Y pagar la entrada para acceder a él,
era eso en lo que soñaba, en tener el dinero como para acceder al club, ir
vestido de la forma adecuada, saber sostener elegantemente un Martini en la
mano, hablar de esto y aquello, fuese lo que fuese, y saberse a salvo de la
realidad, de los fracasos y de los desastres. Sí, era eso aunque, quizás, dadas
las circunstancias, lo más urgente fuese alquilar una habitación en algún lado,
empujar a la familia a aquellas cuatro paredes, volver a madrugar para ir al
trabajo y soportar que el hijo del dueño, ese niñato, ni tan siquiera le mirase
sabiendo como sabía que habían perdido la casa y estaban en la calle, empujando
con un zapato roto una bolsa de plástico y sosteniendo a la abuela con el
brazo.