemente, de otras sensibilidades
estéticas.
Así que,
tras la publicación de “En Chile”, Silvio
decide que es hora de regresar a los orígenes,
porque lo que ahora le pide el cuerpo es olvidarse de las
mega-orquestas, de los grupos de jazz, de los arreglos barrocos, en definitiva,
lo que más anhela es alejarse de la experimentación musical que ha marcado su
trabajo en los últimos años. Lo que más desea el cantautor cubano en 1991 es volver
a colgarse la guitarra de palo y cantar sus versos a los cuatro vientos, seguir
el camino que ya otros, en el pasado, habían transitado. Gente como el chileno Víctor
Jara, como el español Paco Ibáñez, como el cantautor comunista estadounidense
Woody Guthrie, o como un jovencísimo Bob Dylan en las calles del Greenwich
Village neoyorquino.
Y de esta
manera nace la trilogía que tomará su nombre y apellidos: Silvio Rodríguez
Domínguez.
En la
modesta opinión de quien esto escribe, esta trilogía es, sencillamente,
perfecta. Tres maravillas. Tres obras de arte soberbias. Tres discos que
reflejan a la perfección el momento histórico en el que han sido creados. No
podemos olvidar que en aquellos años había caído el Muro de Berlín, la URSS se
viene abajo y Cuba entra en lo que se conoce como el “Período
Especial”, es
decir, que la isla no pasaba, precisamente, por su mejor momento económico y
social. Y allí estaba Silvio Rodríguez para contarlo y cantarlo, para poner la
banda sonora a aquella Cuba a la que le tocaba, una vez más, reinventarse a
marchas forzadas sin perder nunca de vista el horizonte de la Revolución.
Hoy me
gustaría escribir especialmente sobre el primero de esos discos, el que el
cantautor cubano bautizó con su propio nombre de pila: Silvio.
Silvio fue grabado en la cuidad de La
Habana, entre los meses de junio de 1989 y julio de 1982, a intervalos de
tiempo, y fue producido por el propio Silvio, quien además compuso todas las
músicas y escribió todas las letras que se cantan en él y se encargó de todos
los sonidos que se pueden escuchar en sus 45 minutos y 31 segundos de duración.
El disco canción
a canción:
Compañera: Silvio comienza con una canción titulada “Compañera”, entre
cuyos versos se escucha: “La
canción es la amiga / que me arropa y después me desabriga. (…) La
canción es la ola / que me eleva y me hunde (…) La canción compañera, virginal
y ramera / la canción.” Una
canción que habla de canciones, de versos y poesía. Una manera perfecta de comenzar
un disco.
Trova de Edgardo: La
segunda canción del disco está dedicada al escritor Edgar Allan Poe, “aquel
señor fumador de amapolas, que era juglar” a quien Silvio había leído con
ahínco desde su niñez. La canción trata de la soledad del que crea y de sus
fantasmas interiores.
La desilusión: Esta
canción fue escrita en 1989 justo en el momento histórico en que el Muro se
venía abajo y la URSS colapsaba. Habla de todas las desilusiones, estas y
aquellas, las de aquí y las de allí, las públicas y las privadas, arremetiendo
contra ellas, porque la desilusión también es contrarrevolucionaria.
Y Mariana: Esta canción trata sobre
el inconformismo de los seres humanos, sobre la ambición y el deseo de tener
siempre más. “Los que
tienen nada quieren algo, / los que tienen algo quieren todavía más”, canta
Silvio en esta canción. Hasta Mariana, la amiga de Silvio a quien está dedicado
este tema, quiere algo más: Mariana quiere ser canción.
Abracadabra: Silvio escribe su propio
sortilegio contra la estupidez humana, contra la mala leche, contra las cosas
feas que rodean al ser humano.
Hombre: Una de las mejores y más
hermosas canciones compuestas por Silvio Rodríguez. Dedicada al Che en el
vigésimo aniversario de su asesinato. Emocionante y sencilla, con un final
épico. Como el Comandante Ernesto Guevara.
Monólogo: Narra la historia de un
actor que, en otros tiempos alcanzó la cima
y ahora no pasa por sus mejores días. Aviso a navegantes: la diosa Fama
es una puta que pasa en un suspiro.
El necio: Como ya hemos señalado,
en 1991, cuando fue compuesto este tema, la URSS se caía a cachos y lo más
sencillo era renegar del comunismo y de lo que había supuesto. Silvio, fiel a
sí mismo, hace su declaración de principios. “Yo quiero seguir jugando a lo
perdido / yo quiero ser a la zurda más que diestro (…) Yo me
muero como viví.”
La guitarra: Preciosa melodía para
envolver una letra en la que Silvio rememora sus años en el Servicio Militar
Obligatorio (el SMO) y por las noches agarraba su guitarra, pecosa y discreta, y buscaba sonidos e
inventaba melodías. Y es que la guitarra del joven soldado, es, sin duda, su
mejor fusil.
Quién fuera: Otra canción que trata
sobre las canciones, sobre los artistas, sobre la magia y el poder de la música,
sobre los ungüentos para el dolor del alma. Silvio rinde su particular homenaje
a algunos de sus héroes musicales: Lennon y McCartney, Chico Buarque, Sindo
Gray, Violeta Parra, etc. Desde un punto de vista musical, mi favorita de toda
la colección.
Juego que me regaló un seis de enero: Otra
canción que aborda el tema de las ilusiones perdidas, de las utopías que
sucumben, en un momento histórico en el que Cuba lo tenía bastante complicado.
Y a pesar de todo, Silvio se muestra inquebrantable en su fe: “ni la
hiel ni el desengaño / me dan razón de funeral.” Genio y figura.
Crisis: Cuenta Silvio que la melodía de
este tema instrumental, se le apareció en sueños, apoderándose, poco a poco, de
él. Casi, casi, como si de una sustancia opiácea se tratara. Sencillamente, el
punto final perfecto para un disco perfecto.