Mostrando entradas con la etiqueta Biografías. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Biografías. Mostrar todas las entradas

sábado, 15 de octubre de 2016

Fulvia y Marco Antonio

PRIMERA PARTE: Fulvia, ¿a la sombra de Clodio?
SEGUNDA PARTE: Fulvia y el prometedor Curio

Viuda por segunda vez, aún más rica, todavía más influyente, dueña desde hacia años de gran parte de las bandas callejeras de Roma y madre de al menos dos hijos -Clodia, con su primer marido, y Cayo Escribonio Curio, con el segundo-, Fulvia esperó algo más de tiempo que la vez anterior para casarse de nuevo. La guerra civil que enfrentaba a César y Pompeyo -ver nuestro artículo La Guerra Civil: César o Pompeyo-, y su propia situación personal, obligaban a actuar con suma cautela, y Fulvia se limitó a observar pacientemente desde la seguridad de su hogar en Roma el desarrollo caótico de los acontecimientos. Finalmente, vencedor César en la batalla de Farsalia y nombrado dictador ya en dos ocasiones por los restos de un Senado algo amedrentado, junto con el asesinato de Pompeyo Magno en Egipto -lo que dejó al partido senatorial descabezado y desmembrado, con únicamente dos focos de resistencia en Hispania y África-, todo parecía indicar que la balanza de la Fortuna se inclinaba a favor claramente del partido cesariano, y Fulvia no tardó mucho tiempo en casarse, en el año 47 a.C., con la figura más prominente dentro del mismo, sólo por detrás de César: Marco Antonio.

Perteneciente a una familia de origen plebeyo, Marco Antonio había nacido en Roma hacía el año 83 a.C. Su padre, Marco Antonio Crético, fue un político cuanto menos mediocre en el que todos los autores destacan su avaricia e incompetencia. Nombrado pretor en el 74 a.C. -la máxima magistratura que alcanzaría-, recibió la orden de limpiar el mar Mediterráneo de la amenaza de la piratería, como paso previo a apoyar sin riesgos las operaciones militares contra Mitrídates VI del Ponto; Crético no sólo fracasó, sino que además saqueó las provincias que se suponía debía proteger y en su ataque a los cretenses, aliados de los piratas, sufrió una gran derrota que le llevó a perder la mayoría de sus naves (Diodoro Sículo, 40, 1). Sólo él se salvó del desastre tas firmar un tratado por completo desfavorable para los intereses de Roma, lo que le valió el sobrenombre sarcástico de Creticus, o "vencedor de Creta". Su abuelo, en cambio, también del mismo nombre, fue uno de los oradores más destacados de su tiempo, ocupó el consulado y la censura, y recibió en 102 a.C., un triunfo naval. Fulvia y su tercer marido, por tanto, compartían un padre fracasado con una carrera política nula, cuando no vergonzosa, que les había valido un apodo ridículo y denigrante -ver articulo anterior Fulvia, ¿a la sombra de Clodio?-, hecho tan solo contrarrestado por la fama y gloria de su abuelo y antepasados. Sin embargo, no era lo único que ambos tenían en común: también en el caso de Marco Antonio, los errores e ineptitudes del padre eran compensados por la influencia, riqueza y conexiones familiares de la madre, y como Sempronia Graca para Fulvia, Julia Antonia fue el verdadero cauce del que partió la carrera política de su hijo. Prima carnal de Julio César, lo que convertía a Antonio en sobrino segundo del dictador, contrajo matrimonio a la muerte de su primer marido con Publio Cornelio Léntulo Sura, más tarde acusado de estar involucrado en la conspiración de Catilina -ver nuestro artículo La conjuración de Catilina- y ejecutado por ello por orden de Cicerón, lo que originó la enemistad permanente entre Antonio y el orador -otro punto en común con su nueva esposa, quién ya le guardaba odio por sus ataques contra su padre y su primer marido-.

Huérfano de padre hacia los once o doce años y privado de toda figura paterna con la ejecución de su padrastro a los veinte años, no es de extrañar quizás que Marco Antonio, cuyo carácter, ya de por sí, se asemejaba más al de su padre que al de su madre o su célebre abuelo, pasara su adolescencia y sus primeros años de edad adulta vagando por Roma en compañía de sus dos hermanos, Cayo y Lucio, y varios amigos, en una especie de vida rebelde en que se hizo frecuente su presencia en tabernas, casas de apuestas y prostíbulos. Plutarco, de hecho, en su Vida de Antonio, menciona el rumor de que ya antes de cumplir los veinte años de edad, Antonio ya estaba arruinado, debiendo aproximadamente 250 talentos (unos 6 millones de sestercios), que serían asumidos por su amigo Escribonio Curio, quien más tarde, curiosamente, se convertiría en segundo marido de Fulvia. A través de Curio, Marco Antonio entró además en contacto hacia el 59 a.C. con el círculo político de su primer marido, Publio Clodio Pulcro, y sus bandas callejeras, mostrando un rápido interés por ella. La pasión que su esposa despertaba en su nuevo amigo no pasó desapercibida para Clodio, y el asunto acabaría varios enfrentamientos entre ambos. Por fortuna, Antonio puso tierra de por medio, aunque no por que ya no se sintiera atraído por Fulvia, sino porque sus muchos acreedores le empujaron a huir a Grecia en 58 a.C. Allí, aprendería retórica en Atenas y pareció reconducir su vida, siendo convocado por Aulo Gabinio, procónsul de Siria, para participar en la campaña contra Aristóbulo de Judea y más tarde, en 55 a.C, también en la campaña de Egipto, ya como prefecto ecuestre, donde destacaría en la toma de Pelusio.

De regreso a Roma, la influencia de Curio y Clodio -quién sorprendentemente a pesar de la pasión que Antonio parecía sentir por su esposa nunca le negó su amistad- acercaron a Marco Antonio al círculo de su tío abuelo Julio César, quién, en 54 a.C., le concedió un mando militar en la Guerra de las Galias, donde destacó durante el doble asedio de Alesia. Su personalidad, sin embargo, no había cambiado y los conflictos a su alrededor eran más que frecuentes; el propio César reconocía que su conducta le irritaba enormemente, pero reconocía su genio militar. De ahí que le ayudará a obtener los cargos de cuestor (52 a.C.), augur (50 a.C.) -cargo que ocuparía hasta su muerte-, y tribuno de la plebe (49 a.C.). A cambio, Antonio permaneció leal a César cuando se desencadenó la guerra civil -ver nuestro artículo El primer triunvirato-, llegando a cruzar el río Rubicón a la derecha de su tío abuelo, y, en recompensa a su lealtad, fue nombrado por el nuevo dictador como su magister equitum y administrador de Roma e Italia en su ausencia, mientras combatía a los últimos focos de resistencia pompeyana. Un año más tarde, en 47 a.C. Marco Antonio conseguía por fin a la mujer que llevaba nada menos que doce años persiguiendo, y Fulvia encontraba un nuevo marido. Juntos, tendrían dos hijos: Marco Antonio Antilo (nacido el mismo año de su matrimonio) y Julo Antonio (nacido dos años más tarde)

Sin embargo, las habilidades como administrador de Antonio fueron bastante pobres en comparación con sus claras actitudes como militar. El uso tiránico que Antonio hizo de su nuevo cargo, así como sus excesos y extravagancias y los escándalos en los que se vio envuelto con su amante Cytheris, no tardaron en provocar numerosos disturbios, hasta el punto de que la ciudad se sumió en la anarquía más total y el Senado se vio obligado a declarar un nuevo estado de excepción, que Antonio convirtió en un auténtico régimen de terror, mientras que los veteranos del ejército de César, acantonados en Campania para la próxima campaña de África, se revelaban contra el magister equitum. El propio César se vería obligado a regresar a Italia para poder tranquilizar la situación, privando a Antonio de todas sus responsabilidades políticas, lo que generó un distanciamiento entre ambos que duraría dos años, si bien no fue constante. No podemos por menos que preguntarnos si Fulvia, que debió sentirse una especie de ama de Roma al casarse con Antonio, no se sintió decepcionada al darse cuenta de sus nulas habilidades en política y la situación desfavorable, para Roma y para ellos, que sus ahora obvias escasas aptitudes habían provocado. Si fue así, no lo demostró en ningún momento, si no que, en esta ocasión, y en otras aun peores que vendrían más tarde, siempre permaneció fiel a Antonio y a sus intereses, incluso cuando él acabó por olvidarla y traicionarla. Sin duda, la pasión que Fulvia sintió por su tercer marido fue más constante e intensa que la que él experimentó nunca por ella, si bien en un primer momento el afecto de Antonio por su nueva esposa fue claro y sincero, hasta el punto de renombrar la ciudad griega de Eunemia o Eunemeia como Fulvia en su honor, o acuñar moneda con su rostro para pagar a sus tropas -convirtiéndola en la primera mujer no mitológica en aparecer en las monedas romanas-.

A este respecto, Cicerón (Filípicas, II, 77) y Plutarco (Vida de Antonio, X, 5) recogen una anécdota sin duda reveladora. Marco Antonio había partido hacia Hispania con la intención de reunirse con César, por entonces ocupado en la campaña de Munda. Sin embargo, no termina el viaje y vuelve precipitadamente sin haber ni siquiera pasado más allá de Narbona. Sobre la manera en que entra en Roma, Cicerón refiere:

            “Llegando sobre la décima hora a las Rocas Rojas entra en posada y, ocultándose de las miradas, no deja de beber hasta bien entrada la noche. Después, tras ser llevado, de forma repentinamente, a Roma en un carro, llega a su casa con la cabeza cubierta. El portero le dice: “Y tú.. ¿quién eres?”; Antonio: “Un correo de Marco Antonio”. Tras esto, es introducido con enorme celeridad dentro de su morada a la que él ha ido a ver-es decir, su esposa Fulvia- y le da una carta. Ella la lee anegada en lágrimas, pues su tono es enternecedor; en concreto esta carta la decía que, desde el mismo instante, Antonio cortaba sus relaciones con la comediante -su amante Cytheris- y le retiraba su afecto, en beneficio de su mujer. Cuanto ésta comenzó a llorar aún más fuerte, este hombre tan sensible no pudo contenerse. Descubrió su rostro y se lanzó para besar el cuello de su esposa”

Para Cicerón, tanto un hecho -el abandono del deber para con la comunidad por un único individuo, aunque éste fuera su esposa-, como otro -el sentimiento amoroso por la cónyuge- son censurables y criticables, como clara prueba de debilidad moral y de carácter; de ahí que el famoso incluya esa anécdota en sus Filípicas, una dura y agresiva invectiva contra Antonio, y use contra él cierta mordaz ironía (“tono enternecedor”, “este hombre tan sensible”), que, sin duda, buscaba provocar risa y burla. Esto no evita, no obstante, que se pueda apreciar el amor romántico que Antonio y Fulvia sentían él uno por el otro al inicio de su matrimonio.


Imágenes: Retrato de Marco Antonio, "Promise of Spring de Alma-Tadema", y moneda acuñada en Eumea con el rostro de Fulvia

viernes, 12 de agosto de 2016

Fulvia y el prometedor Curio

PRIMERA PARTE: Fulvia, ¿a la sombra de Clodio?

La turba enfurecida que se hizo con el cuerpo de Clodio para incendiarlo en el mismo foro y prender a continuación fuego a la Curia no fue sino el preludio de lo que vendría después. Roma se sumió en el caos más absoluto y la violencia se apoderó de las calles. El Senado se vio obligado finalmente a decretar el estado de excepción mediante un senatusconsultum ultimum por el que Pompeyo, en su calidad de procónsul, fue nombrado cónsul único -lo que es una muestra clara de la anormalidad de la situación-, recibiendo como tal poderes para reclutar tropas en Italia con el único fin de restablecer el orden, lo que lograría en apenas en mes -ver nuestro artículo anterior El primer triunvirato-. Pompeyo, además, promovería una amplia legislación en la que atendió, sobre todo, a frenar la causa de los desórdenes recientes, es decir, los métodos anticonstitucionales de lucha electoral en los que Clodio había destacado tanto, mediante la promulgación de leyes contra la corrupción y la violencia. Tomó también medidas para atajar los motivos de la corrupción electoral: la carrera por las magistraturas y el enriquecimiento que su ejercicio posibilitaba. Entre otras cláusulas, establecía que el gobierno de una provincia sólo podía ser ejercido por ex cónsules y ex pretores durante los cinco siguientes años a la finalización del cargo. Esta cuestión perjudicaba claramente a César, pues en pocas semanas -en concreto, el 1 de marzo del año 50 -finalizaba su mando en las Galias y, gracias a la nueva legislación de Pompeyo, corría el peligro de ser destituido e, incluso, juzgado. Entre una más que posible condena y el exilio, César escogió la rebelión, desatando una nueva guerra civil -ver nuestro artículo anterior La Guerra Civil: César o Pompeyo-

Mientras, Fulvia no había permanecido inactiva. Viuda, rica, bastante influyente, querida por la plebe, idolatrada por la factio popular del Senado y dueña absoluta de las bandas callejeras de Clodio, era obvio que no tardaría mucho en situarse nuevamente en la escena política mediante un nuevo matrimonio con algún otro político emergente, y así fue. Al año siguiente al asesinato de su primer marido, Fulvia estaba nuevamente casada, esta vez con Cayo Escribonio Curio. Buen amigo de Clodio y de Marco Antonio, Curio sin embargo se había alistado desde el principio de su cursus honorum en las filas de la factio optimate conservadora del Senado, hasta el punto de intercambiar correspondencia con Cicerón -quién veía en él un claro defensor de las ideas más tradicionales de la política y la moral romana y le consideraba una de las grandes esperanzas de la factio-, y destacar por sus ataques encarnizados contra César, uno de los líderes de la factio popular. Con semejantes ideales y relaciones, cuesta entender porque Fulvia se interesaría por alguien como Curio, y porque Curio se interesaría en alguien como Fulvia. Sin duda, la influencia, riqueza y conexiones de ella debieron de pesar en la elección de él, y la prometedora carrera de él en la decisión de ella: destacado enemigo del triunvirato, pretor en 54 a.C., procuestor de Asia en 53 a.C., y pontífice el mismo año de su boda con Fulvia -51 a.C.-, Curio parecía destinado al éxito.... y Fulvia no tardaría mucho en ayudarle a lograrlo.

Al estallar la guerra civil, todo parecía indicar que Curio, quién se había mostrado siempre como "un furibundo anticesariano" (Aulo Hircio, libro VIII, cap.52.4) y había sido el único en plantar cara a César durante su consulado, permanecería por entero fiel a la factio optimate, por lo que Pompeyo le nombró tribuno. No obstante, apenas hubo César demostrado sus posibles intenciones, Curio cambió de bando. El cambio está documentado en las cartas entre Cicerón, entonces en Laodicea, y su protegido Marco Celio Rufo, quién será el que le dé la noticia en mayo (Cicerón, A los amigos, 8.6). Tradicionalmente se ha considerado que la decisión de Curio estaba motivada porque César, quién había obtenido considerables riquezas durante la Guerra de las Galias, había pagado las muchas deudas de un derrochador Curio (Casio Dio, XL, 30), pero ¿por qué Curio recurriría a la caridad de César cuando contaba con las enormes riquezas de su nueva esposa? Sin duda, fue Fulvia quién convenció a su nuevo marido de las ventajas de abandonar la factio optimate, liderada por Pompeyo, por la factio popular, encabezada por César, a la que ella siempre se había mostrado tan adepta. Curio además, como otros jóvenes aristócratas del momento, debió considerar a César no solo como la apuesta más segura, sino también como un medio para lograr un rápido ascenso.

Curio tuvo la suficiente habilidad para que el cambio no fuese totalmente descarado, de manera que se esforzó por dar una imagen de neutralidad en el conflicto, dejando paulatinamente de lado sus ataques contra César. Finalmente, para marcar la ruptura entre él y el partido pompeyano, propuso algunas leyes que sabía que no podrían ser llevadas a cabo. Al rechazar sus planes, le dieron la excusa que necesitaba para abandonar a sus antiguos aliados, por lo que no dudó en vetar, en calidad de tribuno, la posible destitución de César, propuesta en marzo del 50 a.C. Con todo, Curio sería uno de los últimos políticos en pedir a César y Pompeyo una reconciliación, así como que ambos, y no sólo César, destituyeran de sus mandos al frente de sus respectivas legiones. Semejante propuesta le hizo temer por su seguridad, por lo que marchó a Rávena, donde se reuniría con César, acampado con la Legio XIII, y le instaría a avanzar inmediatamente hacia Roma. César se negó, confiado aún en un fin pacífico al conflicto; no obstante, éste no podía tardar mucho en estallar. La carta que llevó Curio al Senado de parte de César, poco después del acceso de Marco Antonio al tribunado de la plebe, en que afirmaba que si Pompeyo conservaba su mando él no abandonaría el suyo, sino que iría rápido y vengaría los errores, fue considerada una declaración de guerra. Metelo Escipión, suegro de Pompeyo, no tardaría en proponer la declaración de enemigo público para César. Sólo Curio y Marco Celio Rufo se opusieron a ello, y Antonio, como tribuno, vetó la moción. La consecuencia inmediata fue la disolución del Senado ante la oposición de los cónsules al veto. Poco después, César fue depuesto y Pompeyo declarado protector de Roma. Los tribunos Casio y Marco Antonio, junto con Curio, huyeron de inmediato junto a César, otorgándole a éste la excusa perfecta para convencer a sus legiones de un golpe de Estado y de la necesidad de que él, César, reinstaurara la República con su ayuda.

A partir de ese momento, Curio pasó a actuar directamente a las órdenes de César, encargándose en un primer momento de reunir las tropas estacionadas en Umbría y Etruria. Con las tres cohortes acantonadas en Rimini y Pisauro bajo su mando, Curio recuperó Iguvio para César, lo que le valió su nombramiento como propretor de Sicilia y África. Marcharía de inmediato a Sicilia para sustituir en el mando al pompeyano Catón, cuyas fuerzas aplastaría rápidamente, obligándole a pasar a África. César envió entonces a Curio a África con el fin de detener al rey Juba I de Numidia, partidario de Pompeyo, y al general pompeyano Publio Atio Varo; para ello, le otorgó el mando de dos legiones, doce barcos de guerra y varios barcos de carga. Llegado a Útica, puso en fuga a un cuerpo de la caballería númida y alcanzó el éxito contra Atio Varo en la batalla de Útica, lo que le valió que sus tropas le saludaran como Imperator. Fulvia, sin duda, al conocer la noticia, debió creer sus ambiciones colmadas. Sin embargo, su alegría no duró mucho: la deserción minó poco a poco las fuerzas de Curio y su marido cayó en una trampa tendida para él por el rey Juba en las cercanías del río Bagradas. Derrotado, no tuvo más remedio que retirarse a una zona alta, acosado por la fatiga, el calor y la sed. El enemigo cruzó el río y Curio guió su ejército abajo, hacia la llanura. La caballería númida no tardó en rodearle. Gneo Domicio, prefecto de su caballería, instó a Curio a salvarse mediante una huida rápida al campamento, pero Curio se negó, alegando que no podría mirar a César a la cara si perdía el ejército que éste le confiara. Así, luchó junto a su ejército hasta la muerte (Cesar, Guerra Civil, libro II, cap. XLII). Su cabeza fue cortada y llevada al rey Juba (Apiano, Guerras Civiles, Libro II, cap.46)

Fulvia quedaba viuda de nuevo en 49 d.C. después de apenas dos años de matrimonio y un hijo en común de mismo nombre que su padre, Cayo Escribonio Curio -a quién Augusto ordenará ejecutar tras la victoria en Actium-. Más rica aún que antes de su segunda boda, Fulvia no tardaría en cotizarse de nuevo entre los cesarianos y populares, y esta vez, elegiría con mucho cuidado. Con su tercer marido, la carrera política de Fulvia alcanzaría por fin su punto álgido.


Fotografías: Retratos de Gneo Pompeyo Magno, Cayo Julio César y Juba I de Numidia

martes, 2 de agosto de 2016

Fulvia ¿a la sombra de Clodio?

Denostada por los historiadores de su época y olvidada por la posteridad, la imagen de Fulvia, tercera esposa de Marco Antonio, de quién Veleyo Patérculo (I, 74, 2) llegó a afirmar que "no tenía de mujer más que su sexo", fue construida en la literatura augústea por oposición a Octavia, cuarta esposa de Marco Antonio y hermana del propio Augusto, presentada en la propaganda y en la política moral del Principado, junto a su cuñada Livia, como la encarnación viviente de los mejores y más puros ideales de matrona romana  -ver nuestro artículo El arquetipo de esposa romana según la literatura latina-. Los diversos autores al servicio del régimen imperial elaboraron en sus escritos la contraposición Octavia/Fulvia, dos imágenes de la mujer romana incompatibles y mutuamente excluyentes, reflejo de dos realidades distintas y contemporáneas definidas mediante su completa y absoluta oposición a la contraria, sin que existiera una mínima posibilidad de un término medio entre ambas, un punto de unión o un nexo en común. De acuerdo con este deliberado sistema de opuestos, para que las virtudes de Octavia resultaran aún más extraordinarias y la distinguieran de la totalidad de las matronas, sirviendo de esta forma de ejemplo edificante para las mismas, la imagen de Fulvia hubo de adaptarse a todos y cada uno de los estereotipos negativos existentes sobre la mujer. Se convirtió, tras su muerte, en la manifestación tangible de la llamada impotentia muliebris: una mujer incapaz de controlarse, carente de todo sentido de la medida, desprovista de toda virtud, privada de la razón y dominada por entero por las pasiones; una mujer, en definitiva, débil moralmente e inclinada siempre hacia el mal, cuya naturaleza "incivilizada", similar a la de bárbaros y bacantes, no pudo ser sometida ante la ausencia de un padre o de un marido con auténtica autoridad -ver nuestro artículo Vicios y defectos de la mujer romana en la literatura latina: la "impotentia muliebris"-.

Sin embargo, ¿QUIÉN FUE REALMENTE FULVIA?

Nacida como Fulvia Flacca Bambalia a finales de la década de los 80 o inicios de la década de los 70 del siglo I a.C., era la única descendiente de Marco Fulvio Flacco Bambalio y Sempronia Graca. Aunque procedente de familia plebeya, contaba con varios cónsules entre sus antepasados. Su propio abuelo, Marco Fulvio Flaco, había ocupado la máxima magistratura en 125 a.C., siendo conocido por su apoyo incondicional a Tiberio y Cayo Sempronio Graco -ver nuestro artículo Las reformas de los hermanos Graco-. Su padre, no obstante, nunca destacó en el Senado debido a su tartamudez o como mínimo cierta vacilación al hablar, un defecto que provocaría que Cicerón le apodara "Bambalio", del griego bambulein ("tartamudez"); ello generó en la pequeña Fulvia cierto odio hacia el orador que no haría más que incrementarse con el paso de los años y los hechos posteriores. Por parte de su madre, Sempronia, era nieta de Cayo Graco, sobrino-nieta de Tiberio Graco, descendiente de la gens Licinia y la gens Claudia, del gran Publio Cornelio Escipión Africano y del general Lucio Emilio Paulo Macedónico. Gozaba Fulvia, por lo tanto, de una célebre, reputada e idolatrada ascendencia, de estupendas conexiones familiares con los más prominentes y antiguos linajes de la aristocracia romana, además del cariño incondicional de la plebe y el favor perpetuo de la factio popular del Senado -ver nuestro artículo Cayo Mario y los populares-, en su calidad de última descendiente viva de los hermanos Graco, los cuales habían alcanzado ya, para estos grupos, la categoría de héroes y mártires por la causa. A esta influencia y prestigio evidentes se añadiría, en el año 63 a.C. con la muerte de su madre, la enorme fortuna de los Graco. Todo ello convirtió a Fulvia en un partido muy solicitado y no pasó mucho tiempo antes de contraer su primer matrimonio, con Publio Clodio Pulcro

Perteneciente a la rica familia patricia de los Claudii Pulchrii, su marido había adoptado la pronunciación en latín vulgar de su nomen, Clodius, en un intento de ganarse a las clases bajas y de acercarse a la factio popular del Senado. Su carrera política, sin embargo, había comenzado de forma bastante mediocre. Había luchado a las órdenes de su cuñado Lucio Licinio Lúculo en la Tercera Guerra Mitridática contra Mitrídates VI del Ponto hasta que, considerándose tratado con poco respeto, instigó una revuelta entre los soldados. Otro cuñado, Quinto Marcio Rex, gobernador de Cilicia, le otorgaría el mando de su flota, hasta que acabó siendo capturado por los piratas. Tras su liberación marchó a Siria, donde estuvo a punto de perder la vida en un motín del que posiblemente fuera instigador. A su regreso a Roma en 65 a.C., procesó a Catilina por extorsión, pero sobornado por éste, le obtuvo la absolución -ver nuestro artículo La conjuración de Catilina-. En diciembre del año 62 a.C., menos de un año después de su boda con Fulvia, Clodio estaría también implicado en el gran escándalo de los Misterios de Bona Dea, en los que vestido como mujer -puesto que estaba prohibida la presencia de los hombres- entró en la Regia, hogar de Julio César en su calidad de pontifex maximus y lugar de la celebración de los misterios, con la intención, al parecer, de encontrarse en secreto con Pompeya Sila, esposa de César. Fue descubierto por una esclava y llevado rápidamente a juicio, pero evitaría la condena sobornando al jurado (Cicerón, Cartas a Ático, 1, 16). Las violentas declaraciones públicas que hiciera Cicerón contra él durante su juicio originaron en Clodio el enconado odio que sentiría el resto de su vida hacia el orador, y no hicieron más que reafirmar y acrecentar el rencor que Fulvia ya sintiera hacia él desde la infancia.

No obstante, a partir del año 61 a.C., todo comenzó a cambiar y la carrera hasta entonces mediocre de Clodio de repente inició un ascenso imparable. A su regreso de Sicilia, donde había sido designado cuestor, Clodio renunció a su rango patricial. Tras lograr el consentimiento del Senado fue adoptado por un tal Publio Fonteyo, miembro de una rama plebeya de su propia familia en 59 a.C. De esta forma, pudo optar y conseguir el cargo de tribuno de la plebe, al que no hubiera podido acceder siendo patricio. Con el apoyo de César, Pompeyo y Craso, que sin duda le consideraban un simple instrumento de sus intereses -ver nuestro artículo El primer triunvirato-, su primera acción como tribuno fue llevar a cabo una serie de leyes para ganarse el apoyo popular: distribuyó grano de forma gratuita durante un mes, aprobó medidas para aumentar el poder de las asambleas populares, prohibió a los censores excluir a cualquier ciudadano para el Senado, y a los senadores infligir cualquier castigo a un sospechoso hasta que hubiera sido acusado públicamente y condenado -lo que llevó a Cicerón al exilio-, y, sobre todo, restableció los collegia, en los que basaría su poder.  Se trataba de bandas armadas, dirigidas por un cabecilla, que, bajo la máscara de asociaciones de carácter religioso, profesional o político, ofrecían sus servicios para controlar las reuniones políticas o provocar disturbios en las asambleas, o en la calle, con el único objetivo de controlar la política mediante la coerción, la violencia y el miedo; ello refleja claramente el deterioro de la política interior romana y la creciente importancia de las masas. Los collegia habían sido prohibidos en el año 64, pero Clodio no sólo aprobó la ley que condujo a su restablecimiento, sino que además se convirtió en el organizador de los mismos, a los que distribuyó armas y dotó de un sistema paramilitar. Así pues, mientras los miembros del triunvirato consideraban a Clodio un medio para lograr sus fines desde el tribunado de la plebe, Clodio utilizaba su magistratura para crearse un poder personal e independiente de los triunviros, mediante la manipulación de la plebe.

La marcha de César a las Galias, convirtió a Clodio en el dueño absoluto de Roma. No contento con su nueva situación y buscando quizás minar los cimientos del primer triunvirato, como paso previo para aumentar aún más su propio poder, Clodio enfrentó a Craso y Pompeyo en ausencia de César y atacó la imagen pública de este último. Para defenderse de Clodio y intentar restablecer su autoridad y popularidad, bastante minadas por su asociación con César y Craso, Pompeyo recurrió de nuevo a otro tribuno de la plebe, Tito Anio Milón, que se enfrentará a él formando sus propias bandas callejeras, no con la plebe urbana, como Clodio, si no reclutando a los veteranos de Pompeyo y contratando a escuelas de gladiadores enteras. Así mismo, hizo regresar del exilio a Cicerón, el cual, agradecido, actuó como mediador a partir de entonces entre Pompeyo y el Senado. La nueva situación no favorecía a Clodio, quién reaccionó con un inesperado giro político a fin de conservar su poder. Confiando en la lealtad de las clases bajas y la factio popular, decidió ofrecer a la factio optimate del Senado, dividida en su fidelidad a Pompeyo, Catón y otros, un nuevo líder: él mismo. Para ello, se declaró dispuesto a invalidar la legislación de César, y arrastró con él a Craso, cansado de su papel en la sombra

Es imposible no preguntarse por el papel de Fulvia en la fulgurante carrera de su marido, la cual se inició, sin duda no casualmente, tras su matrimonio. Es obvio que a Clodio le fueron más que útiles las conexiones familiares de su esposa y el favor del que gozaba ésta entre las clases bajas y la factio popular como única descendiente de los Graco, así como su inmensa fortuna. Sin embargo, la actuación de Fulvia no debió limitarse a una aportación tan pasiva, puesto que, como afirmó Plutarco (Antonio, X, 3), "era una mujer que no había nacido para hilar ni hacer las tareas domésticas". Valerio Máximo declaró al respecto: "Clodio Pulcro tenía el favor de la plebe, pero este hombre duro llegó a estar obsesionado con Fulvia, y su gloria pasó a estar bajo el mando de una mujer". Así pues, dejando de lado el ataque contra Clodio -la acusación de estar sometido a la esposa como una clara muestra de debilidad y causa de mofa se repetirá nuevamente con Marco Antonio-, es claro que lo que, en inicio, fue un matrimonio concertado se había convertido en algo más: una asociación política y económica muy productiva para ambas partes y, aún así, impregnada de auténtico afecto sino amor, en la que Fulvia jugó un papel bastante activo como aliada, tesorera y consejera de Clodio -hasta el punto de que Valerio Máximo la considera el verdadero poder en la sombra-.

Sin embargo, la violencia creada por Clodio acabó por pasar factura. En el año 53 a.C., mientras Milón era candidato al consulado y Clodio aspiraba a la pretura, ambos rivales reunieron sus collegia enfrentándose en las calles de Roma, retrasando así las elecciones. Finalmente, el 18 de enero de 52 a.C., Clodio fue asesinado en un enfrentamiento con los hombres de Milón en la Vía Apia. Con la muerte de su marido, Fulvia se muestra, por primera vez, de forma pública, como el animal político que en verdad es en lo que fue, sin duda, una brillante puesta en escena, equiparable tan sólo a la que años más tarde llevará a cabo Marco Antonio con ocasión del funeral de César. Inconsolable y llorosa, emitiendo grandes alaridos y lamentos mientras se aferraba a las manos de sus hijos pequeños, ahora huérfanos, Fulvia paseó el cuerpo acuchillado de su marido por las calles de Roma sublevando a la plebe, la cual, conmovida por la imagen y furiosa por la muerte del que fuera su lider, formó una turba incontrolable e imparable que tomó el cuerpo de Clodio y lo incineró frente al Senado, quemando también la Curia Hostilia en represalias. Milón tampoco tardó mucho en caer; llevado a juicio por dos de los hermanos de Clodio, Apio Claudio Pulcro el Mayor y Apio Claudio Pulcro el Menor, fue torpemente defendido por Cicerón y acabó por perder sus bienes y partir al exilio. Aquellas serían las primeras demostraciones de fuerza de Fulvia, quién, en calidad de viuda de Clodio y madre de sus hijos, heredó su liderazgo de los collegia y aumentó su influencia y poder sobre la plebe urbana.

LA ESTRELLA DE CLODIO SE HABÍA APAGADO, LA DE FULVIA COMENZABA A ALZARSE



**************
Imágenes:

1-Moneda acuñada con Fulvia como la diosa Victoria.
2-"Los Graco", de Eugene Guillame
3-Ruinas de la Regia, en el Foro Romano, donde Clodio fue sorprendido durante los Misterios de la Bona Dea
4-Retrato de Marco Tulio Cicerón
5-Retrato de Gneo Pompeyo Magno
6-Representación de sepelio romano en un sarcófago del s.III

****************

Bibliografía a consultar:

BABCOCK, C.L: “The early career of Fulvia”, American Journal of Philology, 86, 1965, 1-32 DELIA, D: “Fulvia reconsidered”, en Pomeroy, S. (ed.): Women´s History and Ancient Historiay, North Carolina, 197-217
FISCHER, R.A: Fulvia und Octavia. Die beiden Ehefrauen des Marcus Antonius in der politischen Kämpfen des Umbruchzeit zwischen Republick un Prinzipat, Berlin, 1999
GARCÍA VIVAS, G.A: “Apiano, BC, 4, 32: Octavia como exemplum del papel de la mujer en la propaganda política del Segundo Triunvirato (44-30 a.C.)”, Fortunatae, nº 15, 2004, 103-112; IDEM: Octavia contra Cleopatra: el papel de la mujer en la propaganda del Triunvirato (44-30 a.C.),Madrid, 2013
VIRLOUVET, C: “Fulvia la pasionaria”, en Fraschetti, A (ed.): Roma al femminile, Roma-Bari, 1994

jueves, 17 de marzo de 2016

La reina Teuta de Iliria, la piratería como arma contra Roma


Publicado previamente en Tempora Magazine

Tras la derrota de Cartago en la Primera Guerra Púnica, en el año 241 a.C., la República romana se lanzó al dominio naval del Mediterráneo. No obstante, su control de los mares distaba mucho de ser absoluto. Al este de Italia, el reino de los ilirios, gobernado por la tribu de los ardiaei, comenzaba a amenazar las rutas comerciales romanas sobre la totalidad del mar Adriático. Al frente de este reino se encontraba, desde 250 a.C., Agrón, rey de los ardiaei. Bajo su liderazgo, Iliria amplió su dominio terrestre a costa de sus vecinos, sobre todo del reino de Épiro, al sur, así como mediante la conquista y el saqueo de ciudades costeras estratégicas como Faros, Apolonia o bien Epidamno. Sus dominios llegarían a abarcar de esta forma el territorio de la actual Albania y parte de los estados modernos de Croacia, Bosnia y Montenegro. Dado que el terreno del reino creado por Agrón era pobre y rocoso, su pueblo se dedicó de forma mayoritaria al sector naval, y, más concretamente, a la piratería, hasta conformar la flota más temida de todo el Adriático.
Sin embargo, en 231 a.C., en la cima de su gloria, Agrón moriría de forma imprevista tras conseguir una aplastante victoria sobre los Etolios. Según el historiador griego Polibio (II, 4, 6), nuestra fuente histórica principal, “el rey Agrón, cuando su flota regresó y escuchó de sus generales el relato de la batalla, se llenó de alegría en su mente por haber derrotado a los etolios, por aquel entonces el más orgulloso de los pueblos: se dio a la bebida, a diversas celebraciones, y apasionados excesos, por los cayó en una pleuritis que, en pocos días, le produjo la muerte”
Como el heredero de Agrón, Pinnes, hijo de su primera esposa Triteuta, era todavía un niño al morir su padre, el reino ilirio de los ardiaei pasó a ser gobernado por su segunda esposa, Teuta, en calidad de reina regente. Teuta continuaría la política expansionista de su esposo con igual e, incluso, mayor éxito, entendiendo sus territorios desde Dalmacia, al norte del Vjöse, hasta el sur, con Sködra como capital, si bien la armada iliria estableció su base de operaciones en Shkodër, en la costa de Sarandë.
No obstante, sus acciones, al contrario que con el rey Agrón, fueron descritas de forma negativa por Polibio, debido no tanto a su sexo, como a la falta de objetividad del historiador griego, favorable al expansionismo romano, con el que Teuta, y no Agrón, entró en conflicto. Según Polibio II, 4, 7-8: la reina “confió la dirección del gobierno, al menos en buena parte, a sus amigos”, poseía la “cortedad natural de miras de una mujer”, y añadió que “con cálculo muy propio de mujeres, no veía otra cosa que no fueran sus éxitos más recientes, así que no podía darse cuenta de lo que estaba ocurriendo a su alrededor, ni tuvo en cuenta para nada los intereses extranjeros”
Polibio, II, 4, 9, también menciona que Teuta apoyó la práctica iliria de la piratería, saqueando a sus vecinos sin criterio y ordenando a sus generales a tratar a toda ciudad conquistada o barco capturado como enemigos. Sus operaciones se extendieron rápidamente hacia el sur, entre el Mar Jónico y las costas occidentales italianas, hasta otorgar a la armada iliria el práctico control del mar Adriático. Al parecer, las ciudades del sur de Italia y Sicilia, por su riqueza, fueron sus principales puntos de mira, si bien el hito más destacado de su reinado fue la conquista y saqueo de Fenice, la capital de Caonia y considerada, hasta ese momento, la ciudad más fuerte e inaccesible de Epiro. El evento infundiría “un terror y un pánico no pequeños a los habitantes de las costas griegas” (Polibio, II, 6, 7), que los propios epirotas, tras pagar un fuerte rescate por recuperar Fenice y tras acceder a que gran parte de sus habitantes fueran vendidos como esclavos por los ilirios, llegarían a enviar varias embajadas a la reina para establecer una alianza de colaboración con ella, en la que prometían ayudarla y socorrerla en todas las ocasiones que ella exigiera. Otros eventos destacables de su regencia serían los ataques y posterior conquista de Elea, Isa y Mesina, la expulsión de los comerciantes griegos de la costa de Iliria y el ataque constante a los navíos romanos que cruzaban el Adriático.
Serían estas incursiones piratas las que acabarían obligando a los romanos a declararle la guerra a la reina Teuta. En un principio, el Senado romano obviaría las quejas contra los navíos de Iliria que los comerciantes que navegaban por el Adriático le iban presentando. Sin embargo, como el número de quejas tan solo aumentaba, y el asalto a los comerciantes italianos se convertía en algo endémico, el Senado se vio forzado a intervenir.
En un primer momento se intentó hacer uso de una vía diplomática, enviando como emisarios a dos hermanos, Cayo y Lucio Coruncanio. Llegados a Sködra, en la actual Albania, y de acuerdo con las instrucciones recibidas, exigieron a la reina compensaciones por las perdidas, y el cese inmediato de las expediciones. Teuta, “les escuchó de modo desdeñoso y altanero” (Polibio, II, 8, 7); en respuesta les indicó que “de nación a nación procuraría que los romanos no les sucediera nada injusto de parte de los ilirios, pero que, en lo que se refería a los ciudadanos particulares, no era legal que sus reyes impidieran a los ilirios sacar provecho del mar”, es decir, según las leyes ilirias, la piratería era una actividad legal en su país y que, por lo tanto, no podía interferir en su práctica y, mucho menos aún, impedirla. La respuesta de Lucio sería a un mismo tiempo jactanciosa e imprudente: “Los romanos, oh Teuta, tienen la bella costumbre de castigar de forma pública los crímenes privados y de socorrer a víctimas de injusticia. De manera que, si un dios lo quiere, intentaremos rápida e inexorablemente obligarte a enderezar las normas relaes respecto a los ilirios” (Polibio, II, 8, 10)
Como es lógico, la amenaza no gustó a la regente iliria. Según Polibio, ordenó dar muerte a Lucio y embarcar de inmediato al otro emisario con el cadáver de su hermano de regreso a Roma. Casio Dio por su parte menciona que, en efecto, un emisario fue asesinado, pero el otro, lejos de regresar, sería encarcelado. Roma, que muy posiblemente buscaba desde hacia tiempo una excusa para declarar la guerra a Iliria, aprovechó el incidente para iniciar la llamada Primera Guerra Ilírica en año 229 a.C., declarando que Teuta había violado la inmunidad diplomática, y no se había mostrado razonable en las negociaciones.
Mientras Teuta continuaba sus ataques sobre Grecia, en concreto sobre Corcira, Epidamno y Paxos, una flota de 200 barcos romanos se preparaba para la invasión de Iliria, apoyada por un ejército de tierra. La dirección de la ofensiva fue confiada por el Senado romano a los cónsules de aquel año, es decir, a Lucio Postumio Albino, a quién se entregó el mando de las fuerzas terrestres, y Cneo Fulvio Centumalo, quién recibió la dirección de la flota. El primer objetivo de la flota romano fue Corcira, gobernada por Demetrio, quién era, además, gobernador de Faros.
Tanto en el relato de Apiano como en el de Polibio, se afirma que Demetrio, “víctima de calumnias” y “quién recelaba de Teuta” (Polibio, II, 14, 4), no tardó en traicionar a los ilirios, rindiendo Faros y Corcira a los romanos. Sin embargo, según Casio Dio, fue la propia Teuta quién ordenó a Demetrio entregar Corcira a Roma a cambio de una tregua temporal. Sea como fuera, su deserción motivaría a otros muchos generales de Teuta a rendirse sin presentar batalla, cayendo con facilidad en las manos romanas las ciudades de Epidamno, Isa, Apolonia y diversos enclaves ilirios anónimos a lo largo de la costa; otras muchas urbes enviarían delegaciones a los cónsules aceptando de forma voluntaria su protectorado. En muchos de esos casos, se nos menciona que ante el avance de las legiones romanas los ilirios levantaban de inmediato el sitio o la ocupación y huían, lo que invita a pensar que, a pesar de contar con una formidable flota, no poseían, por el contrario, un ejército terrestre igual de eficaz. Teuta se vio obligada a huir hacia Rizon, actual Risano, en la bahía de Cattano.
La victoria había sido tan aplastante, que el cónsul Fulvio pudo regresar a Roma con la mayor parte de las fuerzas marítimas y de tierra, dejando a Postumio con solamente cuarenta naves y una legión, reclutada entre las ciudades sometidas. La reina, con las fuerzas bastante mermadas, y golpeada por la deslealtad de sus generales, se vio obligada a rendirse en 227 a.C. Según Polibio (II,12,3) la reina Teuta “consistió en pagar cualquier tributo que la impusieran, ceder Iliria entera a excepción de muy pocos enclaves y, en lo que concernía a los griegos, se comprometió a no navegar más allá de Lissus -actual Alessio, en la desembocadura del río Drin- con más de dos naves desarmadas”.
Solo una pequeña porción del antiguo reino ilirio de Agrón-en torno a la ciudad de Sködra-quedó en manos de su hijo Pinnes, si bien en calidad de protectorado romano, y bajo la regencia de Demetrio-quién recibía así el trono de Iliria en pago a su traición- mientras la mayor parte del mismo pasaba a convertirse en otro territorio de la República. Demetrio sin embargo no tardó en iniciar hostilidades contra Roma, y, tras nueve años de paz, dio inicio a la denominada Segunda Guerra Ilírica, en la que fue derrotado por Lucio Emilio Paulo. En cuanto a Teuta se desconoce su destino; las informaciones son bastante contradictorias: un retiro de algunas décadas, el matrimonio con el propio Demetrio, y el suicidio, desde una roca en Risan, en la bahía de Koto -la actual Montenegro-, son los finales que se le atribuyen a esta reina.

*********
Fotografías:
Fotografía 1: Retrato idealizado de la reina Teuta de Iliria en la fachada principal del Banco Nacional de Albania
Fotografía 2: Vista de Skodra hacia el NE junto al lago homónimo, lugar de operaciones de la flota iliria y capital del reino bajo la regencia de Teuta
Fotografía 3: Bahía de Kotor, en Risan (Montenegro), lugar del supuesto suicidio de la reina Teuta
*********
Bibliografía:
Ćurčija Prodanović, N. y Ristić, D.: Teuta, Queen of Illyria, 1973
Evans, A.: Ancient Illyria: An Archaeological Exploration, 2006
Wilkes, J.J: The Illyrians, 1992, 151-162
Polibio, Historias, II, 4-12



jueves, 5 de noviembre de 2015

Sulpicia, la poetisa olvidada

Sulpicia, hija de Servio Sulpicio Rufo y de Valeria, hermana de Marco Valerio Mesala Corvino, es la única autora latina de literatura romana cuyos textos se han conservado hasta nuestros días. Huérfana de padre, su tío, Mesala, sería en adelante su tutor y protector, lo que aparentemente le permitió cierta emancipación, favorecida además por su condición socio-económica y política y la sólida formación proporcionada por su tío. Sulpicia fue pues lo que se ha denominado como docta puella: hija de una de las familias más poderosas e influyentes de Roma, en previsión de la labor que en un futuro habría de acometer en la instrucción de sus hijos, futuros ciudadanos, para los que tendría que ejercer como modelo de educación moral, fue preparada concienzudamente desde niña y educada en compañía de los varones en los ambientes más cultos y refinados, donde se les transmitía el conocimiento a través de la enseñanza y el ejemplo. Como figura destacada del prominente círculo literario de Mesala -el equivalente tardo-republicano al de Mecenas en época de Augusto-, amigo de Horacio y protector entre otros de Tibulo, Sulpicia estaría siempre rodeada de los poetas más vanguardistas de su época, que habían tomado como modelo la poética griega y componían sus propios versos, al tiempo que, de mano de maestros privados, aprendía gramática, griego, literatura, historia, literatura...A esa situación inmejorable para el desarrollo de la creación literaria se añadía, además, el hecho de que su familia ya se había dedicado con anterioridad a la poesía -en concreto, su padre y su abuelo materno-, así como la época extraordinaria en que la tocó vivir, calificada por muchos como el inicio del período dorado de las mujeres en Roma. Al progresivo cambio en la concepción que se tenía sobre las mismas y a la relevancia que, poco a poco, van alcanzando en la educación de su progenie, en la transmisión de valores, e incluso en la esfera pública, se unen algunos derechos conquistados. En este contexto de libertades más o menos amplias y educación cada vez más extensa, no es de extrañar por tanto la aparición de una mujer dedicada a las letras como Sulpicia -aunque no sería la única-: una mujer joven (la edad es difícil de determinar); instruida y muy culta, que aprendió a escribir versos (algo que requería mucho más que inspiración; precisaba de una enorme práctica dada la complejidad de la métrica latina y griega) y los utilizó para contar una historia de amor en primera persona y posiblemente veraz.

El llamado Ciclo de Sulpicia se ha preservado en el libro III del corpus de poemas del poeta Tibulo. Está compuesto de un grupo de poemas (13 al 18; es decir, tan sólo seis) a modo de epístolas literarias breves o epistulae amatoriae. El Corpus Tibellianum, contiene también otros cuatro poemas (8-12) de autor desconocido, que tienen a Sulpicia como tema y personaje principal. Por lo general, se considera que el Corpus Tibellianum fue publicado a partir de los "archivos" de Mesala, como obra recopilatoria de las principales composiciones realizadas en su círculo, siendo esto lo que ha permitido que la obra de Sulpicia -desconocemos si completa o solo parte de la misma- se haya conservado. Al estilo de los poetas elegíacos, la obra de Sulpicia es posiblemente autobiográfica, con una fuerte carga amorosa y casi erótica, centrada en un amante, objeto de adoración y pasión, oculto tras un nombre falso o seudónimo (como la Lesbia de Catulo o la Corinna de Ovidio); es este caso, Cerinthus. Se ha especulado que Cerinthus pudiera referirse al prometido de Sulpicia, o por contra, un hombre de extracción social y económica inferior, pero ahora por lo general se acepta que Cerinthus podría referirse al Cornuto del que habla Tíbulo en dos de sus elegías, probablemente, el aristócrata Cecilio Cornuto. En todo caso, Cerinthus está lejos de ser el esposo de Sulpicia en el momento en que ésta compone sus poemas; ello sin embargo no evita que la autora sienta por él una pasión arrolladora y ciega de la que, lejos de avergonzarse, se siente orgullosa, a pesar que de, en la época, cualquier relación fuera del matrimonio era para la mujer motivo de censura y castigo.

Al fin me llegó el amor, y es tal que ocultarlo por pudor
antes que desnudarlo a alguien, peor reputación me diera.
Citerea, vencida por los ruegos de mis Camenas, 
me lo trajo y lo colocó en mi regazo.
Cumplió sus promesas Venus; que cuente mis alegrías 
quien diga que no las tuvo nunca propias.
Yo no querría confiar nada a tablillas selladas
para que nadie antes que mi amor lo sepa, 
pero me encanta obrar contra la norma, fingir que el qué dirán
me importa: fuimos la una digna del otro, que digan eso.

Sin duda, la relación entre Sulpicia y Cerinthus no fue bien vista por Mesala, tío, tutor y protector de la autora, y el anciano intentó, aunque sin mucho éxito, al menos por parte de su sobrina, separar a los amantes. En uno de sus poemas, Sulpicia expresa como, contra su voluntad, Mesala la ha obligado a marchar al campo Arentino -hoy, Arezzo-, lejos de Roma, donde sin embargo permanece Cerinthus. Sin embargo, como en otros autores elegíacos, la ausencia está lejos de enfriar la pasión que Sulpicia siente por su amado, sino que, por el contrario, la hace más fuerte por la acción constante y dolorosa de la añoranza, el recuerdo, la impaciencia, la ausencia, y el deseo febril de reunirse de nuevo; cegada por ellos, Sulpicia se reafirma en su decisión de continuar con la relación, incluso sin el permiso de su tío Mesala. La estancia en el campo impedirá estar presente en el cumpleaños de Cerinthus, evento que -de tratarse Cerinthus del aristócrata Cecilio Cornuto-es curiosamente recogido también por Tibulo en su elegía II,2.




Aborrecible se acerca el cumpleaños, que en el fastidioso campo
triste tendré que pasar, y sin Cerinto.
¿Hay algo más grato que la ciudad? ¿Es apropiado para una chica
una casa de campo y el frío río del lugar de Arezzo?
Descansa de una vez, Mesala, preocupado por mí en demasía;
a veces, pariente, no son oportunos los viajes.
Me llevas, pero aquí dejo alma y sentidos
por mi propia decisión, aunque tú no lo permitas.

***

¿Sabes que el inoportuno viaje ya no preocupa a tu chica?
Ya no puedo estar en Roma en tu cumpleaños.
Celebremos los dos juntos el día de tu aniversario
que te viene por casualidad, cuando no lo esperabas



Sin embargo, Cerinthus no se muestra a la altura del amor desmedido de Sulpicia y, en su ausencia, entabla una relación con otra mujer que, para mayor agravio al orgullo de la autora, es de una extracción social y económica más baja que la autora y puede tratarse, incluso, de una prostituta -la toga era el tipo de vestimenta habitual en estas mujeres, aunque puede que también se refiera a que, de pronto, Cerinthus muestra interés por la política, además de por otras mujeres-. De pronto, Sulpicia agradece la preocupación de su tío Mesala de la que antes se quejaba amargamente y exhibe una total indiferencia, incluso desprecio, por la errónea elección de Cerinthus. No obstante, no es más que fingimiento, ya que sus palabras apenas pueden disimular el rencor, los celos y la furia que experimenta. Sulpicia, incapaz de olvidar a Cerinthus y de perdonar su traición, atormentada por la pérdida, acaba por contraer fiebre. Su antiguo amante la visitará en su lecho de enferma y Sulpicia, aunque quiere creer que dicha visita es la prueba de que él, a pesar de su infidelidad, la sigue amando, y que su regreso a su lado ha sido guiado por el deseo y no por la obligación ni la culta, finalmente acaba por resolver que, para Cerinthus, ella y su salud carecen ya de importancia.

Resulta curioso que te creas, tan seguro ya de mí,
que no voy a caer de repente como una tonta.
Sea tuya la preocupación por la toga y la pelleja que la lleva, 
cargada con su cesto, antes que Sulpicia, la hija de Servio.
Por mí se preocupan quienes tienen motivo máximo de desvelo
que no vaya a acostarme con un cualquiera.

***

¿Tienes, Cerinto, una devota preocupación por tu chica,
porque ahora la fiebre maltrata su cuerpo cansado?
¡Ay! yo no desearía librarme de la penosa enfermedad,
si no creyera que tú también lo quieres.
Pero, ¿de qué me valdría librarme de la enfermedad, si tú
     puedes sobrellevar mis males con corazón indiferente?

Sulpicia, sin embargo, se equivoca. El autor desconocido de la Elegía III, 10 del Corpus Tibellianum recoge también la enfermedad de la autora y la preocupación sincera y casi desesperada de Cerinthus: Depón tu miedo, Cerinthus -le recomienda-: un dios no hiere a los que aman. Tú, únicamente, ama siempre: tu muchacha está a salvo. No hay necesidad de llorar: más apropiado será usar de las lágrimas si alguna vez aquélla fuera más triste contigo. Pero ahora es toda tuya. Hay pues, esperanza para la reconciliación. No obstante, Sulpicia, aunque desea amar de nuevo a Cerinthus y se arrepiente de no ceder de forma inmediata a sus deseos, no puede negar que desconfía de él por lo sucedido y sospecha que la pasión que sintió por ella no es ya más que una tenue sombra de la que experimentó en el pasado. Estos mismos miedo los recoge también el autor desconocido poniendo en boca de Sulpicia los versos de la Elegía III, 11.




Para ti no sea yo, luz mía, un ansia tan ardiente
como parece que fui, hace algunos días;
si alguna falta cometí, tonta en mi exceso de juventud,
de la que confieso que me arrepiento más,
es haberte dejado solo ayer por la noche
deseando disimular su ardiente pasión
(Sulpicia, Elegía III, 18)

***
El día que te trajo a mí, Cerinthus, ése será para mí sagrado
y habrá de contarse siempre entre los festivos.
Al nacer tú, las Parcas vaticinaron una nueva esclavitud 
para las muchachas y te entregaron altivos reinos.
Me abraso yo antes que otras; me agrada abrasarme, Cerinthus,
si una mutua pasión te asiste debido a mí.
Que haya un amor correspondido, lo pido por tus dulcísimos hurtos,
por tus ojos y por tu Genio.
Quédate, Genio, recibe de buen grado los inciensos y favorece mis votos
si alguna vez aquel se abrasa cuando piensa en mí.
Pero si por casualidad ahora suspira ya por otros amores, 
entonces te pido, venerable, que abandones tus infieles altares.
Y tú no seas injusta, Venus: o que uno y otro, encandenados,
te sirvamos por igual o afloja mis cadenas, o mejor, 
que uno y otro estemos atados por sólida cadena 
y que ningún día después de éste pueda desatarla.
(Autor desconocido, Elegía, III, 11)

Aquí finaliza la obra literaria de Sulpicia, al menos la que se ha conservado. Nunca sabremos si la reconciliación entre ambos amantes llegó a producirse o si la autora recuperó el amor y la felicidad de los primeros días de su relación. Otra pregunta además queda en el aire: si Cerinthus era, como se sospecha, el aristócrata Cecilio Cornuto y, por tanto, era de igual posición social que Sulpicia, ¿por qué el matrimonio no se produjo? ¿Por qué se contentaron tan sólo con ser amantes? Es Tibulo quién nos da la respuesta en la ya mencionada Elegía II,2, y nos revela además porque Mesala se oponía de forma tan encarnizada a la relación de su sobrina: Cerinthus ya estaba casado. El propio Tíbulo, con ocasión del cumpleaños de su amigo, le dice: Desearás, me imagino, el amor fiel de tu esposa. Creo que los dioses lo han decretado ya. Lo preferirás a todos los campos que por el mundo entero un fuerte labrados pueda arar con buey robusto y a todas las perlas que se crían en las Indias felices, por donde enrojece la ola del mar de Oriente. Tus deseos se cumplen: ojalá vuele Amor con sus alas resonantes y a vuestro matrimonio traiga cadenas de oro: cadenas que duren siempre, hasta que la lenta vejez marque arrugas y encanezca los cabellos. 


"Ojalá vuele Amor con sus alas resonantes y a vuestro matrimonio traiga cadenas de oro...". Cornuto por tanto, no parece ser feliz en su matrimonio y no ama a su esposa. Sin embargo, Tibulo le desea que un día llegue a preferirla "a todos los campos que por el mundo entero un fuerte labrados pueda arar con buey robusto"... los campos, justo el lugar donde Sulpicia se encuentra arrastrada por su tío Mesala... ¿Sabía Tibulo de la relación de su amigo con la sobrina de su protector? ¿Hasta que punto era esa relación de dominio público? De ser así, Tibulo, como Mesala, parece no estar de acuerdo con ella, puesto que desea a Cornuto que las cadenas que le unen a su esposa, "duren siempre, hasta que la lenta vejez marque arrugas y encanezca los cabellos". ¿Sería su propia esposa la mujer por la que Cerinthus abandona a Sulpicia, tal como la poetisa se queja amargamente a su regreso a Roma? Sin embargo, en la Elegía III, 12, el autor desconocido ruega a Juno que permita a Sulpicia unirse en matrimonio con su Cerinthus y que él pueda verlos casados en el próximo cumpleaños de éste. ¿Estaba entonces Cerinthus soltero? ¿Es este cumpleaños esperado por el autor desconocido con ansia el que celebra Tibulo en sus versos? ¿Fue finalmente Sulpicia la esposa de su amado y Tibulo se limita a celebrar la futura dicha de su amigo, rogándole no cometa los errores del pasado?

Lo cierto es que es imposible saberlo: la pasión arrolladora, la adoración que el autor siente por su amante y la entrega ciega, la separación, el abandono, la infidelidad y la traición, la esperanza con todo en la reconciliación, el posterior reencuentro de los amantes y la permanencia a pesar de ello del rencor y de cierta desconfianza...son temas comunes en los poetas elegíacos como Tibulo o Propercio y sin duda Sulpicia bebe de esa tradición al escribir sus versos, donde nos muestra una preocupación formal clara y un amplio dominio de la técnica, muy lejos de la espontaneidad y sencillez que los primeros estudiosos de su obra le atribuían. ¿Es pues su obra autobiográfica o una recopilación de temas comunes en la Elegía romana? Sea cual sea la opción correcta, es de destacar la valentía de Sulpicia, que se atreve a proclamar libremente y sin vergüenza un amor prohibido para una mujer, aún más para una de su condición social, política y económica, para quién los lazos afectivos debían limitarse al matrimonio y la familia.

*Fotografía 1 y 2: La denominada "Safo" y "Retrato de Paquio Próculo y su esposa", frescos localizados en las excavaciones de Pompeya.
*Resto: Detalle de "Leyendo a Homero", "El poeta favorito". "Confidencias" y "Promesa de Primavera", de Lawrence Alma-Tadema


¿Te ha gustado este artículo? Los Fuegos de Vesta opta 
al premio "Mejor Blog de Arte y Cultura" de los Premios Bitácora 2015.
Para lograr alzarnos con la victoria, necesitamos tu voto.
Aquí te explicamos cómo votar: Premios Bitácora 2015
Gracias por adelantado!!!

jueves, 24 de abril de 2014

Nerón: últimos años

El incendio de Roma del año 64.
Ocurrido en el mes de julio, el incendio de Roma del año 64 se inicia en las inmediaciones del Circo Máximo y dura seis días, destruyendo al completo tres de los catorce distritos de la ciudad de Roma y dañando al menos otros siete; el propio Palatino así como algunos templos y edificios públicos fueron destruidos y seriamente afectados. Los autores antiguos sostienen que el incendio fue provocado por Nerón para acometer la reforma urbanística de la ciudad, si bien los historiadores modernos consideran ahora que el desastre fue en cambio fortuito, habida cuenta de que el material principal de construcción era la madera, de que la principal fuente de calor eran los braseros de carbón y del historial de incendios de la ciudad. En el momento de comenzar el incendio, Nerón se encontraba en Anzio y, al recibir las noticias del mismo, viajó rápidamente a Roma para encargarse personalmente del desastre, llegando a abrir los jardines del Vaticano y al Campo de Marte para acoger a los afectados que habían perdido su hogar. A raíz del incendio, Nerón desarrolló un nuevo plan urbanístico destinado a evitar nuevos incendios, con la construcción de avenidas más amplias o la prohibición de paredes medianeras, dentro del que destaca la edificación de un nuevo palacio imperial, conocido como Domus Aurea, en unos terrenos que el fuego había despejado en el centro de Roma. Debido a lo costoso de la reconstrucción de la ciudad, Nerón se vio obligado a subir los impuestos de las provincias imperiales, recurrir a las confiscaciones y llevar a cabo una reforma monetaria que devaluaba el áureo y el sestercio, como forma de conseguir más oro y plata.
La conspiración de Cayo Calpurnio Pisón y el viaje a Grecia.
En el año 65, Cayo Calpurnio Pisón, senador romano y consul suffectus con Claudio, organizó una conspiración para derrocar a Nerón y proclamarse él mismo emperador con el apoyo de miembros de la guardia pretoriana -como el tribuno Subrio Flavio, el centurión Sulpicio Ásper e, incluso, uno de los prefectos del pretorio, Faenio Rufo- y varios senadores, entre los que pudieron destacar Séneca y su sobrino Lucano, autor de la Farsalia. La conspiración fue descubierta gracias a Milico, liberto de Flavio Escenio, otro de los conjurados, y supuso la ejecución o el suicidio de la mayoría de los implicados. En el año 66 se suceden nuevas ejecuciones, incluyendo a Petronio. Como contrapartida, Ofonio Tigelino, el segundo prefecto del pretorio, recibió gran cantidad de honores por su fidelidad y su participación en la represión de la conspiración, al igual que Cocceyo Nerva, futuro emperador. Poco después de las primeras ejecuciones, a finales del año 65, se producía la muerte de la segunda esposa de Nerón, Popea Sabina, que en esos momentos se encontraba embarazada. El emperador no volvería a casarse hasta el año 66 con Estatilia Mesalina, quien le sobrevivió. La conspiración aumentó el despotismo de Nerón, perfectamente reflejado en su identificación con Helios y Hércules, y en la coronación de Tiridates como rey de Armenia, reino-cliente entre Roma y Partia. La coronación sería usada por Nerón para presentar una nueva imagen de poder en la que se reafirma en su filohelenismo, demostrado en su gira por Grecia entre los años 66 y 67. En dicho viaje, participará en todas las competiciones musicales y teatrales dentro de los grandes festivales atléticos y religiosos griegos. El viaje se suspenderá improvisadamente en el año 67 ante el cariz que toma la política exterior. A su regreso a Roma, Nerón celebrará un triple triunfo, cuyo desfile, dado su carácter artístico, no finalizará en el templo de Júpiter en el Capitolio sino en el de Apolo del Palatino.
Política exterior.
Aumenta la presencia en el Mar Negro, creándose una flota en el Ponto, y se mantienen unas buenas relaciones en Partia evidenciadas en la coronación por parte de un emperador romano de un rey de origen parto para el reino de Armenia, ubicado entre ambos imperios.
Se producirán, a parte, varias sublevaciones importantes a lo largo del gobierno de Nerón:
-Sublevación en el año 64 de icenos y trinovantes en la provincia de Britania, descontentos por la presión fiscal y la política religiosa, debido a la invasión de la isla de Mona, cuna del druidismo en Britania, el incendio de los bosques sagrados y la destrucción de los monumentos. Capitaneados por la reina Budica arrasaron tres colonias romanas, entre ellas Camulodunum (Colchester) y Londinum (Londres), y masacraron a 70.000 romanos, antes de ser detenidos en la batalla de Watling Street.
-En el año 66 el procurador de Roma en Judea confisca parte del tesoro del templo de Jerusalén, lo que provocó la violenta reacción de los judíos, quienes linchan al gobernador y obligan a Roma a desplazar tropas desde Siria para reforzar la posición en Judea, siendo derrotados. La represión del levantamiento es confiada al general Tito Flavio Vespasiano, que inicia el largo sitio de Jerusalén.
Última sublevación y muerte.
En el año 67, mientras Nerón se encuentra inmerso en su gira por Grecia, se produce la sublevación de Julio Víndex en la Galia, de nuevo contra la política fiscal del emperador. Vindex lograría pronto el apoyo de Servio Sulpicio Galba, gobernador de la Hispania Tarraconense, y de Marco Salvio Otón, gobernador de Lusitania. Derrotado Vindex por el general Verginio Rufo, gobernador de la Germania Superior, la rebelión en principio parecía aplastada, hasta que a la misma se sumó la traición de Ninfidio Sabino, sucesor de Faenio Rufo en la prefectura del pretorio, que prometió dinero a sus subordinados a cambio de su apoyo a Galba, aclamado como nuevo emperador en sustitución de Nerón. El Senado se sumó el reconocimiento de Galga declarando enemigo público a Nerón, quién se vio obligado a huir de Roma, encontrando refugio en la villa de uno de sus libertos, donde se suicidaría. A pesar de su final, Nerón nunca dejó de ser popular, y durante mucho tiempo incluso se creyó que había sobrevivido-debido a lo secreto de su entierro-llegando a aparecer en Oriente hasta tres falsos Nerones en Oriente que recabaron gran apoyo popular.



*Fotografía 1: "El incendio de Roma"; de Robert Hubert 
*Fotografía 2: Nerón como Apolo Citaredo en un fresco pompeyano
*Fotografía 3: "La muerte de Nerón", Vasily Smirnov

jueves, 17 de abril de 2014

Nerón, el hijo de Agripina

Nerón nació el 15 de diciembre de 37 en Antium (actual Anzio) como Lucio Domicio Ahenobarbo, el único hijo de Cneo Domicio Ahenobarbo y Agripina la Joven, hermana del entonces emperador Calígula. A través de su madre era nieto de Germánico y tataranieto de Augusto y Marco Antonio. En el año 39, cuando solo contaba dos años, su madre Agripina partió al exilio por participar en una conspiración contra su tío Calígula, el cual además arrebatará a Nerón la totalidad de los bienes que le correspondían por herencia materna. Su padre Domicio morirá al año siguiente, en 40, y Nerón, con solo tres años, huérfano y arruinado, pasa a vivir con su tía paterna, Domicia Lépida, madre de Valeria Mesalina, tercera esposa de Claudio. En 41, Calígula, su esposa Milonia Cesonia y su hija Julia Drusila son asesinados por miembros de la guardia pretoriana y senadores, siendo Claudio, tío de Calígula y Agripina, proclamado como el nuevo emperador, lo que permite a la madre de Nerón regresar poco después de su exilio. Agripina y su hijo se mantendrían en un discreto segundo plano durante los primeros años del gobierno de Claudio, hasta que Mesalina, su esposa, con la que había tenido dos hijos -Claudia Octavia en 40 y Británico en 41-, es ejecutada por traición en el año 48. Pronto empezaron a barajarse nuevas esposas para Claudio, siendo finalmente elegida Agripina, su propia sobrina, para lo que el Senado tuvo que emitir un decreto especial autorizando el enlace. El matrimonio -que buscaba la reconciliación entre las ramas Julia y Claudia de la familia imperial, así como asentar la posición de Claudio mediante el matrimonio con una descendiente de Augusto- se saldó pronto con la adopción del entonces Lucio Domicio por Claudio en el año 50; a partir de este momento comenzaría a ser conocido como Nerón Claudio Druso Germánico. Dado que Nerón era cuatro años mayor que Británico, el hijo natural de Claudio, pronto se conviritó en heredero por encima de éste y comenzó a acumular honores: fue proclamado adulto en 51 con 14 años, nombrado procónsul y príncipe de la juventud -título reservado al heredero desde Augusto-; su retrato apareció en las monedas junto a Claudio, entró a formar parte del Senado y, para afianzar aún más su posición, contrajo matrimonio en 53 con Claudia Octavia, hija de Claudio. Así, cuando su padre adoptivo muere en 54 su candidatura no tardó en imponerse a la de Británico; con todo, para reforzar su posición, no dudó en imitar a Claudio ofreciendo un donativo a la guardia pretoriana, que lo aclamó de inmediato. El Senado no tardaría tampoco en reconocerle, si bien con reticencias debido a su juventud: Nerón contaba solo con 17 años, frente a por ejemplo los 25 años necesarios para acceder a la cuestura, magistratura que garantizaba el acceso al Senado. Debido a ello se barajaron otros posibles candidatos, entre ellos Marco Junio Silano, descendiente directo de Augusto al igual que Nerón y de mayor experiencia, el cual sería rápidamente ejecutado apenas dos meses después de la muerte de Claudio, quién fue divinizado.
El Quinquenium Aureum. Los cinco primeros años
El programa de gobierno de Nerón fue anunciado ante el Senado en su discurso de investidura, y se conserva resumido en sus principales puntos por Tácito. Destacan dos ideas principales:
-Retomar la política de Augusto: es decir, se propugna retomar la colaboración entre el Senado y el emperador, devolviendo a aquel ciertas prerrogativas y quedando el segundo al mando del ejército.
-Reaccionar ante los errores del gobierno de Claudio. Para ello se comprometió a separar la domus imperial de la respublica -es decir, diferenciar los asuntos propios de la familia imperial del interés del Estado-; no ser juez en asuntos importantes; y no recurrir a libertos en asuntos de gobierno.
Sin embargo, Nerón no quiso romper completamente con la política de su padre adoptivo, tomando su nombre en la titulatura, acuñando monedas donde se presentaba como el hijo del divino Claudio, promoviendo su divinización y conservando gran parte de su legislación. Se inicia así, al año siguiente de su subida al poder, en 54, su primer período de gobierno, que habrá de perdurar hasta el año 59. La denominación de “quinquenium aureum” para esta época se atribuye a Trajano, que pretendía así indicar la bonanza de los primeros cinco años de gobierno de Nerón, en que el gobierno quedó bajo la tutela de:
-Lucio Anneo Séneca: exponente de la nobleza provincial nacido en Córdoba. Filósofo estoico, fue desterrado en 41 por Calígula acusado de adulterio con una de las hermanas del emperador. En 49, sería llamado del exilio por Agripina, ya esposa de Claudio, para ser tutor de su hijo Nerón. De él se conservan numerosas obras, entre las que destaca De Clementia, dónde Séneca, hacia el año 56, se atreve a considerar a Nerón un emperador mucho más clemente que el propio Augusto.
-Afranio Burro: miembro del orden ecuestre, originario de la Galia Narbonense, destacó bajo Tiberio como procurador de Libia, además de encargarse de los asuntos de Calígula en Asía, por lo que fue recompensado con la prefectura del pretorio, que seguirá ejerciendo bajo Nerón.
Agripina tendría igualmente gran influencia sobre su hijo en el primer año de su gobierno, hasta que en 55, poco después de la muerte de Británico debido a un ataque epiléptico -si bien no faltaron las voces que acusaron a Nerón de envenenarlo-, fue obligada a retirarse a sus posesiones privadas. Las desavenencias entre madre y hijo, al parecer, se debieron a los intentos de Agripina de intervenir de forma constante en el gobierno y la oposición de esta a la relación de su hijo con la liberta Actea.
El programa anunciado por Nerón se reflejó pronto en una mayor colaboración con el Senado y la mayor presencia de éste en asuntos públicos, destacando el traspaso del último recurso judicial a los senadores y el fin de los procesos de alta traición -que no volverán a celebrarse hasta 62-. A las buenas relaciones con el Senado se añade la gran popularidad que el emperador gozó entre el pueblo, gracias a los repartos de dinero, a asegurar el abastecimiento gratuito de trigo mediante la inauguración del puerto de Ostia iniciado por Claudio y a favorecer el establecimiento de colonias de veteranos en Capua, Nuceria, Puteoli, Tarento, Antium, etc. Sin embargo, las apariciones e intervenciones de Nerón en este período son escasas, dedicándose el emperador principalmente al cultivo de la poesía y el teatro, donde ansiaba destacar pública y privadamente en parte porque, según diversos autores, no se le permitía destacar en política ni tenía capacidades para sobresalir en el ámbito militar. En 58, se inicia el principio del fin del quinquenium. Nerón, ya adulto y tras cinco años en el poder, se ha afianzado en su posición y aspira a gobernar por sí solo sin necesidad de recurrir a asesores. Muestra de ello es el repudio de su esposa Claudia Octavia, al que se habían opuesto tanto Séneca como Burro y Agripina, para contraer un segundo matrimonio con Popea Sabina, esposa de Marco Salvio Otón, al que se envía a un exilio honroso como gobernador de la Lusitania. Con ella tendría una única hija, Claudia Augusta, nacida y muerta en el año 64. En este contexto se produce la muerte de Burro, el retiro de Séneca y el asesinato de Agripina en el año 59. Como causa de este último es, según las fuentes antiguas, la oposición al matrimonio de su hijo con Popea Sabina, si bien autores modernos defienden que la verdadera razón es la implicación de Agripina en una conspiración contra su propio hijo para colocar en el poder a Rubelio Plauto, un nieto del emperador Tiberio. La ejecución en 62 de Plauto y de Fausto Cornelio Sila Felix, yerno de Claudio como marido de su hija Antonia, dejó al Imperio sin más herederos varones que Nerón.
Con la progresiva participación de Nerón en los asuntos públicos, se inaugura lo que ciertos autores han llamado el “período despótico”, que durará casi una década. La nueva época se inaugura con la institución de los Ludii Iuvenalis, de carácter griego, y los Neronia, al parecer quinquenales. Ambos sirvieron al emperador para darse a conocer como artista.

*Fotografía 1: Agripina, con una cornucopia -símbolo de la fortuna y la abundancia-, corona a su hijo Nerón. Localizado en el templo de la ciudad de Afrodisias (hoy Turquía)
*Fotografía 2: Camafeo de sardónice localizado en El Fayum que representa a Nerón y su primera esposa Octavia
*Fotografía 3: Posible retrato de Popea Sabina, segunda esposa de Nerón (retrato femenino del Louvre)