LAMENTACIÓN:
No
se trata de no lamentarse, pues el mismo Jesús lo hizo (S. 68 y notas), sino de
no olvidar que Dios es padre y por tanto infaliblemente bueno y más sabio que
nosotros en procurar nuestro bien.
(Coment.
a Lam. 3,39).
LEY MOSAICA:
La
Ley mosaica como tal era buena, pero dada la mala inclinación del hombre caído,
el conocimiento de la Ley aumentaba la concupiscencia. De ahí que nadie era
capaz de cumplir la Ley, y sólo el conocimiento de Cristo puede librarnos de
este tristísimo estado, como lo dice el Apóstol en el v. 24.
(Coment.
a Rom. 7,7)
M
MANDAMIENTOS:
Observar
los mandamientos del Señor es tener días dichosos porque para eso los ha dado
Él.
(Coment.
al Salmo 33, 12.)
MARÍA:
En
las pocas veces que habla María, su corazón exquisito nos enseña siempre no
sólo la más perfecta fidelidad sino también la más plena libertad de espíritu.
No pregunta Ella cómo podrá ser esto, sino: cómo
será, es decir que desde el primer momento está bien segura de que el
anuncio del mensajero se cumplirá, por asombroso que sea, y de que Ella lo aceptará
íntegramente, cualesquiera fuesen las condiciones. Pero no quiere quedarse con
una duda de conciencia, por lo cual no vacila en preguntar si su voto será o no
un obstáculo al plan de Dios, y no tarda en recibir la respuesta sobre el
prodigio portentoso de su Maternidad virginal. La pregunta de María, sin
disminuir en nada su docilidad (v.38), la perfecciona, mostrándonos que nuestra
obediencia no ha de ser la de un autómata, sino dada con plena conciencia, es
decir, de modo que la voluntad pueda ser movida por el espíritu.
(Coment.
a Luc. 1,34).
Jesús
declara el misterio de la maternidad
espiritual de María sobre el género humano, en ese mismo momento en que en
Ella se realizaba el vaticinio del anciano Simeón: “Una espada de dolor
atravesará tu alma” (Luc. 2,35). La Virgen María era nuestra madre desde la
Encarnación del Verbo (Pío X; Enc. Ad diem illum). Lo primero que ha de
imitarse en Ella es esa fe que Isabel le había señalado como su gran
bienaventuranza (Luc. 1,45). La fe de María no vacila aunque humanamente todo
lo divino parece fallar aquí, pues la profecía del ángel le había prometido
para su Hijo el trono de David (Luc. 1,32) y la de Simeón (Luc. 2,32), que El
había de ser no solamente “luz para ser revelada a las naciones”, sino también
“la gloria de su pueblo de Israel” que de tal manera lo rechazaba y lo
entregaba a la muerte por medio del poder romano. “El justo vive de la fe” (Rom.
1,17) y María creyó contra toda apariencia (Rom. 4,18), así como Abrahán, el
padre de los que creen, no dudó de la promesa de una numerosísima descendencia,
ni aun cuando Dios le mandaba matar al único hijo de su vejez que debía darle
esa descendencia (Gén. 21,12; 22,1; Ecli. 44,21; Hebr. 11, 17-19).
(Coment.
a Juan 19,25).
MIEDO:
Ni es otra cosa el temor,
sino el pensar
que está uno destituido de todo
auxilio.
Es
decir que todo miedo sería contra la fe; y en efecto, Jesús nos enseña a no
temer ni aún a los que podrían matarnos (Mat. 10,28), y San Pablo dice: “Si
Dios con nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rom. 8,31; S. 3,7; 22,4; 26,1;
55,5; 117,6, etc). No se trata, como se ve, del valor estoico, fundado en
nuestra suficiencia, harto falible, sino de la confianza en la protección
indefectible del divino Padre. En griego este texto forma el v. 12 y define el
miedo como el abandono de los recursos
que nos daría la reflexión. Es el terror pánico, que casi enloquece.
(Coment.
a Sab. 17,11).