Tantos... efímeros, perecederos. Pero amanecieron días distintos, sin anticipos ni indicios, sin latidos ni escozores que anticipasen el reto, ni los aromas anunciando que perdurarían intactos en el recuerdo; presentes en cada instante del hoy. Fechas señaladas; cartas marcadas, en el calendario de la existencia...
La fusión con tu piel, tan mía. La comunión sublime. Respirar distinto; con la certeza del acierto.
Días que cruzaron caminos insólitos. Encuentros imprevisibles. Eternos.
Perdurarán cual tesoros.
Recuerdo aquel que cambió el rumbo; no había habido ni el menor indicio. No, no hubo señales. Pudo ser como tantos otros; idénticos, sumidos en la rutina de un ordinario olvidable. De horas repletas de minutos infinitos hacia ninguna parte. De la sorpresa infrecuente, sin el brillo de lo imperecedero.
No caduca tu imagen viva, en cada paso que doy. La huella labrada, inmortal del encuentro.
Qué los propician...
Las decisiones o el azar. La buena fortuna o el destino. La acción o la pausa. Qué lo quiso así...
Dónde partieron los días que no vivimos, los futuros que no fueron. Las elecciones. El abandono de los sueños, el cansancio ante el reto. El error. La cobardía. El desánimo.
Cuándo mi existencia pasó a convivir con tu imagen permanente. Cuándo tus pesares fueron los míos. Cuando tu ser abarcó todos mis rincones, hasta aquellos que te son ajenos.
Mi idea de vos que no necesitó de nada más. Y los tiempos de pausas inconclusas, incompletas. La espera; la esperanza de un mañana inesperado, generoso en la energía y las fuerzas; la fe. La meta alcanzada.
Cuando imantábamos, cuando las causalidades nos buscaron. Cuando los pasos condujeron al momento justo, al lugar indicado. Cuando ningún obstáculo pudo con nosotros, y todo fue propicio, y ni los retrasos, ni las demoras, ni los tropiezos...
Y no hubo absurdos y todo tuvo su por qué; nada era riesgo y el resultado evidencia. La energía viva; el contento.
Las circunstancias que conforman este hoy. Los sinsabores. El cotidiano insistente.