La aforística de Gregorio Luri, Aforismos que nunca contaré a mis hijos, o el rigor conceptual del
laconismo que no pierde ni el sentido del humor ni el del amor: Eros, Ágape y
Philos.
Si
cada nueva publicación de Gregorio Luri es un festín para la inteligencia, su
nueva publicación, este libro de aforismos de título tan sugestivo como
enigmático no podía incumplir la norma de calidad a la que nos tiene
acostumbrados a quienes lo frecuentamos
en las múltiples facetas polígrafas en las que se derrama con una generosidad
intelectual tan acreditada como ejemplar. Tenemos la suerte de que Luri no le
hace ascos a ningún canal de comunicación, de ahí que sea tan natural leerlo en
libro de papel como en su acogedor Café
de Ocata, en los diarios o en Twitter: la sabiduría es la misma y Luri tiene
la virtud de modularla en función del canal a través del cual nos la hace
llegar. Algunos de los aforismos que ahora aparecen en forma de libro hemos
podido leerlos en su Café o en Twitter, pero convenía recogerlos en libro
porque, a su manera, son una especie de autobiografía intelectual en la que
Luri ha querido dejar bien claro, en la bella forma lacónica del clásico
aforismo, un pensamiento a contracorriente de lo políticamente correcto. Son
aforismos de combate, por lo tanto, pero también confidenciales y obra, en su
conjunto, de quien vive proyectado en dos dimensiones no siempre
complementarias: la interior de la vida espiritual y la exterior del “ruido”
sociopolítico. Me hubiera gustado, eso sí, que la edición le hubiera hecho más
justicia, porque, estoy obligado a decirlo, hay un tono general de descuido en
la presentación de los textos que pone de relieve una de las más graves
carencias de nuestro mundo editorial: el editor, entendido a la manera
anglosajona. Echo de menos, así mismo, un prólogo del autor, o de algún lúcido
lector suyo, que contextualice el vendaval de claridades y perplejidades en el
que se adentra el lector sin esa guía, por somera que sea, de quien traza el
marco cultural e individual de lo que se va a encontrar. La parte positiva de la
ausencia del prólogo es que la entrada in
media res obliga a los lectores a irlo confeccionando a golpe de aforismo,
si bien el autor, desde la primera página comienza a sembrar las “referencias”
de su discurso atomizador: Schmitt, Heidegger, Cassirer. Gira la primera cara,
tan nominal, y nos encontramos, casi de bruces, con un epifonema que está en la
base de su discurso pedagógico: No hay
normalidad sin excelencia. Es decir, que, apenas empezado el combate
dialéctico, Luri dispara con bala de plata contra la licantropía supersticiosa
de la correcta bobería política, como se subraya dos aforismos más allá: Toda juventud aspira a la libertad
entregándose generosamente a una idea dominante y uniformadora.
Volvamos
un momento al título, que tanto me extrañó cuando lo conocí en su Café.
“Aforismos que nunca contaré a mis hijos”. A los amantes del género aforístico
les chocará, sin duda, la aparición de un verbo “contar”, relatar, que choca de
frente con la condición epifánica del aforismo. No sé si la ausencia de prólogo
tiene algo que ver con esa renuncia a “contar”, a darle naturaleza narrativa a
la pulsión aforística del autor, tan buen lector de poesía, por cierto. En
cualquier caso, ni “contar” ni “explicar”, porque los aforismos tienen la
virtud de explicarse a sí mismos sin necesitar desarrollos complementarios que
anulen la belleza propia de su construcción sintética. En cualquier caso,
intuyo que el carácter sombrío y desengañado de muchos de los aforismos, un
reconocimiento de las muchas debilidades humanas y, sobre todo, sociales, no
constituye un motivo de “relato” con el que entretener, distraer o aleccionar a
los hijos, quienes, por cuestión biológica, han de habitar en la esperanza de
lo mejor por venir, una aventura individual que no se les puede “anticipar” ni
condicionar. Quiero entender el título como la firme declaración de la
exigencia ética de los padres de no aleccionar ideológica, religiosa o
vitalmente a sus descendientes, tan en las antípodas de la pederastia
ideológica a que nos ha acostumbrado la indecencia secesionista. Entre el
“Dejad que se acerquen a mí” y el “Ay de aquellos que escandalizaren”, qué poco
extendido está el compromiso del respeto a los hijos y a su libertad de
pensamiento. Quiero, pues, entender el título en ese poderoso sentido ético de
no imponer el propio pensamiento a nuestros hijos, algo que se compadece, estoy
convencido, con la firme convicción de Luri de la individualidad a ultranza de
la aventura vital de cada ser humano, único e irrepetible, aunque, como con
singular gracejo, piense que El hombre es
un error de casting.
Como
intelector par excellence, Luri es
heredero de una tradición cultural en la que el aforismo siempre ha tenido un
lugar destacado, porque la condensación ingeniosa del pensamiento, a medio
camino entre la retórica poética y la concisión filosófica, forma parte de lo
mejor de la cultura occidental, aunque el aforismo es universal y ha sido
cultivado en oriente y en occidente, al norte y al sur, desde sumerios y chinos
hasta egipcios y griegos, pasando por los judíos. Hay ecos en los aforismos de
Luri de un prodigioso bagaje de lecturas que se cuelan, como de rondón,
inadvertidamente, en los suyos propios, como en esa excelente coincidencia con
Valéry: En el diálogo más que la verdad suele
pesar la necesidad de guarecer la propia imagen. Paul Valéry: Todo el que participa en una discusión
defiende dos cosas: una tesis y a sí mismo; o como el fondo clásico de los
aforismos de Salomón, por ejemplo, que se puede advertir en el sentencioso: Las tres las señales que delatan la
estupidez de las personas, dijo un sabio judío, son la impaciencia para
responder, la fragilidad de la atención y la excesiva confianza en los demás.
[Adviértase la incuria editora en ese inicio: “Las tres las señales”, que por
sí misma no pasaría de anécdota, pero que sumada a las que vendrán nos permite
usar el latinismo.] Pero otras veces, son los aforismos de Luri los que nos
llevan al recuerdo de otros textos, como este: ¿Quién maneja los hilos? ¿El yo¿ ¿Y quién maneja los hilos que maneja
el yo? ¿Y los hilos del que maneja, etc., etc.? Que enseguida me ha traído a la memoria la reflexión
de Sánchez Ferlosio sobre la paradoja de la marioneta: cuantos más hilos la
mueven, más libertad de movimiento tiene.
A lo
largo del libro (y al final hubiera debido
haber un índice por materias, algo que me parece inexcusable en un libro de
aforismos para facilitar la búsqueda) irán apareciendo las realidades de
dominio común, desde el psicoanálisis a la Historia, pasando por la política,
la pedagogía, la religión, las pasiones, los deseos, el catalanismo, la
estética, los sueños, las costumbres, la psicología, el Eros, etc., sobre los
que Luri construye una biografía intelectual desafiante, no porque sea su
empeño llevar la contraria, sino porque es contrario, por imperativo
categórico, a la pereza de la razón que habita en la corrección política y que
se consuma y consume en la ignorancia y sus muchos desprecios. Como buen
frecuentador de aforismos, además, en los suyos propios advertimos ecos incluso
de las Greguerías de Gómez de la Serna o de los Aerolitos, de Edmundo De Ory, y
sobre todo, la gran lección de los Escolios
a un texto implícito de Nicolás Gómez Dávila, un autor que no tardaré en
traer a este Diario, si la salud
asiste, el tiempo se estira y la admiración no me deja mudo y ágrafo.
No
pretendo reproducir ilegalmente el contenido del libro, porque flaco favor les
haría a los editores de La Isla del Siltolá, pero supongo que avanzar una parte del mismo en modo
alguno puede ir en detrimento de su apuesta editorial, sino, ¡espero y deseo!,
en pro del conocimiento, difusión y compra de un volumen que, descuidos formales
parte, complacerá a cuantos lo lean. No me he podido resistido a elaborar lo
que ni siquiera pueden considerarse atrevidos escolios, sino, como mucho,
ligeras apostillas hechas al hilo de la lectura cuando ésta las facilitaba en
el acto, aunque todo el libro, he de reconocerlo, se presta al diálogo fértil,
como lo prueba la necesidad de subrayar y poner notas al margen, como auténtico
escriba silense, porque la lectura de libros de aforismos constituye una
incitación a la emulación, como era el caso de Wallace Stevens, por ejemplo,
quien lo tenía por ejercicio habitual, casi como un entrenamiento intelectual.
Bien,
entremos, sin demora, en esa revisión de alguno de los hitos que no
necesariamente por aparecer aquí indican preeminencia frente a otros, sino, en
todo caso, confirmación de mi coincidencia o discrepancia con ellos.
Habitualmente la vía paradójica surge no tanto del afán del aforista cuanto de
la misma materia advenida del aforismo, porque, como quería Cristóbal Serra,
experto en ellos donde los haya, los aforismos comparten con la poesía muchas
cosas, pero la inspiración es, acaso, la principal: no se elabora un aforismo,
sino que se descubre: El solipsismo es la
única teoría que no se puede compartir. Para ello, sin embargo, es
imprescindible poseer una intuición, una visión privilegiada que ve donde otros
están ciegos totalmente a la revelación: Cuán
elásticos son nuestros rígidos principios cuando nos los tenemos que aplicar a
nosotros mismos. No es infrecuente que esa visión reveladora se fije en esa
especie de retruécano ideológico que es la revisión del lugar común como motivo
creador para desvelar nuestras cotidianas incongruencias: Estadísticamente, nada tiene tanto éxito como el fracaso. ¡Que se lo
digan a este Artista Desencajado, quien saborea sin delectación, pero con
asiduidad, las hieles de ese éxito! O el acertadísimo y demostrado: El antifranquismo más allá de Franco es la
verdadera herencia sociológica del franquismo. Provocadora, en cierto modo,
es su visión del hecho religioso, como cuando reconoce que Hoy nadie pronuncia la palabra alma sin sentirse un poco anacrónico,
si bien, me permito añadir, solemos repetir “desalmado” con pasmosa facilidad…
Y reveladora, su precisión conceptual: Quien
dice “Humanidad” ya está haciendo profesión de fe. Los griegos, más próximos a
la naturaleza, preferían hablar de “mortales”. El “común de los mortales”,
decimos nosotros también…, sin embargo.
No
son pocos los aforismos polémicos que pueden suscitar poderosa controversia,
como el finísimo: Muchos catalanes llaman
“España” a lo que menos les gusta de sí mismos. De ahí que entiendan la
independencia como una catarsis o los profundos: Los mitos verdaderos no se construyen, nos construyen y Entre las familias, es la sangre la causante
de las heridas.
Luri
domina el arte de los registros, porque desde la seriedad filosófica de algunos
de los aforismos no duda en descender a las sanas raíces del humor transgresor
para deleitarnos con algunas muestras de aforismos que nos arrancan la sonrisa
e incluso la risa franca: Nadie es
nihilista mientras canta el himno de su equipo de fútbol o ¿Tiene el caníbal ardores de conciencia?,
que parecen nuevas e incisivas greguerías, como Feliz:
aquel que se cree propietario de lo mejor de sí mismo e inquilino del resto,
y los jardelianos La gente educada solo
se mata por la espalda y Los santos
que nunca tuvieron ocasión de pecar son recibidos en el cielo con un poco de
lástima.
Entre
los “chocantes”, quiero destacar, por ejemplo: Más me sé a mí mismo con el “se” del sabor que con el “sé” del saber,
en el que la aparición de ese “se” del saborear me ha dejado compuesto y sin
novia gramatical, aunque reconozco la osadía conceptual y la aplaudo, que
conste. De lo que estoy seguro es de que el autor no se ha dejado llevar por la
cólera para escribirlo, como sostenía Blake: Los tigres de la cólera son más sabios que los caballos del saber.
Así mismo, instintiva ha sido la reacción ante el gracioso Los masoquistas están exentos de cumplir el precepto de amar al prójimo
como a uno mismo: “Han de estar” exentos…, he añadido enseguida. Del mismo
modo que, como un resorte, al Eros: el
solipsismo ubicuo, le he añadido: “El pluripsismo, pues”; y ante el
ingenioso El órgano más eréctil del
hombre es el ego, no me he resistido a apostillar: “Y más si alimentado con
orgón…”, referencia acaso rebuscada, pero no para quienes hayan disfrutado de
obras memorables como Análisis del
carácter.
Por
razones de orden íntimo que no vienen al caso, quizás el aforismo al que he
asentido con más intensa emoción hay sido a este apunte psicológico de hermosa
certeza: La melancolía es una pasión
conspiradora contra la terapia del olvido. Si bien hay otros que vehiculan
un lirismo solo propio de quien reside en la existencia con total plenitud: La lengua materna es la caricia o este
otro: El cuerpo tiene rincones
inexplorados por el alma.
[Dejo para el final, porque aún hay
una larga lista de aforismos que me gustaría comentar, cada uno por distinta
razón, y en letra ínfima, esos descuidos que he advertido en la edición: comas
entre el sujeto y el verbo: La
indignación moral, es la forma más engolada del narcisismo; la ausencia de
comas prescriptivas, como en ¿Cuando nos
amamos, qué nos intercambiamos caricias o síntomas?; usos prepositivos,
como en: El paisaje es a la naturaleza lo
que la ley es el hombre [Se ha de entender “al hombre”…]; usos impropios y
concordancias fallidas: Le gustaba buscar
su imagen en las charcos, tras la lluvia, a donde acude también a reflejarse el
cielo; los relativos con preposición en peligro de extinción: Hay gentes que el nacer los deja exhaustos
[“a quienes”]. Hay, así mismo, una repetición con una ligera variación que no
altera el contenido: Quien se miente a sí
mismo tiene siempre motivos para creerse. Quien se miente a sí mismo siempre encuentra motivos para creerse;
y un cambio en los firuletes que separan unos aforismos de otros, de repente
aparece un 2 que no necesariamente indica que el aforismo posterior sea
complementario del anterior o contradictorio u otra versión. De otro orden
serían algunos usos discutibles a nivel semántico, como ocurre en La educación no tendría sentido si no
hubiese en nuestra alma semillas naturales que es necesario arrancar, donde
tanto choca lo de “arrancar” las semillas, sin duda. Como repugna al oído, por
ejemplo, sin que haya una intención irónica apreciable –aunque tal vez mi roma
percepción sea la responsable de no haberla captado- el “instintual” en el sometimiento
de lo instintual a la coherencia”, teniendo a mano “instintivo”. Esa ironía
que sí capto, aunque atenuada en el neologismo de La felicidad: tragarse con naturalidad los propios encantamientos
felicitarios. Poca cosa, ya digo, que no empaña el brillo innegable de esta
colección aforística.]