28 de febrero de 2015

La doble identidad (parte XXVI)

Sin embargo en el taller de los miércoles de Gallo, comenzaron a surgir más escritos...

Silencios
Tu silencio anticipado; desgarrador. Porque mucho más duele la distancia y el tiempo. Es difícil que lo ignores, que no lo sepas ver.
El silencio entre muros me habita. No logro aliarme a él. Imanta. Invade. Interpela. No deja ser. Busco. No encuentro. Lo intento. Fracaso.
El bullicio interno es más poderoso aún...
El tiempo corre veloz y eterno en el instante en que te nombro,
y aunque la ansiedad arremete silenciosa, elijo tus ojos; mirarme en ellos.
Preciso tus manos, que me toman tenues, cuando nuestros cuerpos hablan y danzan el misterio de la creación.
Los silencios tácitos. Débiles. Los adioses sin fin. Los que impiden poner el punto final continuando vivos en el momento presente. Vivos y fuertes.
Cuánto menos duelen las palabras, aunque perforen el alma, pero no dejan lugar al vacío constante.
Cuánto hubiese necesitado tu voz antes del fin.

De mentiras y verdades
Y te miento. Lo callo. No te cuento mi verdad, que quizás no ignores...
Hago como que nada ocurre, y el abismo se aligera. Sin embargo hay una tensa calma.
Porque no, no podrías soportar que te quieran. Lo dejaste más que claro desde siempre. Entonces juego tu juego por miedo a perderte, a no compartir siquiera los ratos que me das, y que yo acepto porque casi desde el comienzo fue así y no me siento con derecho a cambiarlo, ni tampoco saldría airosa.
¿Te importaría saber que para mí da igual? que son tus manos que sostienen y abrazan, y que no quiero perder.
Tu mirada... Adoro que tus ojos sonrían, y que tus brazos me llenen de vos, que no tenga que explicarte nada porque lo sabés todo. Porque si te dijese que sos mucho más importante que lo que ya sabés, te alejarías de prisa. Es tu límite, no el mío. Pero sí es, el que has escrito para ambos.
Juntos converge el universo. Juntos el cielo está más cerca, y el cotidiano es magia.

Y comencé a intuir Montevideo...

Amada Montevideo
Siento que me esperás, que sabés de mi amor por vos; incondicional. No podés ignorarlo. 
De los recuerdos imborrables, porque te llevo conmigo a todas partes, y me siento más de allá que de acá...
Es tu luz anaranjada, tu andar calmo, la sal en el aire.Tu magia.
Cada mañana te miro desde esta orilla, a modo de ritual y anhelo que sea pronto, muy pronto el reencuentro.
Tanto te quise, que aquella vez no importó el fin y pude sostenerme en pie a pesar del dolor. No solo sostenerme, sino sentirme plena. La calle Rincón sabe de adioses. Tácitos.
Tanto te quiero, que anhelo ese viaje, casi como nada más preciado en este instante mismo.
Quiero que me veas bien, como me vienen diciendo tantos.
Me hablaron de auras blancas y mucha luz.
Sin embargo ya no vendría llena de libros de tu Tristán, pero no me perdería tu café con leche de La Calesita, ni el salmón con caipiroshka en Hemingway, sí caminaría la Rambla hasta llegar a Che Montevideo, y no dejaría de llevarte liliums naranjas, maestro Benedetti, ni de sentarme en la mesa de tu bar.
También conocí tu Ronda, donde aún tu voz está viva, Darno. Tan viva como me sentía yo el día que llegué hasta el lugar donde descansás, a alcanzarte unas flores y una carta. A hablar con vos.
Quiero caminar la 18 de Julio y perderme en tus calles, mi amada Montevideo. Deseo verte y pronto. Ojalá fuese antes de mi próximo aniversario, y de tu mano, Anto, amiga del alma.

De fortalezas y debilidades
Cuesta tantas veces estar. Cuesta ser. Cuando los minutos se multiplican infinitos y el tiempo se vuelve un abismo difícil de abordar.
Cuesta no estar con vos. Cuesta tanto...
Cuesta tenerte lejos y extrañarte.
Cuesta la subida en pendiente, desde que los tiempos abandonaron la meta clara, el andar calmo, pausado, feliz.
Cuesta también sonreír ante la vicisitud.
Cuesta creerte; hoy. Nunca será igual.
Y soy fuerte ante la adversidad.
Resistir, de eso se trata.
Me obligo, lo logro, lo alcanzo. Llego.
Y me gustan los desafíos aunque les tema.
Me puede una mirada triste, una disculpa a tiempo. No me es complicado perdonar.
Lo he hecho una y mil veces, como si el tiempo sobrase. Como si siempre se pudiesen conceder nuevas oportunidades.
Y sé escuchar. Escucharte.
Y recuerdo. Te recuerdo. 

Un aleph en la montaña
Es un círculo, una esfera, un punto donde convergen todos los puntos del planeta. 
La mente se aclara, los alrededores se desvanecen y miro fijo esa orbe en la montaña. Desde el lago, desde la orilla...
Y volvés vos, y me decís que no es cierto. Me pedís perdón por haberme visto llorar tanto.
Y yo estoy como siempre, viviendo mi Sur, y aún no te ha tocado partir Aless, y puedo ver el otoño compartido. Las charlas no son por escrito. Te tengo frente a frente.
Claudio vive. Todavía su corazón está sano.
Voy y vengo en milésimas de segundos. Mi casa lavanda me espera, pero ahora también es esa y es otra que aún no conozco. Queda muy cerca de aquí.
Puedo ver pasado, presente y futuro. Nuestros días en Cariló, y el mañana que se adentraba. Leer aquella carta. Flotar en las sales del Este.
Aún no ha habido encierros, ni asfixias, ni dolores que calmar.
Los otoños son rojos, ocres y anaranjados, esperan la nieve. Sin embargo es primavera.
Los demás cerros no tienen tu magia. Debo mirar muy fijo el círculo que gira sin cesar mostrándome mis primeros pasos, los años que siguieron. También hay música, parece ser griega, y se cuelan imágenes de otros tiempos, pero es hoy. Y soy yo que estoy ahí y en la esfera; girando...
Y te abrazo, papá. Por fin te abrazo. Y volvés a decirme que estamos todos en un mismo plano, que es cuestión de saber ver. Jorgito está con vos, y los siento muy cercanos. Han saldado cuentas. Le pregunté por la nona, no me supo contestar...
Conservan la imagen de siempre. No han envejecido.
Claro papá, ahí no hay tiempos.
De pronto un atardecer violeta todo lo cubre, es hora de regresar. El punto se fuga, girando.

De soledades
Es estar con vos y sentir sin embargo la distancia. Con vos, y con vos también. 
Experimentar la unidad; esta unidad que aleja y convierte todo en un laberinto sinfín, a transitar; solos. 
Porque estamos en soledad y lo estaremos siempre en el transcurso de este viaje, a pesar de las compañías transitorias.
Estamos solos, y a veces se siente más.
Cuando las horas se multiplican en milésimas de segundos infinitos, cuando el estar siendo pesa y la mente no puede parar, no se detiene, avanza y retrocede, y busca y no encuentra, y toma un mantra que repite sin cesar, buscando...
Es estar con vos, con todos, y sentirlos lejos. Y querer explicarles y ya no saber cómo, porque no solo es soledad, es vacío. Un vacío inconmensurable que hace dudar de la integridad del ser.
Y busco planear los tiempos y así, muchas veces, el nudo se esfuma, pero no lo suficiente como para olvidar los huecos.
Planificar sola y estar conmigo misma, e intentar convertirme en mi mejor y única compañía.
Busco completarme. Como era antes. Cuando todo esto no ocurría, y me desplazaba por el mundo; libre. Disfrutando de cada minuto elegido, de cada lugar.
Que ceda. Que se asiente. Que ocurra.
Que el recorrido de otras tierras sea anhelo y paz.
Que los recuerdos no atormenten ni se manifiesten; incipientes.

De aromas
Se siente en el aire. Estás llegando a mí.
Se acerca y sostiene en sus manos la esperanza de un tiempo mejor.
El amancay resurge entre la nieve y las lavandas perfuman las calles y senderos de montaña. Porque sos montaña y sos pueblo. Mi pueblo. El lugar donde sin melancolía querría terminar mis días, ya que antes no pudo ser, a pesar de los intentos. Todos fallidos. Como si siempre hubiese sido tarde. Como si nunca el momento hubiera sido el indicado.
Un sol muy rojo anuncia el final de un nuevo día, y la tarde fresca preludia una noche de luna llena.
Elijo caminar, caminarte. Elijo recorrer, descender esos kilómetros respirando, oliendo, transmutando.
Cada día que pasa te siento más mío. No sé si alguien te habrá querido así alguna vez, a pesar de haberte elegido, y se jugaron por vos a tiempo.
Y casi que una vez fue, y estaba todo dado, pero la suerte no lo quiso, o quizás yo no me atreví o no era el momento; otra vez.
Sin embargo las lavandas me acompañan, los liliums naranjas se parecen a tus amancay, y me traslado entonces a tu tierra. Mi tierra.

De búsquedas
Respiro. Busco. No encuentro. 
Y sin embargo, tiene que salir, enfocarse en un camino, tomar partido; ser.
Precisa un rumbo; letras. Letras que unidas digan, tengan ritmo y canción, que expresen el adentro, que escupan hacia afuera la madeja, el nudo.
Podría hablar del escozor, desde que sé cuál será el día.
De mañana... Del hoy que resulta infinito e intransitable. De la casa que no termino de habitar.
De las fuerzas que necesito para llevar a cabo todo lo planeado. Sí, fuerzas y ganas. Que no cesen las ganas de todo. De todo lo emprendido.
Que haya resultados, que se expanda. 
Que el trazo continúe y diciendo expulse. Necesita ser expulsado y leído.
Que lo que aún parece lejano e imposible se acerque, se aproxime, se deje tocar y dar forma. Que permita que lo viva. Que lo goce. Que sea verdad y no simple anhelo.

Renacimiento
Renazco y te vuelvo a elegir.
Renazco. Todo está por darse.
Es la oportunidad de cancelar pasados inconclusos, de no cometer los mismos errores, de no pasar por las mismas falencias.
Renazco y soy en vos y vos en mí, y no me arrepiento, pero cargo con el recuerdo de todo aquello que no pudo ser o fue desacierto.
Elijo tu compañía y acepto tu propuesta, con los mismos riesgos, aún sabiendo que Aylin no vendrá jamás. Que solo sería un sueño temprano de los dos. Que partirías tan pronto.
Quizás sería menos confiada, pero ignoro si saldrá bien... 
Cargo con suma de recuerdos en mis espaldas. No puedo decir nada, lo elegí así.
Mi lugar en el mundo vuelve a ser el mismo de antes y decido recorrer y recorrerte en soledad, con mi mejor compañía: yo misma.
El sol es mi aliado. Él me guía por los senderos del bosque de mi Sur; la Puntilla de Quila Quina. Así será.
Me animo a vos, y no cargo con la pena de años, de no haberte mirado a los ojos y dicho la verdad, más que a través de aquella poco cobarde carta.
Intentaré tantas otras cosas que antes no supe, no pude...

Esperas
"A Rossina le molestan más las esperas que la no compañía". 
Y fue así que descubrimos que tenía que volver. Descubrí. 
La pausa no era más que un espantosísimo letargo de espera, que no conducía a ninguna parte.
Y volví, con todos los miedos juntos pero volví, y ya pasó un calendario completo, y el reto es diario.
Lo descubrimos después de mi tarde con él, al que debía esperar para el encuentro de poesía. Y el tiempo, por error, decidí pasarlo en casa, solo esperando el momento. Vaticinando una y mil veces cómo sería el encuentro. Y no había querido bastones, y estaba siendo un calvario.
Y lo mismo pasa con vos. Sí, con él, el de siempre. Que cada espera es un infinito múltiplo de segundos agitados y veloces, y cuesta estar aunque sea lo más preciado.
Y el predominio del escozor por sobre la alegría del encuentro. 
Y juego en desventaja. Siempre.

Espejos
Se piensan que ya no duele, que la herida no dejó cicatriz. Que tantas lejanías y displaceres cesaron hasta el olvido. Pero retornan, duelen sus marcas, las que acompañarán para siempre, aunque aprenda a convivir con ellas.
Y quedaron los miedos de volver atrás. Tanta nada. Tantos no a todo lo que se presentaba, a cuanta sugerencia hubiese...
Y me ven distinta, con el largo laberinto ya recorrido, aunque no cese de pensar si habrá algún recoveco, algún giro, donde me quede detenida, o lo que sería mucho peor aún, regresando al anterior estado. Una vez más.
Cuesta lo que todavía cuesta; la soledad. Las horas conmigo misma donde el repiqueteo de palabras invade y no es simple aquietar la mente.

27 de febrero de 2015

La doble identidad (parte XXV)

En octubre de este año comencé a escribir más extenso como todos me sugerían.
Hasta entonces no había logrado hacerlo, solo podía expresarme en prosa poética.
Había pasado casi un año únicamente trabajando y yendo después para la casa de mi madre, excepto los días que nos reuníamos con el grupo de la Iglesia de Loreto
Allí aparecieron en mi vida Helen y Luis. Al resto del grupo ya lo conocía por ir a los encuentros de San Martín de Tours: Andrés, Ale, Santiago. 
Santy se convirtió en mi fiel compañero de caminatas por Palermo. Hacíamos diez kilómetros, tres veces por semana, y el premio era siempre una bondiola o un lomito cumplida la meta.
Yo concurría para entonces al Hospital de día de la Clínica Las Heras, eran solo cuatro horas pero las suficientes para sentirme encerrada nuevamente y al mismo tiempo, un modo de tener las tardes ocupadas. 
Creo que todos los que estábamos ahí íbamos por lo mismo. Si no, no sabíamos cómo completar nuestras horas. Era un común denominador.
Los viernes nos preguntaban religiosamente ¿Planes?, ¿Qué piensan hacer el fin de semana?
Nadie tenía plan. Estábamos todos sumergidos en un gran tedio, y odiábamos el interrogatorio. 
Por la ventana de Gallo, esa era la calle del lugar, se veía una escuela donde el año anterior había hecho prácticas. No podía superar la desilusión, el haberme perdido en el camino... 
Un día se lo comenté a una de las psicólogas y me dijo:
-Pero eso va a volver, lo vas a poder volver a hacer.
-No, eso no va a pasar, porque yo ya dejé la carrera con el cincuenta por ciento de las materias aprobadas y este año no pude cursar. Tuve que irme. Desistir de mi sueño. No puedo concentrarme en ningún libro - le respondí. 
-Bueno otro día lo hablamos - me dijo, y cerró la conversación. Nunca más la retomó.
Yo tomé la decisión de dejar la carrera, aconsejada por el Director del lugar en la entrevista de admisión. Me vio con un libro de Friedrich Schiller y me dijo que era mucho para el momento que yo estaba transitando, que luego podría hacerlo, que me daba su palabra de caballero, que habría tiempo. Yo insistía en que no y comencé a llorar, y no cesé siquiera mientras caminaba por la Avenida Córdoba
Solo el día de la muerte de Claudio, recuerdo haber llorado tanto, caminando casi en zig-zag, sin que me importasen los testigos.
Por supuesto lo único que me interesaba era el Taller Literario. Mis compañeros estaban fascinados con mis escritos, creo que fue en medio de todo lo malo que al menos volví a escribir un relato cada día miércoles, y también me atrevía a leerlos delante de todos, a pesar de lo crudo e íntimo de los contenidos.
Tampoco tenía mi letra de siempre. Algunos de los medicamentos me traían muchos temblores. Me costaba mucho mantener el pulso, uno de mis mayores traumas, porque cuanto más lo percibía, más se incrementaba. 
Al principio me entusiasmé con las clases de gimnasia y yoga. Eran también los días miércoles. Se convirtió en mi día favorito.
Pero también temblaba mucho mi cuerpo y era muy difícil mantener las posiciones. Me ponía más mal que bien.
Gallo debo haber dejado de ir paulatinamente cuando volví a trabajar, al principio por pocas horas, y luego por el horario completo. 
Solo extrañé a Daniel, con quien manteníamos largas charlas. Nunca más volví a saber de él. No tengo cómo...
Teníamos historias paralelas. No solo habíamos estado internados en el mismo lugar y compartíamos la misma psicóloga, sino que los dos habíamos vivido el suicidio de un hermano.


25 de febrero de 2015

La doble identidad (parte XXIV)

Cuando por fin tuve mi alta, el diecisiete de enero de 2013, me asignaron tanto una psiquiatra como una psicóloga. Con ambas se inició un buen vínculo. Sobre todo con la psiquiatra, con Silvia, a la que le debo mucho, a pesar de que ninguna de las mezclas de medicación que intentó surtieron efecto. Sé que lo hizo todo y más. Durante un año y medio le di la oportunidad a ella de que me sacase adelante, pero cada vez estaba peor.
Al poco tiempo pedí cambio de psicóloga. Nunca me atendía más de quince minutos.
Después llegó Débora, designada por el coordinador de la zona de Belgrano, el mismo que me impidió que Nicolás volviese a ser mi médico tratante. 
Yo sentía que ahorraríamos tiempos, que él ya me conocía lo suficiente, que había logrado retirarme la medicación en el tratamiento anterior y que yo volviese luego de tanto duelo, de tanto pesar, a estar viva. Sin embargo, la coordinación no lo autorizó.
Mi cuarta terapeuta es Claudia. La que más hincapié ha hecho en que retomase la escritura, tal vez porque yo misma en mi discurso lo haya dicho ...
Voy cada lunes a las cuatro de la tarde desde hace un año. Vivió la transición de psiquiatras, creo que en un principio no estuvo de acuerdo.
Desde hace bastantes sesiones, al menos desde que empezaron a surgir escritos extensos, yo voy, leo y analizamos sobre lo escrito. 
He perdido un poco el miedo a estar sola en casa, y creo que las primeras veces que logré hacerlo fue al salir de una consulta con ella, que le resta importancia al hecho.
Le digo que me da miedo dedicarme solo a escribir, que no han aparecido otras pasiones...
Helen, mi entrenadora insiste en que sí: ver amigos, hacer gimnasia y por qué no escribir, hasta que salga todo lo que llevo dentro. Sin embargo, solo yo sé de esos vacíos que inundan y aceleran cuando no hay qué hacer. Necesito llenar todos mis tiempos. Odio la televisión. Tuve una larga etapa de películas compartidas con mi amiga Antonella, pero ya no. 
En la lectura no siempre me concentro. 
Mis placeres son los que enumera Helen...
Esperar el turno de las cuatro, desde las catorce horas que llego a Belgrano para ver a Claudia, era un suplicio. Sin embargo, nunca pudo cambiarme el horario.
Siempre el temor al vacío...
Hubo etapas en las que llegué a ir caminando. Estimo que son casi setenta cuadras.
Afortunadamente un poco desde los ejercicios del taller de Mechi del Hospital de día, y otro poco desde que me decidí a ir a "Casa Valle", las consignas han ayudado muchísimo, porque muchas veces ignoro sobre qué escribir y entonces direccionan.
Este fue el primer texto que le llevé a Claudia después de su insistencia y mi negativa. Yo afirmaba que no iba a poder.
Ahora espero esos lunes, siempre en el mismo bar, para escribir en borrador las historias largas que vienen naciendo. Ya saben que me siento y pido un café en jarrito cortado mitad y mitad. 

Vaivén

Crece, decrece.
Impera, disminuye, 
ataca, da tregua. 
Quién era yo.
Pasos a la deriva, huellas con meta prefijada.
Tormento, reparo. 
Velocidad, lentitud.
Un infinito que abisma; retrotrae.
Cómo olvidarlos. 
Permanecerán en mí.
Dejaré lavar todas aquellas lágrimas vanas, 
todos aquellos recuerdos impertinentes, 
los que asoman sin ser llamados, 
los que desvían del momento mismo.
Hacia dónde vamos. 
De dónde venimos. 
¿Por qué?
¿Para qué? 
Preguntas que arremeten silenciosas, insolentes. 
La omnipotencia las resguarda.
El haber hecho tanto. 
Porque fue mucho e inmerecido. 
Porque lo sigue siendo y no libera. 
Porque los minutos avanzan o se detienen; infinitos.
Porque urge lo mismo que impide. 
Porque resta el tiempo que a la vez falta. 
Porque fuimos y seremos
y la ambivalencia domina.
Quererte. 
Recuperarte. 
Aliarme a vos. 
Como era antes, 
como debió ser siempre. 
Como nunca debió dejar de ser.


24 de febrero de 2015

La doble identidad (parte XXIII)

Solo iba a visitarme cada tanto mi jefe, un psicólogo colega del despacho, mi tía, mi madre y mi hermano. Sí, el mismo que decidió mi destino esta vez. No autorizaban a entrar a ninguno de mis amigos.
Mi hermano dirá y repetirá hasta el cansancio que me salvó la vida...
Yo, Den, te cuento mi verdad...
En este tipo de lugares se crean grandes amistades que se juran eternas, es como una especie de "Gran Hermano".
Solo se espera la hora de comer y de fumar. Aunque no fumes.
Las charlas son con el alma en la mano. Todos se sienten compartiendo el mismo karma.
Solo al salir cobrás consciencia de toda la medicación que te inyectaron o te dieron con cuchara por la fuerza.
Ahí dentro, estás como en una nube. Irreconocible.
No pude viajar a fin de año a Uruguay como tenía planeado y hasta muchísimo tiempo después, no pude viajar más. Se repitió la historia.
Los médicos externos no eran capaces de reducirme los medicamentos.
Al entrar a casa, tenía ataques de ansiedad, excepto que se tratase de la hora de por fin ir a dormir.
Lo que ni en mi peor pesadilla tampoco imaginé, era que no iba a poder continuar con ustedes cuando empezase el año.
Todos me vieron muy cansada. Lo estaba...
Lo que te dan para tomar es dinamita y no por eso te quita el problema.
Cuando algo no funciona, te lo cambian por otra cosa similar similar, por un fármaco gemelo que viene a sumarte sus propias acciones colaterales y contraindicaciones.
En muchos casos te convertís en un robot.
Pensé que la carrera me iba a distraer...
Adentro leí La Odisea y La Eneida. Tan mal no estaba...
Nunca pensé que afuera no iba a poder hacerlo, que en lugar de avanzar iba a retroceder.
Ya no recuerdo cuánto tiempo logré estar con ustedes. ¿Sabés? cada día que pasaba creía que iba a ser el último.
En un momento me di cuenta que no solo no podía con la materia de Rodrigo, tan mal dada como siempre, sino que no podía con los libros enormes de Latín, ni que jamás iba a entender Griego con la profe favorita de Giza.
Paradójicamente, intentaron convencerme de que me quede, gente que jamás imaginé.
Habían cambiado tanto las cosas. El lugar parecía otro...
La noche anterior al caos la pasé hablando con Luge, ahí fue cuando decidimos no presentarnos el siete de diciembre y preparar Comunicación para el veinte. No hubiera querido dejarte sola, habíamos hecho un pacto que no pude cumplir. 
Cuando empezó la cursada, estaba con muchas expectativas. Sin embargo, no anduvieron bien las cosas.
Creo que también extrañé mucho al ariano desapegado de Matías. Nunca más nos volvimos a ver. Igual lo quiero.
Como a vos, como a todos los que compartimos ese sueño.
El año pasado lo volví a intentar. Hace poquito te conté que no me había sentido cómoda y decidí dejar. No pude sentir que ese era mi lugar. Comparaba todo: los profesores, los compañeros, las materias... No estaban ustedes.
Así que decidí buscar entre las ruinas como decía el maestro Benedetti, y volver al origen de esta pasión, que eran los talleres, los lugares especializados en determinados autores, los grupos borgeanos.
Elegí un par de cursos y así empezaron a nacer algunos libros que no sé si finalmente publicaré. 
Este es el tercero. Al primero lo bauticé "Km 5", después nació "Charlas con Borges", y ahora intento como dijo mi psicóloga y yo no terminé de entender: decir todo, aquí, en "La doble identidad".
No es fácil decir todo. Uno se vulnera.
Yo en mi caso no quiero la pena de nadie, solo dejar sentada mi historia desde donde creí que tenía que partir, desde el día que me avisan de la muerte de mi hermano mayor.
Hoy estás rindiendo una de tus últimas materias...
Qué rápido pasaron estos cuatro años pero cuántas cosas sucedieron también.
En mi caso, demasiadas, y te lo quería contar...
Cuando fui libre nuevamente, me empezó a suceder que no sabía qué hacer con el tiempo. La abulia fue inconmensurable.
Eso se incrementó cuando no nos vimos más cada tarde, donde siempre había tanto por hacer.
Mis días se llenaron de horas infinitas.
Me costó muchísimo volver a trabajar, y luego esa fue mi única actividad durante mucho tiempo.


20 de febrero de 2015

La doble identidad (XXII)

La rutina había logrado que mi familia fuesen mis compañeros de clase. Dos años, todos los días. La previa de todo. El cotidiano. Hacer justicia siempre. En muchos casos actué como una gremialista...
Tuve bastantes dificultades con un incapaz que me la había jurado, y me produjo mucho estrés.
El problema era que yo tenía la edad de la mayoría de los profesores. Con varios nacieron muy lindas amistades. Me trataban como a una colega.
Algunos se convirtieron en mis amigos más frecuentados, y a muchos otros ese mismo detalle les molestó.
Matías, Denise, Ruth y Giza. Entre ellos transcurrían mis días.
Yo tenía el mismo horario de trabajo de Matías. Los dos salíamos a las tres de la tarde, y a esa hora nos encontrábamos para elegir un bar e instalarnos a ponernos al día con la charla, pasar apuntes, hacer resúmenes, leer...
Cuando llegaban las cinco y media de la tarde, seguramente ya habíamos pecado con algo rico, y estábamos listos para esperar los sándwiches de jamón y ananá de la pausa de las siete y continuar hasta las diez de la noche.
Él vivía en Ezeiza, su esfuerzo era aún mucho mayor.
Con esas horas previas que nos permitieron nuestros horarios laborales, estábamos más que listos con casi las doce cursadas, y no hacía falta estudiar mucho para los parciales, porque lo habíamos hecho de modo paulatino.
En algunos casos, al principio pensábamos que íbamos a fallar, con Griego o con Latín por ejemplo, y luego la mente lo incorporaba. Solo era cuestión de esperar el "inside" como nos habían enseñado en "Didáctica", que en general ocurría cuando ya corríamos peligro.
Es un momento donde se da la claridad, todo se incorpora sin interferencias y permanece sin posteriores obstáculos. Matías era un fanático del café para la memoria a corto plazo...
Me es imposible no recordar toda esta etapa como lo mejor que me tocó vivir en muchos años. Los extrañe. Los extraño tanto. Me cuesta aún hoy transitar la manzana de ViamonteCórdoba, EsmeraldaMaipú. O escuchar "Estación Tribunales descenso por el lado derecho"...

Vos Den, que ya casi llegaste a la meta. La única de nuestro pequeño gran grupo. Siempre supe que lo lograrías.
Lo que de verdad no imaginé, es que no iba a estar ahí junto a vos, viviéndolo a la par.
Ya me había jurado que mi compromiso con las letras era de por vida. Ni en mi peor pesadilla hubiese imaginado lo que podía ocurrir.
Ya había sufrido tanto...
Varios de ustedes lo ignoraban. Sé que se los fui contando a algunos, y de a poco... Porque ustedes, la mayoría, eran tan chiquitos...
General Rodríguez para mí significaba tanto en mi historia, Ruth. Pero no te lo conté hasta mucho tiempo después.
Tu estación era la que había elegido mi hermano hacía ya cuatro años. Es más, sé que te conté de su muerte, pero creo que omití decirte que había sido en tu lugar, Rodríguez. El que tanto amas.
Giza lo supo casi al final. Me había llegado un mail de Caro, la ex novia de Jorgito, y con Mati esa tarde estudiábamos en el departamento de ella. Yo lo había impreso, y en un momento lo leímos los tres juntos.
Recuerdo que Giza me dijo que mi historia superaba cualquiera de las novelas que había mirado. Y todos sabíamos que miraba muchas...
También vi como sus ojos se llenaron de lágrimas.
Te extrañé mucho, Gizita. A vos, a vos y a tus mates.
A vos Den, te había adoptado de hija, después que en nuestra panadería de siempre, nos habían adjudicado el parentesco.
Sé que me esperaste aquella tarde del siete de diciembre, en que las dos rendíamos y vos no entendías dónde estaba yo.
Nadie lo entendió, sabés...
Fue muy duro, y tampoco elegí contárselos después.
Esta vez fue peor que la anterior.
Mi familia decía que yo estaba acelerada. ¡Todos lo estábamos! ¿Te acordás el día del filosófico Taller de Informática? Había que llegar al veintitrés de diciembre vivos.
Volví a vivir algo que ya había vivido.
El entorno comenzó a preocuparse por mi desaparición tan incomprensible, en plena fecha de exámenes, justo cuando las dos llegábamos a la meta: nuestro anhelado cincuenta por ciento para comenzar a ejercer...
No lo decidí yo, lo decidió mi familia.
Mi hermano entró a mi casa la mañana del seis, arrancó las llaves de la puerta. Me encerró.
Evitaré contarte los detalles, pero mientras yo intentaba hablar con el psiquiatra que me había atendido hacía dos años, Nicolás, él y mi madre llamaron una ambulancia. Me inyectaron. No eran médicos. Eran dos enfermeros.
Me desperté transcurridos algunos días.
Esta vez no se había muerto mi marido, ni suicidado mi hermano mayor, simplemente ellos optaron por mí, porque "estaba mal, muy mal".
Vos me habías visto la tarde anterior ¿Te acordás?
Vos me veías cotidianamente, y no ellos.
Hasta el diecisiete de enero nadie supo nada de mí.

17 de febrero de 2015

La doble identidad (parte XXI)

Ese verano, después de dar los doce exámenes, partimos con Luciana hacia Uruguay.
Uruguay no era Álvaro. Uruguay era mi paisito anaranjado.
Cuando estuvimos en Montevideo, y en relación con una publicación de él en el espacio de su escuela de cine y sin decirme nada, Luciana le contó en un mail que estábamos allá, específicamente en Atlántida, y que no podíamos evitar recordar todos los lindos momentos compartidos, por ejemplo en el San Rafael, el bar donde todos los mediodías iba a escribir el maestro Benedetti antes de su partida...
Yo lo ignoraba. Lo hizo por su cuenta.
A pesar de sus buenas intenciones, la hubiera matado cuando lo supe.
Muchas veces había necesitado escribirle, después de aquel adiós en la calle Rincón, y lo hice, y yo tampoco había recibido respuesta. No era necesario seguir insistiendo por un vínculo, que evidentemente a él no le interesaba mantener.
Solía decir que iba a ser para toda la vida...
Como si los libros hubiesen sido pocos durante la cursada, tanto Luciana como yo viajamos con más.
Yo estaba fascinada con una primera edición de la vida de Victoria Ocampo, y quería empezar a descubrir a Bioy.
Atlántida no tiene olas, me había dicho un profesor amigo. Me había enojado, pero él tenía razón...
Lamentablemente lo constatamos, y no solo eso, no tiene olas y sí tiene muchas aguas vivas.
Ambas desbordábamos de literatura, yo en parte había querido Atlántida porque nos había gustado mucho el año anterior y porque era la "Datitla" de Neruda.
Luciana preparaba su monografía de Literatura Francesa.
El segundo año de la carrera significó otra deserción, pero continuábamos los más fieles. Cuantos menos éramos más nos uníamos.
Con Matías nos habíamos convertido en un dúo inseparable, a pesar de los veinte años de diferencia que nos distanciaban.
Mi amigo Luciano me ofreció un trabajo chiquito en una consultoría de informática. Lo acepté para no vivir solo de mis ahorros, y por la inestabilidad que me daban los alumnos de idiomas.
Sin embargo, estaba acercándome al cincuenta por ciento de las materias aprobadas que, como me habían anticipado me permitiría ejercer.
En julio dejé la empresa de Luciano, y a los pocos días entré en otro lugar a través de mi hermano, que es donde aún estoy. "Soltá para que venga", dicen. Esa vez funcionó.
No tenía nada hablado cuando decidí que ese trabajo no era para mí. Lo único que me había hecho conservarlo era que si bien demandaba mucha energía implicaba pocas horas. Era justo lo que yo precisaba hasta llegar a mi meta, pero en un determinado momento se trató más de cuidar mi amistad con Luciano, de casi quince años, o continuar ahí disconforme y estresada como ya estaba.
El plan para el próximo diciembre era aprobar nuevamente todas las materias en las primeras fechas y comenzar a buscar colegios durante el verano.
Mi horario en mi nuevo trabajo, me permitiría hacer las dos cosas.

12 de febrero de 2015

La doble identidad (parte XX)

Durante los dos años posteriores a la muerte de mi hermano, traté de estar muy cerca de su mamá, de María Gracia. Todo lo que ella me permitió...
Su ambivalencia. Su dolor. Su culpa. Quizás solo su debilidad, a veces lo impedían.
Hay ocasiones que prefiere mirar para adelante, como me supo decir también a mí su hija "Jorgito quiere que estés bien, mirá para adelante".
Nunca más volvimos a hablar. La charla tuvo sabor a fin.
El maestro Benedetti decía que para llegar hasta la cima hay que mirar entre las ruinas. Y yo no le temo.
Siempre elijo zambullirme, elegir, no evitar. Aunque exista un riesgo.
Yo sabía que frecuentarla era justamente eso. Un riesgo. 
A mí también podía hacerme muy mal. Yo también podía juzgarla... Sin embargo, elegí comprenderla., entender que, como me dijo siempre, tuvo miedo: a sus padres, a mi papá, e hizo todo lo mejor que pudo. Y mucho no pudo... Jorge terminó muy mal. No obstante eso nunca la culpé de nada y traté de sacar lo mejor de cada uno de nuestros encuentros.
Un día Ciru me acompañó. Se quedó encantada con él. Ella me boicoteaba el libro que hasta entonces le había parecido el mejor homenaje "Le estás devolviendo su identidad, que en vida nadie le otorgó", había dicho en el encuentro anterior. Esa tarde no pensaba lo mismo.
Le impresionó que Ciru se llamase Claudio, como el segundo nombre de Jorgito. Que ambos usasen la cabeza rapada. Buscaba coincidencias donde no las había.
Quise sacarle una foto, a una foto de Jorge bebé, y no me dejó. Me dijo que ya tenía las suficientes.
Evidentemente estaba muy manipulada. Esa no era la María Gracia que yo había conocido.
Ciru me sacó prácticamente de la casa, y me hizo jurarle que no volvería.
Me había acompañado al cementerio. Llevamos sus discos favoritos, los borradores del libro, algunas fotos, y pusimos todo sobre su placa.
Ambos comenzamos a hablarle: que diera señales, que nos guiara, que si el libro o el cambio de apellido lo deseaba nos diese una señal.
Después nos fuimos a una parrilla. Disfruté mucho de ese día, y te lo agradezco infinitamente.
Quizás por eso necesitamos abrazarnos tanto al regreso...

10 de febrero de 2015

La doble identidad (parte XXXVII)

Mi padre murió cuando yo tenía diecisiete años. Siempre, desde pequeña había temido llegase ese momento. Lo intuía. Fue un doce de abril del año ochenta y ocho. El día que finalmente ocurrió, yo estaba con mi abuela, había apenas regresado del colegio, y sonó el teléfono. Solo escuché que dijo ¡Pobrecito, no, y ¿cómo fue?. No solo supuse de qué se trataba el llamado, sino quien lo estaba realizando. Era mi padrino. Jamás se comunicaba. Al llegar mi mamá a casa, mi abuela y ella se encerraron. No nos dijeron nada. Solo a la mañana siguiente nos despertaron a Jota y a mí para ir al velatorio. 
Allí estaba colmado de fans que comenzaron a atacar a mi hermano, que para entonces tenía catorce años. Había un chico mucho más grande que nosotros, que se hacía pasar por él.  Era sobrino de la última enfermera que cuidó a mi padre. Ambos colmaron de escenas patéticas el lugar. Una de mis primas, de las hijas de Antonio, y yo, sacábamos a la gente. Recuerdo que un periodista muy conocido, se acercó y nos pidió que evitásemos escándalos. Era eso lo que intentábamos...
No fuimos al entierro. Ese fue un dato que también sorprendió a Nicolás. Nunca había estado en los entierros de mis muertos: mi padre, mi marido, mi hermano mayor.
Con la familia de mi padre: su hermano, su mujer y sus tres hijas, juramos seguirnos viendo. Estaba segura de que eso no ocurriría y así fue.
Solo volví a tener noticias de mi tío, el veintidós de noviembre del noventa y nueve. Me quería invitar a su cumpleaños número ochenta. Le tenían preparado un festejo en La Boca y sus hijas le habían editado un libro con todos sus poemas. También tenía uno para mí. Yo había recibido una noticia hacía unos días, de parte de una amiga de la ex novia de Jota, mi hermano menor: tenía un hermano que también se llamaba Jorge y que vivía en Luján. Esta chica quedó en avisarle ese mismo fin de semana que yo quería conocerlo. Lo vería en un bautismo. Recuerdo que me dijo ¿Así te lo tomás?, Si yo supiera que mi padre tiene un hijo no reconocido no actuaría así, y me pondría muy mal. Solo atiné a responderle que si me lo había contado para que yo me pusiese muy mal. Y culminó la conversación.
Cuando el domingo sonó el teléfono, pensé que era ella. Sin embargo era mi tía María, la mujer de Antonio. Algo mucho más preciso. Más cercano. Luego de que terminaron de invitarme a la fiesta, le pregunté a María si era cierto que yo tenía un hermano en Luján. Me contestó sin sorprenderse, que ese era un tema muy serio, que tenía que hablar con Antonio. Me comunicó con él. Tal vez sin quererlo, ya me habían dado la respuesta...
Antonio me dijo que mi hermano también tenía muchas ganas de conocerme, y que ese era otro de los motivos del llamado. Me contó que esa tarde Jorge iría con el marido de una de mis primas a la cancha de Boca, que ambos eran fanáticos. Ahí resolví no ir. Yo al día siguiente daba un examen internacional de italiano y había estudiado mucho. Ya trabajaba en la embajada. Era algo muy movilizante y temí emocionarme demasiado, y luego no estar lo suficientemente concentrada para el examen. Prefería que Jorge me llamase al regresar de la fiesta. Solo necesitaba hablar con él. 
Para vernos todos, habría tiempo.
Esa misma noche se comunicó. Nuestra charla duró tres horas. Él no paraba de manifestarme su sorpresa. Sabía de mi existencia desde los dieciocho años y nunca se había atrevido a acercarse. No se creía con el derecho. Me agradeció tanto...
Durante la semana hablamos cada noche por un lapso similar, y el viernes tres de diciembre nos conocimos.
Vino a casa. Yo estaba algo nerviosa pero fue verlo y abrazarlo y adorarlo desde el primer instante. Llegó a las dos de la tarde y se fue a las siete de la mañana del día siguiente, entre mates, charlas, sus miedos. El relato de dos vidas...
Con la misma alegría que tenía lo transmití en mi casa. Ignoro si estaban al tanto, pero mi hermano nunca quiso conocerlo y tanto a mi mamá como a él tenía prácticamente que ocultarles cada vez que lo veía.
Todos nuestros encuentros fueron mágicos. Como ya he dicho muchas veces, éramos pares, éramos almas gemelas.
Quizás por no ir al entierro de mi padre, el deudo fue Antonio, y fallecido él, la Asociación de actores se desligó de la responsabilidad y ni siquiera intentaron localizarnos...

 
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