Acababan de servirme la ensalada
cuando le vi entrar en el restaurante y dirigirse a mi mesa.
-Disculpa
el retraso, no encontraba aparcamiento.
La
lechuga que tenía en la boca me impidió hablar.
-Has
hecho bien en empezar. ¿No te habrás convertido en vegetariana, verdad?
Entre
sonrisas, antes de que pudiera contestarle, llamaba al camarero y decía:
-Quiero
lo mismo que ella.
No
pude evitar sonreír.
-Estás
estupenda, oye. Se nota que te cuidas.
-Gracias
–acerté a decir.
-¿Y
a mí, me notas el gimnasio?
Yo
asentí. Él llenó las copas.
No
supe su nombre hasta la segunda cita.
(microrrelato escrito para el
concurso convocado por el restaurante La Gilda, en Comillas)