La historia que se narra
en este libro puede parecer dura, pero está contada en un tono que hace
llevadera su lectura. Porque aunque el tema de la parálisis cerebral infantil
es importantísimo, así como las reacciones que van teniendo los padres, Anna y
Tobias, y que realmente son el eje de la novela, en ciertos momentos queda en
un segundo plano por otro tipo de asuntos que desvían la atención. Como son las
“anécdotas” con los ratones, que me han llegado a poner nerviosa, pues
corretean por la vieja casa del Languedoc como dueños y señores, desde luego yo
no podría vivir con la naturalidad con que lo
viven los protagonistas. O la aparición de los variopintos personajes: la madre
de Anna, que aunque da una imagen, tiene su corazoncito; Martha, una amiga de
toda la vida que quiere seguir siendo su apoyo; Ludovic, un lugareño con un
pasado que contar; Lizzy, una joven que con su propia historia personal
transmite que cada persona tiene sus propios sufrimientos; Julien y sus
especiales y originales etiquetas para los tarros de conservas; Kerim, un ser
lleno de bondad.
El relato se inicia un
mes de diciembre, y cada capítulo será un mes hasta que llegue noviembre. En
ese año Anna y Tobias se enfrentan a uno de los mayores retos de sus vidas, a
partir del nacimiento de su hija Freya. Lo que para cualquiera en su situación
de padres primerizos sería la mayor de las alegrías, ellos ven truncada esa
felicidad cuando los médicos les dicen que el bebé tiene graves trastornos
cerebrales. Desde ese momento las reacciones de ella y de él son diferentes y
van cambiando según pasa el tiempo. La madre empieza mirando hacia el futuro y
luchando para que esta situación no la venza. Y el padre cree que no podrá
querer a su hija, que es una cadena perpetua. Sin embargo, esas sensaciones
evolucionarán de manera distinta, produciéndose cambios sorprendentes en cada
uno.
La narración intenta
transmitir los sentimientos de esta pareja y cómo se enfrentan a esta situación
tan difícil y complicada. Y lo consigue, porque está basada en algunos hechos
reales de la vida de la autora, y sólo alguien que ha experimentado esta situación
puede describir lo que se siente.
Así cuenta como viven el
día a día, como se enfrentan a la cruda realidad. Los pensamientos que les
pasan por la cabeza, los miedos y las dudas. Las vías de escape que utilizan
ante la presión de lo que están viviendo. Ella se refugia en su cocina, pues es
chef. Él en sus composiciones musicales, pues es músico. Y ambos, además, se
tienen que ir acostumbrando a su nueva vida rural en el Languedoc (Francia),
con sus gentes y sus costumbres, diferentes a su anterior vida en Inglaterrra.
La forma en que van quitando hierro a las cosas, porque tienen que hacerlo,
pues es muy difícil aceptar la realidad, y en ocasiones utilizan el humor negro
para sobrellevarla. No van diciendo que tienen una hija enferma, porque siempre
lo está. El agotamiento y la confusión que eso les genera. El fingir que las
cosas les van a salir bien. La sensación de culpabilidad. El temor (o la
esperanza) de que muera. De que no es verdad lo que les está sucediendo, de que
es como si fuera una película. Tienen momentos en que no saben si serán capaces
de quererla. De no querer ser los padres de una niña disminuida, que dependerá
de ellos toda su vida, que no se desarrollará. Ven el futuro lleno de
incertidumbre. Junto con momentos hermosos y tiernos cuando cualquier pequeño
detalle del bebé les hace sentir bien, desde su manita sobre la suya o la
postura de dormir igual a la del padre. La van conociendo mejor, y Freya se
convierte en su mundo, en un viaje de descubrimiento.
Algunas frases del libro:
“Es un instante perfecto. Uno de esos raros
momentos en que no te apetecería estar en otro lugar, ni hacer otra cosa. Donde
se funden pasado y futuro y solamente existe el ahora.”
“Nadie comprenderá nunca hasta qué punto
necesitamos el humor negro.”
“Lo único que poseemos realmente es tiempo. Sólo
tenemos que aprender qué hacer con él.”
“Estoy embotellando recuerdos. Cuando abramos estos
frascos, dentro de seis meses, me acordaré de qué sentía en mi piel aquí y
ahora.”
“Nos hemos adaptado a cambios microscópicos. Cada
nuevo descubrimiento es una preciosa pepita que hay que guardar como un
tesoro.”
“La vida no para de interponerse en mi camino.”
“La parte que no quiero perderme es la vida.”
Contracubierta o parte de la misma:
Dejarlo todo y marcharse a vivir al sur de Francia
es el sueño de muchos londinenses, y Anna y Tobias parecen cumplir los
requisitos. Ella es chef, y él, aspirante a compositor. Esperan su primer hijo
y confían en poder ganarse la vida en un clima soleado y lejos del estrés de la
gran ciudad. Pero al poco de nacer Freya, los médicos descubren que la pequeña
padece graves trastornos cerebrales. Pese al impacto de esta noticia, o tal vez
a causa de ella, Anna y Tobias deciden llevar a cabo su plan y se compran una
vieja granja en el Languedoc. Allí no sólo deberán aprender a cuidar de su hija
sino también a afrontar el sinfín de complicaciones que surgen al instalarse en
otro país, en una casa inhabitable de una remota zona rural. Tobias se refugia
en la composición y Anna valora la idea de montar una escuela de cocina, si
algún día consigue librarse del asedio permanente de los ratones. La
estabilidad de la pareja se verá sometida a una gran tensión, mitigada por la
presencia de un puñado de excéntricos lugareños: Julien, un espíritu libre que
vive en una cabaña de madera; Ludovic, un granjero del lugar que les habla de
los tiempos de la resistencia; Ivonne, la joven dueña del café del pueblo, que
prepara unos embutidos de ensueño; y Kerim, angelical y misterioso, que los
ayuda a reparar la casa sin pedir nada a cambio.
Traducción del inglés de Patricia Antón de Vez