Este
libro es más cercano al ensayo que a una novela, pero está narrado
como si lo fuera, por el ritmo y la estructura del mismo. Además, el
relato comienza desde que nació la autora, siendo una autobiografía
de su propia experiencia como lectora.
Ya
en el prólogo, de apenas dos párrafos, hace una bonita reflexión
sobre aprender a leer y para que sirve.
En
sus recuerdos desgrana los motivos que la llevaron a verse afectada
de “librofobia”, porque desde bien pequeña su mala relación no
fue tanto con la lectura sino más bien con los libros. Porque se
planteaba cuestiones mucho más allá de la unión de dos letras,
como que la “B” con la “A” se leen “BA”.
Va
relatando todo el proceso de por qué decidió dar la espalda a la
lectura desde la guardería hasta la edad adulta, con referencias a
sus padres, a su hermano, a sus antepasados, a las señoras “B”
(5 mujeres que la marcaron en diferentes épocas), y la influencia
que tuvieron todos ellos a lo largo de su vida lectora. Contado tal y
como ella sintió las cosas.
También
hay muchas referencias literarias de libros y autores que pasaron por
sus manos en diferentes edades.
Llegando
a un punto en el que una pregunta que le plantean “¿desde dónde
se escribe?” ella la transforma en “¿desde dónde se lee?”, y
esta cuestión la dirige a la búsqueda de sus orígenes. Que le
ayudarán a encontrar su camino lector. El cual también se ve
influenciado por la traducción y la escritura.
Y
precisamente saber que Agnès Desarthe es traductora y escritora, y
que actualmente leer es su ocupación principal, convierte el relato
de este libro en una experiencia interesante, por sus reflexiones
personales sobre “cómo aprendí a leer”.
Algunas frases del libro:
“La
vida diaria me parece salpicada de absurdos invisibles a los ojos
ajenos.”
“El placer está relacionado con el descubrimiento de las nuevas posibilidades, el despliegue, el vuelo, la asombrosa delicia del aprendizaje.”
“La confusión es uno de los sentimientos humanos más difíciles de expulsar, porque es informe, no tiene límites, se escapa.”
“Escribir, traducir (pero, finalmente, ¿no son una sola y única actividad?) me enseñaron a leer y siguen haciéndolo.”
Contracubierta o parte de la misma:
Como
una niña que se niega a comer lo que le ponen en el plato, la
protagonista de este libro no entendía las líneas que pasaban ante
sus ojos y escupía las palabras. Le gustaban la brevedad y las
imágenes de la poesía, pero obstinadamente se negaba a tragar las
grandes novelas. A veces, los planes ideados por su padre, un
prestigioso pediatra, la llevaban a leer novelas negras que sí la
cautivaban; pero nunca, “Madame Bovary”, por ejemplo. Entusiasta
y optimista desde bebé, la protagonista – que no es otra que la
propia autora, Agnès Desarthe – pensaba que al acceder al lenguaje
estaría en condiciones de decirlo todo. Habría una palabra para
cada sensación, para cada cosa vista, tan eficaz como el dedo que
apunta al cielo con un grito inarticulado y que significa al mismo
tiempo: avión, velocidad, flecha, ruido, miedo, belleza, relámpago,
cohete, estrella, azul. Pero las palabras, sentía Agnès ya de
adolescente, “eran imprecisas, poco numerosas, rígidas y ocupaban
mucho espacio”. Hasta que todo cambió. Eso sí: muchos años
después.
Traducción
de Laura Salas Rodríguez
Imagen de cubierta: George Karger / The LIFE Picture Collection / Getty Images
Imagen de cubierta: George Karger / The LIFE Picture Collection / Getty Images