A
partir de Augusto el establecimiento de un nuevo orden en la sociedad
romana implicó que no sólo el princeps, si no la totalidad
de su familia, incluidos tanto hombres como mujeres, tuviesen un gran
protagonismo político. Era preciso, por tanto, otorgar algún papel
a sus parientes femeninos, puesto que de forma inevitable se habían
convertido también en personajes públicos -fundamentales además
en los juegos sucesorios- pero sin que ello implicara cambiar el
modelo de sociedad romana y la posición natural de la mujer dentro
de la misma. Sus actuaciones privadas y domésticas debían, en
consecuencia, responder a la perfección al llamado mos maiorum
o “costumbre de los ancestros”, a la política moral del
emperador de turno, y serían utilizadas, dada su gran transcendencia
pública, como ejemplo a seguir en la época, en especial en la
población femenina, y vehículo de transmisión de la importancia
ética de la domus imperial y su ideología. La conducta de
las mujeres imperiales, por consiguiente, debía ser -o por lo menos
debía aparentar serlo- el que se esperaba de cualquier otra mujer
romana: cuidar la casa, en ese caso la Augusta, aquella que regía
los destinos del Imperio; ser fiel al esposo y tener hijos; no
entrometerse en sus asuntos privados, salvo como simples consejeras
del princeps, y nunca sobrepasar los espacios domésticos y
privados.
Ante
una dinastía como la Antonina que es considerada, con suma razón,
en la historiografía antigua y moderna como una época de
estabilidad, cohesión e integración, esta imagen de la familia
imperial en armonía, sin conflictos familiares, sin intromisiones
por parte de las mujeres en los roles masculinos, y dotadas de todas
y cada una de las mejores virtudes tradicionales, sería necesaria
para su propagación ideológica tanto en Roma como en las provincias
como elemento, en cierta medida, legitimador de la dinastía al
contraponerlo con los excesos de imperatores anteriores y sus
esposas, que historiadores contemporáneos al inicio de la dinastía,
como Tácito y Suetonio, se esforzaban en difundir a través de sus
obras.
Sus
imágenes públicas servían pues para proyectar mensajes sobre la
naturaleza e ideales del gobiernos y sus diferentes dirigentes,
puesto que el propósito normal al honrar a cualquier mujer de la
familia imperial no era únicamente el uso de su imagen con carácter
ejemplarizante, sino también exaltar a los hombres de quienes ellas
eran madres, hermanas, o esposas. La acuñación de monedas en el
Imperio demuestra claramente que las mujeres de la familia del César
eran vistas como poco más que sus apéndices, igual que el resto de
mujeres romanas eran concebidas como extensiones de sus parientes
masculinos.
Así
en el reverso de una moneda imperial, la mujer imperial solía ser
representada como una personificación de un atributo del emperador,
o del aspecto que más quería destacar de su gobierno, tales como
Concordia, Iustitia, Pax, Securitas, Fortuna... Debido a que
estas cualidades abstractas
eran designadas en latín a través de nombres femeninos y
eran honradas como diosas femeninas, las mujeres imperiales pudieron
personificarlas. Destaca, principalmente, su identificación con la
diosa Ceres, cuyas características de fertilidad y de crianza los
emperadores querían inculcar en todas las mujeres de acuerdo con la
política oficial de aumentar la tasa de nacimiento; y con Vesta,
deidad del hogar que debía constituir el entorno vital de la mujer
como guardiana y protectora del mismo; así como con todas las
tradicionales virtudes femeninas romanas: Pietas, que indicaba
su total lealtad a la religión romana y al orden social establecido,
deidad que se asocia tras su muerte con Matidia la Mayor, sobrina de
Trajano, en numerosas acuñaciones; Fides, que denotaría su
fidelidad a un único hombre incluso tras su fallecimiento, tal como
observamos a Plotina en varias monedas; y Pudicitia, que
asegura que su conducta sexual esta más allá de todo reproche,
diosa reservada a Vibia Sabina en la numismática de su esposo
Adriano.
Los
propios emperadores además difundirían mediante documentos de
carácter privado, que de forma intencionada fueron hechos públicos,
la imagen que ellos tenían del prototipo de la mujer, y que, por
tanto, debía regir durante su gobierno. Así, la armonía familiar
en el palacio será el tema principal de la laudatio funebris
que Adriano dedicará a su suegra Matidia, donde elogia sus buenas
relaciones con Sabina y con él mismo, y le atribuye un elenco de
virtudes similares a las de Plotina y Marciana en el Panegyricus
Traiani de Plinio, del que hablaremos más adelante; Adriano
destaca su modestia al afirmar que no le pidió nada que ella no
utilizara más tarde no en provecho propio, si no del emperador, y
que nunca le reclamó muchas cosas que a él le hubiera gustado
concederle. Esa misma descripción de armonía familiar la
encontramos en una carta dedicada, por su cumpleaños, a su madre
Domitia Paulina, y escrita, como la Laudatio, supuestamente
también por él mismo. En la misma, el emperador elogia la Pietas
y la Castitas de su madre y ruega que todos sus actos fueran a
sus ojos dignos de alabanza.
Sin
embargo, donde mejor se observa esta concepción de la mujer imperial
como modelo de sus contemporáneas, encarnación de valores y ideales
tradicionales y del gobierno, es, como hemos dicho, en el Panegyricus
Traiani, de Plinio el
Joven; se trata de un discurso laudatorio de noventa y cinco párrafos
en los que no hay ni una sola mención a un nombre de mujer, siendo
el protagonista indiscutible Trajano, un hecho ya de por sí bastante
significativo. Sin embargo, hay varias alusiones a mujeres
identificables, como Pompeia Plotina y Ulpia Marciana, esposa y
hermana del César. Las dos aparecen en virtud de la propia
intencionalidad ideológica del discurso, de nuevo en calidad de
justificación y alabanza del nuevo régimen1.
La descripción del carácter de la emperatriz comienza, como no
podía ser de otra forma, por una alabanza de la vida privada de
Trajano. Elegir una esposa adecuada era lo más necesario para el
propio honor, y la esposa de Trajano es para él decus et gloria2,
virtuosa y una “mujer a la antigua” adecuada, imposible de
encontrar ninguna mejor3,
sencilla en su aspecto, moderada y modesta4.
Con respecto a su marido, se alegrará de su fortuna, pero no le
respetará por ella, sino por él mismo, confortados por un muto
aprecio5.
Pero todas las virtudes de Plotina se las debe a Trajano, que así la
ha enseñado, porque “a una esposa le basta la gloria de
obedecer”6.
El mérito de la emperatriz es la moderación del emperador, ante la
que todo el respeto hacia él y hacia ella misma es poco en una
esposa y en una mujer7.
Así mismo, no compite en nada con su cuñada, distinguiéndose sobre
todo su casa por la ausencia de rivalidades, queriéndose
entrañablemente8.
Pero otra vez el mérito es de Trajano, a quién se esfuerzan en
imitar, de donde viene su moderación, mostrada cuando rechazaron el
título de Augustas que el Senado les ofrecía9
La Casa Imperial debía ofrecer así, según Plinio, buenos ejemplos
a las simples romanas. En primer lugar, la obediencia debida a los
esposos por sus mujeres10;
en segundo, la plena ausencia de envidia y de emulación entre
cuñadas, ya que según el autor:“nada es más propenso a las
querellas que la emulación sobre todo en las mujeres; ahora bien
ésta nace especialmente en la familiaridad, se alimenta de la
igualdad y se inflama con la envidia, cuyo remate es el odio”11.Y,
en tercer lugar, la modestia y el rechazo de excesivos honores,
porque “¿qué hay en efecto más honroso para unas mujeres que
colocar el verdadero honor no en el esplendor de unos títulos, si no
en los juicios del público, y hacerse dignas de las más
altas distinciones precisamente por rehusarlas?”12
Plinio reduce en su Panegyricus el papel de esas mujeres
imperiales en diversos aspectos: su significación en los momentos de
la sucesión, que ha de depender de una elección libre del César de
entre todos los ciudadanos, sin tener en cuenta a los posibles hijos
de la esposa; las emperatrices han de obedecer en todo a sus maridos,
en lo cual hallaban su gloria, e imitarle en la moderación, y en la
modestia; sus virtudes sirven de adorno al princeps, y deben
amarlo y respetarlo como a sí mismas. El ejemplo dado por las
mujeres imperiales debe ser seguido por el resto de las mujeres
romanas de la época evitando las disputas domésticas y la envidia,
desdeñando los honores y buscando sólo una buena fama, mediante la
obediencia al marido. El resto de sus obligaciones será dar hijos al
Imperio y alabar hasta en en privado al emperador, en cuya
glorificación se unirían a sus esposos; su actitud, por tanto, en
el interior de la familia imperial deber ser solamente el de matrona,
reduciéndose en la práctica su papel social y político a cero.
Plotina y la hermana de Trajano en el
Panegyricus son modelos para su género, y sirven para definir
las principales virtudes y valores de una mujer romana: obediencia
ciega al marido, modestia en el vestido y acompañamiento, la
sencillez y el pudor en el trato, la virtud en sus costumbres, y en
la vida doméstica y la fidelidad tanto al marido como al poder
establecido. No obstante, las virtudes de Plotina son producto de
Trajano, que así la ha enseñado y a quién se esfuerza en imitar.
“Tu esposa, en cambio, te sirve para
honra y gloria. ¿Qué hay más santo que ella ni más conforme a la
tradición? (…) Con qué firmeza reverencia tu persona y no tu
poder. Seguís siendo el uno para el otro lo que fuísteis; os
guardáis recíproca consideración y nada os añadió la fortuna, si
no es que habéis empezado a ver de veras qué bien la lleváis entre
ambos. Obra del marido es haberla educado y formado así, pues le
basta a la esposa la gloria de obedecer. Al ver ella que no entra en
tu comitiva ni el terror ni la ostentación ¿no iba ella a andar
también en silencio? ¿No iba a imitar, en lo que el sexo se lo
permite, a su marido que va a pie? (…) Con un marido de tanta
sencillez, ¿qué recato no debe tener, como esposa, para su marido,
y, como mujer, para consigo misma?”13
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1
Ver POSADAS, J.L.: “Clientelas y amistades femeninas en Plinio el
Joven”, Studia historica, Historia antigua, nº
26, 2008, 101-103 (Las mujeres en el Panegírico)
2
PLINIO, Panegyricus, 83.4
3
PLINIO, op.cit., 5
4
PLINIO, op.cit., 7
5
PLINIO, op.cit, 6
6
PLINIO, op.cit, 83.7
7
PLINIO, op.cit, 83.8
8
PLINIO, op.cit, 3-4
9
PLINIO, op.cit, 5-6
10
PLINIO, op.cit., 83.7
11
PLINIO, op.cit., 84.2
12
PLINIO, op.cit., 84.8
13PLINIO,
op.cit. 83.5
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Imágenes:
1-Representación de Trajano en el Arco edificado en su honor en Benevento
2-Busto de Pompeia Plotina en los Baños de Neptuno, en Ostia
3-Vibia Sabina como Diana, en el Museo del Prado (Madrid)
4-Áureo de Matidia la Mayor identificada como Pietas