Hay poetas que jamás verán su
nombre escrito en el Babelia ni en ningún otro suplemento literario del establishment. Hay poetas que nunca
optarán al Premio Loewe o al Premio de la Crítica o a cualquier otro premio
poético de esos que apestan a enchufismo (ni falta que hace). Hay poetas que,
aunque vivan ciento quince años, en su vida van a conseguir una beca de tal o
cual fundación. Hay poetas que no buscan las palmaditas en la espalda. Hay
poetas que pasan olímpicamente de los mamoneos institucionales. Hay poetas a
los que se las trae floja el Babelia y el Premio Loewe y las becas y las
instituciones y las palmaditas en la espalda y los mamoneos institucionales de
todo tipo. No nos engañemos. No es que haya muchos poetas así, pero haberlos, los
hay.
Yo conozco a uno de ellos. Se
llama Juan Gabriel Jiménez Cebrián.
Hay poetas que escriben sus
poemas desde la honestidad más radical. Hay poetas que se entregan por completo
en cada uno de sus versos. Hay poetas que hacen de la brevedad, de la
sinceridad, de la sencillez, su bandera. Hay poetas que miran a su alrededor
con la mirada de un niño, pero eso sí, de un niño muy inteligente, muy sensible
y muy libre. Hay poetas que hacen poesía hasta cuando van a cagar. Hay poetas
que pasan de lo políticamente correcto, de lo estéticamente correcto, de lo
poéticamente correcto. No nos engañemos. No es que haya muchos poetas así, pero
haberlos, los hay.
Yo conozco a uno de ellos. Se
llama Juan Gabriel Jiménez Cebrián.
Hay libros de poemas que caen en
tus manos y cuando los lees te provocan un seísmo por ahí dentro. Hay libros de
poemas que son pequeños tesoros llenos de palabras mágicas. Hay libros de
poemas que hacen que te preguntes “¿y por qué coño no se me ha ocurrido a mí este
verso? Hay libros de poemas que te hacen pensar, que te hacen reír, que te
hacen sentirte mucho mejor de lo que sueles estar, que te hacen querer llegar
al último verso para volver al principio y empezar otra vez, y llegar al final y
volver a empezar otra vez, y así una y otra vez. Hay libros de poemas cargados
de sinceridad, de pureza, de fuerza, de integridad. Hay libros de poemas en los
que la belleza campa a sus anchas. Hay libros de poemas en los que las cosas
que de verdad importan son el fuego del hogar, una tarde de lluvia, un pequeño
ratón de campo, una brizna de hierba veraniega, un árbol gigante, una mirada
furtiva o la luna en cuarto menguante. Hay libros de poemas herederos de la
poesía inmortal de Whitman, de Issa, de Thoreau.
No nos engañemos. No es que haya muchos libros de poemas así, pero haberlos, los
hay.
Yo acabo de leer uno de estos
libros. Se titula Naturalezas vivas. Y es el primer poemario que publica el poeta
extremeño Juan Gabriel Jiménez Cebrián, Juangra, editado hace apenas unas
semanas por la pequeña editorial onubense Crecida.
Hay libros de poemas que no se
pueden comprar en el Corte Inglés. Hay libros de poemas que no serán jamás el
número uno de la lista de ventas. Pero también hay libros de poemas que se
salen de lo manido, que son un soplo de aire fresco dentro del manoseado mundo
de la poesía española contemporánea. Hay libros de poemas tan libres que parece
mentira que existan. Hay libros de poemas que son un regalo para los sentidos. Hay
libros de poemas que todo lector de poesía debería de leer. Hay libros de
poemas muy, muy buenos. Tan buenos que dan envidia (sana).
Yo acabo de leer uno de estos
libros de poemas. Es un libro sorprendente, con poemas breves, intensos, asombrosos,
alegres, plenos. Se titula Naturalezas
vivas. Y lo ha escrito Juan Gabriel Jiménez Cebrián. Toma nota y búscalo
por ahí. Tanta belleza no puede ser sólo patrimonio de unos pocos afortunados.