Mostrando entradas con la etiqueta Nerón. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Nerón. Mostrar todas las entradas

viernes, 3 de marzo de 2017

Las últimas palabras de Nerón

A finales del año 67 o principios del 68, Cayo Julio Vindex, gobernador de la Galia Lugdunensis, se rebeló contra la autoridad del emperador Nerón. Éste enviaría a Lucio Verginio Rufo, gobernador de la Germania Superior, a sofocar la revuelta, y Vindex pidió ayuda a Servio Sulpicio Galba, gobernador de Hispania Citerior, quién sería proclamado nuevo César por su ejército. Verginio Rufo, sin embargo, derrotaría en batalla a Vindex cerca de Vesontio (actual Besançon) y éste se suicidaría; Galba fue declarado, de inmediato, enemigo público por el Senado romano.

Nerón había recuperado así el control militar del Imperio en pocos días, pero su tiempo como César tocaba a su fin. En junio, traicionado por las cohortes urbanas y la guardia pretoriana, ambas sobornadas por Icelo, liberto de Galba, es declarado en su lugar enemigo público y condenado al castigo reservado en exclusiva a los parricidas por el Senado, el cual no tarda en reconocer nuevo emperador a Galba. Nerón huyó de inmediato por la Via Salaria hasta la villa de su liberto Faón, en la que se suicidó un 11 de junio del año 68 con la ayuda de su secretario, Epafrodito. Sus últimas palabras, según Casio Dio y Suetonio, fueron: ¡Qué artista muere conmigo!, en referencia a su afición a tañer la lira y actuar ante el público en la tragedia y la pantomima.

Sin embargo, ¿es ésta afirmación cierta? En realidad, ni fueron sus últimas palabras ni posiblemente quiso decir eso. Vayamos a las fuentes clásicas. Con sentido dramático, sería Casio Dio quién las dejó para el mismo final: “De ese modo se mató, luego de pronunciar esa observación tantas veces citada: ¡Júpiter, qué artista perece conmigo!”.Suetonio, en cambio, las sitúa antes, justo después de la llegada de Nerón a la villa suburbana:
“Al final, mientras sus compañeros lo exhortaban unánimemente a salvarse tan pronto como fuera posible de las indignidades que lo amenazaban, él les ordenó que cavaran en su presencia una fosa proporcionada a la talla de su persona, reunieran todos los fragmentos de mármol que pudieran encontrar y al mismo tiempo llevaran agua y madera para disponer al cabo de su cuerpo. Mientras cada una de esas tareas se cumplía, Nerón sollozaba y repetía una y otra vez: ¡Qué artista pierde el mundo! -Qualis artifex pereo!-”
Los lectores modernos, influidos por la imagen de Nerón trasmitida por las fuentes antiguas y difundida entre el gran público por obras como Quo Vadis? -tanto la novela de Henryk Sienkiewicz como sobre todo la película de 1951 con un magnífico Peter Ustinov en el papel de Nerón-suelen malinterpretar constantemente estas últimas palabras. El término Artifex ,en el latín de Suetonio, o technites, en el griego de Casio Dio, pueden significar ambos efectivamente “artista” en el sentido de intérprete, pero también “artesano”. En este caso, el contexto es esencial: Nerón está dirigiendo la construcción de su última morada... y no era la primera edificación de la que se hacia cargo.
Una de las facetas más desconocidas de Nerón como emperador es su gran labor como constructor, debido en gran parte al incendio del año 64 que arrasó Roma casi por completo y a las posteriores edificaciones de época Flavia sobre construcciones neronianas; las termas de Tito y el Coliseo sobre los restos de la Domus Aurea son ejemplo de ello. A parte de esta, su Casa Dorada, su más famosa obra, y la reconstrucción de Roma después del ya mencionado incendio, Nerón inició en el monte Celio un templo dedicado al divino Claudio; concluyó un nuevo puerto en la ciudad de Ostia y el acueducto conocido como Acqua Claudia; en la colina Vaticana, finalizó el Circo que diseñara su tío Calígula en los jardines de Agripina la Mayor; en el Campo de Marte, levantó un gran complejo termal junto a los baños de Agripa y un nuevo anfiteatro que sustituyera al de Statilio Tauro, ambos de época de Augusto; en el Celio, construyó el Macellum Magnum o Augusti, un gran mercado de alimentos; ayudó a la reconstrucción de Pompeya tras el terremoto del año 62, etc.
Obras de gran envergadura todas ellas en las que Nerón sin duda debió pensar en el momento de pronunciar aquel amargo Qualis artifex pereo! mientras contemplaba la edificación de su sepultura, no una gran tumba digna de un César, comparable al mausoleo que su antepasado Augusto levantara en el Campo de Marte, sino un patético agujero en la tierra. Imposible que no percibiera el contraste entre el gran artista que fue antaño, levantando casi de la nada una nueva Roma, y el lamentable artesano en el que se ha convertido en sus últimas horas. Nerón, por tanto, no llora de forma egoísta y egocéntrica por el artista que con su muerte pierde el mundo, si no por lo bajo que ha caído.


¿TE HA GUSTADO? No te pierdas entonces: 
-Nuestra biografía sobre NerónParte 1 Parte 2
-Nuestros relatos sobre el emperador: 
          -La dulce Actea 
          -Naumaquia 
          -Eunuco Imperial  
          -Los fantasmas de Nerón

lunes, 25 de abril de 2016

La dulce Actea

Sentado en la oscuridad, sin más compañía que su alma y la soledad, los pensamientos del princeps Nerón corrían, saltaban, se detenían y danzaban, siempre inconexos, en ocasiones enfrentados, poco después reconciliados, a veces tristes, a veces contentos, siempre desfigurados. Con cada una de las notas arrancadas de la lira con las mismas suaves caricias que dedicaría a la mujer más amada, mil y una notas bullían en sus venas en una espiral frenética y el mundo al completo se derrumbaba hasta quedar reducido a pura música. Un vibrante rayo de luna, travieso, inquieto, atravesaba la oscuridad para iluminar sus labios trémulos, tarareando entre dientes versos inconexos de cortas poesías recién nacidas, aún sin ser escritas, cuyos desdibujados personajes ante sus ojos cobraban inusitada vida.

De improviso, Nerón escuchó un sonido, como un suspiro. Asustado y avergonzado, se detuvo.

          -¿Quién es?-preguntó el César-¡Muéstrate!-ordenó.

Una muchacha obedeció servicial, avanzando temblorosa desde las sombras hasta alcanzar la luz de la luna. Era menuda, de escasa estatura, bastante huesuda y sin apenas curvas, pero había algo bello en sus rasgados y profundos ojos negros, en la palidez marmórea de su piel tersa, o en la carnosidad de sus labios color fresa. No era esa la primera vez que la veía: muchas veces la había contemplado, de pie al lado de Octavia, esperando una orden suya sin emitir sonido alguno ni moverse.

          -¿Qué haces aquí? ¿Te ha mandado tu ama?

La esclava asintió con la cabeza, tímidamente, sin levantar la vista del suelo. Sin embargo, gracias a aquel movimiento, el emperador pudo ver dos lágrimas gruesas rodar por su rostro hasta fallecer en su boca. Dos lágrimas que la luna convertía en cristal y en plata contra las mejillas encendidas de la muchacha y el vello erizado de su rostro. Nerón no había visto jamás algo tan hermoso.

          -Lo lamento, princeps-se disculpó azorada-. No quería interrumpirte. Mi ama Claudia Octavia pregunta si esta noche acudirás a su lado.

          -¿Por qué lloras, esclava?

El suave rubor se intensificó. Nerón quería sentir en sus dedos el calor de aquellas mejillas.

          -La música...-confesó en un susurro emocionado-. La música era demasiado hermosa.

Emocionado por el imprevisto halago, el corazón de Nerón se desbocó raudo, para detenerse rápido, aún molesto por la interrupción, todavía cohibido ante un público repentino. Su primer público: esas melodías, que surgían de lo más profundo de su espíritu, nunca se había atrevido a mostrarlas por el miedo a la mofa, al rechazo y a convertir en realidad un sueño solo para verlo morir impotente entre las manos. Ahora, que por un error se había dado el primer paso, se sentía ávido de compartirlas, de cosechar opiniones, recoger aplausos, sentir el cariño del público al gritar su nombre en el teatro.

          -¿Quieres escuchar más?-la interrogó nervioso y esperanzado.

          -Si ese es tu deseo, César…

La esclava se sentó a sus pies, siempre cabizbaja, las delicadas manos entrecruzadas en el regazo. A pesar de no pronunciar una palabra, su cuerpo era para Nerón un nuevo instrumento, sorprendente y conmovedor, dónde podía medir con total precisión la reacción a cada nota arrancada de las cuerdas de la lira. Un leve temblor era para la emoción. Un ligero sollozo para la tristeza. Una media sonrisa para la alegría. La boca entreabierta, con una mano apoyada contra los carnosos labios, era sin duda para la sorpresa. La tensión en la delicada espalda para el terror. Un suspiro para el amor.

Se acercaba el alba cuando la música cesó. Había concluido el enloquecido sueño de la poesía, en el que nada existía salvo esos versos y ellos dos, y ahora ambos debían retornar a sus respectivas vidas Ella se levantó sumida aún en su silencio, y, con un respetuoso asentimiento de cabeza, se dispuso a partir: en su mente las melodías habían dejado ya paso sin sobresaltos a la larga lista de tareas de la esclava. Él, en cambio, no se sentía capaz de dejarla marchar. Quería verla otra vez vibrar.

          -¿Cuál es tu nombre?

La muchacha se volvió extrañada: este no era un dato que por lo general preocupara a los amos. Por vez primera le miró a los ojos: una leve chispa brillaba en sus pupilas oscuras como estrella perdida en una noche sin luna, prendiendo en la mirada de Nerón un fuego que ni él mismo comprendió.

          -Actea-fue su respuesta, otro susurro. De nuevo bajó la cabeza, turbada.

          -¿Volverás mañana?

¿Creyó entrever una pequeña sonrisa ahogada?

          -Siempre que me llames, César, estaré a tu lado.

****
Fotografías: Dos detalles de "Safo y Alceus", de Lawrence Alma-Tadema

****


jueves, 24 de abril de 2014

Nerón: últimos años

El incendio de Roma del año 64.
Ocurrido en el mes de julio, el incendio de Roma del año 64 se inicia en las inmediaciones del Circo Máximo y dura seis días, destruyendo al completo tres de los catorce distritos de la ciudad de Roma y dañando al menos otros siete; el propio Palatino así como algunos templos y edificios públicos fueron destruidos y seriamente afectados. Los autores antiguos sostienen que el incendio fue provocado por Nerón para acometer la reforma urbanística de la ciudad, si bien los historiadores modernos consideran ahora que el desastre fue en cambio fortuito, habida cuenta de que el material principal de construcción era la madera, de que la principal fuente de calor eran los braseros de carbón y del historial de incendios de la ciudad. En el momento de comenzar el incendio, Nerón se encontraba en Anzio y, al recibir las noticias del mismo, viajó rápidamente a Roma para encargarse personalmente del desastre, llegando a abrir los jardines del Vaticano y al Campo de Marte para acoger a los afectados que habían perdido su hogar. A raíz del incendio, Nerón desarrolló un nuevo plan urbanístico destinado a evitar nuevos incendios, con la construcción de avenidas más amplias o la prohibición de paredes medianeras, dentro del que destaca la edificación de un nuevo palacio imperial, conocido como Domus Aurea, en unos terrenos que el fuego había despejado en el centro de Roma. Debido a lo costoso de la reconstrucción de la ciudad, Nerón se vio obligado a subir los impuestos de las provincias imperiales, recurrir a las confiscaciones y llevar a cabo una reforma monetaria que devaluaba el áureo y el sestercio, como forma de conseguir más oro y plata.
La conspiración de Cayo Calpurnio Pisón y el viaje a Grecia.
En el año 65, Cayo Calpurnio Pisón, senador romano y consul suffectus con Claudio, organizó una conspiración para derrocar a Nerón y proclamarse él mismo emperador con el apoyo de miembros de la guardia pretoriana -como el tribuno Subrio Flavio, el centurión Sulpicio Ásper e, incluso, uno de los prefectos del pretorio, Faenio Rufo- y varios senadores, entre los que pudieron destacar Séneca y su sobrino Lucano, autor de la Farsalia. La conspiración fue descubierta gracias a Milico, liberto de Flavio Escenio, otro de los conjurados, y supuso la ejecución o el suicidio de la mayoría de los implicados. En el año 66 se suceden nuevas ejecuciones, incluyendo a Petronio. Como contrapartida, Ofonio Tigelino, el segundo prefecto del pretorio, recibió gran cantidad de honores por su fidelidad y su participación en la represión de la conspiración, al igual que Cocceyo Nerva, futuro emperador. Poco después de las primeras ejecuciones, a finales del año 65, se producía la muerte de la segunda esposa de Nerón, Popea Sabina, que en esos momentos se encontraba embarazada. El emperador no volvería a casarse hasta el año 66 con Estatilia Mesalina, quien le sobrevivió. La conspiración aumentó el despotismo de Nerón, perfectamente reflejado en su identificación con Helios y Hércules, y en la coronación de Tiridates como rey de Armenia, reino-cliente entre Roma y Partia. La coronación sería usada por Nerón para presentar una nueva imagen de poder en la que se reafirma en su filohelenismo, demostrado en su gira por Grecia entre los años 66 y 67. En dicho viaje, participará en todas las competiciones musicales y teatrales dentro de los grandes festivales atléticos y religiosos griegos. El viaje se suspenderá improvisadamente en el año 67 ante el cariz que toma la política exterior. A su regreso a Roma, Nerón celebrará un triple triunfo, cuyo desfile, dado su carácter artístico, no finalizará en el templo de Júpiter en el Capitolio sino en el de Apolo del Palatino.
Política exterior.
Aumenta la presencia en el Mar Negro, creándose una flota en el Ponto, y se mantienen unas buenas relaciones en Partia evidenciadas en la coronación por parte de un emperador romano de un rey de origen parto para el reino de Armenia, ubicado entre ambos imperios.
Se producirán, a parte, varias sublevaciones importantes a lo largo del gobierno de Nerón:
-Sublevación en el año 64 de icenos y trinovantes en la provincia de Britania, descontentos por la presión fiscal y la política religiosa, debido a la invasión de la isla de Mona, cuna del druidismo en Britania, el incendio de los bosques sagrados y la destrucción de los monumentos. Capitaneados por la reina Budica arrasaron tres colonias romanas, entre ellas Camulodunum (Colchester) y Londinum (Londres), y masacraron a 70.000 romanos, antes de ser detenidos en la batalla de Watling Street.
-En el año 66 el procurador de Roma en Judea confisca parte del tesoro del templo de Jerusalén, lo que provocó la violenta reacción de los judíos, quienes linchan al gobernador y obligan a Roma a desplazar tropas desde Siria para reforzar la posición en Judea, siendo derrotados. La represión del levantamiento es confiada al general Tito Flavio Vespasiano, que inicia el largo sitio de Jerusalén.
Última sublevación y muerte.
En el año 67, mientras Nerón se encuentra inmerso en su gira por Grecia, se produce la sublevación de Julio Víndex en la Galia, de nuevo contra la política fiscal del emperador. Vindex lograría pronto el apoyo de Servio Sulpicio Galba, gobernador de la Hispania Tarraconense, y de Marco Salvio Otón, gobernador de Lusitania. Derrotado Vindex por el general Verginio Rufo, gobernador de la Germania Superior, la rebelión en principio parecía aplastada, hasta que a la misma se sumó la traición de Ninfidio Sabino, sucesor de Faenio Rufo en la prefectura del pretorio, que prometió dinero a sus subordinados a cambio de su apoyo a Galba, aclamado como nuevo emperador en sustitución de Nerón. El Senado se sumó el reconocimiento de Galga declarando enemigo público a Nerón, quién se vio obligado a huir de Roma, encontrando refugio en la villa de uno de sus libertos, donde se suicidaría. A pesar de su final, Nerón nunca dejó de ser popular, y durante mucho tiempo incluso se creyó que había sobrevivido-debido a lo secreto de su entierro-llegando a aparecer en Oriente hasta tres falsos Nerones en Oriente que recabaron gran apoyo popular.



*Fotografía 1: "El incendio de Roma"; de Robert Hubert 
*Fotografía 2: Nerón como Apolo Citaredo en un fresco pompeyano
*Fotografía 3: "La muerte de Nerón", Vasily Smirnov

jueves, 17 de abril de 2014

Nerón, el hijo de Agripina

Nerón nació el 15 de diciembre de 37 en Antium (actual Anzio) como Lucio Domicio Ahenobarbo, el único hijo de Cneo Domicio Ahenobarbo y Agripina la Joven, hermana del entonces emperador Calígula. A través de su madre era nieto de Germánico y tataranieto de Augusto y Marco Antonio. En el año 39, cuando solo contaba dos años, su madre Agripina partió al exilio por participar en una conspiración contra su tío Calígula, el cual además arrebatará a Nerón la totalidad de los bienes que le correspondían por herencia materna. Su padre Domicio morirá al año siguiente, en 40, y Nerón, con solo tres años, huérfano y arruinado, pasa a vivir con su tía paterna, Domicia Lépida, madre de Valeria Mesalina, tercera esposa de Claudio. En 41, Calígula, su esposa Milonia Cesonia y su hija Julia Drusila son asesinados por miembros de la guardia pretoriana y senadores, siendo Claudio, tío de Calígula y Agripina, proclamado como el nuevo emperador, lo que permite a la madre de Nerón regresar poco después de su exilio. Agripina y su hijo se mantendrían en un discreto segundo plano durante los primeros años del gobierno de Claudio, hasta que Mesalina, su esposa, con la que había tenido dos hijos -Claudia Octavia en 40 y Británico en 41-, es ejecutada por traición en el año 48. Pronto empezaron a barajarse nuevas esposas para Claudio, siendo finalmente elegida Agripina, su propia sobrina, para lo que el Senado tuvo que emitir un decreto especial autorizando el enlace. El matrimonio -que buscaba la reconciliación entre las ramas Julia y Claudia de la familia imperial, así como asentar la posición de Claudio mediante el matrimonio con una descendiente de Augusto- se saldó pronto con la adopción del entonces Lucio Domicio por Claudio en el año 50; a partir de este momento comenzaría a ser conocido como Nerón Claudio Druso Germánico. Dado que Nerón era cuatro años mayor que Británico, el hijo natural de Claudio, pronto se conviritó en heredero por encima de éste y comenzó a acumular honores: fue proclamado adulto en 51 con 14 años, nombrado procónsul y príncipe de la juventud -título reservado al heredero desde Augusto-; su retrato apareció en las monedas junto a Claudio, entró a formar parte del Senado y, para afianzar aún más su posición, contrajo matrimonio en 53 con Claudia Octavia, hija de Claudio. Así, cuando su padre adoptivo muere en 54 su candidatura no tardó en imponerse a la de Británico; con todo, para reforzar su posición, no dudó en imitar a Claudio ofreciendo un donativo a la guardia pretoriana, que lo aclamó de inmediato. El Senado no tardaría tampoco en reconocerle, si bien con reticencias debido a su juventud: Nerón contaba solo con 17 años, frente a por ejemplo los 25 años necesarios para acceder a la cuestura, magistratura que garantizaba el acceso al Senado. Debido a ello se barajaron otros posibles candidatos, entre ellos Marco Junio Silano, descendiente directo de Augusto al igual que Nerón y de mayor experiencia, el cual sería rápidamente ejecutado apenas dos meses después de la muerte de Claudio, quién fue divinizado.
El Quinquenium Aureum. Los cinco primeros años
El programa de gobierno de Nerón fue anunciado ante el Senado en su discurso de investidura, y se conserva resumido en sus principales puntos por Tácito. Destacan dos ideas principales:
-Retomar la política de Augusto: es decir, se propugna retomar la colaboración entre el Senado y el emperador, devolviendo a aquel ciertas prerrogativas y quedando el segundo al mando del ejército.
-Reaccionar ante los errores del gobierno de Claudio. Para ello se comprometió a separar la domus imperial de la respublica -es decir, diferenciar los asuntos propios de la familia imperial del interés del Estado-; no ser juez en asuntos importantes; y no recurrir a libertos en asuntos de gobierno.
Sin embargo, Nerón no quiso romper completamente con la política de su padre adoptivo, tomando su nombre en la titulatura, acuñando monedas donde se presentaba como el hijo del divino Claudio, promoviendo su divinización y conservando gran parte de su legislación. Se inicia así, al año siguiente de su subida al poder, en 54, su primer período de gobierno, que habrá de perdurar hasta el año 59. La denominación de “quinquenium aureum” para esta época se atribuye a Trajano, que pretendía así indicar la bonanza de los primeros cinco años de gobierno de Nerón, en que el gobierno quedó bajo la tutela de:
-Lucio Anneo Séneca: exponente de la nobleza provincial nacido en Córdoba. Filósofo estoico, fue desterrado en 41 por Calígula acusado de adulterio con una de las hermanas del emperador. En 49, sería llamado del exilio por Agripina, ya esposa de Claudio, para ser tutor de su hijo Nerón. De él se conservan numerosas obras, entre las que destaca De Clementia, dónde Séneca, hacia el año 56, se atreve a considerar a Nerón un emperador mucho más clemente que el propio Augusto.
-Afranio Burro: miembro del orden ecuestre, originario de la Galia Narbonense, destacó bajo Tiberio como procurador de Libia, además de encargarse de los asuntos de Calígula en Asía, por lo que fue recompensado con la prefectura del pretorio, que seguirá ejerciendo bajo Nerón.
Agripina tendría igualmente gran influencia sobre su hijo en el primer año de su gobierno, hasta que en 55, poco después de la muerte de Británico debido a un ataque epiléptico -si bien no faltaron las voces que acusaron a Nerón de envenenarlo-, fue obligada a retirarse a sus posesiones privadas. Las desavenencias entre madre y hijo, al parecer, se debieron a los intentos de Agripina de intervenir de forma constante en el gobierno y la oposición de esta a la relación de su hijo con la liberta Actea.
El programa anunciado por Nerón se reflejó pronto en una mayor colaboración con el Senado y la mayor presencia de éste en asuntos públicos, destacando el traspaso del último recurso judicial a los senadores y el fin de los procesos de alta traición -que no volverán a celebrarse hasta 62-. A las buenas relaciones con el Senado se añade la gran popularidad que el emperador gozó entre el pueblo, gracias a los repartos de dinero, a asegurar el abastecimiento gratuito de trigo mediante la inauguración del puerto de Ostia iniciado por Claudio y a favorecer el establecimiento de colonias de veteranos en Capua, Nuceria, Puteoli, Tarento, Antium, etc. Sin embargo, las apariciones e intervenciones de Nerón en este período son escasas, dedicándose el emperador principalmente al cultivo de la poesía y el teatro, donde ansiaba destacar pública y privadamente en parte porque, según diversos autores, no se le permitía destacar en política ni tenía capacidades para sobresalir en el ámbito militar. En 58, se inicia el principio del fin del quinquenium. Nerón, ya adulto y tras cinco años en el poder, se ha afianzado en su posición y aspira a gobernar por sí solo sin necesidad de recurrir a asesores. Muestra de ello es el repudio de su esposa Claudia Octavia, al que se habían opuesto tanto Séneca como Burro y Agripina, para contraer un segundo matrimonio con Popea Sabina, esposa de Marco Salvio Otón, al que se envía a un exilio honroso como gobernador de la Lusitania. Con ella tendría una única hija, Claudia Augusta, nacida y muerta en el año 64. En este contexto se produce la muerte de Burro, el retiro de Séneca y el asesinato de Agripina en el año 59. Como causa de este último es, según las fuentes antiguas, la oposición al matrimonio de su hijo con Popea Sabina, si bien autores modernos defienden que la verdadera razón es la implicación de Agripina en una conspiración contra su propio hijo para colocar en el poder a Rubelio Plauto, un nieto del emperador Tiberio. La ejecución en 62 de Plauto y de Fausto Cornelio Sila Felix, yerno de Claudio como marido de su hija Antonia, dejó al Imperio sin más herederos varones que Nerón.
Con la progresiva participación de Nerón en los asuntos públicos, se inaugura lo que ciertos autores han llamado el “período despótico”, que durará casi una década. La nueva época se inaugura con la institución de los Ludii Iuvenalis, de carácter griego, y los Neronia, al parecer quinquenales. Ambos sirvieron al emperador para darse a conocer como artista.

*Fotografía 1: Agripina, con una cornucopia -símbolo de la fortuna y la abundancia-, corona a su hijo Nerón. Localizado en el templo de la ciudad de Afrodisias (hoy Turquía)
*Fotografía 2: Camafeo de sardónice localizado en El Fayum que representa a Nerón y su primera esposa Octavia
*Fotografía 3: Posible retrato de Popea Sabina, segunda esposa de Nerón (retrato femenino del Louvre)

viernes, 10 de enero de 2014

Naumaquia

Una colaboración para Arraona Romana

A través de un estrecho ventanuco a ras del suelo, entre pies y piedra, contempló con algo de tristeza y una infinita nostalgia el perfil achacoso y consumido del anfiteatro de Statilio Tauro en el Campo de Marte. En él ya había malgastado sus mejores años. Ahora el César Nerón había decidido abandonarlo a una larga agonía, vacío de todo espectáculo que unos setenta y cuatro años antes diera razón a su vida, cuando el divino Augusto aún caminaba sobre la tierra. Mientras, en sus cercanías, había edificado un nuevo anfiteatro de madera, imponente, orgulloso, desafiante –como sólo la juventud puede–, en cuyas entrañas estaba atrapado ahora, como siempre, en una larga espera: aquel día de agosto del consulado de Lucio Pisón y el segundo para Nerón tendría por fin lugar los juegos inaugurales. Durante días, heraldos de voz melodiosa habían anunciado el evento a todas horas por las calles de Roma y por los municipios y ciudades más próximas; cartelas de madera, con los detalles de lo que pronto ocurriría, habían pendido durante semanas de las columnatas de los foros; y en las paredes de varias casas y en numerosas tumbas de los cementerios, los pintores contratados junto a los aficionados habían garabateado el lugar, la fecha, los tipos de espectáculo y hasta las sorpresas que recibirían quienes acudieran.Tanto esfuerzo dio su fruto pues los días anteriores a iniciarse los juegos el anuncio de una novedad en ellos atrajo hacia Roma a una muchedumbre tal que duplicó su población. Los alojamientos quedaron pronto repletos y muchos ganaron bastante dinero realquilando las habitaciones ya atestadas de sus insulae. La mayoría de los recién llegados, en cambio, al final acabó durmiendo en las calles aprovechando el buen tiempo. Bajo las arcadas de los templos y edificios públicos podían verse mantas y personas con las ropas remendadas, al tiempo que otros levantaban tiendas de campaña en las encrucijadas, bajo los altares.
Pero el día de la inauguración la ciudad quedó desierta, zona improvisada de la lucha entre las cohortes urbanas y los ladrones que aprovechan tanta ausencia. El resto, vociferante y en exceso ansioso, fue incapaz de esperar a las primeras luces del alba para congregarse ante las puertas del anfiteatro. Libertos, mujeres, esclavos y extranjeros demasiado pronto se confundieron en un intrincado remolino de golpes, empujones y patadas, desesperados por lograr las mejores plazas en las galerías superiores, a pesar de que en ellas el calor es intenso aún con el velarium puesto y se está condenado a contemplar de pie el evento. De poco pareció importarles este y otros detalles: ni siquiera volvieron la vista atrás para ver a quienes en la aglomeración había muertos por asfixia y aplastados, y, temerosos de perder el sitio logrado, muchos se habían llevado la comida y hasta orinales.Aún corrían escaleras arriba mientras el resto de espectadores, la mayoría, todos ellos con la ciudadanía, subían tranquilamente y transitaban con asombro las oscuras galerías, pues tienen derecho a un asiento reservado en el anfiteatro, consignado en las piezas que, con pasión, aferran en sus manos. A su paso, pinturas de brillantísimos colores adornan todas las paredes: un cuidadísimo despliegue de lascivas diosas, divinidades fuertes y valerosos héroes sobre los que algunos ya han garabateado con un punzón, ayudados por la enorme muchedumbre y la relativa oscuridad, toscos dibujos de gladiadores –reconocibles solo por el nombre-, amorfos bestiarii, imaginarios combates, irreconocibles animales, algún insulto, el anuncio de un mal negocio...Bajo su sombra podían verse toda clase de tenderetes, que venden recuerdos de todo tipo y el programa de los juegos o bien alquilan mullidos cojines para las nalgas sensibles; a su lado, pequeñas mesas de apuestas se camuflaban, más o menos, entre los puestos de comida rápida y bebidas frías, mientras los mendigos con las manos extendidas relatan sus muchos males y las fulanas aguardan bajo las arcadas una sola llamada, divertidas por las correrías de los niños que roban las bolsas de monedas a los pobres distraídos y huyen a la carrera. Las voces de los comerciantes, anunciando con toda la potencia posible las mil y una excelencias de sus productos, apenas logran hacerse oír sobre la algarabía de compradores y espectadores que buscan sus sitios. Sin embargo, el espectáculo que se abrió ante sus ojos mereció sin ninguna duda la larga y cansada espera. Una sinfonía de túnicas de colores comenzaba a extenderse a lo largo y ancho de las gradas, acentuada o mitigada por la larga sombra de un velarium azul celeste salpicado de estrellas y planetas tejidas con sedas, cuyas formas podían verse, alargadas, en multitud de cuerpos y caras. Bajo ellos, sin saberlo, se encontraba una complicada red subterránea de conductos, canales y esclusas que conectaba el anfiteatro con el río Tíber cercano y que había permitido inundar a voluntad el recinto, donde aguardaban, inocentes, dos flotas de doce embarcaciones, cada una con un total de 6.000 remeros que esperaban en una plácida deriva la inminente llegada de 3.000 combatientes. El público más avezado pudo reconocer birremes y trirremes completamente equipados, construidos con maderas nobles y pintados de intensos azules, rojos y blancos. No obstante, conservaban el nombre solo por el diverso tamaño de su eslora ya que por problemas de capacidad del recinto se habían reducido el tamaño de las embarcaciones y las filas de remeros a una sola.No eran esas las únicas precauciones que se habían tomado Los días anteriores se habían impermeabilizado las paredes con negra brea para intentar evitar toda fuga de agua, color que contrastaba poderosamente con el inmaculado mármol del pódium adornado de varios mosaicos y las brillantes togas de sus ocupantes, o con el pórfido rosa y las guirnaldas de rosas que revestían el palco imperial, donde todavía no se encontraba Nerón.

*  *  *

Mientras el color y el bullicio reinaban en la superficie, la situación era muy distinta bajo las gradas. En las oscuras galerías, los gladiadores siempre guardan silencio cuando revisten las protecciones y toman las armas, entregados unos a sus oraciones a Némesis y otros a sus pensamientos. Es algo que pocos saben: para enfrentarse a la muerte son necesarias fortaleza física, gran habilidad, mayor destreza, pero sobre todo una mente libre de cargas, convencida y preparada para la tarea. Aquel día, sin embargo, algo había cambiado y esos hombres, a media voz, intercambiaban comentarios, maldiciones, consejos de una utilidad más que dudosa: nadie estaba contento de cambiar la firmeza de una conocida arena por la inestabilidad bamboleante de unas desconocidas tablas de barco mojadas. Severo prestaba atención y callaba, si bien su mayor preocupación era la posición del sol: luchar con la luz en los ojos podía suponer la leve diferencia entre volver a casa o conocer las profundidades de la tierra, aunque su reflejo en el agua y las armaduras iba a dificultar esquivarla. Sus reflexiones se disiparon como bruma cuando un viejo conocido se acercó a él para desearle suerte: un gruñido y un mal gesto le disuadieron de pronunciar palabra. El resto ni siquiera pretendió intentarlo. Solo continuó Severo ejercitándose antes de la batalla en un rincón de la armería. Sus compañeros le temían y eso era algo bueno cuando tenía que enfrentarse a ellos, pero el resto del tiempo una parte de él se lamentaba en su cuerpo Porque él no siempre fue así, ni siempre fue su oficio la sangre. Severo era en realidad panadero, antiguo dueño de un pequeño negocio en las laderas del Esquilino. Las hogazas recién horneadas le habían permitido a él, a sus padres, abuelos, y hasta donde queda memoria, vivir holgadamente en el segundo piso de la tahona, incluso permitirse a veces algún capricho. Hasta que dos calles más allá abrió otro horno con unos precios irrisorios y comenzó a perder clientes sin remedio; redujo su margen de beneficios, pero no regresaron. Desesperado por cubrir gastos, por una reforma que volviera a colocar su tahona en lo más alto, arriesgó mucho en las apuestas del circo, pero él no supo juzgar con acierto la calidad de los carros o la velocidad de los caballos. Debiendo gran cantidad de dinero, recurrió a los prestamistas y sus abusivos intereses le sumieron por completo en la ruina. Su única solución sería venderse a un lanista como gladiador de contrato, declarar su conformidad ante un tribuno de la plebe y descender al rango de esclavos, el primero en su familia-sus antepasados, sin duda, estarían avergonzados-. Los 2.000 sestercios que él recibió a cambio a penas lograron pagar algunas deudas; deudas que, irremediablemente, seguían engullendo todas sus primas por combate impidiéndole ahorrar para cuando algún día regresara a la libertad. Aún así, soñaba con volver a ser panadero un día no muy lejano en cualquier lugar que no conociera su sangriento pasado.
Aquel día, al contrario que los anteriores, no lucharía solo contra un igual. Habían dividido a los combatientes en dos grupos de igual número y los habían obligado a vestir de diversa forma, con atuendo de llamativo colorido y gran riqueza. Interrogándole a un guardia amigo suyo que se había enriquecido sobremanera apostando por él cuando luchaba en la arena, supo que el César Nerón deseaba recrear una batalla naval entre los griegos y persas para dar más realismo a la naumaquia. ¡Qué gran estupidez! Era solo el capricho costoso de un mocoso que al público dejaría indiferente: ellos, como siempre, habían venido a disfrutar el del combate, no a admirar el decorado. Además, si era veracidad lo que buscaba, debió de haber escogido alguna batalla que si sucediera, pues hasta dónde él recordaba, nunca se habían enfrentado los griegos contra los persas. Tampoco podía afirmarlo con rotundidad, puesto que no sabía dónde se encontraba Persia o si alguna vez había existido. Severo nunca supo leer ni escribir, y todo cuanto aprendiera había surgido de los labios siempre ocupados de su padre, de las historias de su madre en el calor sofocante de los cuatro hornos de pan, de los recuerdos torturados de los esclavos encargados de moler el grano y amasar, del relato confuso de un borracho en la taberna o del rápido intercambio de información a través de un mostrador abarrotado Apenas si sabía a sus casi treinta años contar, sumar y restar, aún con dificultad y gracias a la panadería. Una cosa si sabía a ciencia cierta: se sentía ridículo con esa vestimenta e incómodo con su armadura nueva. Como retiarius no estaba acostumbrado a luchar con una puesta: el peso de las grebas en las piernas ralentizaba su marcha, el casco disminuía su campo de visión y su capacidad de reacción y la coraza le dificultaba los movimientos. Por si fuera poco, le habían sustituido el tridente por una espada y la red de pescador por un escudo que solo le estorbaba. Cuanto más pensaba en la batalla naval de ese día, más empeoraba su humor, más se enfurecía. Había sin duda muchas cosas que le molestaban: la lucha de cualquier gladiador es un duelo en que la supervivencia depende de la habilidad y el entrenamiento; en aquella locura, fruto de la mente aburrida del César y de la necesidad de distracción de Roma, debía confiar su vida, por el contrario, a toda la tripulación de un barco, tripulación que no conocía y que dudaba muchísimo que supiera qué es lo que hacía. Soldados, gladiadores y marineros habían de subir a las naves, en definitiva, profesionales entrenado para aquello, pero por desgracia eran los menos; abundaban los esclavos y los condenados a muerte, elegidos únicamente para rellenar los huecos y cuya aportación al espectáculo se reducía a una ciega desesperación por la supervivencia-que podía embotar sus sentidos en vez de hacerles ganar destreza-, y una muerte sangrienta en los primeros momentos. Peor destino aguardaba a los 6.000 remeros, que se hundirían con esas naves sin poder siquiera tener la posibilidad de plantear defensa.También esta vez fue sacado abruptamente de sus pensamientos, en esa ocasión con una notificación: el César Nerón se encontraba por fin en su palco rodeado en exclusiva de sus favoritos. Entre las tablas de madera se introducían sinuosos hasta los combatientes todos los gritos que su llegada había arrancado veloz al pueblo, denunciando subidas de precios, abusivos impuestos o lo caro del pan, insultando a la amante Popea o llamando a la madre Agripina o la esposa Octavia-las ausencias más destacadas. No tendrían mucho tiempo de gritarle, pues los tambores tronaron, las trompetas sonaron, y las embarcaciones, a medida que las tropas embarcaban, se agrupaban en compacta formación de batalla para saludar a Nerón. La estridencia de la música continuaría toda la batalla, ahogando en ocasiones la voz del público, de los vendedores ambulantes y del espectáculo. 
Después, con nueva fanfarria, se inició el evento.

Si queréis leer el final del relato, no dudéis en clickear en: 

viernes, 13 de diciembre de 2013

Eunuco Imperial

Una colaboración para Arraona Romana

¿Cómo empezó todo esto? Han pasado tantas cosas que ya no recuerdo, o bien no quiero hacerlo... Ha llegado el momento de enfrentarme a ello. No se puede vivir con miedo, ni morir temiendo. Sin embargo, quizás no estoy haciendo la pregunta adecuada que me permita poner en orden todos mis pensamientos y afrontar mis sentimientos. No importa como empezó, si no como yo me convertí en algo nuevo, porque si pudiera elegir regresaría a mis comienzos, permanecería por siempre en ellos. El sonido de las olas, la música de mi juventud... Gustaba de sentarme en aquella playa solitaria, yo conmigo mismo y mi alma, y contemplar el batir de mil olas negras donde nadaban estrellas bajo la inmensidad de la luna llena, sentir en mis dedos jugueteando la fina arena y en mi espalda la caricia helada de una brisa tierna y salada. Imposible no ser consciente de la inmensidad del mundo y de mi propia insignificancia, y ese pensamiento, que tanto atormentó a hombres buenos, siempre fue para mí en cambio un consuelo, incluso en los peores momentos: las penas de un ser tan pequeño no pueden ser nunca grandes. ¡Divina inocencia! No bastaba una sola para ahogarme, pero a fuerza de acumularse han terminado por aplastarme. No obstante, aunque pudiera liberarme de ellas, aunque un dios benévolo tuviera a bien mirarme un solo momento y concedérmelo, me negaría: ellas son yo y yo soy ellas, fueron mis tragedias las que me dieron definitiva forma y algo semejante a la fortaleza. Con todo, preferiría que en mil últimas horas no desfilaran ante mis ojos. Me dijeron que sucedería, más ¿por qué? Quizás todos necesitemos en el momento de morir creer, creer que valió la pena, que no hemos malgastado nuestra existencia. Tendría ese temor si mi vida hubiera sido mía, pero nunca fui responsable de quien fui, jamás seré culpable de lo que sucedió por mí. Mi éxito -debería decir mi ruina- se debió a una pasión desgarradora, la experimentada por Nerón por su segunda esposa... Así concebida, mi existencia no ha sido tan mala: motivos peores mueven mejores vidas. 
Sentado en el tocador de mi habitación en palacio, observo con detenimiento mi reflejo en el espejo, este rostro de mujer que me impusieron, este cuerpo deforme que no fue mío. Actea, la dulce Actea, también observa esta farsa grotesca de una emperatriz muerta, y en su pupila azul, temblorosa por el miedo, en su entrecejo fruncido de preocupación y en el vacilar de sus labios hallo algún consuelo. Con cuidado, lavo mi rostro. El agua se tiñe de cien mil colores, revelando mejillas sin barba y cejas depiladas. Me arranco las pestañas postizas, me deshago de los grandes pendientes y deposito, entre perfumes, ungüentos y cajitas, collares, pulseras, anillos, tobilleras, diademas, fíbulas, redecillas del pelo y horquillas. Sin embargo, cuando cojo entre mis manos delicadas de uñas pintadas las tijeras, para deshacerme también del largo cabello teñido de encendido rojo, Actea no puede contenerse. Intenta detenerme. “Sabina”, me llama. Esa palabra maldita escapa con inocencia de su boca; así me llamaba Nerón en honor de su esposa fallecida. Rápida se lleva las manos a los horrorizados labios. Tranquila, Actea, ya no me importa. Esboza una sonrisa de amargura, me observa con benevolencia, me acaricia el rostro con ternura. ¿Qué es esto? ¿Compasión? Nunca la he tenido y no la quiero. Me debilita y preciso ahora más que nunca de todas mis fuerzas. Largos mechones de cabello caen con silencioso estrépito en el suelo de mosaico. Venus y Adonis quedan cubiertos de una montaña de pelo humano. Queda atrás solo el rostro de quién no es mujer, pero tampoco hombre, un cuerpo amorfo carente de pechos y de testículos. Un nuevo Tiresias. Otro Hermafrodito. Si acaso dudaba, ahora tengo motivos. Actea con mano temblorosa me alcanza una toga. La rechazo con vehemencia: me disfrazaría de un hombre como me he disfrazado de una matrona... ¡Oh, Actea, ¿por qué lloras?! No lloras por mí, si no por ti; conmigo se marcha lo único de Nerón que te queda, serás ahora el último vestigio de una gran era. Me abofetea. Me abraza. Es imposible, ¿son para mí estas lágrimas? Actea, ¡son hermosas! Por favor, llora, llora hasta quedarte sin ellas. Me reconfortan, me dan fuerzas. ¡Actea, me amas lo suficiente como para poder verterlas! ¡Mi dulce, dulce Actea! Cuando me vaya habré dejado en ti al menos un diminuta huella; no habré sido solo una sombra de mi mismo, de otra persona... de la emperatriz Popea. Si ella no hubiera muerto de aquella forma yo no me habría convertido en esto...No es cierto. No debo mentirme a mi mismo en mis últimas horas. Soy lo que soy por el corazón de un hombre destrozado incapaz de aceptar lo que había hecho.
Cuando me vaya habré dejado en ti al menos un diminuta huella; no habré sido solo una sombra de mi mismo, de otra persona... de la emperatriz Popea. Si ella no hubiera muerto de aquella forma yo no me habría convertido en esto...No es cierto. No debo mentirme a mi mismo en mis últimas horas. Soy lo que soy por el corazón de un hombre destrozado incapaz de aceptar lo que había hecho. “Te lo suplico”, me susurra contra la sensible piel de mi nuca y su voz se extiende como una caricia a lo largo de mi espalda desnuda. “Reconsidéralo”. Por un momento flaqueo. Después, olvido... No, me digo, no hay nada que reconsiderar. ¿Ser violado en público sobre el escenario para diversión de nuestro nuevo César, Vitelio? No, Actea, lo lamento, mi decisión es firme. Multitud de personas han dirigido mi vida; ahora quiero ser responsable de mi propia muerte. Sí, me iré, y mi memoria la desgarrará la infamia. Pocos recordaran mi lealtad y mi fidelidad. Pensé que ellas me redimirían ante los ojos de la Historia, que me granjearían el perdón de la Memoria, y que quizás bastaran para no ser recordado con odio ni con desprecio, sino con cierto asombro, cierta compasión, cierta admiración, cierta lástima. Me esforcé por practicarlas y finalmente surgían de mi solas: Nerón me enseñó que se puede llegar a amar lo que mucho se odia... Amar...quizás de una retorcida y ambigua forma, pero nunca al César, si no al loco incomprendido y perdido que buscaba su propio lugar en el mundo de continuo. Fui yo, y no Mesalina, la última de sus esposas, quién permaneció junto a nuestro marido hasta el mismo final, solo yo y tres más, en el desgarrador viaje final que le condujo a la muerte olvidado en una villa. Fui yo quién inició ante su petición los lamentos rituales previos a su suicidio. Fui yo quién le recogió entre mis brazos cuando cayó por vez última y fui yo quién bebió de sus labios el último aliento... y sin embargo ella vive en una tranquilidad por siempre honrosa y yo me preparo para un inminente suicidio. Da igual todo lo que hiciera; en el mejor de los casos mi vida se perderá como lágrimas entre la lluvia. De haber sabido lo que vendría después le hubiera seguido tras su último suspiro, le hubiera seguido si alguna vez me hubiera querido, pero no me amaron ninguno de los hombres que se impusieron a la fuerza a mi lado: siempre Popea. Aunque la encarné no puedo decir que la he conocido. Ardo en deseos de hacerlo para saber que hubo en ella que tanto los ha seducido, que hubo en mí indigno.

Si queréis leer el resto del relato solo tenéis que pinchar aquí:


* Fotografía 1: "Los remordimientos de Nerón por la muerte de su madre", John William Waterhouse
* Fotografía 2: "Joven vertiendo perfume", Fresco romano
* Fotografía 3: Posible retrato de Popea Sabina, segunda esposa de Nerón, con la que el eunuco guardaba tanto parecido

viernes, 22 de febrero de 2013

Los fantasmas de Nerón

Era la madrugada de la fiesta de Lemuria, en que las sombras de los muertos, que no han obtenido el descanso eterno por no haber gozado de un buen entierro o haber conocido una muerte prematura, se levantan de sus tumbas para importunar a los vivos y clamar venganza o pedir justicia. El César Nerón conocía el ritual preciso para aplacarlos y expulsarlos de su casa. Mediada la noche, con una llameante luna llena de clara sangre en la oscura profundidad de un firmamento sin estrellas, se levantó descalzo para que nada estorbara su contacto con la tierra, dónde moran aquellos que nos han precedido en el camino del que no se regresa. Atrás dejó a su amada Popea, sumida en lo más profundo de los sueños, con una pequeña vida saltando en el hinchado vientre, subiendo y bajando con cada bocanada de aire. Nerón avanzó en un respetuoso silencio, chascando tan solo los dedos a fin de prevenir a los terribles lemures de su presencia, para que jamás se cruzaran en su camino. Una ablución de manos con agua corriente garantizó la purificación necesaria para que diera comienzo la ceremonia. Se giró, tras haber cogido habas negras como la muerte con su boca y las fue arrojando a su espalda de una en una, sin atreverse a mirar atrás. Con ello esperaba propiciar a los fallecidos y obligarlos a recogerlas; así aceptarían con buena disposición el encantamiento y permanecerían tras él, sin perturbarle con su vaporosa presencia. Mientras así las lanzaba, repetía a media voz hasta nueve veces: "Lanzo estas habas y con ellas me redimo a mí y a los míos" Las palabras se perdían como un lamento y un suspiro en el eco de los pasillos estrechos de las altas moradas del Palatino.
En la oscuridad de la noche, creyó oírlas corretear por los pasillos, caminar pausadamente, reír, llorar, maldecir, rogar, suspirar, rugir. Creyó sentir en su nunca el respirar frío de los muertos. Sonó el trueno, llegó la lluvia; las nubes devoraran la luz roja de la luna. Un tacto helado, afilado, pareció deslizarse por su brazo, erizando su vello. Alguien dijo su nombre con el viento. Locuras, se dijo, inducidas por el cansancio y la noche, por la culpa y la añoranza. Si de verdad eran ellos, pronto se iría. Se apresuró con ansiedad y miedo a finalizar el antiguo rito. Nueva ablución. Hizo sonar un objeto de bronce para ahuyentarles, resonando hueco en el amplio eco. Una voz rió. Otra lloró. "¡Nerón!", escuchó. Intentó desterrar aquello de sus pensamientos. Con palabras temblorosas pidió a los lemures su marcha. Nueve veces repitió de nuevo: "Salid de aquí, Manes de mi familia"... Por fin silencio; incluso pareció amainar la lluvia. Se habían ido, pensó triunfante. Podía volverse, podía marcharse. Pero al hacerlo, allí estaba ella, acusadora, desolada, por vez primera delicada y frágil. Su vientre abierto manaba sangre. Su cuerpo y su ropa chorreaban agua. Sintió helarse el terror en las venas, volver espesa cada bocanada de aire. La voz había huido, el alma asustada y arrepentida peleaba por seguirla. Aún así, quiso abrazarla. Porque era Agripina. ¡Agripina! Su madre. Ella sonreía, aquella sonrisa de medio lado ¡tan suya!, con los entornados ojos fijos, como solo exhibía cuando sabía que había triunfado. La visión apenas duró un instante. Después se desvaneció, con el aire. Una parte de él respiro aliviado por su marcha; otra quiso retenerla a su lado. Quedó tan solo suspendido en el vacío, profundo, espeso, denso...su perfume, el que él le regalara, el que le dijeran derramaron sobre su tumba antes de incinerarla. Regresó corriendo a sus habitaciones perseguido por sus pasos y sus risas, por los recuerdos que no por pasados duelen menos. Un grito...¡Popea! Entró en la estancia. Su nueva esposa, sobre la cama, temblaba, gritaba, señalaba...¿el qué? ¿El silencio? ¿La noche? Un trueno cruzó entonces el cielo, iluminando por un momento, como caricia, la figura decapitada a los pies de su cama. Bajo el brazo, la cabeza cercenada, que él mismo ordenó le cortaran, les miraba con el pelo sucio y revuelto. Era Octavia, la dulce Octavia, su primera esposa, su querida hermana. Quiso hablarles, más no tuvo tiempo. Hubo otro trueno y se produjo su marcha. El amanecer aún tardaría en llegar demasiado tiempo. Demasiados fantasmas.

Dedicado con cariño a mi querida Anónima-ella sabe de quién hablo-, 
y a esos otros anónimos cuyo nombre no sé,  pero que han dedicado, 
aunque solo fuera un momento, algo de su tiempo a mis relatos. Gracias.

*Fotografía 1: Retrato de Nerón
*Fotografía 2: Retrato de Agripina
Os dejo más información sobre las fiestas de Lemuria por si os interesa: Las terribles noches de Lemuria