¿Alguna vez os habéis preguntado cuál habría
sido la reacción de los Hermanos Marx tras ver “Niágara”, la mítica película de
1953 que, según la publicidad de la 20th Century Fox, presentaba a Marilyn Monroe
como “un rugiente torrente de emoción que ni siquiera la naturaleza es capaz de
controlar”? En esta carta de amor, que no encontraréis en las Cartas de Groucho, me atrevo a imaginar
el resultado en forma de epístola amatoria. Sirva este texto humorístico,
además, como homenaje al verbo fructífero del genial Groucho, que nos dejaría
precisamente un mes de agosto, allá por el año 1977.
Querida Amada de las Cataratas:
Aunque los tres nos hemos
enamorado perdidamente de ti, mis hermanos me han pedido (inocentones ellos)
que sea yo quien te escriba esta carta. Si has visto quién firma tan osada
epístola amatoria (como ves, mi vocabulario se sale de lo común), entenderás
por qué. Mi hermano Harpo no habla nunca en la pantalla, por lo que prefiere
callar también por escrito para no desencantar a sus admiradores. Según sus
indicaciones gestuales y bocinazos, te ama porque eres rubia y bien
proporcionada. Parece simple, pero es que él también lo es. En cuanto a Chico,
mi hermano pianista, supongo que también debe estar coladito por ti, pues
empezó a tocar el Sueño de amor de
Liszt la noche del viernes y aún no ha parado (ni siquiera para apostar por una
carambola segura en los billares). Hoy es lunes, aunque debo confesar que mis
desvelos por ti me hacen perder la noción del tiempo y otras nociones que
desconocía poseer.
Seguramente te preguntarás
cuándo ocurrió este vaivén emocional que nos ha sacudido a los tres vástagos de
una humilde familia consagrada al vodevil (otra frase como esta, y se me
acabarán los recursos literarios al mismo tiempo que la tinta). No es fácil
precisarlo en mi corazón, y mucho menos en el de estos dos gansos que figuran
como abajo firmantes, pero creo que fue cuando apareciste con aquel vestido
rojo ceñido en la película de las cataratas (no recuerdo el título). Harpo puso
esa cara de camafeo que solo se le dibuja en las grandes ocasiones, mientras
que Chico se quitó su ridículo sombrero y me dirigió una mirada bovina (su
aspecto no mejora con la cabeza descubierta). Respecto a mí, la escena de
marras provocó que se me cayera el puro de la boca (y era de los de dólar y
medio) y me sumió en un estado de inopia mental del que aún no me he despertado
(me invade el temor de si será congénito). Desde entonces, recito en soliloquio
románticos versos de Shelley que me abstendré de incluir aquí. También me
abstendré de seguir hablándote de los sentimientos que hacia ti abrigan (y eso
que estamos en agosto) mis hermanos y pasaré directamente a enumerarte los míos
(ya sé que es una puñalada trapera y que, probablemente, ellos no lo harían,
pero todo es válido en el amor y la guerra,
ma cherie).
Un hombre mayor (bueno, tampoco
mucho más, aunque ¿qué importa la edad cuando se tiene savoir faire? ¿O era laissez
faire? Lo malo de utilizar estas condenadas citas francesas es que hay que
estar continuamente consultando el diccionario que me sirve para calzar la
cómoda, con el consiguiente riesgo de contraer lumbago) siempre es un aliciente
para cualquier joven. Y si se trata, como es mi caso, de un hombre mayor culto,
las ventajas son todavía más considerables (si consideras esto como una
declaración, es que no te han hecho la corte como es debido). En mí, querida
amada, tendrías un hombro sobre el que llorar cuando la presión te supere
(siempre y cuando no me conviertas el saloncito en un pequeño Niágara y la
presión recaiga sobre el hombro derecho. El izquierdo claudicó tras una partida
de tenis con mi hijo). También te ayudaré a no dar pasos en falso (o en
falsete, depende de quien lleve la voz cantante) e incluso te aconsejaré sobre
qué peinado te favorece más (los nacidos bajo el signo de Libra tenemos un
criterio estético infalible. ¿A que pensabas que era Leo?).
Pero volvamos a lo que de verdad
importa, que es la exaltación de tu belleza, ese zafiro incandescente que nos
ha abrasado a los tres Marx por igual y que me obliga a peregrinar por la
cocina durante interminables noches en blanco (si mis cheques no estuvieran
también en blanco, podría irme a peregrinar lejos de la nevera). Sabes que el
único antídoto para este hechizo es concedernos (lo digo en plural, pero ya me
entiendes…) el beneficio de tu amor.
Devotamente tuyos, Harpo, Chico
y Groucho Marx.
P.D.: Más que devotamente, sería
remotamente, puesto que nos separa la distancia, que no el olvido. Uy, que
empiezo otra vez…