Siempre
estuvimos de acuerdo en que nos complementábamos bien y que eso sería bueno
para la compañía: yo y mi modo de hacer el vino, casi un arte, con mimo; y él,
su visión comercial y los pies bien pegados en la tierra. El tiempo acabó
dándonos la razón, no había más que echar un vistazo a las cuentas.
Sin
embargo, al igual que el vino cambia y se transforma, también lo hacen las
personas; y un día termina el amor o la amistad se estropea, dando paso en
ocasiones a huidas, contabilidades amañadas y cantidades de dinero que
aparentemente se evaporan.
Por
eso ahora estoy solo rodeado de mis botellas, para beber y brindar por el
compañero que fue. Levanto mi copa, brindo en silencio y me voy emborrachando
despacio al tiempo que trago pastillas. Seguro una vez más de su valía, de su
buen hacer, de la red que ha tejido a mi alrededor y de que no podré escapar de
ella; tan seguro como estoy de que este lugar oscuro y fresco lo mismo puede
ser una bodega o una tumba.
Madre mía que final. No me lo esperaba. Muy bueno Luisa, claro que como siempre!!
ResponderEliminarBesicos muchos.