"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 31 de enero de 2025

¿Humanidad?

 



Humanidad. Qué concepto tan escasamente claro. Que igual sirve para un  roto que para un descosido. ¿De qué se trata? ¿Qué designa? ¿Una mera agrupación de humanos? ¿La capacidad colaborativa? ¿Subraya una caracterización emocional y afectiva? ¿Define una disposición ética? ¿Una masa voluminosa? ¿Hace referencia a quien se entrega a la comunidad o al que se aprovecha de la comunidad? ¿Es lo que define la Real Academia de la Lengua? ¿De qué hablamos cuando hablamos de humanidad? ¿Qué entendemos por ser humanos o ser inhumanos? Porque ¿cómo es eso de que un humano pueda ser inhumano? Porque ser inhumano no necesariamente debe ser un no humano, pero ve a saber. Que yo sepa, a un no humano, por ejemplo una gallina o un zorro, no se le ve como humano, pero los humanos tomamos como referencias algunas conductas animales para justificar las nuestras. ¿O es al revés que proyectamos nuestros vicios y virtudes en ellos para exorcizarnos? Y luego hay una larga serie de personajes ficticios, el Dios o los dioses de los mitos, por ejemplo, a los que los humanos les concedemos patente de encarnación, y los imaginamos con las excelencias o defectos propios de nuestra especie. Se dirá que a esos no les tocamos. No es verdad. Muchísima gente convive con ellos en sus cerebros y les pide que actúen, pero tampoco somo justos a la hora de valorar a esas creaciones nuestras tan sublimadas. Si las cosas de dificultad nos salen bien decimos que el Dios o los dioses lo han propiciado. Si salen mal, dejamos a esas encarnaciones fantasiosas pero activas en muchas mentes, libres de responsabilidades. Los animales y los dioses, o cualquier figuración imaginaria, a nuestro servicio. Lo cual no sé si nos libra de la perturbación mental o nos conduce a ella. Alguien me dice al oído: somos neuróticos por naturaleza social, o cultural, si prefieres. Tendré en cuenta la opinión. Ah, y otra cosa interesantes. También suele decirse qué poco humano eres cuando alguien no se porta benigna o piadosamente con otro. ¿Acaso es que las buenas obras son las humanas y las malas...? ¿Qué son, quién las ejecuta, las malas?

O el lenguaje es impreciso o el concepto hace aguas. O se trata de un saco sin fondo a la espera de que la tan nombrada IA lo resuelva. Por cierto, ¿es la IA humana o qué es?

Sorgin gauza, cosa de brujas, respondería mi bisabuela euskoparlante.




*Imagen: el Estandarte de Ur. Siglo XXVI a.e.c.

miércoles, 29 de enero de 2025

Qué poca cosa

 


Qué poca cosa somos los humanos. Menos cosa todavía aquellos humanos que han nacido en la privación y se ven acosados permanentemente por la privación. Puestos a verse privados lo son hasta de su suelo. Ya no de alguna clase de bienes, recursos, trabajos, arropamiento social y defensa política. Sino del propio suelo bajo sus pies. Los que vuelven se encuentran la destrucción. Les queda la vida. ¿Les dejarán reconstruir la vida?

Pero ojo, cualquiera podemos integrar en algún momento la gran tribu de los carentes, de parte o del todo, incluso de la inexistencia. La balanza humana tiene dos platillos en los cuales uno vence su peso al otro. Bondad y maldad. Nosotros ¿en cuál de los dos platillos estamos ahora para pesar la vida de los demás y la nuestra propia?




martes, 28 de enero de 2025

A uno se le cae la baba

 














A uno se le cae la baba. No se me malinterprete. Es algo más místico. Es la belleza de la capacidad transgresora, y como tal bastante ingenua, de dos adolescentes desafiando la opresión doctrinal en Irán. Es la hermosura de la rebelión. La decisión pura de quien no desea seguir viviendo en un mundo de moral infame y esclavizante.

Ingenuas no quiere decir imbéciles. Ellas deben saber a qué se exponen sin velo, bailando y encima en un monumento a los caídos de la guerra con Irak hace un montón de años. Desafío a la ley islámica versión chií, desafío a la moral jomeinista y desafío a a la épica del concepto de patria de los celosos guardianes de la revolución. Puede que saber que su gesto va a correr por las redes las haya conducido a esa acción rompedora y que no hayan medido lo suficiente las consecuencias. Pero, ¿acaso no son actitudes de esta clase las que también van demoliendo los muros de la segregación y del despotismo? 

Desafío implica siempre riesgo. Riesgo en Irán se traduce en aplicación de leyes salvajes. Por ejemplo a recibir una sarta de latigazos, así como cárcel y lo que caiga. Por supuesto, hasta ejecuciones sumarias. Desafío, con mayor o menor grado de conciencia en estas chicas, también implica valor, decisión y sentar precedentes. Se me cae la baba. ¿Tan jóvenes y tan locuelas en un país que no permite disidencias ideológicas, ni costumbres diferentes, ni conductas que no sean las establecidas con rigor? Por una vez el rap me cae bien. Todo un corte de mangas suntuoso al integrismo iraní. Véanse los enlaces y el baile desenfadado de las mujeres. Lo que lamento es que la imagen que aparece esté dentro de esa red llamada X que tendría que ser repudiada.

https://cadenaser.com/nacional/2025/01/25/las-autoridades-iranies-detienen-a-dos-adolescentes-por-realizar-un-baile-frente-a-un-monumento-y-se-enfrentan-a-una-pena-de-99-latigazos-cadena-ser/



lunes, 27 de enero de 2025

Y los hechos proceden a generar nuevas palabras

 


Leo la prensa a saltos. Seleccionando. Escucho radio limitadamente. Eligiendo. Ignoro noticiarios de televisión. Rotundamente. No entro en las redes. Me apaño con esto de Blogger. Me informo tan poco y me considero un tonto pero estoy más a gusto. Rarezas de la mayoría de edad. Que corro el riesgo de interpretar poco y mal los acontecimientos mundiales, dentro de los que incluyo los peninsulares, ya lo sé. Tampoco se enteran demasiado los que se cuelgan por avidez o por ideología de los voceros de medios y redes. 

Por ejemplo, paso por una conexión matutina fiable. Aguanto un rato. Hamás libera a cuatro soldados hebreas (acaso lo digo mal) y a cambio Israel devuelve doscientos palestinos detenidos. Hago la cuenta de la vieja, es decir, doscientos entre cuatro y me da cincuenta. ¿Es así? Repaso por si yerro. Sigue dándome cincuenta por barba. Por barba no, por imberbes, que son mujeres soldado. Como soy tonto aplico la ley del mercado porque las cuentas siempre hay que interpretarlas. ¿Cuánto vale la vida de un o de  una israelí, en este caso, y cuánto la vida de un palestino o una palestina, ya que se devuelven de ambos géneros? ¿Y quién juega con más  ventaja? Unos aplican la venta de un producto y los otros compran en especie pero con creces. ¿Esto quiere decir que los del Estado elegido disponen de stock sobrante de prisioneros? ¿O el precio de la vida de unos humanos u otros difiere en función del valor del artículo, es decir, de la mercancía humana y del poseedor con mejor posición en el mercado de las vidas y las muertes? 

Pero no debo seguir preguntando. Me quedo como aquel tonto de libro mirando el dedo en lugar de la luna. Cincuenta por cuatro igual a doscientos. O doscientos entre cuatro igual a cincuenta. La vieja aritmética no falla. Supongo que con algoritmos tampoco. Pero quién sabe. El poder puede cambiar las leyes aceptadas desde antiguamente. En ello van a estar. 

Ah, y la penúltima. En breve puede desarrollarse una nueva operación de matemáticas de mercado a lo bestia. Por cierto, sin que haya cesado la masacre israelí. El Gran Jefe Blanco de la America First sugiere -¿u ordena?- limpiar Gaza y mandar a tomar vientos a un millón y medio de palestinos a Egipto y Jordania. Creo que los del pueblo elegido dan botes de alegría.



(Fotografía de EFE/Anas Baba de una pintura mural de Amal Abu Al-Sabah)


domingo, 26 de enero de 2025

Las palabras preceden a los hechos

 


¿Qué tienen en común estas dos expresiones?, dice Max. ¿Cuáles?, inquiero. Una antigua y desusada, aunque no estoy seguro si del todo, Deutschland über alles, que era cantada en un himno nacional por una sociedad de funesto recuerdo. Y esta actual America first, que pronunció antes, durante y después un presidente reelegido recientemente, y por supuesto cantan sus millones de seguidores. Pues no sé, le digo, me sugieren varias coincidencias. Max no duda. Solo hay una y fundamental: que las palabras preceden a los hechos.





jueves, 23 de enero de 2025

Ecos lejanos, 40

 


Abro el cuaderno de Else. No sé si hago bien, pero quién me lo impide. Además ¿cómo podría buscar a Else y devolvérselo? Voy a la última página. Es una de mis manías al tomar cualquier libro. No por conocer el desenlace, que no tendría sentido al no haber leído nada más, sino para oler el aspecto sensorial del desenlace. Yo me entiendo. Breve texto. Quédatelo tú. Que sepas de mí lo que no supiste antes. Que sepas de otros lo que no llegaste a saber nunca por ellos. Pero en este caso no te fíes. Fui juez y parte de aquellas relaciones de utópicos que estuvimos a punto de superar lo real. Solo cosechamos dolor y dispersión. Algunos por partida doble. En estas páginas hablo de lo primero pero no eludo relatar los disfrutes y las efímeras satisfacciones, que gran parte terminaron en la amargura. Hoy me doy cuenta de que todos escribimos un cuaderno a lo largo de la existencia, con palabras u oralmente o latente en nuestro pensamiento cambiante, pero siempre con conductas que dejan constancia de nuestras búsquedas y nuestros anhelos. Y, por supuesto, de los fracasos. Que el cuaderno te acompañe si su autora sigue significando algo para ti.

He releído el mensaje y he temblado. Sea o no la verdad lo que esté escrito en el cuaderno, eso quién lo sabe, puede ser una aportación para entender mejor aquel tiempo de amistad y compromiso fallidos. Pero no me urge. Un cierto grado de verdad me urgía antes, hace solo unos días incluso, cuando aún no me había citado con Else. Antes perseguía claves para entender el pasado y sobre todo la recuperación afectiva de una persona, que a su vez suponía recuperarme de la indolencia. Pero el pasado es un concepto que no se cuestiona a sí mismo, y por mucho que nos obstinemos en borrarlo retorna, obsesivo y fantasmal, a nuestros días y a nuestras noches. Y por otro lado la mujer que me reconfortó ha decidido vivir su soledad por los años que le queden. 

Me he quedado vacío y no tengo ganas de momento de leer el cuaderno, no obstante la curiosidad. Si me lo llevo será como mantener un hilo conductor no solo con Else sino con mi propia historia. Acaso lo deje en el armario. Pero no sé. Sería una traición.

A las once tengo que coger el tren para Marienbad.



*Fotografía de Jorge Molder

lunes, 20 de enero de 2025

Ecos lejanos, 39

 



¿Por qué me han gustado siempre tan poco las aglomeraciones? ¿Tal vez por el ruido y el griterío desaforado? ¿Porque te obligan a identificarte con el todo aunque solo estés por la parte? ¿Porque no ignoras que tras el apelotonamiento del que todos participan hay quien señala por dónde hay que ir y a ti no te gusta ir por donde te dicen las minorías si no compartes sus instrucciones? ¿Porque se diluye el individuo en un amontonamiento abigarrado que igual podría ser de hormigas que de individuos, y tal estética rechazas? Ah, pero las hormigas no se acumulan, siguen un orden,  te dices. Los hombres, ¿qué orden siguen cuando se rompe su línea habitual? Y sin embargo los hombres tienden a formar núcleos de masa que están compuestos de ellos pero no son ellos. ¿Buscan en esa conducta un ser superior que no solo les dé seguridad y fortaleza sino que les represente a su vez algo más allá de la pobrecita calidad que somos cada humano por separado? No me refiero a creaciones metafísicas. 

Ante tantas preguntas, muchas de la cuales incluyen respuesta, Judith me pone de ejemplo la mano extendida. Los dedos sueltos, van cada uno por su lado, dice. Pero todos agrupados forman un puño. ¿Quieres decir que un puño golpea, como en el ring?, la interpelo con sarcasmo a medida que avanzamos por calles más escondidas y seguras. Sí, pero de otra manera. Las metáforas son bonitas pero pueden ser equívocas, Judith. Porque detrás de una mano con los dedos separados o juntos, en movimiento o en resistencia, ¿qué fuerza realmente se oculta? Tú siempre con tu sabiduría de libro, salta Judith, si bien con un tono cada vez más enternecedor. Lo digo porque la fuerza nunca procede de una parte sola, es detentada desde muchos ángulos y no son precisamente las mayorías quienes la tienen de su parte. Ella es rápida argumentando. Pues tenemos que hacer que las mayorías, como dices, sean las que decidan. Y ahora es el momento de hacer coincidir empuje y fortaleza colectiva. Para superar a quienes quieren impedir una vez más que protagonicemos la historia para cambiarla. 

La chica me parece luminosa pero tan inocente todavía. ¿Se cambia la historia, Judith? Ella salta como un resorte. La pasada no, pero la que está por hacerse puede ser de otro modo. Me gusta polemizar con ella. Lo que se hace es vivir, Judith, aunque a la vida la designemos una categoría en cierto modo ficticia llamada historia. Además, ¿hasta qué punto tenemos claro lo que queremos?, insisto. Eres un agorero, nunca te decides más allá de tus indagaciones filosóficas, y por eso yo misma también te doy miedo. Tus ideas no me dan miedo, Judith. Estoy acostumbrado a escuchar de todo. Pero distingo entre lo deseable y lo realizable en un momento dado. Judith sujeta mi brazo. Ya, como dicen otros, entre lo posible y lo probable, ¿no es así? Y según tú, ¿qué tenemos por delante? De momento, le digo al llegar a una encrucijada de callejuelas, aquella tropa apostada a la altura del bulevar. Vamos por otro lado, propone nerviosa, pero no te sobresaltes, de muchas más difíciles hemos salido. ¿O es que vas a tener pánico estando yo contigo, aunque yo misma te dé miedo y no lo quieras reconocer? 

Me hace reír la seguridad maternal que improvisa. Y su doble juego insistente. Creo que me ha calado, pero yo me reafirmo y solo me doy por aludido en una parte de su juego verbal. Lo que me temo es que tú y los tuyos os perdáis para siempre, digo. Me dan ganas de añadir: y de paso yo también, que me estáis arrastrando a vuestras ilusiones. 




viernes, 17 de enero de 2025

Ecos lejanos, 38

 


¿Qué hago yo quedándome aquí? Voy a darme el margen del día y luego me iré de esta habitación donde ya no sé estar. Me gusta siempre dejar que transcurra un tiempo, por lo menos unas horas o una jornada, a veces más días, antes de tomar una decisión. 

Este comportamiento lo tengo de toda la vida, tanto ante una determinación nueva como tras sentir síntomas de algún mal en el cuerpo. Aunque mi nervio contenido me pida reaccionar rápido lo sujeto. Cálculo de posibilidades. ¿Quién me dice a mí que mis malestares estomacales, por ejemplo, no son sino psicosomáticos y se pasarán antes de correr el riesgo de un diagnóstico impreciso o erróneo? O ¿por qué firmar un contrato para mi último libro sin informarme suficientemente del nuevo editor que me tienta con sus ofertas y acaso me quiere engatusar? O como me sucede ahora mismo con la mujer que me ha dejado, supuestamente para siempre, resistiéndome ingenuamente a su partida.Y me repito terco: quién sabe si no se arrepentirá o vacile y de pronto vuelva. No es probable que los recuerdos de cuanto hemos comentado o los placeres tardíos a que nos hemos entregado obren en ella como revulsivo de su tajante determinación. ¿Sus sentimientos? Los ha sacrificado y me ha invitado a que yo siga la misma senda.

Pero no me engaño. Lo que late detrás de esta conducta de demorar decisiones es el miedo. Miedo a una enfermedad, a un error en una compra o una venta, a que me busquen la vuelta las leyes con efecto retroactivo. Miedo a la pérdida de una mujer que había sido segura en mi ámbito emocional. O aún más allá: pánico a un desvalimiento. Las posibilidades se mueven en direcciones contrapuestas.

Por eso, no obstante, aunque podría parecer falto de realismo, mejor espero un período de tiempo para observar reacciones externas o confirmar lo que yo busco o tantearme si seré capaz de adaptarme a la nueva situación. Mas, ¿por qué digo nueva? He llevado años sin vida afectiva continuada. Toda expresión de mis necesidades ha sido circunstancial y de escasa proyección en la maduración de sentimientos hacia otras personas. 

Hasta este reencuentro había vivido acostumbrado a estar a mi aire, sin dependencias ni obligaciones sentimentales. Libre de complicaciones, o si las he tenido, exento de que alguien las censure o me empuje a afrontarlas sin mi propio convencimiento.  No he sido feliz, ya que tanto se cacarea sobre un término falso o al menos equívoco que la gente malgasta, pero he carecido de los problemas inherentes a toda relación. Lo cual aporta una tranquilidad indudable. 

Estar con Else me ha dado alegría y satisfacción, pero ella es ella y ahora me siento desequilibrado. ¿Se dice así? Tal vez cuando abandone este hotel todo volverá a ser como antes de llegar a él. Olvidaré el paisaje, la nieve que dicen que fecunda la tierra ahí afuera, las cornejas picoteando misteriosos alimentos de sotobosque, las viejas ruinas del castillo en el que han tenido lugar épicas arcaicas, muchas de ellas funestas para el país. Borraré de mi olfato el olor de la piel de Else, que no ha variado a pesar de los años. ¿Qué sustancia poderosa posee el olor para que recorra nuestra vida y nos hable tanto del pasado? Rechazaré las imágenes de diálogos que hemos tenido estos días, ella tan precisa y novedosa a la hora de interpretar. Perderé los ecos de su hablar pausado y seguro, de sus afirmaciones nada impositivas. Y más que nada su mirada, capaz de hacerme ver a mí mismo.

Else ha olvidado dentro del armario un cuaderno. ¿A propósito o por casualidad? Si me atengo a fechas que se citan en él puedo pensar que es un legado pensado. Aunque acaso lo trajo para refrescar viejos acontecimientos. O puede ser que persiguiera ambas intenciones. Else meditaba casi siempre antes de dar un paso. ¿Había traído el cuaderno para seguir escribiendo en él? Sin embargo nada aparece de los últimos días. Dudo, mientras lo hojeo muy por encima. Si supiera dónde para Else debería correr a devolvérselo. Sin leer. Una actitud que te honraría, me digo. Tiene que haber otra intención. Else mantiene una mente muy vívida, de lo lejano y de lo reciente. Sí, sin duda es una herencia simbólica. Su letra denota una enseñanza caligráfica exquisita. Hasta se mantienen grafismos que hoy han caído en desuso. 

Else, sospecho que el cuaderno eres tú. Es un tiempo, o varios tiempos. Antes de aparecer yo en tu vida y después de nuestra dispersión. Tú eres el médium para que yo acabe de entender lo vivido. Para entenderme.



*Fotografía de Sakiko Namura

martes, 14 de enero de 2025

Ecos lejanos, 37

 



Hay mucho griterío cruzando diagonalmente la plaza. Algunas personas que no son del ambiente habitual en Josty entran en grupo, piden un schnapps y se lo beben ansiosos de un trago. Varios salen sin pagar mientras el hombre de la barra mira, cómplice, para otro lado. Los tertulianos habituales permanecen callados, más bien turbados. Se miran entre sí, henchidos sus cuellos. Varios se levantan y se despiden. Yo, en mi rincón, me hago el indiferente pero me cuesta domeñar mi inquietud. Sigo observando que muchos obreros y también no pocos de cuello blanco atraviesan y convergen desordenadamente en la plaza, por grupos, pero continuando en la misma dirección. Algunos van armados. No falta el acompañamiento de lisiados de la guerra, probablemente los más perjudicados. 

Para mi sorpresa entra Judith jadeante. La excitación que muestra la vuelve más luminosa y atractiva. Sabía que te encontraría aquí, dice brusca pero cariñosamente. Me agarra del brazo. Ven conmigo. Helmut te necesita. Hay que sacar el periódico ya y tienes que escribir el editorial. ¿Yo?, digo. Como no me pongas al día o me digas lo que tengo que escribir sospecho que va a ser un editorial de revista del corazón. Ella ríe. No, antes vas a ver algo y luego ya sabrás escribir. Hay tropas apostadas en la Grosse Frankfurter y no precisamente para ponernos la alfombra roja. ¿Ponernos? ¿Es que me vas a llevar al último espacio de peligro, a mí, que según tú soy un burgués que piensa pero también un burgués pasivo?, y dejo que mi brazo se suelte de su zarpa. Porque la mano de Judith es múltiple. Quiere ser sujeción, pero si no le sigues la corriente es zarpa, y si la sigues es caricia. Tal es el poder de metamorfosis de sus manos que en realidad es de todo su cuerpo. Vamos allá, dice. Culebrearemos por otras calles menos abiertas. Ves con tus propios ojos hasta dónde están llegando los reaccionarios y sus primeros actos salvajes, y luego escribes. Y luego...¿Y luego? ¿Habrá un después de mirar o tras escribir, si es que se me ocurre algo como a vosotros os interesa? ¿Y eso suponiendo que no nos pase algo y quedemos sobre los adoquines? ¿Me quieres a mí de héroe porque el que tienes en las alturas, Joachim, no consigues que cumpla contigo? Judith es rápida, siempre es rápida, puro nervio, de movimientos y de palabra. Hace como que no se ha molestado. Joachim solo ama la revuelta, se justifica. Me pongo duro. Tú eres parte también de todo lo que sucede, Judith, y entonces más motivos tiene él para incluirte en sus sentimientos. No seas terco, y vuelve a agitarme, ahora de los dos brazos. Los sentimientos de Joachim se reducen a lo más sublime y no entiende del amor sencillo, al revés que tú. Nunca rozará lo más excelso pero vive en ese mundo de anhelo sin fin. Me admira Judith. Vaya, parece que crees saber mucho sobre mí. ¿De qué te sacas que yo puedo ser un amante sencillo? De que yo deseo que lo seas, responde incisiva, categórica. No tengo tiempo de sentir que me deja fuera de combate. Eleva la voz. Algunos clientes que me conocen desde hace tiempo me observan con sospecha. Vamos, no tengas miedo, los nuestros nos protegerán. Debes escribir sin remilgos sobre lo que vas a ver y sacar conclusiones. Helmut se encargará de poner la guinda.

Recojo de mala manera el libro y el cuaderno y Judith me arrastra afuera. ¿Hasta dónde me llevará?, pienso, y no solamente considerando el bloqueo de los soldados. 



sábado, 11 de enero de 2025

Ecos lejanos, 36

 


Ni tú ni yo estamos para cuidarnos en el futuro el uno al otro. Sería una tortura vivir envueltos permanentemente en recuerdos del pasado. Eso ha ido diciendo Else a la par que preparaba su ropa y la iba colocando en la bolsa de viaje. Aunque ambos hemos compartido infinidad de vivencias en otro tiempo, y ese es un nexo importante pero venenoso, lo mejor es que cada cual nos quedemos con nuestra parte alícuota. ¿No se dice así en términos de economía pura y dura? 

Ha doblado sus dos pulóver con esa lentitud acariciadora que tiene para todo. Del pijama, un rebujo. De su repuesto de lencería, una discreta colocación al fondo. Los útiles de aseo. Una falda plegada con sumo cuidado cubriendo todo el bagaje. La novela que le he regalado, verticalmente en un lateral. Siempre solías acertar con las lecturas que me obsequiabas, tiene la amabilidad de reconocer. Lo leeré con calma y expectación, no sabía nada del autor y menos mal que no es un escritor antiguo. A veces hay que hacer tabla rasa con los autores y con las temáticas, para no evocar nuestras propias experiencias. Y probar con nuevas visiones. Puede que las interpretaciones de las nuevas generaciones proporcionen nuevos placeres. Aunque dudo que podamos escapar de la esfera continua dentro de la que giramos desde nuestros primeros pasos abiertos a esa insatisfacción que llaman conciencia. 

Creo que busca expresarse con cierta brusquedad para evitar que la separación nos haga dudar. O, lo que resultaría peor, dar marcha atrás. ¿Que tú por tu cuenta quieres cargar cada día con el saco de tus evocaciones? Perfecto. Tú haces y deshaces sin que nadie tenga que soportar lamentaciones. Y por mi parte, lo mismo. Todo acabó y veloz fue la carrera. ¿No decía así la poesía de aquel anglosajón? Sí, replico apocado, con desgana. Y recito un verso con el que continuaba. Galopada de galgo que se evade de la traílla, seguía el poema. ¿Sabes, Else? Demasiado elegíaco para mi gusto. Suena a sentencia, ya ves, apostilla Else.

Para sorpresa de los dos la mañana no presenta la imagen invernal de estos días últimos. Luce un sol con su cerco, pero espanta nubes. Ni rastro de heladas. Else se aproxima al extenso ventanal para despedir el paisaje. Los abedules al fondo agitan su ramaje vacío. Ha cerrado el pequeño equipaje y se ha puesto el abrigo. Tomo sus dos manos con las mías. Ambos las tenemos sin sangre. Nos sale una sonrisa amarga. Todo queda aquí, ha dicho. Todo va conmigo, me he dolido. Else ha querido tener la última palabra. No olvido tampoco, pero no debo vivir lo que me quede invadida por melancolías. Y además sé cómo tengo que llevarlo. Haz lo posible para que aquello que significamos el uno para el otro no sea causa de hundimiento sino de consuelo. 

Me ha besado con los ojos. Al cerrar la puerta una sacudida de viento se ha convertido en estremecimiento.

La habitación sin Else es toda orfandad. Yo, el huésped solitario. 




*Fotografía de Jorge Molder

miércoles, 8 de enero de 2025

Ecos lejanos, 35

 


Alexanderplatz me gusta por el bullicio y el tráfago que, contemplado a través de las cristaleras del Josty, se me hace soportable. Distante y cercano a la vez. No solo en perspectiva visual sino en la percepción de las personas. Los tranvías traen y llevan gentes de diversa condición. Que habiten en la zona potentados o comerciantes que se beneficiaron de la guerra no limita mi interés por el centro de la ciudad. 

Este café es una encrucijada no solo de movimientos sino, como decía el poeta, de vidas y por lo tanto de pasiones. Ciertamente las pasiones dentro del Josty van prácticamente hoy día en una dirección cada vez más uniforme. Lo cual resta la parte de belleza que la pasión contiene en sí misma, que es la pluralidad de manifestaciones y el encanto de las reacciones más variadas que da aliciente a las conversaciones. Que daba. El pensamiento que queda estos días es residual, como los posos del café. Es un batiburrillo de ideas a cual más descabelladas y cerriles. Los moderados se han radicalizado y los radicales de siempre se han vuelto más prejuiciosos que nunca y por lo tanto bárbaros. Los teníamos en casa y no queríamos reconocerlo. Porque verlos se les veía venir. Sus antiguas adoraciones al emperador, su concepto decrépito de que no nos muevan la patria, aunque esta no sea de todos, su enrocamiento en la religión manteniendo una perpetua alianza con los poderes, y las falaces consignas contra los que levantan de verdad el país con su trabajo cotidiano o contra los judíos o simplemente contra los diferentes, ya eran suficiente información para haberlos parado los pies antes. 

El fracaso de la guerra, lejos de apocarles y hacerles desistir de sus tradicionales propósitos, les ha dado alas de nuevo, como se las ha dado a los revolucionarios. Y es que la sangre derramada pesa, aunque se interprete de manera artera y dual. Probablemente el miedo a los consejistas y a la pérdida de una identidad decadente y rígida ha enervado como nunca a los gañanes de las peores ideas que van a remolque de todo pero que quieren ir en cabeza. Qué sabe de belleza esta gente. El arte y la literatura lo ven del modo más clásico y lineal, y no siempre saben verlo tampoco. No aceptan las rupturas formales, y no precisamente se entusiasman con el arte bien construído o la literatura renovadora, sino que beben de romanticismos tardíos y vulgares. Ese estribillo del nosotros por encima de todos es de lo más egoísta. Así que llaman cultura a lo que no son sino representaciones que hoy no aportan nada porque el pasado las enterró. Pero esa gente quiere resucitarlas para justificarse y reinventar valores que la historia ya descalificó.

Sin querer pongo el oído en el griterío de esta sombra de tertulias, cada vez menos consistentes. Me estremezco. Ando dividido en un difícil equilibrio. Entre la comodidad de un espacio donde hasta ahora me he aislado y los sucesos que acabarán llegando y que me afectarán, como afectan a todos los berlineses. Tengo la sensación de que al igual que un tiempo se ha terminado para todos también se revela crítico para mí. Else o los demás lo están viendo más claro que yo. Al menos dieron un paso arriesgado que a mí me cuesta dar porque temo la turbulencia de las palabras, los gestos virulentos, el optimismo desaforado de quienes piensan que al poder se le sortea con las consignas más audaces y congregando a la gente tras líderes a los que no niego sana intención y honesta voluntad, pero cuyas ideas no bastan para asegurarse que vencerán en la apuesta. 

Temo pero siento que me arrastran a mí también. Else, Helmut, Judith y hasta un Joachim apenas intuido me han cercado emocionalmente. Sí, mi triunfo pero también mi condena es que soy excesivamente sentimental. Aunque ellos me tomen por alguien  flemático y desapasionado.



domingo, 5 de enero de 2025

Ecos lejanos, 34

 



Somos los supervivientes de la debacle, de todas las debacles, Else. Es sorprendente, si creyéramos en los milagros diríamos que milagroso. Pero ni varita de hada ni designio celestial, en todo caso puro azar. Concatenación de casualidades que a nosotros nos permitieron salir airosos, si bien con sumas dificultades. Else asiente. Se levanta y va hacia la ventana. El invierno ahí fuera muestra que la crudeza también puede ser hermosa. 

Else se frota los brazos, como si la ventisca exterior la estuviera abrazando. Al hablar exhala un vaho que no solo es físico. Pero hay una circunstancia, querido mío, que no superaremos, y es el envejecimiento que cada vez nos degrada más. Ya hemos hablado más veces de ello. El envejecimiento trae consigo una revisión del pasado que, de no acertar, nos hace más viejos. ¿No has comprobado en muchos de los que fueron quedando de nosotros cómo se han rendido a todo lo contrario que defendieron en su juventud o en la aún esperanzada primera edad madura? Se han rendido traicionando el valor de lo que hicieron, no tanto las ideas, pues las ideas van a deslizarse por sus propios espacios a medida que nuevas generaciones las hagan andar. Pero aquellos que restan importancia a sus esfuerzos, que niegan el sacrificio, que lo hubo, y que han hecho dejación del anhelo de prosperar un mundo que dé satisfacción a todos y no sea solo rehén de una minoría, aquellos son los peores. Justifican a los tiranos de siempre, respaldan los objetivos de un sistema cada vez más esclavista con el señuelo del mercado abierto para todos, y alzan sempiternas voces belicistas que quienes controlan los poderes no tardarán en utilizar con los fines más execrables. 

Me pregunto si a Else no le vence la nostalgia que hay tras una insatisfacción que aún le llega desde lejos. Lo que no pudo ser es que no pudo ser, digo tratando de aliviar la frustración que aún colea en ella. Parece captar lo que no digo. No pienses que me devora melancolía alguna, pues nada fue mejor de aquellas épocas, dice. Nada salvo la salud de que disfrutábamos, las simpatías que nos prodigábamos unos con otros, fueran o no compañeros, y los ideales en estado primigenio de aquello a lo que aspirábamos aunque errásemos en la manera de intentar lograrlos. Y el amor, digo con una sonrisa que aún pretendo lasciva. Y el amor, con todas sus turbulencias y derrotas, asevera ella. ¿Sabes que, antes de conocerte, llegué a amar a uno de aquellos que luego nos persiguieron? Lo más interesante es que participaba también, a su manera, de mis idealismos. Sería para lograrte, Else. No creas, era sincero, tanto en su manera de opinar como en su actitud afectiva. Desapareció. Alguien me dijo que fueron los propios quienes le apartaron de mí. ¿Ves? Otro azar de tantos azares, Else.

Else siente un escalofrío y se me acerca. Antes de que nos invada el invierno total abrázame, pide. Este reencuentro no es azar, ¿verdad? En todo hay una pizca o una abundancia de casualidad, respondo. El empeño por dar el uno con el otro ha ido de la mano de las pistas que, esas sí azarosas, consiguieron ponernos en contacto. La mujer se envuelve en una especie de lamento de su fragilidad y lo expresa. ¿Es azar que todavía sintamos algo entre nosotros? Me digo a mí mismo si se trata de una pregunta o de un grito de auxilio. Mira, Else, lo interesante es que aún lata vida en nuestro interior. La vida que es potenciada por los afectos y transportada en esta ocasión por el sexo no apagado. Siento entonces que hunde más su cuerpo en el mío, y me emociono.





*Ilustración de Inés González Soria.

jueves, 2 de enero de 2025

Ecos lejanos, 33

 


Hacía semanas que no pasaba por el Josty. En apariencia, el mismo público que siempre. Las tertulias, no. Estas parecen divididas, algunas extinguidas. Los pocos que quedan en alguno de los grupos apenas debaten. No tienen con quién. Han quedado los más conservadores, los que gustan de hablar por hablar, los que se refugian de sus soledades severas. Solo emiten opiniones para consolarse, pero están temerosos y eso les conduce a la ira. No buscan enriquecer la conversación, sino asegurarse que los otros piensan como ellos. Todos tienen claro en qué bando se encuentran y si antes se habían mostrado críticos incluso con el kaiser o sus ministros ahora tienden la mano a quienes llevaron al desastre de la guerra. 

Me he arrinconado como nunca y he pedido café fuerte. El café es lo que mejor queda del Josty. Algunos me han mirado insistentemente. El viejo industrial del acero, que siempre me consideró con simpatía, se me ha acercado. No le veíamos desde hace tiempo, me dice. ¿Ha estado enfermo o le sucede como a nosotros, que le trastorna la furia de esos desarropados que quieren llevar a la nación al caos? No le he respondido, mas una cortés sonrisa por mi parte, que en realidad ha sido un golpe de sarcasmo interior, le ha debido dar seguridad e insiste en su perorata. Pero no hay que temerles. Dicen estar cansados de estos años, pero la derrota es en parte por su falta de esfuerzo. Y ahora quieren tirar todo por la borda. ¿Que se creerán sus ideólogos de pacotilla? Ya incubaron el derrotismo en las trincheras y ahora quieren llevar a su masa a un enfrentamiento peor. Nosotros lo impediremos, ¿no le parece, herr filósofo? 

Al industrial le hierve la papada. A punto he estado de soltar una carcajada pero tengo suficiente temple para controlarme y soportar las intemperancias de esta clase de personajes para los que el mundo es lo que ellos quieren que sea. Rompo mi mutismo. ¿Está menos concurrido esto?, digo desviando el tema principal del otro. Ya ve usted, replica, animado por mi condescendencia. Los más cobardes se han debido ir a sus casas o acaso con esa tropa de indeseables. Tendrían queja de nosotros. Tanto tiempo en nuestras propias mesas, donde todos hemos hablado libremente, cierto que algunos con más espíritu patriótico que otros, sin que llegara la sangre al río. Puede que algunos fueran simpatizantes de aquellos que pregonan revoluciones, y nosotros no lo supiéramos. Aunque, ni me engaño ni pretendo engañarle, ya se les veía el plumero a más de uno. Que se vayan a ver qué les dan. Que se unan a esa manada de desagradecidos que renuncian a los ideales que nos unen a todos, ya se decepcionarán. ¿No le parece? 

He debido poner una mueca cínica, pues la corpulencia del hombre se ha echado para atrás. Luego ha mirado con avasalladora intención el cuaderno que tengo encima de la mesa, pero al alzar mi brazo con la taza he logrado impedir que no leyera nada. Luego ha señalado el libro, Poesía y verdad, cuyo canto no podía ocultar. Ah, el gran Goethe, dice. Usted sí que sabe, usted sí que es un buen hombre de nuestra nación. Me han entrado ganas de preguntarle si sabía quién era aquel escritor de otro siglo, pero me he mostrado moderado. Me satisface encontrarme con alguien que también se ha interesado por Goethe, le digo. Ello nos permitiría tener una agradable charla sobre el escritor y su obra que, no lo olvide, también fue un gran librepensador. Si desea sentarse a mi mesa, insisto con riesgo pero con disimulada sorna, le aseguro que el tema sería fructífero. 

El industrial se ha colocado sobre los hombros su gabán. Me esperan en la fábrica, ha dicho de pronto. Mientras otros corretean con alma salvaje por la calle yo debo mantener la economía del país. Ha hecho una reverencia y ha escapado de una invitación tan comprometida como absurda para su adocenada mentalidad. 

Mi risa recóndita me ha permitido compensar el asco que siento por este tipo de individuos ostentosos y obscenos. No creo que Else, de haber estado ahora presente, hubiera soportado la conversación. Y ni imaginarme cómo se hubiera puesto Judith. 



*Dibujo de George Grosz.