¿Leyó
Cervantes este clásico poco citado y menos leído: la Selva de aventuras
de Jerónimo de Contreras, que tuvo de poeta la gracia que no quiso darle el
cielo y de narrador tan escaso arte como por sí se ganó…?
Habiendo leído
no hace mucho las Andanzas y viajes de Pero Tafur por diversas partes del
mundo habidos, del propio Tafur, es evidente que no hay comparación entre
el bien hacer de Tafur y el convencionalismo de Contreras. En el primer caso
tenemos un libro de viajes lleno de
auténticas curiosidades, y en el segundo, una extraña mezcla de novela
sentimental y novela bizantina, aunque no llega a la intensidad de los mejores
ejemplos de La cárcel de amor o Siervo libre de amor, de Diego de
san Pedro y Juan Rodríguez del Padrón, respectivamente.
Mi atrevimiento
me lleva, incluso a descubrir en esta obra de Contreras algo así como el
equivalente del cine musical, porque su historia alterna los diálogos y los “números
musicales” que sirven para seguir contando la historia, como suele ocurrir en
el género cinematográfico, con mayor o menor propiedad. Podríamos hablar de una
suerte de opera primitiva en la que se alternaran el recitativo y las arias, a
juzgar por la estructura del libro. En todo caso, hubiera dado de sí, en su
tiempo, para una adaptación escénica muy del gusto de la época.
Se
sabe poco del autor, y, más allá de las clásicas fechas, c.1505- c. 1582, y de
que escribió un libro de caballerías, Don Polismán de Nápoles, un título
que bien podría haber aparecido en el listado de los que enumera D. Quijote
como fuente de su inspiración, solo hay noticia de su Dechado de varios
subjetos, en la que repite la mezcla de prosa y verso ya usada con
anterioridad en la Selva. La Selva de aventuras tuvo cierto éxito,
a juzgar por las ediciones, y ello movió al autor a hacer una nueva versión
corregida y aumentada con dos capítulos en los que se cambia el desenlace
original de la novela y se les ofrece a los lectores un “final feliz” que, a
buen seguro, esperaba el autor que colmara la expectativa de los lectores y le
granjeara mayor reconocimiento.
En la primera
versión, los amantes se separan, porque ella, Arbeloa, quiere entrar en
religión, y él, Luzmán, se lanza a recorrer tierras extranjeras, Italia,
fundamentalmente, donde espera olvidarla, acaban reuniéndose en Sevilla y
dedicados ambos a la vida religiosa, pero muy cerca el uno del otro. En la
segunda versión, sin embargo, después de diferentes aventuras que separan a los
amantes, más en la línea de la novela bizantina, se reúnen, se casan y viven
felices.
En 1615 deja de
editarse y ya no vuelve a ser editada hasta su aparición en la BAE, en 1849. No
es autor que haya suscitado el interés de los estudiosos, porque, aunque es
propio de estos recuperar textos de nuestra historia literaria sumidos en el
olvido, no es menos cierto que la recompensa en términos literarios no es tan
«vistosa» académicamente, por ejemplo, como la de recuperaciones tan
interesantes como la del poeta gongorino Gabriel Bocángel, pongamos por caso.
Ni que decir tenemos que tampoco como antecedente de El peregrino en su
patria, de Lope de Vega, acaba teniendo la obra de Contreras valor
suficiente.
Lo
que se estará preguntando el lector de estas páginas es por qué diablos,
entonces, le propongo la lectura de un clásico tan «menor», de tan aparente
poca valía. Le contesto enseguida: porque cualquier clásico así considerado es
una lectura más provechosa que mil insulsas naderías actuales. Estar en
compañía de un escritor, por discreto que sea en el brillante escalafón de
aquellos siglos que tantos ingenios exquisitos contemplaron, nos permite
sumergirnos en ciertos modos de decir que nos reconfortan en el uso de la
lengua, a la vista de las constantes deturpaciones a las que hemos de asistir
cada día en la sufrida vida pública, ¡y no digamos en la política!
Desde
que se abre la novela, advertimos un ejemplo de aceleración narrativa que nos
sorprende, ciertamente: Y porque ya
era hora de cenar, dio a Luzmán de lo que tenía para sí, y reposó ahí esa noche
y otros ocho días, y al cabo dellos se partió con lágrimas de entrambos. Y así
Luzmán, yendo pensando siempre en Arbolea, llegó a Barcelona; y dende a diez
días se embarcó en una nave que iba para Italia, y así dio en un puerto en la
tierra de Toscana, y hallándose así, acordó de irse a Venecia, por ver aquella
ciudad que tan mentada era; y así se despidió de los marineros, y se fue su
camino. Y tanto anduvo que llego a Venecia, en un día que en la plaza de San
marcos se representaba aquella tarde la memoria de la edificación y fundamento
de aquella ciudad; y siendo desto muy alegre, se fue al lugar donde se hacía
esta representación. En nueve líneas viajamos de Sevilla a Venecia, ¡ni el
famoso tren bala japonés! Y ninguna comparación, está claro, con el caballo que
lleva a Gladiator desde Vindobona, la Viena de los romanos, hasta Mérida… en
apenas día y medio.
La
prosa, como ya hemos dicho se alterna con el verso, y aunque este sea de escasa
calidad, hay excepciones, dado lo mucho que se recurre a su uso, y no es
extraño encontrarnos incluso con algún aforismo que nos place así lo leemos: Llamaron a la paz antiguamente/reloj de la
bondad bien concertado.
La
acción propiamente dicha de la obra va a consistir en el encadenamiento de
encuentros sucesivos en los que se cuentan las historias de los personajes con
quienes, por azar, se encuentra el peregrino y cuyas historias son, en la casi
totalidad de los casos, de orden sentimental, usualmente amores frustrados,
como su propia historia. Así ocurre con la hermosa Porcia, sobrina del duque de
Ferrara, que sirve, podríamos decir, de molde para los encuentros por venir: Señora, yo soy un peregrino que anda
deseoso de ver las cosas que el mundo en sí tan maravillosas tiene, se
presenta el peregrino a la hermosa y doliente doncella. Porcia pena, en
apartados montes, la muerte de su marido, quien yace en una tumba junto a la
que llora de continuo a la espera de consumir su vida: Desprecié a Galeazo, duque de Milán, y a
Artidonio, mi primo hermano, hijo de mi tío, en cuya compañía me crié, y
asimismo tuve en poco a Calistro, hijo del marqués de Mantua: y esto todo para
mayo gloria mía. Porque sepas que amé a un caballero, natural de la fértil
España, de una ciudad llamada Zaragoza: estaba en el servicio de mi tío el
duque, muy privado suyo, llamábase Erediano.” Huyen y llegan al lugar
solitario donde Luzmán la descubre: vinimos a este lugar, el cual es tan
fragoso, y de fieros animales poblados, que jamás hombre aquí allegó, ni creo
que pueda llegar, si no es por ventura como tú has hecho. Estamos, pues,
ante una novela sentimental, parece. Al poco, recitando su duelo sobre la
tumba, como hacía dos veces al día, Porcia se desvaneció muerta ante los ojos
de Luzmán, quien cavó en la sepultura de Erediano y, cuando llegó hasta sus
huesos, depositó el cadáver de Porcia junto a él, y volvió a cubrirlos con la
misma tierra que haí sacado. Hacer analogías con movimientos literarios tan
lejanos como el Romanticismo quizá esté fuera de lugar, pero la vena mortuoria
de dicho movimiento, los Pensamientos nocturnos, de Edward Young, o las Noches
lúgubres, de Cadalso, imitador de aquél, se alzan ahí como hitos de un
camino que el Romanticismo siguió hacia atrás, en su predilección por los
tiempos pasados, las ruinas y los amores desdichados.
Está
claro que, dada su condición, el personaje, al llegar a Ferrara, donde para
tres meses, es recibido por la nobleza y, tras la presentación de rigor, declara
con cierto orgullo su ascendencia: Has de saber [Luzmán le habla a
Artidonio, hijo del duque de Ferrara], que yo soy caballero de España, que
deseoso de ver y entender las estrañas cosas que el mundo tiene en sí salí de
mi tierra desta manera, como me ves vestido, y viniendo a esta ciudad no sé
cómo el camino perdí, y anduve por un estraño bosque cuatro días, y al cabo
dellos, hallándome en un llano topé una sepultura. Y desde ahí en adelante continúa
la narración de los amores trágicos de Porcia y Erediano, de la manera que lo
había visto y oído de boca de ella.
De Ferrara fue
a la Lombardía, concretamente a Milán. Visita el palacio del duque Galeazo el
día de su boda. Contempla una representación alegórica del triunfo del Amor. De
Milán va a Génova, donde entra en conocimiento del devastador amor que sufre
Salucio, a quien su familia da por perdido, si bien Luzmán, por sus buenas
artes, consigue devolverlo a su hogar. Se trata de una situación técnicamente
muy llamativa, porque se emplea la composición poética del verso «en eco»,
gracias al cual, Salucio cree que este le responde con la repetición del último
verso de cada estrofa a sus propios versos: Luzmán, que atento había estado
a todas estas palabras, bien entendió que aquel que tales cosas decía, loco de
amor estaba; pues del eco que en los aires le respondía al acento de sus
palabras tomaba por el propio Amor. Salucio, después de pedirle que se
identifique, le cuenta, bajo promesa de guardar secreto quién es y por qué se
ve reducido a ese estado lamentable. Criado de Galeazo, que estaba enamorado de
Beliana, hija del duque de Urbino, acabó enamorándose de ella también. Un día
le revela el amor que siente, pero ella lo rechaza, enamorada como está de su
marido. Él toma el hábito y se pierde en la espesura para penar su mal. La
declaración de amor no correspondido de Salucio es una perfecta muestra del modelo de
amor cortés: Conocida cosa es, hermosa Beliana, señora de todo aquello que
humano ser tiene, que no puede el enfermo encubrir al médico su mal para que
sea con prudencia curado; así yo, que a la muerte me veo por tu causa, es justo
que entiendas que muy presto acabaré estos tristes días que agora se sustentan
con la esperanza que de mi firme amor tiene, si tú, señora, no pones remedio
doliéndote de mí; y por Dios, no me culpes, que soy hombre, y Amor me ha puesto
en la cumbre de mi deseo, contento con morir si mi atrevimiento lo merece, pues
caer de tan alta gloria es imposible aunque muera. Vesme aquí rendido y
descubierta mi voluntad: si de mí te dueles, a tiempo estás de mostrarlo; y si
venganza quieres, tuyo soy; no me puedes más deshacer de lo que yo estoy deshecho;
y así gano gran bien con cualquier cosa que de tu mano me venga, pues siendo
ella tal y tú tan hermosa, lo que diere será para mí sobrado contentamiento.
Luzmán restituye a Salucio a casa de su padre, pero este escribió en verso una
carta de despedida antes de caer muerto. La carta acaba así: No os duela mi
muerte agora,/que el morir por tal señora/no es muerte, mas es vivir;/que sabed
que un bel morir/a toda la vida honora, que nos remite a la conocida
sentencia petrarquista.
Luzmán
pasa por Pisa y llega a Luca, donde recibe la noticia de que en la plaza del
Domo se celebrará un juicio para decidir a cuál de tres hermanos con diferente
estado civil le corresponde la herencia del padre rico. El mayor, Ardonio,
defiende el estado de casado como aval de su pretensión: Yo dije y digo, que
el mayor bien que Dios hizo al hombre, después de haberle dado el conocerlo con
las armas de su fe, selladas en el entendimiento humano, fue concederle y
ordenarle que se casase y atase al yugo del matrimonio, cuyo arado abre la
tierra de la consideración del ánimo para poder sembrar recogimiento,
honestidad, amor casto y celo puro y santo, con el regalo y compañía de los
apacibles hijos y mujer.. ¿Podréisme decir que se puede llamar hombre al que no
es casado? […] ¡Oh sabrosa celada, apacible guerra, suave lucha, aquella
que tiene el buen casado! Que no lo siendo, ¡con cuánta libertad se ofende al
divino Criador, quedando el hombre hecho animal, pues dél no procede el fruto
que los hombres desean! Mirad que la mujer es vuestra propia carne, el hombre y
ella son una cosa, y los hijos retrato de los dos, medio de los trabajos:
aquella es cama no violenta ni manchada, donde los tales se acuestan; aquella
es mesa y santo altar, donde se come este pan de verdadero amor; pues así,
quien desto huye, abraza las ofensas, cíñese de pecados, y ya que por ventura
esto no haga, más querrá guardar castamente su vida, queriendo pretender amores
y Enel aire levantar sus sentidos. Todavía me parece yerro, porque la
contemplación solo ha de ser en el cielo, y en el alto principio de sus
maravillas y en el movedor dellas.
Belio,
el segundo hermano, arguye contra el estado matrimonial. Estamos, pues, ante la
herencia medieval de las contiendas y denuestos, como la del agua y el vino,
por ejemplo: ¡Oh valerosa república, y excelente y maravilloso sabio [el
filósofo Plomis, que preside el «duelo» dialectico entre los hermanos, es quien
ha de decidir a cuál de los hijos le corresponde la herencia] ante quien y
por quien se han de saber nuestras diferencias! Oíd el error y ceguedad de mi
hermano, pues quiere llamar a la muerte vida, y al engaño consuelo, y a la
mentira verdad. ¿Qué hombre hay en la vida, que si se ha casado, no llore la
prisión que, pudiendo escusar, escogió con sus propias manos? ¿Nudo dulce llamas
al que jamás desatarse puede si no es a la fin de la vida, cuando de fuerza se
ha de acabar todo? ¿Tú quieres alabar lo que todos lloran, y como prudentes
sienten, porque solo tú te halles contento? ¿Y acá, en ese homenaje y castillo
de turbaciones, qué hay sino sospechas? Y el alcaide dél es el sobresalto, y
los soldados que le guardan los temores y afrentas en que muchos han caído, por
eso que tú tanto alabas. ¿Llamas cama contenta y casta aquella que muchas veces
derriba la honra de los maridos, de cuya consideración yo lloro? ¿Llamas mesa
alegre y buena aquella que con tanta pesadumbre hace al hombre con cada bocada
dar mil sospiros? Siempre está celoso; de sí propio no se fía, cuando por
alguna manera alcanza a tener sospecha de la cosa que ama. Alaba a los hijos;
mejor es no tenerlos, pues son muchas veces afán y deshonra de sus padres; pues
amor por cualquier vía, si el hombre pone en él perfecta afición, yerro es
grande. ¿Por qué se ha de amar lo que no os ama, y poner la vida por quien os
desea la muerte? ¿Hay por ventura mujer alguna que firmemente ame? No, ni nadie
lo crea: fingidas son sus lágrimas, engañosas sus apariencias, y falsas sus
promesas, y crueles las más dellas; y así yo entiendo aquesto: de ninguna me he
fiado, gozando a mi voluntad de cuantas he podido, sospirando en la presencia
dellas, fingiendo amarlas, como ellas hacen, y en ausencia, riéndome de todas.
Así que así se ha de amar sin firmeza por pagarles en la misma moneda con la
mercaduría que ellas venden; y el que otro dijere se engaña.
Finalmente,
el hermano pequeño, Basurto, que defiende el amor místico, algo así como la
tercera vía, enhebró las siguientes razones: Conocida cosa es, que
antiguamente la locura se tuvo por alegre movimiento entre los hombres, dándole
lugar para que así con ella se holgasen y entretuviesen, como con las otras
cosas que mayor sustancia tenían. ¡Oh hermanos, y cuán poco entendéis del amor
y de sus altos efectos! ¿De dónde pensáis que ha procedido todo? Del cielo, y
así la contemplación dél allá sube. No llamo amor el efectuarse, ni tampoco
cuando se ama con esperanza de galardón ¿sabéis qué es querer y firmeza?
Trasfiguraos en la cosa que amáis, y hacer de dos cosas una. Yo amo, y siempre
he amado con la consideración de una firmeza que no puede tener fin, si no es
con la muerte, no efectuando jamás mi deseo, porque entonces perdería el premio
de aquel alto sujeto donde subió mi intento. Buena cosa es el casado; todas las
mujeres buenas, buenas son; firmeza hay en ellas, la cual no falta por su
parte, mas por la nuestra que somos animales varios. Mas muy mejor es la
libertad del hombre, y ésta desean todos los animales brutos, cuanto más el
verdadero animal señor dellos. Y pues
esto es así, yo digo que amor ha de ser altivo sin confianza, y cuanto más se penare meno se ha
de pretender galardón, como yo, que ha quince años que amo en un lugar do jamás
espero alcanzar cosa ninguna; y a pensar alcanzar galardón de mis servicios,
antes tomara la muerte con mis propias manos, que llamarme amante. Así que, esto
es lo mejor y más firme estado; y quien
otra cosa dijere, no entiende qué es amor, ni le conoce, ni le precia;
antes es figura del desamor y engaño que los fingidos enamorados tienen, cuando
por su contentamiento le quitan a la parte contraria. De aquí vienen las
burlas, las malicias y traiciones, con muchas enemistades entre los más caros
amigos. Pues luego yo acierto, y he escogido el mejor estado.
El
sabio falla y lo hace en favor del hermano mayor, quien es declarado único
heredero de todos los bienes, y a cuyo arbitrio se deja si ha de favorecer a
sus hermanos con alguna cantidad o heredad de la misma. Recordemos que estamos
ya en pleno Renacimiento, una época en la que el impulso emprendedor de las
ciudades y de la nueva clase pujante defiende un sentido pragmático de la
existencia que, en este caso, representa el hermano mayor, y de ahí el fallo del
sabio Plomis.
De
Luca pasa a Mantua. En esta ciudad, conoce al marqués Octavio, quien, a su vez,
conoció al padre de Luzmán. Lo acoge en su palacio y le cuenta su “proceso de
amores” con Vitoriana, hija del rico Mecides, de Florencia. Enseguida se
plantea un nuevo debate en el que el sabio Soticles se declara enemigo del amor
frente a Luzmán. Para Soticles: Cupido
quiere decir que ocupa el sentido, apartándole del bien y ocupándole en el mal;
y este amor es carcoma, reloj desconcertado, mentiroso, engendrado de una cosa
que ninguna entiende. […] Es amar un mar esquivo, lleno de tormenta,
donde ninguno supo navegar, ni halló puerto seguro. Para Luzmán, sin embargo,
el amor es: Una fuente de una agua de
amoroso deseo, árbol que no pierde jamás su verdura, y una visión del ánima
esmaltada en los sentidos, sin la cual el hombre es un dibujo muerto… Soticles
lo refuta: Muy errado vas -dijo Soticles-; que el amor es mar de sangre,
árbol seco sin hojas, edificio sobre arena, movimiento loco, piedra engastada
en el juicio, lanceta que rompe las mejores venas, lanza de dos hierros, por do
se hacen cien mil.
Va a
Sena [nuestra actual Siena]. Y allí conoce el caso del dadivoso Oristes que
vive en pobreza por repartir cuanto ha poseído y aún posee a los pobres.
Oristes, asimismo es un claro ejemplo del barroco hacia el que se encaminan los
tiempos literarios, según podemos advertir en una de las mejores composiciones
poéticas de la obra, este soneto:
¡Qué
es ver la clavelina o la blanca rosa,
el
lirio, o otra flor que bien parece,
cuán
presto se marchita y entristece
perdiendo
la color y el ser hermosa!
Hoy
penáis y morís por una cosa;
mañana
vos enfada y aborrece,
cuán
presto pasa el día y anochece;
el
tiempo es la ocasión que no reposa.
Ninguno
con su suerte está contento;
la
vida es un golfo de cuidados,
que
va por esta mar de nuestro intento.
Deseos
y esperanzas lleva el viento
de
muchos, que viviendo confiados
fundaron
en el aire firme asiento.
Ya en
prosa, Oristes justifica su elección de la vida retirada, austera y dadivosa,
con un punto de ascetismo de honda raíz religiosa que estaba propiamente en «el
ambiente» del tiempo del autor: Déjate
de pensar más en eso -dijo Oristes-; que has de saber que las cosas de los
reyes y grandes príncipes no son para todos los hombres. ¿Parécete a ti que
haría bien el que está en el seguro puerto, si se metiese en los golfos y
tormentas de la mar? ¿No entiendes que en los tales lugares los hombres se
tornan aves, queriendo volar sin alas a la presunción y privanza? Pues ¿qué te
diré de las envidias y murmuraciones y diferencias que se hallan en esa pequeña
honra pretendida por soberbia y vanagloria? Así que, no me contenta; y pues la
desprecio, quiero que mis hijos huyan della. Virtudes les dejo, crianza y cristiandad:
válganse con ellas como yo hago en esta vida; pues dicen los sabios que la
mayor joya es el anima, y esta se ha de guardar; que el cuerpo es bruto, y así
se ha de tratar con aspereza, porque no tome malas costumbres.
Oristes
le recomienda ir a ver el palacio de Birtelo, a siete leguas de Roma. Se trata
de otro benefactor como él y amigo de la austeridad y la pobreza. Y allá que se
dirige Luzmán, intrigado por una nueva maravilla de las que había salido a
conocer en su peregrinaje. Como se advierte, los fracasos amorosos no tardan en
orientarse «a lo divino», como compensación por los sufrimientos que el tal
depara a quienes han de sufrirlo en esta vida. En el palacio de Birtelo hay
siete tablas con otros tantos personajes de carácter alegórico y leyendas que
declaraban el contenido de las mismas: Dios, el tiempo, la juventud, la vejez,
etc. Después de la comida con Birtelo, dos poetas, Pirón y Ansilo entablan un
diálogo musical con posiciones opuestas. Pirón representa la complacencia en el
Mundo; Ansilo, el amargo desengaño. Finalmente, Birtelo le cuenta su historia:
estaba a punto de casarse con una dama, matrimonio concertado con sus padres,
pero ella se casó en secreto con un criado. Birtelo mató al criado y su futura
esposa se suicidó clavándose un puñal. Birtelo renunció al mundo y a las
mujeres y se retiró a su mansión, que administra con tino para poder ser
generoso con los pobres mientras viva.
A dos
leguas de Roma entra en la cabaña de un pastor, quien también prefiere su
cabaña humilde al mejor de los palacios, aunque sea rico. En el curso del diálogo
entre Luzmán y el pastor, el peregrino, sin saberlo, le da pie con una breve
reflexión: ¿Por qué padre, me di -le dijo Luzmán-; que los hijos todos
cuantos son lo primero que desean son ellos? , a que el rico pastor le
cuente la historia de su desdichado hijo: Bien has preguntado -respondió el
pastor- […] Habrá siete años que se enamoró de una pastora, hija de un
compadre mío, que allí abajo tiene su cabaña al pie de un arroyo; y ella,
dándose muy poco por él, se ha casado habrá seis meses con un pastor, siervo de
su padre, y todavía el loco de mi hijo la ama, y nunca sale de entre aquellos
árboles que allí parecen, donde tañendo en una zampoña anda diciendo cosas
estrañas; jamás viene aquí, ni bastan los consejos ni los de sus amigos; y así
temo que presto morirá; esta es la causa por que desalabo los hijos. Luzmán
sale al encuentro del hijo, cuya decisión nos recuerda el retiro de don Quijote
en Sierra Morena para penar sus amores y hacer mil extremos de penitencia por
su señora Dulcinea. Luzmán oye la invectiva cantada contra el amor por Persio,
que así se llama el enamorado hijo del pastor: Eres maldito alacrán,/navaja
que mata aguda,/sombra que presto se muda,/fuego de crudo alquitrán/más amargo
que la ruda., pero, finalmente, como ya ha hecho su padre, ha de darlo por
imposible, dada su no fingida locura.
Luzmán
continúa camino y llega a Roma. Allí admira el Capitolio, y una piedra alta
hecha de una piedra llamada el Aguja; y encima della en alto una poma dorada,
donde decían estar los polvos de Julio César. En nuestros días, ese
obelisco está ubicado en el medio de la plaza del Vaticano, si bien se me esconde
la información sobre la manzana a la que alude el personaje. Al parecer, Julio
César fue incinerado y sobre las cenizas se instaló el obelisco.
Paseando por la ribera del Tíber se encuentra con un
mercader, Belcaro, amigo de su padre y a quien había conocido en su Sevilla
natal. Como va vestido pobremente, enseguida el mercader quiere prestarle ropas acorde con su estado, pero Luzmán le dice
que hizo promesa de no mudar de hábito durante su peregrinación y que prefiere
seguir vestido tal como lo está. Es invitado a acudir a casa del cardenal
Juliano, amigo de las artes, quien tiene un teatro en su casa donde organiza
representaciones. Tras una introducción de la Muerte. Dos mujeres, Julia y Camila, contienden
poéticamente, siguiendo el modelo de disputas en verso anteriores. Julia
defiende la hermosura, siendo, además, hermosa; Camila defiende la fealdad,
siendo, además, fea. Acabada su contienda, entra Amor rodeado de siete
doncellas: los siete pecados mortales, aunque enseguida salen otras siete: las
siete virtudes. Todas las intervenciones, muy breves, son manidas y sin apenas mérito
poético.
Luzmán va a Gaeta, camino de Nápoles. Es reseñable su
encuentro con un prototipo de avaro, el rico Argestes, un avaro auténticamente de
manual, aunque nos lo presenta como un de esas “cosas estrañas” tras las que él
se lanzó a peregrinar. Con poéticas razones muy cristianas lo persuade de que
está cometiendo una locura y consigue, no tanto reformarlo, como obrar el
milagro de su arrepentimiento profundo, en una crisis de lucidez que lo despierta
a una nueva vida.
Desde Gaeta se mete “en una fusta” para navegar hasta
Nápoles, pero acabó en el puerto de Baya (hoy Bayas), al lado de Puzol (Hoy
Pozzuoli), de donde prefiere ir por tierra a Nápoles. A poco de echar a andar
descubre la cueva de la sabia Cuma. Ese encuentro se convierte en una aventura
que constituye un auténtico cuentecito fantástico intercalado en la narración y
que, también a su manera, nos recuerda, en parte, la aventura de don Quijote en
la cueva de Montesinos, lo cual, y dado que Cervantes escribió su última novela
siguiendo el modelo de la novela bizantina, a la que también algunos críticos
adhieren esta libro de Jerónimo de Contreras, se me ocurre pensar que acaso Cervantes
leyera con atención esta obra: A Luzmán le vino gran deseo de ver esta
cueva; y despidiéndose de los pescadores comenzó a entrar por ella. Pues
habiendo andado por un camino escuro, como cien pasos, hallose en un verde y
hermoso prado, alrededor dél grandes peñas que le cercaban, y pasando por él
entró por otra angosta senda, y no tardó que se halló en un hermoso patio
labrado de singulares piedras, cubierto de hermosa madera labrada sotilmente y
de fino oro dorada, y alrededor dél muchos aposentos, Pues estando así Luzmán
maravillado de ver lo que veía, vio salir de un aposento una doncella vestida y
tocada de muy blancos vestidos, y en la mano un bordón de plata. Maravillado
Luzmán de verla, con grande acatamiento se le humilló, y ella le dijo: «bien
seas venido, Luzmán, a esta mi cueva; gran virtud es la tuya, pues tuviste
poder de entrar en ella, y así yo te quiero mostrar esta rica morada; y porque
sepas quién soy, decírtelo he. Has de saber que es mi nombre la sabia Cuma,
señora de esta ciudad que Puzol se llama, hija del sabio Quircio, que en su
tiempo ninguno le igualó, do después de su muerte, que habrá doscientos años,
aquí me dejó encantada, dejando aquí pintados todos los hechos del mundo, así
los pasados como muchos de los presentes, y aun algunos alcanzó de los por
venir, siendo Dios servido de arle gracia, porque él fue muy buen cristiano, y
pues te he dicho quién soy, entra agora y mira con tus ojos las cosas estrañas
que aquí están. [Ve al EmperadorCarlos y a su hijo Felipe] Como no podía
ser de otra manera, dado el plan del libro, también la profetisa es amante del
canto y la poesía: Con fuerza y
artificio va la nave:/no solo son sus pies los duros vientos,/ni puede sin las
alas ir el ave./Ligera cosa son los pensamientos;
/caminan sin mudarse todo el mundo/y forman en el aire dos mil cuentos./No
dejan de bajar hasta el profundo,/y luego sin moverse van al cielo/gozando lo
primero y lo segundo./En todos los estados hay recelo. Estando en la cueva, sueña que su señora
Arbolea se ha casado. Y de ahí le viene la urgencia de volver a España para
comprobar si es cierto.
Antes de embarcarse de regreso para España, es llevado a
presencia del rey de Nápoles, don Alonso el Sabio. Y allí, le son presentadas
dos mujeres, Vitoria y Esperanza, “las hermanas desamoradas”, que reniegan del
amor humano por preferir el amor divino, lo cual prefigura el desenlace del
libro.
En el
último libro, de los siete de que consta la novela, cae prisionero de unos
piratas que lo llevan a Argel prisionero, por quien esperan un buen rescate. Seis
años está cautivo. Lo compra Laudel, pariente cercano del rey. Laudel muere y
Calimán, su hijo, se hace cargo de la casa e intima con Luzmán. Calimán se
enamora de la hija del rey, Arlaja. Por su parte, Luzmán evoca el desleal
casamiento de Arbolea y canta sus penas en lengua morisca, que hablaba a la
perfección. Calimán lo oye y simpatiza con él. Seis años de cautiverio lleva
cuando intima con Calimán, por ser sus vidas paralelas: has de saber que un
enfermo huélgase de hablar con otro que ha tenido o tiene su enfermedad. Anticipándose
a la vida y los hechos de Cyrano de
Bergerac, Calimán le canta a Arlaja una serenata bajo el balcón, de tal manera
que la enternece. Canta muchas otras noches y, al final, del trato y el roce,
Arlaja acaba enamorándose de Calimán. Calimán, en justa agradecimiento por sus
servicios, lo libera y ordena que lo lleven en barco hasta Málaga. Y ahora,
después de las semejanzas que vengo haciendo con el Quijote, digáseme que, tras
este cautiverio en Argel del protagonista, aunque fuera un hecho común en
aquella época, Cervantes no leyó atentamente la obra de Contreras…
Finalmente,
Luzmán llega a casa de sus padres y él confirma que Arbolea ha abrazado la vida
religiosa, razón por la que él hace lo mismo y construye un monasterio cerca
del de su amada para estar muy cerca de ella. Y hasta aquí la versión que yo he
leído. La edición ampliada, que es la que, en realidad, aproxima más la novela
al modelo de la novela bizantina, le da un giro radical a ese desenlace tan
religioso y busca, tras diversas aventuras de ambos protagonistas por separado,
el desenlace de su unión en un happy ending que ya por el siglo
XVI estaba claro que prefería el público lector. Lo de las distopías apocalípticas
tipo Mad Max aún tardarían mucho en llegar…