Estrems, Solé, Mirlo, Matito, García Verdugo, Endériz, Zumalabe; Macario, Benítez, Martínez, Aramendi y Morollón...Temporada 1960-1961, creo, ¿cuántos años dices que tenías, pequeño? No eras futbolero y si pisaste el viejo Zorrilla fue ocasionalmente, allá cuando venía el Osasuna y un compañero de tu padre te llevaba con él y con su hijo a ver el partido contra los rojillos. ¿Entender? Nunca entendiste, ni ese ni ningún deporte; quiero decir, que no has conocido las reglas ni a medias ni a fondo. Fuiste mal alumno. ¿Jugar? Naturalmente, pero a lo loco, nada de ser de los mejores de la clase en el equipo y si te podías zafar lo hacías, sin mayor problema. En los recreos siempre preferiste los juegos dialécticos o de simular aventuras, y además se imponía una fuerza mayor: los más grandes o los más bestias, solían ser los mismos, daban unas patadas y unos balonazos que se te quitaban la ganas. Claro que ya entonces cundía algo de amor propio y si no contaban contigo a veces no te gustaba. Así que tampoco eras un chico de conversación deportiva los lunes y menos de euforia o tristeza por triunfos o derrotas; sabías cómo habían quedado algunos partidos, para no estar al margen, y para de contar. Eso sí, ¿recuerdas el juego de las chapas? Las gaseosas y cervezas ya se cerraban entonces con una chapa, creo que de mejor material que las actuales. Por una parte servían para coleccionar las marcas, pero por otra las utilizabais para eso, para el juego de las chapas. En el envés, su interior, vaya, se ponía la foto de un jugador de tu preferencia o de un ciclista, se bordeaba con cera para que no escaparan -los chicos más lujosos o mañosos, o ambos caracteres, aunque acaso se lo hicieran sus hermanos mayores, ponían un cristal incluso- y hala, a darle al corazón y al pulgar, al unísono, para que avanzaran por una línea de la que convenía no salirse. ¿Sería parte del ordenamiento moral de la época eso de ir por el recto camino incluso en un juego? Alguno se preguntará: pero ¿te acuerdas de los nombres del equipo? Pues no sé, pero lo más divertido era cuando ibas a la peluquería: cada veinte o treinta días máximo te mandaban a poner la testa ante el peluquero, no como ahora, que pareces un bohemio en tiempos de ausencia de bohemia. Un corte de pelo, entre espera, trabajo del artista de las tijeras e interrupciones para desatar la pasión del fútbol, podía llevarte fácilmente una hora u hora y media. La barbería atestada, atención por orden de caída, aguante a los adultos del sexo masculino con el tema del partido anterior o próximo de la semana. Y ya digo, entre el olor a Floïd, el del jabón de afeitar y los sudores del personal, aquello era un ambiente más propio de la España eterna que no acababa de deseternizarse. Tú callado, aguantando estoicamente, mirando a las musarañas o divertido porque el peluquero dejaba de lado tu rapado y se encaraba con un disidente de sus teorías conspiratorias sobre la buena o la mala marcha del equipo. Aquellos nombres de los jugadores duros de entonces se repetían una y otra vez como objeto de ensalzamiento o crítica, y hay que ver lo que saben los hinchas de fútbol, pensabas. Y cómo arreglan al equipo como quien arregla España, que se decía mucho entonces. Memorias, memorias, memorias. Sin el poderoso recuerdo de aquellos pases obligados por la peluquería para salir casi al dos y con flequillo ¿qué hubiera dicho yo de fútbol?
(Foto del Real Valladolid en mis tiernos años de infancia)