domingo, 21 de febrero de 2021

«Primera Memoria», de Ana María Matute, una ficción autobiográfica.


Un comienzo deslumbrante y emocionante que luego tropieza en los arrequives de una prosa demasiado esmaltada que no impide, empero, la forja de una magnífica novela.

 

         Matia —nombre tan próximo a Matute, y que es la adaptación vasca del hebreo Mateo—, poseedora de un nombre tan poco usual entre los nombres corrientes y molientes de la lengua española, es, así mismo, un personaje muy singular, colocado en un ambiente extraño, la casa de su abuela, Práxedes, porque su madre ha fallecido y su padre está en el frente, en la zona republicana, mientras que el de su primo Jorge está en la zona nacional. Ella ha sido expulsada de un colegio religioso y el padre se ha visto obligado a alojarla en casa de su madre mientras se resuelva el conflicto bélico, en la isla de Mallorca que, sin embargo, no es nombrada como tal en ningún momento en la novela. Allí se encuentra con su primo y entre ambos irán tejiendo una complicidad susurrante en la que afirmarse como individuos en un ambiente relativamente hostil y frente a otros personajes que o bien son adversos, como la banda de los otros chicos de las cercanías, o bien asumen un papel ambiguo y hasta cierto punto equívoco, como el señor de la mansión al que le gusta rodearse de jóvenes, sin que el texto progrese hacia ninguna acusación concreta ni descripción de transgresiones censurables, porque hay de por medio una paternidad sugerida y otra deseada que queda envuelta en una bruma de deseo. La autora deja flotando en la intensa luz el verano mallorquín dicha ambigüedad y se centra en otros personajes con los que ambos primos establecen una relación más directa, como puede ser el propio preceptor, Lauro,  el «Chino» o «—¿Qué pasa, viejo mono?», para Borja, el primo de Matia,  hijo de Antonia, el ama de llaves de la casa, y cuyo puesto de trabajo se ve amenazado, ya por su incapacidad para controlar a los jóvenes, ya por la inmediata entrada en el colegio de ambos, a la vista de que el conflicto bélico, la Guerra Civil, que se pensó que duraría días, lleva camino de alargarse no se sabe si durante meses o, en el peor de los casos, durante años; Manuel, el hijo pelirrojo de una amante del «señor» de «Son Major» y otros que cumplen un a función instrumental en el relato, como el tabernero Es Mariné, que navegó con «Es Jorge de Son Major» y que invita a Matia, Manuel y Borja a visitarlo.

         Como se advierte, estamos en presencia de un pequeño microcosmos en principio familiar, pero que se va extendiendo a otras relaciones que determinan la trama, como el asesinato, por su propia familia, de José Taronjí el padre «oficial» de Manuel, si bien todo indica que es hijo de la convivencia entre su madre y el señor de «Son Major», quien les cedió una casa y unas tierras tras casarla con Taronjí.  En la medida en que son pelirrojos por parte de madre, los Taronjí son asimilados a los chuetas, descendientes de judíos conversos y, como tales, tratados como apestados.

         Primera memoria es la primera novela de una trilogía titulada Los mercaderes, una novela con un fundamento autobiográfico, pero no es una autobiografía. Matute crea un personaje con una capacidad de observación privilegiada, eso sí, y, desde un presente no marcado respecto de aquellos años del inicio de la adolescencia, 14 años, en que todo se vive con una intensidad que sorprende a los protagonistas de semejantes experiencias como las que ha de afrontar Matia, despliega una exhibición descriptiva de la realidad llena de matices lingüísticos y detalles de auténtica vena lírica. No faltan tampoco las reflexiones que van más allá de la edad de la protagonista, porque la realidad familiar en la que se ve inmersa, así como las propias de la pequeña comunidad en la que se inserta, tienen una trascendencia que va más allá de lo que los 14 años nos permiten entender cabalmente. Pero la madurez de la joven, fumadora e incipiente consumidora de alcohol —lo que acaba llegando a conocimiento de la abuela, y de ahí la intención de llevar a ambos primos a la escuela, renunciando al ejercicio profesional e Lauro como profesor particular de ambos— se ha fraguado en una vida solitaria, en vida de pensión en un colegio del que fue expulsada por propinar una patada a la Subdirectora cuando esta quiso tirar a la basura un muñeco, Gorogó, también llamada Negro, que supone para la joven una suerte de fortísimo vínculo emocional con la afirmación de su intimidad. Mi interés por la novela se acrecentó desde que comprobé que a ambos, a Matia y a mí, nos habían expulsado del colegio por la misma acción: dar una patada a un profesor en defensa propia. Por otro lado, Matute, en una entrevista, se ufanaba de seguir teniendo entre sus pertenencias privilegiadas el muñeco al que en la ficción bautiza como Gorogó, lo cual nos habla a las claras de la poderosa evocación autobiográfica que debe de haber detrás de la creación de esta excelente novela.

         A medida que Matia va descubriendo las duras realidades que la rodean, los misterios que relacionan a Manuel con «Son Major», a la madre de Borja también con un amor imposible con Jorge de «Son Major», la propia relación imposible entre sus padres, la crueldad del desarrollo de la Guerra Civil, con el padre de Borja entrando a sangre y fuego en los pueblos conquistados o el recuento de las barbaries contra los religiosos del bando republicano, Matia

asume una intelección de la realidad que la lleva a constatarlo de un modo tan duro como hermoso: Qué extranjera raza la de los adultos, la de los hombres y las mujeres. Qué extranjeros y absurdos, nosotros. Qué fuera del mundo y hasta del tiempo. Ya no éramos niños. De pronto ya no sabíamos lo que éramos. Y de manera más específica aún cuando asume el dolor que le pueden llegar a provocar esas realidades: ¿Cómo es posible sentir tanto dolor a los catorce años? Era un dolor sin gastar.

 Estamos, pues, ante una iniciación a la vida, al dolor, al despertar de la amistad y el amor, a la conciencia de las diferencias ideológicas y sociales, y aun a los terribles efectos del odio, como advierte en su propio primo, capaz de acusar en falso por la envidia de no ser hijo de a quien admira y por quien su madre suspira: Jorge de «Son Major», un ser solitario que aparece ante los lugareños, él y su casa y su velero, Delfín, como la mismísima encarnación de Lucifer y, como este, lleno de atractivo y capacidad de seducción: [Borja] Deseaba imitarle, ser algún día como él. Jorge de Son Major fue un tipo raro, un aventurero que dilapidó su fortuna de un modo absurdo —según la abuela— en extraños y pecadores viajes por las islas. Pero a los ojos de mi primo era únicamente un ser fantástico. También estamos ante un proceso de afirmación femenina que se opone a ese mundo de hombres que pretende dominarlo todo, y, en este caso, lo advertimos en cómo se posiciona Matia frente a su primo Borja cuando ambos exhiben sus «poderes»:

—Bueno, tú no tienes nada que temer, siendo buena chica.

 —Seré como me dé la gana, mono idiota.

         Primera memoria ahonda, pues, no solo en los recuerdos de adolescencia de la protagonista y en cómo va reaccionando esta en un mundo en el que aparece como una invitada no esperada ni deseada; un mundo que va conociendo al mismo tiempo que se aguza en ella un alto sentido de la observación de las psicologías de quienes la rodean y, por supuesto, de la suya propia: porque el descubrimiento de los demás es el reverso del de sí misma. La aguda sensibilidad para la percepción de los colores, los olores, los sabores, los matices de la luz, los registros psicológicos y el valor evocador de los objetos nos regala una novela detallista y lírica que no desatiende, antes bien todo lo contrario, la narración del descubrimiento de las historias entre ocultas y fantásticas que rodean a los personajes que pueblan el mundo de la protagonista, sumida aún, por lo que hace a sus referencias literarias, en el mundo de las narraciones infantiles de las que la realidad la va despegando, Peter Pan entre ellas… La proximidad del mar, de la aventura, de los misterios, de la tragedia: recodemos que a poco de empezar la novela descubren ella y Borja, junto a su barca, el cadáver del padre de Manuel, «ejecutado» por sus propios hermanos. No hay, pues, una recreación «infantil» de dicha memoria, sino una novela adulta que se adentra en cómo reacciona la mente de una joven de catorce años que se asoma definitivamente a su condición de mujer en un ambiente muy conservador en que se rechazan las extravagancias y los espíritus libres que no se ajustan al molde de las tradiciones seculares.

         La lectura de Primera memoria tiene, para cualquier creador, algo de reto, porque, leyendo páginas tan precisas y preciosas, no es extraño que el lector sienta el impulso de recrear su propia «primera» memoria, porque todos hemos vivido esa transición de la pubertad a la madurez inicial, del mundo de las figuraciones infantiles a los hechos crudos y duros de los adultos. Nada como la lectura de esta novela para generar y fortalecer dicho impulso.