No voy a
esperar a que lo entiendan. Un día dijeron en las noticias cuando llegarían las
naves y al siguiente, tras una noche en vela hablando con mi mujer, presenté mi
dimisión y dejé el ejército.
Las caras de
mis colegas fueron un poema, me hubiese reído si hubiese tenido menos ganas de
irme, de desaparecer, de empezar a hacer lo que llevaba una vida retrasando;
pero no aguanté ni un segundo, ni sus caras de incredulidad, ni sus comentarios
idiotas.
Me preocupé de
dimitir, cuando simplemente podía haberme largado y dejar que me declarasen
desertor; pero sé como funciona la mente de los militares, su extraña lógica.
No entienden, o
no quieren entender, que si esas naves están ahí, en el cielo, cada vez más
cerca, sólo puede querer decir que alguien ha descubierto América, que todos
somos indígenas, que las bombas son flechas y que el mundo que hemos conocido
es historia.
(¿sabes
que estamos escribiendo una novela entre todos?, ¿quieres participar?; descubre
cómo)