Mis ojos abiertos y fijos en el techo de la habitación
recorren la huella ahora invisible de una gotera. Es de noche. Me rodea el
silencio, el mundo está en suspenso y no hay nada que me indique la hora que
es. Quisiera descansar, cerrar los ojos y quedarme inconsciente, olvidar que
cada instante que pasa me acerca de forma inexorable al día siguiente. Cada vez
queda menos tiempo. Intento una vez más ralentizar el movimiento de mi pecho,
simulo estar relajado y lucho por mantener la mente en blanco, lucho
desesperadamente; abro la boca, hago como que bostezo e intento llamar así al
sueño y sigo sin moverme.
A mi alrededor su respiración rítmica y relajada, que
envidio, y me recuerda lo último que me preguntó para decirme, sin hacerlo, lo
que he sabido siempre: “Pepe, es tarde, ¿estás seguro de que quieres tomar otro
expreso?”.