Lorenzo Silva / Noemí Trujillo,
Suad
San Pablo, Madrid, 2013, 131 págs.
por Anna Rossell
Mis felicitaciones a los autores de esta novela dirigida al público juvenil, que ha sido laureada con el V Premio La Brújula de narrativa infantil-juvenil de valores. No es fácil lograr con tanta verosimilitud un texto en primera persona, una novela supuestamente escrita por una adolescente de quince años, que descarga sus remordimientos de conciencia sobre el papel en una aciaga noche en la que cometió un “crimen” que no la deja vivir y mantiene en vilo a los lectores de principio a fin.
Ejercicio difícil ese de meterse en la piel de una quinceañera de nuestros tiempos, con su enamoramiento, sus artilugios informáticos, sus redes sociales, sus chats, y hacerlo con la fluidez y la frescura de una prosa tan auténtica, tan creíble, que quien lee olvida casi por completo que se trata de una novela escrita por adultos. La narración, que sucede en una sola noche de insomnio, en que la protagonista se ha encerrado en su cuarto como un animal herido y rabioso, huyendo del mundo y de sí misma, para digerir “la peor pesadilla de mi vida”, viene a ser una especie de monólogo interior en un registro parecido al de un diario. Laia Rodríguez Climent, que vive a caballo entre Viladecans (Barcelona), Getafe (Madrid) y Tinduf (Sáhara occidental), nadadora frustrada que se propone ejercer en un futuro la profesión de guionista y cuyo seudónimo literario es Milena Jesenská (un guiño a su amor por Kafka), descarga sobre el papel el peso que ahoga su alma en lo que ella dice será “mi primera novela”. A lo largo de sus páginas Laia, que se considera a sí misma como la menos inteligente de su familia –tiene un hermano biológico superdotado y una hermana saharaui de adopción intermitente los veranos que va camino de estudiar medicina- nos hace partícipes de sus sueños, sus complejos, su soledad, su sentimiento de marginación e inferioridad, sus miedos, sus inquietudes, sus celos: nos descubre su alma. A través de sus pensamientos y de citas textuales de las cartas que escribe su hermana saharaui –un segundo registro que encabeza a menudo los principios de los capítulos- conoceremos las relaciones de Laia con cada uno de los miembros de la familia.
Mención especial merece el hecho de que la novela no solamente no renuncie a transmitir valores, sino que se haya propuesto transmitirlos, precisamente porque quien la escribe es consciente de la responsabilidad educadora que recae sobre los autores de literatura juvenil. Ello es de agradecer en una sociedad sin norte, que camina hacia el materialismo absoluto y la fría indiferencia. Y también en este ámbito hay que decir que la novela carece absolutamente de pedantería. En ningún momento se oye la voz del adulto poseedor de la verdad que ejerce de censor y muestra por dónde debe ir el buen camino. Todo lo contrario, los valores están interiorizados en la conciencia de la joven protagonista de la forma más natural. La empatía del público joven está garantizada, prueba fehaciente de que los autores han logrado su objetivo.
Mi recomendación a profesores de instituto: lectura de La metamorfosis, de Kafka, seguida de Suad, de Silva / Trujillo. Interpretación posterior de ambas en amplio coloquio en clase. Les garantizo un éxito seguro.
© Anna Rossell