Pasamos toda la tarde
hablando. Le conté mejor de mi internación, de lo que me tocó pasar después, y
de los dos años más felices de mi vida en mucho tiempo: los años cursando la
carrera de Letras.
Él me insistía en que yo
podía retomar si tanto lo deseaba. Y yo le contaba del intento fallido del
último año, en otro lugar, de donde nunca me sentí formar parte.
-¿Es apegada a los lugares, verdad?
-Sí, maestro. Ojalá no lo
fuera tanto. Quizás viviría más liviana.
Sigo extrañando rutinas,
lugares, gentes, situaciones vividas, que ya son del pasado.
-¿Ha pensado en lo fuerte
que resulta ver a su padre vivo?
-Sí, por supuesto. No sé
cuál será mi reacción, pero espero evitar emocionarme. No sería coherente.
Yo seré una simple
amanuense.
-La amanuense de Jorge
Luis Borges.
-¡Nada más y nada menos! - le respondí.
El timbre sonó. Yo
temblaba entera. Ignoraba si iba a poder disimular.
Fani abrió la puerta, lo
llevó a la sala de estar y él inmediatamente se dirigió a Borges. Le expresó
toda su admiración y luego se acomodó cerca de ambos, no sin presentarse:
Salcedo, me dijo.
No supe como haría para
preguntarle sobre mi mayor incógnita. Lo dejaría en manos del maestro.
-Dijo que vamos a ser
vecinos. ¿Anda buscando mudarse por la zona?
Me estremeció que lo
hiciese tan pronto.
-Sí, efectivamente. Al
fin voy a ser padre. Mi hijo nacerá en Octubre, y con mi esposa queremos estar
mudados.
-¿Es su primer hijo?
-Sí, el sueño de mi vida.
Pensaba que no iba a hacerse realidad...
Mucho más que eso no
podía preguntársele. Me sentí desahuciada.
-¿Estuvo casado sin
embargo antes? - el maestro insistía.
-Sí, con la actriz Julia
Sandoval, pero nos separamos antes de siquiera programarlo.
Ni una palabra de María Gracia, de Luján, de Jorgito.
Si tenía tantos deseos de
ser padre, cómo había negado una paternidad...
Lo que yo siempre había
pensado, e incluso charlado con María Gracia en tantos encuentros posteriores a la
muerte de Jorge. El nacimiento de mi hermano había ocurrido en el sesenta y
seis. Él aún no estaba casado con mi madre. No había motivo por el que
ocultarlo.
-Bueno, pues entonces me
alegro mucho de que su sueño se haga realidad. ¿Octubre me dijo? Lo tendré en
cuenta para felicitarlo. No dudo que todas las revistas del ambiente se
encargarán del tema. No lo olvidaré.
Bueno, Salcedo, le he
elogiado telefónicamente su voz, y es ese el motivo de mi llamado. La editorial
está preparando las Obras Completas en un solo tomo. Proyectan
la presentación en el Teatro San Martín. Me gustaría contar
con usted para la lectura de los poemas, y si no le resultase inconveniente, ya
que dice haber leído todo, que me ayude con la selección.
-Será un honor. Ya mismo
le digo que sí.
Espero que no coincida
con ninguna de las giras. Tengo una obra en cartel. Y empiezo a filmar "Amalio
Reyes, un hombre".
-No se preocupe, lo
coordinaremos.
Inmediatamente mi padre
comenzó a recitar "1964". No pude evitar las lágrimas.
Era mi poema favorito.
Borges ya lo sabía. Sabía
incluso todo lo que me había ocurrido con ese poema a lo largo de mi vida, y que lo
había aprendido de memoria a los seis años.
-Mi secretaria se
emociona porque es su poema preferido.
-Es también el mío. No
hay nada que no aprecie de su obra, pero ese es especial.
-Irá en la lista. No lo
duden. En honor a ustedes. Para mí es muy triste, pero lo estaba cuando lo
escribí.
Bueno, es mi estado
natural. No tengo nunca una visión demasiado feliz de la vida, sobre todo desde
mi ceguera.
He perdido los
atardeceres, los arrabales del Sur, los rostros de las mujeres que
amé.
-No los ha perdido, Borges.
Restan en la memoria como tesoros. Es miedo a perderlos lo que tiene - le dijo
mi padre.
-¿Tan seguro está de lo
que dice?
-Sí, Borges. Jamás he
olvidado un rostro aunque no lo haya vuelto a ver. ¿Por qué usted olvidaría los
suyos?
No he visto letras que
describan mejor los colores de un ocaso, los barrios porteños...
-Gracias, Salcedo, pero
el tiempo puede jugar malas pasadas. Perdí la vista en el cincuenta y cinco,
justo cuando me nombraron director de la Biblioteca Nacional. Una
verdadera ironía...
-Míreme a mí, mi vida ha
cambiado por completo desde que conocí a mi mujer. Es muy joven, me ha regalado
vida, y ahora un hijo pronto a nacer.
-Lo felicito nuevamente.
-No descarte que eso
puede ocurrirle a usted, y con respecto a la selección de su obra empezamos ya
mismo. La conozco muy bien. No será un trabajo arduo para mí. Será un honor y
un placer.
Tenía a mi padre
adelante. No había mencionado la existencia de un hijo previo a este último
matrimonio. Es como siempre pensé. María Gracia no dice toda la verdad.
Lo único que siempre me
hizo dudar es que mi propio tío me presentó a mi hermano en el año noventa y
nueve. Y fue a través de él que supe la historia.
A ella la conocí dos años
después de muerto Jorge, al otro día de saber que Claudio había partido para
siempre...
Necesité estar en su casa
y una amiga me acompañó.
No parece mentir. Es como
si hubiera dos verdades...
Él no supo de ese hijo, o
lo supo tarde, y ella ya casada le negó la paternidad.
-Dígame, Salcedo ¿cuándo
podemos empezar? Hoy ha sido una charla informal para conocerlo, que me diga su
opinión y saber si aceptaba mi propuesta, pero de aquí en más será todo
trabajo.
-Ya le he dicho, mi amigo.
No habrá inconveniente. Será un orgullo trabajar con ustedes.
Ahí pareció reparar en
mí. Hasta el momento yo solo era una fiel testigo de la escena, mientras en mi
cabeza se mezclaban, pasado, presente y futuro. Emociones.
Estaba frente a mi padre.
Podría conocerlo mucho mejor como la adulta que era, y no la niña de seis años
que lo vio irse para luego tener visitas condicionadas por un juez.
Siempre sentí que no lo
había disfrutado. Quizás este tiempo me permitiría hacerlo.
Siempre me dijeron que
era el mejor amigo de todos sus amigos, y yo jamás lo viví. Jamás lo supe.