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martes, 14 de enero de 2014

La América herida de Germán Coppini



El pasado día 24 de diciembre moría en Madrid, víctima de un cáncer de hígado, Germán Coppini, el que fuera, durante la primera mitad de la década de los ochenta, cantante de grupos tan importantes como Siniestro Total o Golpes Bajos. Desde 1985, en que los cuatro miembros de Golpes Bajos decidieran seguir caminos separados, Germán Coppini había llevado una interesante carrera como cantante solista, con trabajos discográficos tan interesantes como El ladrón de Bagdad, Flechas Negras, Carabás o Las canciones del Limbo. En estos discos, Germán daba rienda suelta a su pasión por la música negra, desde el jazz, a los ritmos latinos, pasando por el soul o el blues. Al mismo tiempo, Coppini siguió participando en proyectos colectivos, como Los Anónimos, Los Cuatro Fantásticos o Lemuripop.
Germán Coppini siempre fue un artista comprometido con su tiempo y con la sociedad en que le había tocado vivir. Siempre llevó con orgullo su militancia en las ideas comunistas (militaba en el PCE marxista-leninista) e incluso llegó a ser candidato al Congreso de los Diputados por la coalición Federación Republicanos en las últimas elecciones generales. 
Y ha querido el destino (o la muerte, que para el caso viene a ser lo mismo) que el último trabajo en la larga y fructuosa carrera musical de Germán Coppini haya sido un disco de combate y compromiso grabado bajo el nombre artístico de Germán Coppini y los Voluntarios: América herida. 
América herida fue publicado en 2013, hace apenas unos meses, por la pequeña e interesantísima discográfica madrileña Lemuria Music, que dirige Pablo Lacárcel. Se trata de una preciosa edición en vinilo y cd, acompañada de un libreto de veinticuatro páginas que contiene  artículos escritos ad hoc por voces tan autorizadas como las de Carlos Tena, José Manuel Lechado, Gonzalo Romero o el propio Coppini; así como las letras de todas las canciones ilustras con unas magníficas fotos tomadas por Ricardo Ortazo, Guille Coppini y Chusmi.
En cuanto a la música, que después de todo es lo que realmente importa, decir que América herida es un trabajo de esos que con el paso del tiempo se vuelven indispensables. Un viaje a través de diecisiete canciones (quince más una versión en acústico y otra en directo de un tema propio, precisamente el que da nombre al disco), recorriendo el continente americano de sur a norte, desde la Argentina hasta los Estados Unidos, pasando por Uruguay, Chile, Brasil, Cuba, Nicaragua, México o los Estados Unidos.
Lo primero que sorprende al oyente al adentrarse en este territorio rebelde y combativo que es la América herida de Coppini es el sonido, potente y setentero, de las guitarras. Y es que, musicalmente, América herida es puro rocanrol. No en vano, el rocanrol nació como una música mestiza, música de arrabales, música hecha por gente que tenía que luchar para ganarse el pan y que iba dirigida a otra gente que estaba en su misma situación. Coppini se hizo acompañar en los surcos de esta América herida por la batería de Ginés Martínez, el bajo eléctrico y las guitarras acústicas de Armando Martínez y la guitarra eléctrica de Fernando Martín.
Y luego están las letras de las canciones. Quince temas tan vigentes a día de hoy, como cuando fueron escritas, algunas hace mucho más de medio siglo. Germán Coppini, como él  mismo reconocía en una entrevista concedida unos días antes de su muerte, trató de huir de los temas archiconocidosdel portentoso cancionero hispanoamericano, para adentrarse en los versos menos famosos, menos trillados, pero igual de estremecedores y emocionantes que aquellos otros.  De esta manera, en América herida encontramos canciones firmadas por Daniel Viglieti (Milonga para andar lejos), Amparo Ochoa (Mi abuelo), Carlos Mejía Godoy (Quincho Barrilete), Chico Buarque (Bastidores), Malvina Reynolds (Cajitas), Víctor Jara (Abre la ventana, Vamos por ancho camino) Violeta Parra ( Arauco tiene una pena, Corazón maldito) Atahualpa Yupanqui (El árbol que tú olvidaste) Pablo Milanés (Pobre del cantor), Carlos Puebla (Soy del pueblo) o Mario Benedetti (Cielito de los muchachos). Ahí es nada.
En estas canciones Germán canta como nunca lo había hecho, con una madurez y una pasión arrebatadoras, poniendo en ellas toda la sabiduría adquirida durante todos estos años, toda la emoción y sinceridad, porque estas canciones, amigos, hay que cantarlas desde el corazón, de lo contrario, su efecto se ve diluido como un azucarillo en un café.
Ha querido el destino que América herida fuera el último trabajo de un artista comprometido, un artista que pensaba que la palabra era la más potente arma de construcción masiva (Carlos Tena dixit) , un artista que tenía una fe absoluta en América Latina y en los movimientos surgidos durante los últimos años en aquel continente para quitarse de encima la bota imperialista que, desde el norte o desde Europa, los ha pisoteado históricamente; un artista que aparcó la pasividad y se puso manos a la obra; un artista para quien la poesía era capaz de mover el mundo. Un artista, en fin, esencial: Germán Coppini.   

sábado, 14 de septiembre de 2013

La complicada sencillez de Silvio Rodríguez



En 1990, Silvio Rodríguez volvió a tocar en la ciudad de Santiago de Chile, tras diecisiete años de ausencia. Fue la noche del 31 de marzo, ante ochenta mil personas que conocían todas y cada una de las canciones de Silvio, en el estadio Nacional de Chile, famoso lugar donde tantos inocentes fueron vejados, torturados y fusilados por las fuerzas reaccionarias tras el derrocamiento del Presidente Allende. De aquel concierto surgió un maravilloso triple disco en directo (dos cds), titulado, precisamente En Chile, y en el que el autor de Te doy una canción se hizo acompañar por el grupo de jazz Irakere, por el mítico pianista Chucho Valdez, así como por la cantante Isabel Parra y su grupo. Aquel disco, visto con el paso del tiempo, y tal vez, sin que ni siquiera el mismo Silvio fuese muy consciente de ello, venía a poner un punto y final a una etapa en la música del cantautor cubano, una etapa que había comenzado, más o menos, con la publicación de Unicornio, en 1982 y que se caracterizó, precisamente por el deseo de experimentación, de ampliación de horizontes musicales, por la participación de orquestas, de grupos de jazz, de músicos provenientes de otras latitudes o, simplemente, de otras sensibilidades estéticas.
Así que, tras la publicación de En Chile, Silvio decide que es hora de regresar a los orígenes,  porque lo que ahora le pide el cuerpo es olvidarse de las mega-orquestas, de los grupos de jazz, de los arreglos barrocos, en definitiva, lo que más anhela es alejarse de la experimentación musical que ha marcado su trabajo en los últimos años. Lo que más desea el cantautor cubano en 1991 es volver a colgarse la guitarra de palo y cantar sus versos a los cuatro vientos, seguir el camino que ya otros, en el pasado, habían transitado. Gente como el chileno Víctor Jara, como el español Paco Ibáñez, como el cantautor comunista estadounidense Woody Guthrie, o como un jovencísimo Bob Dylan en las calles del Greenwich Village neoyorquino.
Y de esta manera nace la trilogía que tomará su nombre y apellidos: Silvio Rodríguez Domínguez.   
En la modesta opinión de quien esto escribe, esta trilogía es, sencillamente, perfecta. Tres maravillas. Tres obras de arte soberbias. Tres discos que reflejan a la perfección el momento histórico en el que han sido creados. No podemos olvidar que en aquellos años había caído el Muro de Berlín, la URSS se viene abajo y Cuba entra en lo que se conoce como el Período Especial, es decir, que la isla no pasaba, precisamente, por su mejor momento económico y social. Y allí estaba Silvio Rodríguez para contarlo y cantarlo, para poner la banda sonora a aquella Cuba a la que le tocaba, una vez más, reinventarse a marchas forzadas sin perder nunca de vista el horizonte de la Revolución.
Hoy me gustaría escribir especialmente sobre el primero de esos discos, el que el cantautor cubano bautizó con su propio nombre de pila: Silvio.
Silvio fue grabado en la cuidad de La Habana, entre los meses de junio de 1989 y julio de 1982, a intervalos de tiempo, y fue producido por el propio Silvio, quien además compuso todas las músicas y escribió todas las letras que se cantan en él y se encargó de todos los sonidos que se pueden escuchar en sus 45 minutos y 31 segundos de duración.  
El disco canción a canción:
Compañera: Silvio comienza con una canción titulada Compañera, entre cuyos versos se escucha: La canción es la amiga / que me arropa y después me desabriga. () La canción es la ola / que me eleva y me hunde () La canción compañera, virginal y ramera / la canción. Una canción que habla de canciones, de versos y poesía. Una manera perfecta de comenzar un disco. 
Trova de Edgardo: La segunda canción del disco está dedicada al escritor Edgar Allan Poe, aquel señor fumador de amapolas, que era juglar a quien Silvio había leído con ahínco desde su niñez. La canción trata de la soledad del que crea y de sus fantasmas interiores.
La desilusión: Esta canción fue escrita en 1989 justo en el momento histórico en que el Muro se venía abajo y la URSS colapsaba. Habla de todas las desilusiones, estas y aquellas, las de aquí y las de allí, las públicas y las privadas, arremetiendo contra ellas, porque la desilusión también es contrarrevolucionaria. 
Y Mariana: Esta canción trata sobre el inconformismo de los seres humanos, sobre la ambición y el deseo de tener siempre más. Los que tienen nada quieren algo, / los que tienen algo quieren todavía más, canta Silvio en esta canción. Hasta Mariana, la amiga de Silvio a quien está dedicado este tema, quiere algo más: Mariana quiere ser canción.
Abracadabra: Silvio escribe su propio sortilegio contra la estupidez humana, contra la mala leche, contra las cosas feas que rodean al ser humano.
Hombre: Una de las mejores y más hermosas canciones compuestas por Silvio Rodríguez. Dedicada al Che en el vigésimo aniversario de su asesinato. Emocionante y sencilla, con un final épico. Como el Comandante Ernesto Guevara.
Monólogo: Narra la historia de un actor que, en otros tiempos alcanzó la cima  y ahora no pasa por sus mejores días. Aviso a navegantes: la diosa Fama es una puta que pasa en un suspiro.
El necio: Como ya hemos señalado, en 1991, cuando fue compuesto este tema, la URSS se caía a cachos y lo más sencillo era renegar del comunismo y de lo que había supuesto. Silvio, fiel a sí mismo, hace su declaración de principios. Yo quiero seguir jugando a lo perdido / yo quiero ser a la zurda más que diestro () Yo me muero como viví.
La guitarra: Preciosa melodía para envolver una letra en la que Silvio rememora sus años en el Servicio Militar Obligatorio (el SMO) y por las noches agarraba su guitarra, pecosa y discreta, y buscaba sonidos e inventaba melodías. Y es que la guitarra del joven soldado, es, sin duda, su mejor fusil.
Quién fuera: Otra canción que trata sobre las canciones, sobre los artistas, sobre la magia y el poder de la música, sobre los ungüentos para el dolor del alma. Silvio rinde su particular homenaje a algunos de sus héroes musicales: Lennon y McCartney, Chico Buarque, Sindo Gray, Violeta Parra, etc. Desde un punto de vista musical, mi favorita de toda la colección.
Juego que me regaló un seis de enero: Otra canción que aborda el tema de las ilusiones perdidas, de las utopías que sucumben, en un momento histórico en el que Cuba lo tenía bastante complicado. Y a pesar de todo, Silvio se muestra inquebrantable en su fe: ni la hiel ni el desengaño / me dan razón de funeral. Genio y figura. 
Crisis: Cuenta Silvio que la melodía de este tema instrumental, se le apareció en sueños, apoderándose, poco a poco, de él. Casi, casi, como si de una sustancia opiácea se tratara. Sencillamente, el punto final perfecto para un disco perfecto.

jueves, 1 de agosto de 2013

Los ladridos poéticos de Javier Corcobado



El próximo día 7 de agosto, a las diez de la noche, el músico y escritor Javier Pérez Corcobado (Frankfurt, 1963), simplemente Corcobado para el mundo de la música, estará tocando en el Auditorio de la Villa de Salobreña, presentando su último disco, el ep Te estoy queriendo tanto, que es la continuación de su disco Luna que se quiebra sobre la tiniebla de mi soledad, un cd publicado en 2011 en el que realizaba once versiones — desde Spacemen3 hasta José Alfredo Jiménez, pasando por Caetano Veloso, Serge Gainsbourg o Manuel Alejandro— de diferentes temas, de los que han supuesto una influencia importante en la carrera de uno de los músicos más potentes de cuantos recorren los escenarios españoles. Aprovecho para advertirte: si ese día estás cerca de Salobreña, no desaproveches la ocasión de asistir a un concierto de Javier Corcobado. Ya te advierto que merece la pena ver una de sus actuaciones.  
Pero hoy no voy a hablar de la faceta musical de Corcobado. De lo que realmente quiero hablar es de su carrera poética, una cara del músico menos conocida para la mayoría de la gente, o al menos, no conocida de la misma manera en que se conocen sus discos, sus canciones y sus proyectos musicales.
Y es que el músico madrileño ya tiene a sus espaldas una importante bibliografía, sobre todo, en cuanto a obra poética se refiere. Pero vamos por partes. La obra literaria de Corcobado abarca la prosa y la poesía. Como prosista ha publicado una novela, y algunos relatos en revistas especializadas. Su única novela hasta la fecha es El amor no está en el tiempo, que fue publicada en el año 2005, por la editorial salmantina Tropismos. La novela narra la historia de una familia bastante atípica, en diferentes épocas de sus vidas. Se trata, para mi gusto, de una historia demasiado ambiciosa, que no acaba de cuajar, aunque es recomendable, sobre todo, si la comparamos con la mayoría de bazofias que se publican a diario, y pasan por ser obras de calidad. El estilo de Javier Corcobado como novelista, directo y claro, se puede inscribir en la línea de los narradores españoles de los años cincuenta, gente como Luis Martín Santos, Ignacio Aldecoa, Juan Benet, etc., escritores por los que Corcobado nunca ha ocultado su admiración, sobre todo por el autor de Tiempo de silencio, una de las obras de cabecera de Corcobado.
La obra poética de Corcobado ya es otro cantar, tanto en cantidad como en calidad. Ha publicado, hasta el momento, Chatarra de sangre y cielo (Ediciones Libertarias, 1990), El sudor de la pistola 13 (Ediciones Libertarias, 1996), Yo quisiera ser un perro, Poesía completa 1997-2007 (Ediciones El gaviero, 2007), una preciosa antología que recopilaba los dos primeros poemarios, así como tres libros más de poemas que nunca llegaron a ver la luz como obra editada, Edad sol (1996), Perpetuo viaje sin hogar (2002) y Poemas de Almería (2007). Su último libro de poemas hasta la fecha es Cartas a una revista pornográfica viuda (Arrebato libros, 2009).
Cuando leo la poesía de Javier Corcobado, se me vienen muchos nombres  a la cabeza —como ocurre con casi todo el mundo, por otra parte—, nombres como los de Charles Bukowski, Antonin Artaud, Leopoldo María Panero, Fayad Jamis, Charles Baudelaire, así como imágenes que permanecen dormidas en el subconsciente, como si de una película de Buñuel se tratase. El universo poético corcobadiano, como ocurre con el musical, está repleto de dolor, de muerte, de violencia, de drogas y alcohol, de pañuelos de papel manchados de semen y otros fluidos corporales, pero también hay en él espacio para el amor, amor bestial pero también amor de tonalidades más o menos suaves y hermosas, o al menos, todo lo convencionalmente suaves y hermosas que pueden ser tratándose del tipo que instauró el ruidismo en el rock de este país.
Para quien no lo conozca en su faceta como poeta, diremos que al Corcobado poeta le gusta transitar por caminos oscuros e intrincados, caminos incómodos y experimentales, caminos rebosantes de transgresión, caminos de desolación y ferocidad, porque para él, creo yo, la vida sin riesgo, no merece la pena ser vivida. Y la poesía, como ocurre con la vida, sin riesgo, sin terror, sin dolor, sin libertad para hacer lo que a uno le plazca, en definitiva, se vuelve blandengue, viscosa, acomodaticia, y eso, me consta, no le debe gustar nada a Javier Corcobado.
De cualquier manera, si alguno de estos poemarios cae, casualmente, en tus manos, no lo dejes pasar de largo. Ábrelo y zambúllete de lleno en sus páginas, en sus versos hirientes y sus metáforas sorprendentes. Seguro que no te deja indiferente. Ya es mucho más de lo que se puede decir de la mayoría de la poesía y de los poetas contemporáneos. Y eso no está nada mal.