martes, 27 de diciembre de 2022

«La condición humana: 1.No hay amor más grande. 2. El camino a la eternidad y 3. La plegaria del soldado», de Masaki Kobayashi: una trilogía maestra solo comparable, en grandeza, a la «Trilogía de Apu», de Satyajit Ray.

 

Título original: Ningen no joken I

Año: 1959

Duración: 208 min.

País:  Japón

Dirección: Masaki Kobayashi

Guion: Masaki Kobayashi, Zenzo Matsuyama. Novela: Jumpei Gomikawa

Música: Chuji Kinoshita

Fotografía: Yoshio Miyajima (B&W)

Reparto: Tatsuya Nakadai; Michiyo Aratama; Ineko Arima; Chikage Awashima; Keiji Sada;

Sô Yamamura;  Akira Ishihama; Koji Nambara; Seiji Miyaguchi; Toru Abe; Masao Mishima; Eitarô Ozawa.

 









Título original: Ningen no joken II

Año: 1959

Duración: 181 min.

País: Japón

Dirección: Masaki Kobayashi

Guion: Masaki Kobayashi, Zenzo Matsuyama. Novela: Jumpei Gomikawa

Música:  Chuji Kinoshita

Fotografía: Yoshio Miyajima (B&W)

Reparto: Tatsuya Nakadai; Michiyo Aratama; Kei Sato; Minoru Chiaki;  Keiji Sada; Kaneko Iwasaki; Kokinji Katsura; Michio Minami; Taketoshi Naitô; Kenjirô Uemura; Mayumi  Kurata;  Hideo Kidokoro; Yoshiaki Aoki; Rô Ose; Tamotsu Tamura; Ryôji Itô; Sen Hará;

Sen Yano;  Tôru Takeuchi; Mareo Abe; Akio Miyabe; Takashi Ebata;

 








Título original: Ningen no joken III

Año: 1961

Duración: 190 min.

País:  Japón

Dirección: Masaki Kobayashi

Guion: Masaki Kobayashi, Zenzo Matsuyama, Koichi Inagaki. Novela: Jumpei Gomikawa

Música: Chuji Kinoshita

Fotografía: Yoshio Miyajima (B&W)

Reparto:

 

¡Una revelación sobrecogedora! Imposible dejar de ver esta película hipnótica de casi diez horas… Una cima absoluta de la Historia del Cine*.

 



¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero negar no es renunciar: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento. (...) El rebelde (es decir, el que se vuelve o revuelve contra algo) da media vuelta. Marchaba bajo el látigo del amo y he aquí que le hace frente. Opone lo que es preferible a lo que no lo es.

                                                                  (Albert Camus)

 

 

    

[*Excepcionalmente, traigo de El ojo cosmológico a este Diario la crítica de una película cuyo interés artístico y humano va más allá del encasillamiento en las críticas cinematográficas propias de ese blog.] 

«No haber visto el cine de [Satjayit] Ray es como estar en el mundo sin haber visto el sol o la luna», dijo Kurosawa, ¡nada menos que él!, de la Trilogía de Apu, de Ray, una de las películas más emocionantes que he visto en mi vida, junto con un puñado de ellas entre las que destaca Ordet, de Dreyer, Sunrise de Murnau, Ikiru, del propio Kurosawa, y algunas otras que están en la memoria de cualquier devoto aficionado al Séptimo Arte. Mi buen amigo, el poeta Manolo Marcos, Tácticas de payaso, pongamos por caso, entre otras joyas, siempre me insiste: «¿Pero de verdad que aun no has visto nada de Kobayashi, Juan? ¡No me lo puedo creer!» Y yo, que no suelo ir a «buscar» nada, sino que aguardo a que Azar me lo brinde, he tenido la oportunidad, ¡finalmente!, de «desembocar» mi pasión cinematográfica en el hondo y agitado piélago del cine de Kobayashi.

 Aún estoy sobrecogido y maravillado por la genialidad que acabo de ver, no diré de un tirón, porque la vida cotidiana tiene muchas exigencias, pero sí en tres días consecutivos. No se trata de una serie, obviamente, sino de una película que mantiene la línea cronológica, la unidad  argumental y los personajes a lo largo de una historia dramática que se inicia con la renuncia de un pacifista y socialista  a luchar con el ejército japonés en la invasión de Manchuria y que lo llevará no solo a trabajar para el ejército en una mina donde se explota miserablemente a los trabajadores/prisioneros chinos, sino a ser llamado a filas como represalia militar, a las que se incorpora contra su voluntad, para acabar, finalmente, participando en actos de combate y luchando, a veces despiadadamente por la propia supervivencia.

La historia de Kaji, un pacifista que es trasunto del propio Kobayashi, quien participó en la invasión japonesa de Manchuria hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, enfrentado a una mentalidad militar cuya descripción en la película nos remite inmediatamente a la mentalidad nazi, y no hemos de olvidar que Alemania y Japón fueron aliados en esa guerra, se convierte en una suerte de historia-río que va a llevarnos de emoción en emoción y de lucidez en lucidez hasta el final casi metafísico que corona la singular aventura humana de un hombre de bien enfrentado a la más perversa manifestación del «mal».

Mientras veía la película no dejaba de pensar en que Kaji era una especie de alter ego de Bernard Rieux, el médico que, arriesgando su vida, lucha contra la peste que asuela Orán. La guerra es compañera de cabalgada de los otro tres jinetes del apocalipsis, y, a todos los efectos, tan devastadora como la mismísima peste que diezmó la población europea desde  1346. Veía la lucha épica y humanista del socialista Kaji en defensa de los explotados mineros chinos en Manchuria, a quienes quiere aliviarles la pesada carga de trabajo mediante la mejora de sus condiciones: mejor alimentación, prohibición de malos tratos, mejor alojamiento, lo que supondría un incremento de la producción, necesaria en tiempos de guerra, y no se apartaba de mi mente la filosofía de Abert Camus, especialmente la recogida en su concepto de «hombre rebelde». Kaji es, en efecto, el arquetipo de ese hombre rebelde descrito por Camus. Un civil en una explotación minera gobernada por militares a cuya mentalidad despótica ha de hacer frente, y siempre con el norte de considerar a los prisioneros seres humanos, con quienes pretende llegar a acuerdos razonables desde el respeto, no desde la imposición. Todo parece conjurarse contra él, sin embargo, y de ahí las mil y una penalidades que ha de sufrir, no solo por los condicionamientos externos, sino por sus propias contradicciones que lo tienen siempre en un estado próximo a la angustia, dada su impotencia frente al engrasado mecanismo de una institución como la del ejército japonés, verdadera destinataria de su odio, porque es ella, con sus severos códigos de obediencia debida e irracionalidad jerárquica, la que deshumaniza por completo a sus miembros y facilita sus comportamientos salvajes, inhumanos, amorales y despiadados. Tras haber sido eximido de ir al frente, Kaji accede a casarse con su novia, Michiko, y se van juntos a Manchuria. La compañía de su mujer, para un hombre tan introvertido y crítico con lo que lo rodea, no supone ningún alivio para el protagonista, sino todo lo contrario, como se advierte cuando ella se va unos días para disfrutar de un permiso del que Kaji no puede gozar  porque se han escapado algunos prisioneros y ha de hacer frente a su responsabilidad. El hiperrealismo casi documentalista con que Kobayashi nos narra la historia va a combinar la visión sociológica del fenómeno bélico, con una escalofriante crudeza, y la introspección psicológica en una personalidad atormentada que arrastrará a lo largo de las tres entregas de la historia las consecuencias de esa rebeldía a la que planta cara para que se la rompan una y otra vez.

La puesta en escena de la película, rodada en formato equivalente al cinemascope, usa los espacios desérticos donde está ubicada la mina para «encuadrar» la condena de los prisioneras mediante la indiferencia del paisaje, como cuando enfoca la larga hilera de los mismo dirigiéndose hacia la boca elevada de la mina o cuando regresan de ella. Recordemos que los dos esposos llegan a la explotación viajando en la parte trasera de un camión, entre arrumacos de recién casados, envueltos en el polvo del camino, cuya «luna de miel» va a chocar con la humillante realidad que muy pronto conocerá quien, aun ocupando un puesto de dirección en la explotación, es considerado como un intruso por el estamento militar, algunos de cuyos miembros se dedican a aprovecharse de los recursos escasos de que disponen para lucrarse, y para quienes los prisioneros chinos ni siquiera son seres humanos, sino fuerza de trabajo de «usar y tirar» a la que hay que maltratar para arrancarles la mayor productividad posible.

En esta primera entrega hay un momento especialmente doloroso que es el envío «generoso» de 600 prisioneros para dedicarlos a mejorar la producción de la mina. La escena en que los militarotes japoneses abren las puertas de los vagones para entregar a las autoridades de la mina a los futuros trabajadores nos retrotrae inmediatamente a los vagones llenos de prisioneros de los nazis enviados a los campos de concentración. Amontonados como cosas, desfallecidos, muertos de sed y de hambre, y con algunos cadáveres en  el interior delos vagones, los presos van cayendo por el talud del tendido férreo en una escena en la que los guardianes de la mina, Kaji entre ellos, han de impedir a latigazos que los prisioneros se lancen a los sacos de arroz cuya ingesta, en sus condiciones, podría incluso matarlos. No es la única escena aterradora que aparece en la película, y en las dos entregas siguientes se acentuará el terrible documento que Kobayashi ha filmado para vergüenza última de todos los nacionalismos supremacistas como el nazi, el fascismo y el imperio japonés, al que, en la última entrega, sumará el comunismo, a pesar del credo socialista del protagonista que lo ayuda permanentemente a seguir creyendo que la esperanza es posible y que el socialismo redimirá a la humanidad de su bestialidad sanguinaria.

 El conflicto entre Kaji y los militares japoneses, tenso hasta la amenaza de una agresión que se ve inminente e inevitable, se reproduce a otra escala entre Kaji y los prisioneros, con quienes es capaz de sentarse a una mesa para negociar que no van a protagonizar más intentos de fuga. En las negociaciones entra, y eso me ha recordado mucho a Pantaleón y las visitadoras, de Mario Vargas Llosa, el acceso de los prisioneros, que viven en un espacio rodeado por alambrada electrificada, a las geishas de la localidad, lo que da pie, como contrapunto de la terrible historia a una historia de amor entre un prisionero y una de ellas que discurre de forma paralela a la propia del protagonista con su mujer, Michiko. La condición humana de un prisionero no respondería a nuestra especie si no tuviera en mente como una obsesión la idea de escaparse, y ahí es donde la labor mediadora de Kaji sufre un descalabro casi total y conduce a su relevo y al «castigo» militar, ¡su desquite!, de reclutarlo como soldado para ir al frente, aunque este siga estando en Manchuria, pero a ese campamento ya no podrá acompañarlo su mujer, quien arranca de él el compromiso de que ha de preservarse con vida para volver junto a ella.

La segunda parte de la trilogía nos muestra a Kaji en un barracón militar, ocupado en ser adiestrado para ser útil para el combate. Si la vida militar había sido descrita en la primera entrega como la despersonalización del individuo, de todo lo que lo hace humano, en esta segunda entrega el dominio de esa institución sobre la vida de los reclutas, con una severidad y una arbitrariedad fuera de toda medida, será el eje narrativo que seguiremos a lo largo de esas tres horas. Si alguna referencia emerge de esta parte no es anterior a esta película de Kobayashi, sino posterior, porque La chaqueta metálica, de Stanley Kubrick, bien puede decirse, sin exageración ninguna, que es un calco, no me atrevo a decir que «deliberado», de esta película de Kobayashi, pero sí evidente. Dicho de otro modo, es posible que el autor de la novela en la que se basa la película de Kubrick, Gus Hasford, que fue combatiente en Viet-Nam hubiera conocido la obra en seis volúmenes de Junpei Gomikawa, de igual título que la película de Kobayashi, una historia en parte biográfica. [Recordemos, a título anecdótico, que Hasford fue condenado a pena de cárcel por haber reunido una biblioteca de 10.000 volúmenes con obras sacadas de bibliotecas que no devolvía…] Sea como fuere, la columna vertebral de la película de Kubrick está, enterita, en la segunda entrega de La condición humana. Y antes que la película de Kubrick, a este crítico le viene a la memoria una impactante película de Marco Bellochio, Marcha triunfal, quizás hoy muy olvidada, donde la brutalidad y los malos tratos en el ejército coincidieron, en España, con una ola de objeción de conciencia al servicio militar y las terribles noticias de no pocos suicidios en ese periodo de conscripción obligatoria. Que yo mismo estuviera pendiente de hacerlo, tras las prórrogas por estudio no es factor ajeno a la impresionabilidad con que contemplé la proyección de esa película, seguro.

Las relaciones de poder, las vejaciones, la integridad, la conciencia de estar «secuestrado» por un ejército dispuesto a humillarte hasta la pérdida total de la dignidad forma parte de las relaciones humanas que vemos en esta preparación de Kaji, todo ello en el ambiente claustrofóbico de un barracón que en nada se distingue del de un campo de concentración con reglas draconianas. Cuando un oficial advierte que en el cubo del agua flota una colilla de cigarro, da un escarmiento de bofetadas y puñetazos a las soldados que constituirá un motivo recurrente de esta entrega. Lo sorprendente, incluso en el caso del propio Kaji, es cómo, después de recibir una trompada que lo desestabiliza hasta casi caer, se cuadra de nuevo en posición de firmes y total sumisión a los mandos: la disciplina castrense sobre la que se construye un imperialismo fanático que se revela, finalmente, suicida. Pensemos que entre los soldados se va extendiendo la noticia de que la guerra, propiamente, ya ha acabado, que ellos están a merced de unos mandos enloquecidos y dispuestos a inmolarse e inmolarlos en nombre de un imperio vencido, lo que dispara, automáticamente, el instinto de supervivencia en muchos de ellos, dado que las últimas fuerzas movilizadas incluyen gente mayor y gente joven en cuyos planes no entraba ni de lejos verse donde están, expuestos a esos delirios nacionalistas de sus mandos. A ese respecto, es emotiva y terrible la historia de un soldado incapaz, físicamente, de ajustarse al patrón establecido por los mandos, de donde se deriva una inquina de sus propios compañeros que sufren castigos o privaciones por su causa. La escena de la humillación por parte de los mandos del barracón, que conduce al suicidio del hombre, son de un dramatismo extremo. Y Kaji añadirá a su conciencia torturada el hecho de no haber salido en su defensa y de haber impedido el fatal desenlace, como reconoce ante su mujer, quien, mal avenida con la madre de él, le hacía la vida imposible.

Como se advierte, el retrato de la institución se alterna eficazmente con el del individuo, de modo que ciertos personajes adquieren un relieve en todo equiparable al del protagonista. Y son historias que dejan una huella tremenda en el espectador.  Del mismo modo que los prisioneros chinos de la mina no pensaban sino en huir, algunos soldados, como un compañero de ideología, no piensan sino en huir y atravesar la frontera de Manchuria para unirse al ejército chino, aunque la reflexión de Kaji sobre lo difícil que sería ser aceptado por los enemigos prevalece sobre ese afán de huida. Un interludio sentimental es el único respiro que tenemos en esta segunda parte: la visita que Michiko le hace a su marido y la noche de que pueden disfrutar juntos. Piénsese que ese privilegio forma parte de la estrategia de un mando de carrera para ascender a Kaji y ponerlo al frente del nuevo barracón de reclutados que han de acelerar su formación militar con vistas a los inminentes combates. Kaji, por otro lado, ha acreditado ser un tirador de primera y un hombre de sólidos principios y férrea disciplina, lo que algún mando no tan bárbaro es capaz de apreciar frente a los zotes suboficiales con quienes han de lidiar diariamente. Además, cuando ya el Imperio se ha desmoronado, al enemigo chino van a añadir los soldados japoneses la invasión de los soldados soviéticos, cuyos tanques suponen una superioridad excesiva para los casi indefensos reclutas que no disponen sino de balas y algunas granadas.

Al parecer el autor de la novela estuvo en la batalla que recoge Kobayashi, cuando, tras haber cavado unas trincheras que se revelan absurdas para detener a los tanques T-34 rusos. Un combate desigual del que de casi doscientos hombres solo salieron con vida cuatro o cinco, y en la que el protagonista, ¡con lo que ello supone para un pacifista radical como Kaji!, se ve obligado a matar a un soldado que se ha vuelto loco y está a punto de delatar su presencia a los tanques del enemigo.

         Tras el desolador final de la segunda parte, la tercera nos muestra un camino de supervivencia , una autentica road movie a través de Manchuria con el objetivo de dirigirse hacia el sur, hacia Corea, de modo que puedan acabar regresando a Japón. En ese recorrido se van a ir sucediendo diferentes episodios, todos ellos muy dramáticos, con un curioso cambio de escenario, del desértico contra los rusos, a unos densos bosques casi tropicales que atraviesan con unos ciudadanos que se unen a ellos, como si la presencia del pelotón militar fuera alguna seguridad, cuando todos ellos están expuestos al hambre, a la enfermedad y a la muerte, adversidades que van sorteando con la determinación febril de no ser atrapados por un conflicto que ha perdido todo su sentido, si es que alguna vez lo tuvo. En el caso de Kaji, la fuerza interior que lo impulsa es el deseo sobre todas las cosas de reunirse de nuevo con Michiko, lo que acerca el último tramo de la historia a una historia de amour fou, según se desprende de los monólogos evocadores de su esposa que el protagonista se va repitiendo cada vez que esas adversidades los acechan, y no son pocas, ciertamente. Al final, tras esa odisea penosa, el pelotón, al que se han sumado otros soldados que pertenecían a un destacamento dirigido por un oficial dispuesto a morir y a ejecutar a quienes deserten, es hecho prisionero en una pequeña hacienda donde se refugian prostituta y son conducidos a un campo de prisioneros y sometidos a trabajos forzados. Es decir, la historia vuelve al principio, pero ahora es el protagonista quien está en la piel de los prisioneros chinos que trabajaban para los japoneses. Entonces se da cuenta de que la poca esperanza que aún le queda en la humanidad de los comunistas soviéticos desaparece, ante el comportamiento de estos para con los prisioneros. Y sí, también, como aquellos chinos del comienzo, Kaji no piensa en otra cosa que en escapar para reunirse con su mujer, haciendo honor a la promesa que le hizo. Pero ese final estremecedor conviene que o vea el espectador, recogido, en silencio, impresionado, como a mí me ha sucedido, por la dimensión casi metafísica de un final que no deja incólume el lagrimal.

         Es curioso cómo Kobayashi sabe ajustar en cada momento la selección de planos, y como el juego entre los planos panorámicos y los primeros y aun primerísimos planos es capaz de involucrar al espectador de un modo tan empático en la tormentosa vida de Kaji. La condición humana no es una película que se «ve», sino una película que se «vive» y, de hecho, no puede hablarse de ella como de una obra de arte estética, con unos barridos de cámara de derecha a izquierda en los vastos paisajes naturales, por ejemplo, o la fría serenidad de un encuadre fijo en el que los protagonistas sufren los malos tratos, o los picados y contrapicados que determinan las miserias de los personajes o sus dementes delirios de potestad. A todo ello presta atención quien desdobla la mirada entre el ojo de la cámara y los propios con que se sigue la tortuosa peripecia existencial de un hombre rebelde atrapado por una estructura institucional que nos es descrita como la encarnación del mal sin atenuantes. ¡Y lo que le cuesta al personaje liberarse de esa coerción para anteponer su destino a la fantasía delirante de unos mandos que, casi ya en plena desbandada, se consideran un ejército «imbatible»! Ninguna grandeza hay en esos samuráis de opereta, como tampoco la hay en los señores feudales de su excepcional película Harakiri.

         Aunque La condición humana es una obra coral, que involucra, además, un gran número de extras y papeles secundarios de decisiva importancia en la trama, la interpretación que hace de Kaji Tatsuya Nakadai ha de quedar en los anales del cine como quedó la jamás suficientemente alabada de Maria Falconetti en La pasión de Juana de Arco, de Dreyer: hitos inmortales. Si a este papel le sumamos sus intervenciones en películas tan deslumbrantes como Yojimbo, Kagemusha o Ran, las tres de Akira Kurosawa, sacaremos en claro que quienes se sienten a disfrutar y padecer La condición humana tendrán el privilegio de ver la actuación de uno de los mejores intérpretes de la Historia del cine. Es cierto, con todo, que la excepcional banda sonora contribuye lo suyo a crear el clima moral de la película y a subrayar las intensas emociones que nos asaltan a cada momento de una historia planteada como una carrera de obstáculos de un hombre bueno contra un sistema ominoso. Descubrir el horror a cada paso exige un temple moral que Kagi exhibe de modo natural, sin énfasis ninguno, hasta que la suma de los horrores puede con él y lo sumerge en la vorágine del descreimiento, de la culpa y del autodesprecio. De esa ciénaga hedionda solo puede rescatarlo Michiko, por eso, al final, se escapa del campo de prisioneros soviético y se lanza al reencuentro con ella. Recordemos que en la segunda parte, cuando intenta detener al compañero comunista que se escapa del regimiento, cae en unas arenas movedizas donde cae el suboficial que le hace la vida imposible, y duda lo justo para decidir que su obligación moral es salvarlo, si puede, de esa muerte tan espantosa.

         No he hecho mucho hincapié en ello, pero la valentía de Kobayasi para rodar esta película y hacer el retrato que él hace del ejército imperial no está al alcance de todos los cineastas. Su sólido compromiso con el pacifismo radical convierte esta denuncia del totalitarismo del ejército en un auténtico documento que debiera ser visto por todas las generaciones, para comprender que el noble arte de la guerra o de la defensa —pensemos en Ucrania, por ejemplo— es incompatible con la degradación humillante de los soldados propios y aun de los ajenos, aunque no ignoremos que si la primera víctima de la guerra es la verdad, no diferente suerte ha de correr la carne de cañón de que estas se alimentan. En la información consultada he descubierto la referencia a que cada año  se programa en Japón un maratón cinematográfico para ver de un tirón la película, y que Tatsuya Nakadai, Kagi, ha acudido a algunas de esas proyecciones.

         No sé si, perdido en la sinopsis de la trilogía, ha quedado clara la pasión desenfrenada con que he visto este testimonio cinematográfico de la barbarie militar japonesa y de la heroica resistencia de un alma nobilísima con altísimos imperativos éticos, pero puedo asegurar que la he vivido con total compunción y he seguido sus largas horas de proyección con el sereno recogimiento impotente de quien ha de asistir al triunfo no duradero de la barbarie con total abatimiento y desolación. La guerra no es solo la acción militar, sino el hambre, el desprecio de cualquier vida, el frío, el miedo a todo lo que nos rodea, la pérdida dramática de la esperanza, la ocasión, también, de descubrir el verdadero rostro de las personas y la nobleza de las acciones solidarias para con nuestros semejantes. De todo ello hay ejemplos recurrentes en La condición humana, que, con legítimo derecho, puede considerarse, más allá de una imperecedera obra de arte cinematográfica, como un brillante ensayo de antropología social de alcance universal, aunque nos acerque, muy esclarecedoramente, a la esencia del pueblo japonés anterior a su derrota en la Segunda Guerra Mundial.

         [Como la he visto en YouTube, con sus más y sus menos en cuanto a la calidad de la copia, la compraré en DVD y la volveré a ver, acompañado…]

 

viernes, 23 de diciembre de 2022

«Los mejores años de Miss Brodie», de Muriel Spark

 

Biografía parcial de un carácter complejo en la encrucijada moral de los años treinta en Edimburgo: una novela ejemplar.

 

         Habiendo visto la excelente película de Ronald Neame, Los mejores años de Miss Brodie, y habiendo quedado tan complacido con ella y la magistral interpretación de Maggie Smith, no tuve nunca la tentación de acercarme al libro original en el que se basa la película. Ahora se me ha presentado la oportunidad de leer en su lengua original la historia escrita por Muriel Spark, que se ha consolidado como un auténtico clásico de la literatura británica, y me he llevado un auténtico sorpresón, por la calidad literaria de la misma y por la capacidad sintética de la autora para crear un conjunto de personajes cuyas interrelaciones nutren un libro con historias que, a pesar de su notoria especificidad escocesa, o quizás por ello mismo, tiene una dimensión universal.

         Miss Jean Brodie es una profesora muy particular de un colegio para señoritas, el Marcia Blaine, en el que se rodea de una corte de alumnas a las que señala entre todas como las «escogidas», y con quienes mantiene una estrecha relación que va más allá de la relación académica, porque, como ella misma dice:  Give me a girl at an impressionable age, and she is mine for life

    La novela ahonda en las relaciones que se establecen entre las alumnas privilegiadas y su profesora, un mundo cerrado, casi hermético, en el que la lealtad proviene de la admiración hacia quien se presenta ante las jovencitas como un modelo de educadora volcada hacia la perfección y enriquecimiento de la vida personal, más allá de los rigores de los temarios, porque la perspectiva educadora de Miss Brodie privilegia más una forma de ser y de estar en el mundo, volcada hacia la belleza y el arte, que la acumulación de conocimientos. En cierta manera, bien puede verse como un antecedente perverso del descrédito del trabajo duro de nuestros degradados sistemas educativos, esa distinción que se expresa en la novela a través de Miss Brodie, ojo al Miss…, y la directora que le busca las cosquillas, Miss Mackay. Mientras para la primera el estudio tendría una explicación socrática: The word  “education’” comes from the root e from ex, out, and duco, I lead. It means a leading out. To me education es a leading out of what is already there int he pupil’s soul. To Miss Mackay it is a putting in something that is not there, and that is not what I call education, I call it intrusion, from the Latin root prefix in, meaning in and the stem trudo, I thrust. Miss Mackay’s method is to thrust a lot of information into the pupil’s head; mine is a leading out of knowledge, and that is true education as is proved by the root meanin; para la segunda, por muy loables que puedan parecer las motivaciones pedagógicas de Miss Brodie: Culture cannot compensate for lack of hard knowledge.

         Como la obra, a pesar de su brevedad, recoge la evolución de lo que en el original se denomina el set de Miss Brodie, que yo traduzco libremente como la «corte», hay tiempo de sobra para que incluso las jóvenes niñas, abducidas por la fuerte personalidad esteticista de Miss Brodie se den cuenta de sus propias necesidades académicas, aunque es en el ámbito de las relaciones personales, gestadas en el reducto de la confianza e intimidad con la profesora, donde se gesta la traición que acabará con la defenestración de la profesora, sin que esta sepa en ningún momento quién de entre sus leales la ha traicionado de tan vil manera. Por si alguien no ha visto la película ni ha leído el libro, lo dejo como un factor de intriga que no es, ni de lejos, un motivo decisivo para la lectura.

         Desde el comienzo de la narración, Muriel Spark plantea una estructura fluida de la novela en la que vamos a dar constantes saltos en el tiempo, yendo hacia el futuro de las alumnas y volviendo al presente en el que las maneras, los comentarios y las enseñanzas de Miss Brodie lo son todo para unas chiquillas que admiran a la mujer y fantasean sobre su compleja vida amorosa. De hecho, dos de las admiradoras de su corte, Sandy y Jenny, incluso escriben historias sentimentales basadas en las revelaciones de Miss Brodie, como su noviazgo con el joven que supuestamente muere en el frente en la Gran Guerra, y de quien en realidad se ha desentendido cuando regresa lisiado a casa, pero la capacidad idealizadora de Miss Brodie va más allá de toda consideración real. No lo oculta: Art and religion first; then philosophy; lastly science. That is the order of the great subjects of life, that’s their order of importance. Y, sobre todas las cosas, la elegancia que ha de manifestarse incluso en las cosas más nimias, porque ahí sí que su obsesión raya en lo enfermizo: Whoever has opened the window has opened it too wide’ said Miss Brodie. ‘Six inches is perfectly adequate. More is vulgar. One should have an innate sense of these things.

         El sexo ocupa un lugar preeminente en la novela, porque las niñas se sienten atraído por todo lo relacionado con ello y porque un beso a escondidas de su profesora con el maestro de arte, Mr Lloyd, quien escoge a las chicas de su corte como modelos, da pie para unas fantasías que continúan cuando Miss Brodie decide cuidar personalmente del profesor de música, Mr Lowther, quien vive solo y se descuida mucho físicamente. El descubrimiento de la ropa interior de Miss Brodie en casa del profesor formará parte de esas pequeñas cosas que la directora pretende sonsacar a las alumnas de su corte para acumular pruebas que permitan ejecutar la expulsión de Miss Brodie. Y dice mucho de la ingenuidad de esta que, tras haberse dedicado en uerpo y alma al cuidado de Mr Lowther este se case por sorpresa con la profesora de ciencias de la escuela, a quien incluso sus alumnas miran como modelo alternativo al suyo.

         Miss Brodie, sin embargo, es un personaje poderoso y lleno de vitalidad, que ama con pasión el arte antiguo, la ópera, la pintura, la música y todas las manifestaciones que ennoblecen la vida, de hecho Miss Brodie está orgullosa de estar viviendo su prime, esto es, su apogeo vital, algo que repite constantemente a sus pupilas, quienes se interrogan por cómo pueden saber que han llegado a él: It’s important to recognize the years of one’s prime, always remember that. One’s prime is the moment one was born for. Y el suyo, y en eso es de una honestidad tan enternecedora como manipuladora, consiste en dedicarse en cuerpo y alma a la educación de su corte: You girls are my vocation. If I were to receive a proposal of marriage tomorrow from the Lord Lyon King-of-Arms I would decline it. I am dedicated to you in my prime.

         La historia tiene mucho que ver con el engaño, con la traición y con la doblez, porque ni son todo lo que parecen ni viceversa, y en ese juego de relaciones personales que se van viciando, advertimos cómo no todas juegan limpio, comenzando por una de las jóvenes que adquiere mayor protagonismo, Sandy, de quien no tardamos en saber que, en el futuro, profesará como monja de la religión católica, con el nombre de Hermana Helena de la Transfiguración, y que, con toda su experiencia acumulada junto a sus amigas y su profesora, escribirá un tratado psicológico que triunfará y le deparará muchos visitantes interesados en hablar con ella: La transfiguración del lugar común.

         Miss Brodie se presenta como lejana heredera de un munícipe constructor de horcas que, por las noches, se dedica, estamos en el siglo XVIII, a delinquir como salteador de caminos, siendo ejecutado en una de sus invenciones. Un hombre con dos mujeres y con cinco hijos. Esa doblez parece instalarse en los procesos psicológicos no solo de Miss Brodie, sino también de sus alumnas. De hecho, Miss Brodie tontea con los dos únicos profesores del centro y uno de ellos, el de arte, Mr. Lloyd tiene cinco hijos… También sus alumnas preferidas, a las que promete convertirse en la crème de la crème experimentan esa doblez, como la propia hermana Helena, de quien, oportunamente, la narradora nos recuerda la contradicción entre censurar la deriva político-estética de Miss Brodie, quien admira a Mussolini y las coreografías de los camisas negras, como lo haría el propio Marinetti, creador del Futurismo, y, después, a los nazis, y su entrada en la religión católica en un espacio dominada por el calvinismo: Miss Brodie was forced to retire at the end of the summer term of nineteen.thirty-nine, on the grounds that she has been teaching Fascism. Sandy, when she heard of it, thought of the marching troops of black shirts in the pictures on the wall. By now she has entered the Catholic Church, in whose ranks se had found quite a number of Fascists much less agreeable than Miss Brodie.

         Muriel Spark confiesa que se inspiró en una profesora del colegio para niñas al que ella misma fue en Edimburgo, pero el retrato de Miss Brodie quedará para siempre en nuestra memoria como el de una personalidad hundida en sus propias contradicciones y complejidad, aunque amante de la belleza, la lealtad y la distinción. De igual manera que sabe establecer vínculos extraordinariamente sólidos con sus alumnas, basados en el hermetismo de las relaciones privilegiadas, aunque desiguales: It is well, when in difficulties, to say never a word, neither black nor white. Speech is silver, but silence is Golden; no es menos cierto que, como la autora reconoce:  Truth is stranger than fiction.

 

 

 

miércoles, 7 de diciembre de 2022

«The Years», de Virginia Woolf en sus postrimerías.


La nanocotidianidad en su devenir: desde el gesto hasta la angustia existencial, todo bañado en sepia.

 

         Una de las últimas obras de Virginia Woolf fue esta novela de planteamiento decimonónico que aspira, por otro lado, a lograr una ambición sutil, pero escurridiza: atrapar el complicado mecanismo del paso del tiempo. De algún modo, la lectura de The Years me ha recordado una sobrecogedora película de Ettore Scola, La familia, con el travelín por el pasillo para cambiar de época en la vida de una familia, sin salir del mismo espacio. En esta novela de Woolf es el tiempo atmosférico de las estaciones el que marca los cambios de década y nos acompañan a través de las vidas de los componente de una familia numerosa, los Pargiter, fiel representantes de la vida británica desde 1980 hasta el presente de la autora, a finales de la década de los 30, poco antes de que se quitara la vida, si bien a esta novela aún seguirían otras obras concebidas desde la misma perspectiva. De alguna manera, el afán testimonial, casi documental, y la perspectiva ensayística que domina los últimos tiempos de la autora son los responsables de este giro desde la experimentación hacia la vida cotidiana captada hasta en los más sorprendentes detalles de todo tipo: desde la percepción de la naturaleza hasta los mínimos detalles que suelen pasar casi desapercibidos en los mínimos asuntos de la vida cotidiana, pasando por sutilezas psicológicas propias de su aguda penetración.

         Hay algo de aspiración historicista en  The  Years acerca de la idiosincrasia británica, casi como un afán de contemplar el país a través de tres generaciones con una Gran Guerra por medio y estando a punto de embarcarse en la segunda, y prestando especial atención a movimientos emergentes como el feminismo, con el que se relacionan dos hermanas que, nada casualmente, se quedan solteras y no forman familia. De algún modo, es el protagonista de la película de David Lean, La vida manda, Mr. Gibbons, quien define a la perfección la naturaleza de la intención novelística de The Years: «No nos gusta ir rápido en este país. […] alguien una vez dijo que éramos una nación de jardineros, y no estaba equivocado. Nos gusta plantar cosas y verlas crecer, mirar los cambios en el tiempo». Eso es lo que ha hecho Virginia Woolf, plantar una familia en el tiempo e ir observando, década tras década, los cambios de sus protagonistas, si bien estos se van tiñendo de una poderosa melancolía que nos lleva no tanto a la desilusión de que la vida se nos escape sin darnos cuenta, sino a la terrible constatación de que, en términos muy generales, nunca estamos satisfechos con nuestras vidas ni acabamos viéndole sentido a lo que nos rodea.

         Lo primero que va a percibir el lector que se adentre en esta monumental obra es el cuidado estilístico de la autora, quien no deja, prácticamente, ningún aspecto de la vida cotidiana sin su curiosa y a menudo impertinente observación: One of these days —that was his euphemism for the time when his wife was dead— he would give up London, he thought, and live in the country. But then there was the house; then there was the children; and there was alsoEsta lucha constante entre lo que el hombre propone y las circunstancias disponen aparece a lo largo de toda la historia. Percatarse del uso eufemístico de una expresión común para expresar el deseo íntimo de liberarse de la maldición de una mujer enferma que no se puede levantar de la cama nos introduce en un mundo de sutilezas irónicas y sarcásticas muy propias del modo de relacionarse los ingleses entre sí, y con los demás.

         Los Pargiter están emparentados con una familia residente en Oxford, uno de cuyos Decanos se convierte en anfitrión de un scholar usamericano con quienes, él y su mujer, enseguida se marcan las diferencias en el uso del idioma. Los ingleses son, en el fondo, un pueblo muy filológico, y hacen del uso de la lengua una vara de medir a las personas. Y esa sensación constante de vigilar el uso de la lengua lleva a situaciones a veces cómicas, a veces de mayor calado, pero siempre forma parte de las conversaciones:

The son of the porter of my flat’, Eleanor suddenly ejaculated.

‘The son of the porter of my flat’, Edward repeated, His eyes were like a field on which the sin rest in winter

‘Commissionaire they call him, I think!, she said.

‘How I hate that word!’, said Edward with a little shudder, ‘Porter’s good English, isn’it?’

         Las tres familias Pargityer, la nuclear de la historia, la de la mujer del Decano  y la del hermano del coronel, Digby Pargiter tejen, a lo largo de la novela, un mundo de relaciones que afectan a los hermanos, a los primos, incluso a los cuñados, con un afán inequívoco de crear lo que se suele denominar un «fresco social» en el que ni siquiera faltan quienes fueron a India, a África o tienen lazos con Irlanda. La novela, sin embargo, presta enorme atención a dos figuras femeninas en quienes se intuyen no pocos rasgos autobiográficos de la autora: las hermanas Eleanor y Rosie: la primera destaca por s sentido de la responsabilidad; la segunda por un desequilibrio emocional que la lleva a intentar suicidarse.  Eleanor es una mujer madura, con un alto nivel de reflexión que no es meramente intuitivo, sino producto de su formación exigente, como cuando la voz narradora nos dice que Eleanor lee a Renan porque siempre quiso saber algo de la historia del catolicismo, dado que ella  lee en francés, italiano y un poco en alemán, a pesar de lo cual,  what vast gaps there were, what blank spaces, she thought leaning back in her chair, in her knowledge! How little she knew about anything. Take this cup for instance; she held it out in front of her. What was it made of? Atoms? And what were atoms, and how did they stick together? The sooth hard surface of the china with its red flowers seemed to her for a second a marvellous mystery. Más Adelante, reflexionando ante la repetición de los actos de la vida cotidiana y lo muy distante que esta suele hallarse de cualquier excitación enaltecedora:  She lent back in her chair. How terrible old age was, she thought off all one’s faculties, one by one, but leaving something alive in the centre: leaving —she swept up the press cuttings— a game of chess, a drive in the park, and a visit from old General Arbuthnot in the evening. Rose, cuyo desequilibrio responde en cierto modo al de la propia autora, es retratada por su prima Sara, lectora de la traducción hecha por su primo de Antígona ‘Stood on the bridge and looked into the water’, she hummed, in time to the music. ¡Running water, flowing water. May my bones turn to coral; and fish light their lanthorns; fish light their green lanthorns in my eyes.’ She half turned and looked round at Maggie. But she was not attending. Sara was silent. She looked at the notes again. But she did not see the notes, she saw a garden; flowers; and her sister; and a young man with a big nose who stooped to pick a flower that was gleaming in the dark. And he held the flower out in his hand in the moonlight. Una atracción de funestas consecuencias que forzosamente hemos de relacionar con la propia vida de Woolf. Su propio hermano, Martin, la describe como una persona con el temperamento del mismísimo diablo:  ‘Oh, Rose always was a firebrand!’ said Martin. He got up. ‘She always had the devil’s own temper·, he added.

         Las muertes de la mujer del Coronel y la de este mismo, que lleva a la puesta en venta de la antigua casa familiar son los ejes sociales acerca de los cuales gira buena parte de la vida de los personajes, además de a sus muy diversas ocupaciones: desde la abogacía, hasta el alistamienyo en el ejército pasando por las actividades caritativas de Eleanor y feministas de su hermana Rose o los diversos matrimonios que aportan a la sucesión de años una tercera generación.

         Nada, sin embargo, adquiere unos niveles de tragedia o de experiencias decisivas en la vida de los personajes; todos ellos, como percibe Rose en el entierro del padre: Then in the midst of the argument came another burst of familiar beauty. ‘And fade away suddenly like the grass, in the morning it is green, and growth up; but in the evening it is cut down, dried up, and withered.’ Todo, como se advierte, en constante comparación con los ciclos de la naturaleza, de la que todos los familiares forman parte, como un ecosistema. Renny, el marido de la prima Maggie, embarazada en el capítulo final,  define muy bien los mónadas en que se convierte la vida social como la ofrecida en The Years, a pesar de la notable vivacidad de las relaciones familiares:  ‘Each is his own little cubicle; each with his own cross or holy book; each with his fire, his wife…’ , y no porque se sienta especialmente marginado o rechazado, algo que en modo alguno sucede, sino porque, según su experiencia, tal y como lo interpreta Eleanor,  ‘We cannot make laws and religions that fit because we do not know ourselves.’

         Como se advierte, a pesar de cierta banalidad propia de la trivialidad del trato familiar y amistoso, algunas de las muchas conversaciones que aparecen en el libro derivan fácilmente hacia constataciones de la desolación, de la desesperanza y muy pocas hacia el optimismo, aunque, al menos en el caso de Eleanor, ella defiende la esperanza sobre todas las cosas, como cuando reflexiona sobre las palabras de Nicholas Pomjalovsky , un  homoexual a quien ha conocido a través de de su prima Maggie y su cuñado Renny:  When, she wanted to ask him, when will this new world come? When shall we be free? When shall we live adventurously, wholly, not like cripples in a cave? He seemed to have released something in her; she felt not only a new space of time, but new powers, something unknown within her. She watched his cigarette moving up and down. Then Maggie took the poker and struck the wood and again a shower of red-eyed sparks went volleying up the chimney. We shall be free, we shall be free, Eleanor thought.

         Las diferentes reflexiones de los personajes muestran una gama de posiciones ante la vida que nos permiten una visión del pueblo inglés a lo largo del tiempo no tanto buscando su idiosincrasia cuanto el modo como la realidad se va inmiscuyendo en las vidas privadas de un familia extensa, y cómo los sucesos históricos, sin que aparezcan reflejados en la novela como factores determinantes de dichas vidas, les afectan pata teñir de esperanza o desolación sus expectativas. El tiempo pasa y los personajes que son jóvenes en 1880, el año de arranque de la novela, los vemos septuagenarios en el último capítulo Present Day, lo que, en cierto modo, para alguno, no deja de ser un consuelo, incluso para la tercera generación, que ha vivido una guerra e ignora que van a padecer una segunda, también Mundial: ‘How nice it is’, she said, not to be young! How nice not to mind what people think! Now one can live as one likes’, she added, ‘…now that one’s seventy’, dice Kitty, la prima «exquisita» de los Pargiter.

         Son muchos los puntos de vista tras lo que vemos latir la pasión intelectual de Virginia Woolf, pero en modo alguno pretende la autora convertir la novela en algo así como un repertorio de sus inquietudes intelectuales o emocionales, de modo que desaparezcan los personajes, tan laboriosamente creados y ella se imponga como una voz todopoderosa y cargante que nos recite su «credo». Son constantes las ocasiones en que los pequeños detalles de la gran novela realista aparecen en la lectura, como cuando, por ejemplo, describe un saludo de Mrs Larpent:  Then, with a wave of the hand dictated by centuries of tradition […] she passed out into the rain. En cierto modo, The Years son la ilustración parcial de esos siglos de «tradición»; o como cuando la madre de Kitty se despide de su hija: ‘Good-night Kitty’, said her mother as she shut the door; and they touched each other perfunctorily on the cheek. ¡Ese «toque» frío y distante e las mejillas entre madre e hija! Pero, puesto a quedarme con dos intervenciones que resuman, en cierto modo, el espíritu crítico con que Virghinia Woolf ha sabido construir unas vidas que se definen más por lo que dicen que por lo que hacen, me quedaría con dos inyervenciones de los hijos de Morris, el abogado, y Celia: North y Peggy, porque Charles murió en la Gran Guerra. North «descubre», tras el intenso trato con su familia la virtud máxima del retiro:  Stillness and solitude, he thought to himself; silence and solitude… that’s the only element in which the mind is free now. Pero es su hermana Peggy en quien se concentra una visión social que responde, finalmente, a la dureza económica del periodo de entreguerras, de la que apenas hemos vislumbrado sus efectos, salvo cuando Rose, por ejemplo, reflejándose en un escaparate, se da cuenta de la humildad de su atuendo: It was a pity, she thought, as she stepped out on to the pavement and caught a glimpse of her own figure in a tailor’s window, not to dress better, not to look nicer. Always reach.me-downs, coats and skirts from Whgiteley’s. But they saved time, and the years after all —she was over forty— made one care very little what people thought. They used to say, why don’t you marry? Why don’t you do tis or that, interfering. But not any longer. Se trata de un poderoso monólogo en un libro en el que es a través del dialogo que nos llega el retrato de los personajes y su discreta actuación en el mundo, como si pisaran con delicadeza. He aquí, y concluyo esta invitation a la lectura de una novela que retoma una tradición realista y la sabe manejar con la suficiente habilidad como para que, a través de la humilde vida cotidiana, se expresen verdaderos conflictos que ni siquiera el siglo veinte ha resuelto aún. Piensa Peggy:  But how can one be ‘happy’? she asked herself, in a world bursting with misery. On every placard at every street corner was Death; or worse —tyranny;  brutality; torture; the fall of civilization; the end of freedom. We here, she thought, are only sheltering under a leaf, which will be destroyed. And then Eleanor says the world is better, because two people out of all those millions are ‘happy’. Her eyes had fixed themselves on the floor; it was empty now save for a wisp of muslin torn from some skirt. But why do I notice everything?, she thought. She shifted her position. Why must I think? She did not want to think. She wished that there were blinds like those in railway carriages that came down over the light and hooded the mind. The blue blind that one pulls down on a night journey, she thought. Thinking was torment; why not give up thinking, and drift and dream? But the misery of the world, she thought, forces me to think. Or was that a pose? Was she not seeing herself in the becoming attitude of one who points to his bleeding heart? to whom the miseries of the world are misery, when in fact, she thought, I do not love my kind. Again she saw the ruby-splashed pavement, and faces mobbed t the door pf the picture palace; apathetic, passive faces of people drugged with cheap pleasures; who had nor even the courage to be themselves, but must dress uo, imitate, pretend. And here, in this room, she thought, fixing her eyes on a couple… But I will not think, she repeated; she would force her mind to become a blank and lie back, and accept quietly, tolerantly, whatever came.  

        Anecdóticamente, pueden interesar a los lectores españoles las referencias a los viajes a España [Virginia Woolf la visitó tres veces y dejó memoria escrita de esos viajes: Hacia el Sur, Itineraria Editorial], y específicamente al sol inclemente de Toledo, además de una curiosa referencia a la pasión de los británicos por lavarse con jabones de mil colores frente a la supuesta negligencia higiénica española. Son detalles que relacionan, en última instancia, esta novela con su propia biografía, del mismo modo que las pulsiones suicidas de un personaje o un buen puñado de reflexiones de otros le pueden ser adjudicadas con total fiabilidad.

    The Years tiene la ventaja, frente a otras obras de Woolf, de la aparente simplicidad de su estructura y de su estilo transparente, que permite para un lector de nivel intermedio alto, disfrutar de la lectura sin haber de consultar excesivamente el diccionario, excepto cuando tropieza con giros de casi imposible explicación como los más que curiosos huevos de octubre cuando un personaje comenta el alto precio de la leche:‘Milk’s very high’.  ‘Yes. It’s eggs in October.’