Son muchos los
momentos en que la ciencia ficción me parece mucho más comprensible que los
acontecimientos que nos va deparando la existencia cotidiana. En “Crónicas marcianas” (The Martian Chronicles), la miniserie
norteamericana dirigida por Michael Anderson entre 1979-1980 que adaptaba el
libro homónimo de Ray Bradbury, una expedición militar de colonizadores llega a
Marte en el siglo XXI después de que nuestro planeta haya sido devastado por
las guerras atómicas.
En palabras del propio escritor: “Nosotros, los habitantes de la Tierra, tenemos talento para arruinar
cosas grandes y hermosas”.
Como sucede
tantas veces en este tipo de ciencia ficción especulativa, la supuesta
“humanidad” del ser humano queda en entredicho ante la avanzada filosofía de
vida de los extraterrestres. El reflexivo diálogo que reproduzco a continuación
entre el coronel John Wilder (personaje interpretado por un Rock Hudson
prematuramente crepuscular) y un marciano “sabio” (Wise Martian, en la
película) nos da una idea de la capacidad visionaria del genial Ray Bradbury,
además de delimitar un posible camino a seguir si no queremos que el planeta
acabe por destruirse:
–¿Cuál es vuestro secreto de la vida en Marte?
–Tir. Éste es el planeta Tir.
–De acuerdo, Tir.
–¿Secreto? No hay ningún secreto. Cualquiera con ojos en la cara puede
ver cuál es la manera en que hay que vivir.
–¿Cómo?
–Contemplando la vida. Observando la naturaleza y cooperando con ella.
Haciendo causa común con el proceso de la existencia.
–¿Pero cómo?
–Viviendo la vida por sí misma, ¿no lo entendéis? Obteniendo placer del
don de la pura existencia.
– El don de la pura existencia...
–La vida ofrece su propia respuesta. Aceptadla y disfrutad de ella, día
tras día. Vivid tan bien como os sea posible. No esperéis más. No destruyáis
nada. No humilléis nada. No le busquéis defectos a nada. Dejad inmaculado e
intacto todo lo que sea hermoso. Reverenciad todo aquello que esté vivo. Porque
la vida nos la da el soberano de nuestro universo: nos la da para que la
saboreemos, para que nos deleitemos en ella, para que la respetemos. Pero eso
no es ningún secreto. Sabéis tan bien como yo lo que hay que hacer. Ahora debo
irme. Mi gente me espera.