DESENCUENTRO
La muerte de Agustina había devuelto a Doña Francisca a su pueblo, del que había partido hacía cuarenta y tres años. Se había jurado a si misma no volver jamás. Desde entonces se había negado a saber nada de su hermana, con la que había roto definitivamente. Sin embargo, la llamada que le anunció el óbito no la dejó indiferente. A pesar de todo, la desaparición de Agustina reclamaba su presencia en la última despedida. Sólo se preguntaba si tendría fuerzas para volver a ver a Jaime, su cuñado, el amor que su hermana le había arrebatado y a cuyo recuerdo ella se había entregado para siempre. Cuando el taxi se detuvo ante la iglesia, los vecinos estaban ya congregados para el responso, a la espera de la llegada del féretro. Nadie pareció reconocer a Francisca, que se colocó discretamente en un rincón. Pero el cura, que al verla entrar había quedado aturdido, no pudo oficiar la misa. A Mosén Jaime hubo que ingresarle de urgencia por infarto.
© Anna Rossell