* Pero lo único que él dirigía era el silencio.
Lo atropellaban el vacío, los huecos que no se completan, los espacios libres que representan un abismo insondable y la carga incesante de la repetición. Del minuto a minuto que es carga y es asfixia. Y se olvidaron los reparos, la huella par; el andar preciso.
Fuerzas. Fuerzas para seguir hasta que el camino se bifurque en un claro. Hasta que la mente dé tregua y no haya miedo al miedo.
El dolor del abandono. De vos que escuchaste mucho y ahora también te fuiste. El abandono de tantos por ser mitad. Porque no hay huella para donde andar; solos.
Que solo haya displacer, como si hubiese sido así desde siempre.
Páginas en blanco que imploro llenar. Senderos que se superponen y entrometen en el camino. Nudos, sí nudos, escozor, inquietud. Inquietud de ser. Tan difícil de entender, tan complicado de desandar.
Te hablaba de las lejanías, ya ni duelen. Quedó la herida, quedó el vacío. La desesperación por un andar calmo, por una respiración pausada.
Miedo del miedo dijiste, y es eso y es peor. No sé si sos capaz de verlo, de verme, porque es imposible que estés dentro mío y comprendas al menos por un instante el aire entrecortado, el temblor; porque lo único que abarca es el silencio, el ensordecedor silencio.
*Felisberto Hernández