1 de noviembre de 2019

El nuevo paradigma político argentino.

Así como 2015 marcó un cambio de época con la derrota electoral del peronismo (o una etapa del peronismo: el kirchnerismo) y el arribo franco de la derecha al gobierno por primera vez por los votos (salvo de la derecha camuflada de peronismo durante los años 90 del siglo pasado), las elecciones de 2019 marcan el regreso del tercer movimiento histórico argentino a la Rosada. Esto implica la aparición de un nuevo paradigma político en nuestro país ya que luego de dos fracasos consecutivos de la UCR en hacer pie en el panorama político estando en el poder (con el gobierno fallido de la Alianza y el papel despreciable en el de Cambiemos) creemos que se ha conformado una nueva doble hegemonía política electoral: el kirchnerismo-peronismo por un lado y el antikirchnerismo-peronismo por otro, representado desde 2015 por el macrismo pero que de ahora en adelante tomará quizás otra identidad. Esta bipolaridad política probó su fuerza con los resultados de agosto y octubre y parece proyectarse hacia el futuro con fuerza.


La revolución se terminó.

Con los resultados de las elecciones generales de octubre se concretó el fin del gobierno de Cambiemos. O la debacle de la Revolución Macrista que anunciamos aquí en junio(1), basados en lo que adelantamos oportunamente que produciría la jugada maestra de Cristina al ungir a Alberto Fernández como candidato a presidente y colocarse ella como vice. Ese final, ese derrumbe del gobierno macrista derivará muy probablemente en un posterior quiebre de la alianza electoral antikirchnerista denominada Cambiemos, nacida al calor de la oposición al segundo gobierno de Cristina y conformada por el PRO y la UCR con la misión tácita de ganarle las elecciones de 2015. Una vez en el gobierno, el macrismo asumió el poder total de la coalición, ninguneó a la UCR y ejecutó la que aquí(2) llamamos Revolución Macrista.


Los fríos números de una elección caliente.

En los comicios de este año se produjo un fenómeno electoral no deseado por la reforma electoral de 2009 con la creación de las PASO. Diseñadas para funcionar como internas de todos los partidos o alianzas electorales, con el propósito de definir las distintas candidaturas para las elecciones generales primarias de cada turno electoral, la sociedad las utilizó como verdadera primera vuelta electoral, colocando de facto al Frente para Tod@s y a Juntos por el Cambio como las dos opciones más votadas, por lo tanto la verdadera primera vuelta electoral fungió de cuasi-balotaje, repartiendo entre ambos casi el 89% de los votos. Esa fuerza centrípeta de ambas agrupaciones logró disminuir y casi diluir a las otras cuatro fuerzas políticas que competían. Y esa fue la causa por la cual los resultados finales (con el 97% de las mesas escrutadas) causaron sorpresa en la mayoría de los argentinos, al comparar las cifras con las producidas en las PASO. Para evitar confusiones debido a que en las PASO los porcentajes se toman considerando el total del padrón y en la primera y segunda vueltas sólo los votos afirmativos, debemos considerar sólo la cantidad de votos obtenidos por cada candidato y no los porcentajes. Un buen análisis de esto se encuentra en esta nota de Raúl Kollmann.
Así se explica el aumento de votos de cada fuerza beneficiada en esta primera vuelta que funcionó como balotaje. El macrismo supo atraer votos de los demás candidatos de la centro derecha y derecha, más la gran mayoría de quienes no votaron en las PASO. El kirchnerismo hizo lo propio con algunos votos de la izquierda y algunos de los ausentes en las primarias.
Esto demuestra que el oficialismo, con su cambio de estrategia electoral de último momento (abandonar los modos electorales de la dupla Peña-Durán Barba y adoptar los del peronismo) supo sumar la mayoría del millón y medio de nuevos votantes de octubre. Sin embargo, hay que relativizar este logro, ya que (además de que faltan muchas mesas por relevar y que la gran mayoría son del conurbano bonaerense donde los Fernández sacan mucha diferencia) el macrismo contó para ello con una cobertura mediática inédita en tiempos democráticos, los tres presupuestos propagandísticos más grandes del país (nacional, de la provincia y de la ciudad de Buenos Aires), los servicios de información y el apoyo multimillonario de dólares del FMI para mantener con alambres la economía nacional hasta las elecciones. Así y todo, es probable que se agrande la diferencia a favor de la fórmula ganadora y veremos finalmente que Juntos por el Cambio fue vencido holgadamente por el Frente de Tod@s, con una capacidad mediática ínfima y medios económicos reducidos. Macri para ganarle a Scioli necesitó una segunda vuelta y lo hizo por sólo 2,48%; en cambio fue derrotado en la primera vuelta por entre 8% y 10%, y estando a cargo de los tres principales oficialismos del país.
De todos modos, si comparamos los resultados de las primeras vueltas de 2015 y 2019 podemos sacar algunas conclusiones provisorias más, esperando los resultados finales. Con un porcentaje similar de mesas escrutadas en ambos casos vemos que la jugada de CFK fue sumamente acertada porque logró la unidad del peronismo (junto con algunos partidos satélites) y alcanzó casi 12.500.000 votantes y más del 48% de los votos, cuando en 2015 había sacado menos de 9.400.000 y el 37%.
Igualmente eficaz fue la táctica de último momento del oficialismo, que agregó al fichaje del camaleónico peronista Pichetto, impuso un énfasis al antikirchnerismo de sus filas y a la vez peronizó la campaña con una caravana populista en los últimos días, logrando captar el voto de derecha que no tuvo en las PASO. Por eso pudo mejorar los números logrados en 2015, y pasó de aproximadamente 8.601000 y el 34% de los votos a casi 10.500.000 y el 40% de los votos.
Veamos todas las cifras:



Incluso vemos que se repite la distribución geográfica de los votos de 2015, hasta casi iguala la distribución regional, lo que demuestra que la división ideológica-económica de las preferencias políticas no han variado a pesar del desastroso gobierno macrista, y repite el mapa electoral donde Cambiemos/Juntos por el Cambio tiene primacía en las zonas de mayor producción agropecuaria e ideológicamente antiperonista o antikirchnerista; división nacida luego del conflicto por la 125 ocurrido en 2008.
Veamos sendas comparaciones de mapas por provincias y por regiones, a la izquierda los resultados de 2015 y a su lado los de 2019:





El gran cambio entre 2015 y 2019 se da en los resultados de la provincia de Buenos Aires, donde vemos que el kirchnerismo-peronismo pasó de menos de 3.100.000 votos y el 35% de los votos y una exigua distribución regional a más de 5 millones de votos y más del 52% de los votantes, gracias quizás (además del paso del tsunami macrista por la economía nacional) a que contaba con un mejor candidato, una campaña bien peronista, la unidad partidaria y la ineficacia de las campañas mediáticas en su contra. Superando incluso la suma de votantes de Aníbal Fernández y de Sergio Massa en 2015.
Veamos los resultados:





En la capital del país, en cambio, Macri logró el 52% de los votos con un poco más de un millón de votos, mejorando su 50% de votos con 990.000 votantes de 2015, y al kirchnerismo-peronismo unido a pesar de abrir generosamente sus filas a nuevos partidos y sus candidaturas a figuras extrapartidarias, no le alcanzó con superar su 24% de votos y 470.000 votantes de 2015 y alcanzar el 35% de votos y poco más de 700.000 votantes; incluso no atrajo la totalidad de los casi 300.000 votantes que tuvo Massa en 2015.
Veamos las cifras:




A rey muerto, rey puesto.

Este importante triunfo, además de realzar la estratégica y sorpresiva jugada de Cristina Fernández y el elaborado entretejido de alianzas de Alberto Fernández, genera un nuevo paradigma político en Argentina. La fuerza que llegó al gobierno con la misión tácita de borrar al kirchnerismo del panorama político nacional llega a su final sin lograrlo y habiendo empeorado todos los problemas recibidos del kirchnerismo, todos y cada uno de los guarismos económicos y sociales y se retira enemistado con casi todos los poderes económicos que le ayudaron a llegar a la Rosada. Sólo lo apoyaran los dos o tres sectores altamente beneficiados con sus políticas económicas y algunos gobiernos extranjeros.
El nuevo movimiento político nacido al calor de la debacle macrista consigue ganar en el resto del país, gobernará la mayoría de las provincias, y se propone conformar un acuerdo político-económico-social para enfrentar los grandes problemas que deja el gobierno. Esto no sólo lo dota de la iniciativa política en los primeros meses de gobierno sino que contará con la fuerza política en ambas cámaras del Congreso (con legisladores propios o con alianzas) para consolidar su programa de gobierno.
Del otro lado, la alianza macrista seguramente enfrentará un período de crisis política (la que ya se vislumbra) más aún observando los resultados electorales. El radicalismo no seguirá callado frente al ninguneo presidencial de estos 4 años de gobierno de Macri; Rodriguez Larreta seguramente disputará el liderazgo del presidente, envalentonado por sus propios guarismos en el principal distrito del PRO, donde incluso obtuvo un envidiable 55% de votos, algo que Macri nunca arañó en primera vuelta. La gobernadora Vidal, luego de su derrota estrepitosa y en el llano, deberá recostarse en el Jefe de Gobierno de CABA, su mentor y aliado interno.

Este presente nos ofrece un panorama futuro donde aparecen dos grandes polos, uno de centroderecha (el actual oficialismo) y uno de centroizquierda (el nuevo oficialismo), orbitados por grupos menores de derecha e izquierda que no afectarán los rendimientos electorales de los polos mayores por varios años. No será un bipartidismo, sino un sistema similar al de la argentina del siglo XX, donde la centroderecha ocupará el lugar del viejo conservadurismo de principios de siglo o del radicalismo que enfrentó al peronismo, y la centroizquierda, personificada por el fernandecismo (por ambos Fern@ndez), ocupará el lugar del yrigoyenismo, peronismo o kirchnerismo en sus respectivas épocas.
Como dijimos aquí(3), este nuevo movimiento cuenta con varios posibles líderes para suceder a los fundadores, algo que no pudieron lograr los movimientos populares anteriores (yrigoyenismo, peronismo, kirchnerismo). Esto también contribuye a que arriesguemos que ha aparecido un nuevo paradigma político en nuestro país, y que esta irrupción política reconfigura no sólo al frente gobernante desde diciembre sino también el panorama de la oposición, la que deberá adaptarse ante esta nueva realidad si no desea diluirse y resignarse a perder elecciones o desaparecer.







10 de octubre de 2019

El inesperado “enroque de Dama K” o la solución para el eterno retorno de los movimientos populares.

Luego del magistral y sorprendente enroque de Dama en la dupla Fernández-Fernández ideado por Cristina (que descolocó tanto al oficialismo y a la oposición no kirchnerista como a casi todos los kirchneristas), y que la lleva a la vicepresidencia y a Alberto a la presidencia (analizado aquí en su momento)(1), es momento de señalar un aspecto poco analizado de esa estrategia. Es el hecho de que la consecuencia lógica de esa jugada no es sólo la condena de Cambiemos o Juntos por el Cambio a la debacle final de su presidencia, y de su existencia como agrupación, sino que al coronar al Frente de Todos con el gobierno también brinda a este movimiento político nacido en 2003 una forma inteligente de solucionar el problema principal de los movimientos populares latinoamericanos hasta el presente: la sucesión segura en sus liderazgos.
Es harto analizado y debatido dentro de esos mismos movimientos políticos cuál debería ser la estrategia para asegurar la continuidad en el gobierno al finalizar una presidencia limitada en su reelección. Para ser breve con los ejemplos, sólo mencionaremos algunos casos de esa disyuntiva histórica repetida. Hipólito Yrigoyen no pudo consolidar en su movimiento una sucesión exitosa. La fórmula ensayada por el líder radical (al no haber reelección en ese entonces) fue bendecir a un correligionario aceptado por el establishment de la época (Marcelo T. de Alvear) para luego retornar él mismo al poder en su segunda presidencia. La estrategia falló porque su delfín no sólo dividió al partido en “personalistas” y “antipersonalistas” sino que no hizo nada para evitar el derrocamiento de Don Hipólito y terminó criticándolo ácidamente una vez caído en desgracia.
En el caso del peronismo, Juan Domingo Perón nunca avaló sucesores, quizás para curarse en salud frente al antecedente radical. Incluso desde el exilio mantuvo una prescindencia estratégica frente a las diversas alas que se disputaban la conducción local de su movimiento, cambiando de interlocutores o voceros como de medias. El liderazgo de Perón nunca estuvo realmente en cuestión, y cuando lo estuvo con aquel “peronismo sin Perón” promovido por Augusto T. Vandor, el viejo caudillo actuó rápida y terminantemente, cortando de cuajo la movida.
En el caso del menemismo, no sólo su líder evitó dejar descendencia, al estilo de Perón, sino que cuando el sucesor apareció naturalmente, como en el caso de Eduardo Duhalde (porque Menem no pudo forzar su re-reelección) no dudó en boicotear la candidatura de su exvicepresidente y contribuir a que gane la oposición.
Lo mismo podemos señalar en recientes ejemplos regionales: el chavismo en Venezuela, el lulismo en Brasil, el evismo o moralismo en Bolivia, que tuvo que pergeñar una re-reelección de Evo Morales para evitar este problema, aunque el futuro dirá qué sucede luego de su último período presidencial. Un caso similar es el de Ecuador, donde la imposibilidad de Rafael Correa de ser candidato lo obligó a elegir a su anterior vice, Lenin Moreno, como presidente, y que posibilitó la traición que observamos hoy en día. Sin embargo, la presencia de Cristina en la vicepresidencia ahuyentaría esta posibilidad.
La solución lógica para este problema sería, por supuesto, la reelección indefinida, pero esto dista mucho de ser potable debido a la acendrada resistencia del sentido común regional, aunque las élites latinoamericanas justifican la reelección indefinida de mandatarios europeos con tanto fervor como reniegan de ella en nuestras tierras.
La solución ideada por Cristina es una variación de la que intentó el kirchnerismo desde su orígen. La táctica entonces era instalar una reelección indefinida de facto, al intercalar sendas presidencias kirchneristas de Néstor y Cristina, eludiendo el impedimento formal de sólo dos mandatos consecutivos para un presidente. Lo que arruinó entonces esa táctica fue la intervención de la naturaleza: el fallecimiento de Néstor rompió la continuidad y el kirchnerismo tuvo que apelar a una única reelección de Cristina. En 2015, el movimiento apeló a una solución de compromiso ya que Scioli no era la continuidad natural de Cristina, aunque era el que medía mejor en las encuestas; sin embargo esta jugada estuvo a tan sólo un 1,5% de los votos de lograrlo.
Y finalmente, la líder indiscutida de esta versión de los movimientos políticos populares pergeñó (aun a pesar de que las encuestas la daban por segura ganadora en 2019) esta novedosa estrategia: ungir a un hombre del riñón del kirchnerismo originario, y a su vez crítico de muchas medidas de su presidencia, y colocarse ella misma en un segundo plano, como miembro de la fórmula presidencial portadora de los votos y garante ideológica del próximo gobierno. Esto no sólo consolida los votos necesarios para ganar en primera vuelta sino que los incrementa, logrando además una masa crítica de poder para permitir al gobierno realizar los cambios necesarios para transformar el país, recuperar los logros económicos y sociales de las tres presidencias kirchneristas anteriores, y quizás consolidar la sucesión del peronismo-kirchnerismo o como termine llamándose esta nueva versión de movimiento político popular mayoritario. Luego se le abren varias combinaciones posibles para una sucesión exitosa más allá de 2023: apelar a la continuidad del tándem Férnández-Fernández por cuatro años más o a una nueva generación de kirchneristas exitosos, tipo Axel Kicillof, Verónica Magario u otro gobernador, etc. Eso se verá más adelante, pero lo que sí parece saldado es el problema sucesorio de la versión actual de los movimientos políticos populares argentinos.




27 de agosto de 2019

¿“Derrota sorpresiva” o “Crónica de una derrota anunciada”?

Tras la apabullante derrota electoral del macrismo, las voces hegemónicas del periodismo vernáculo expresaron su sorpresa ante las cifras que revelaban las urnas. Pero no sólo la prensa se mostró sorprendida, también afectó a los llamados “mercados” y el empresariado nacional, quienes se suponía que contarían con información más precisa sobre el discurrir de la política nacional. Incluso se rumorea que el gobierno se habría sorprendido, algo que debería preocupar aún más al establishment al darse cuenta en quien habían depositado su confianza para cambiar a la sociedad.
Pero ¿fue realmente sorpresiva la derrota del oficialismo? No, definitivamente, no. Todos los datos políticos y económicos de estos últimos años indicaban que no sólo era posible esperar una derrota del oficialismo, sino que mostraban a una oposición finalmente unida y dando los pasos correctos para alzarse con el triunfo en los comicios. Incluso las encuestas más serias señalaban una ventaja clara del Frente de Tod@s. Sin embargo, primó el microclima mediático favorable al gobierno, o manipulado por el gobierno y sus medios afines. Pero este microclima no sólo afectó a la ciudadanía de a pie sino, como hemos visto, también a la clase empresaria, a muchos “intelectuales” y analistas de TV y a los “mercados”. Sin embargo, no todos estábamos inmersos en este microclima difundido a más no poder por los medios de difusión, no todos adheríamos a esta manera de analizar la sociedad y la política nacional. Tampoco es la primera vez que sucede un fenómeno así, aunque esperemos que sea la última.  Recordemos lo que sucedió en 2011. En agosto de ese año, tras el resonante triunfo de Cristina Fernández por el 54% de los votos, nosotros, entre otros, nos preguntábamos aquí(1):
¿Fue éste un sorpresivo triunfo arrollador de Cristina o la "opinión pública" tuvo una basura en el ojo que le nubló la vista? Es lógico que hoy los medios, con el diario del lunes revoloteen alrededor de las posibles razones del arrollador triunfo de la presidenta en las pasadas elecciones primarias, y en la sorpresa de los políticos y conglomerado mediático opositores y mucha gente de a pie ante la realidad de los resultados.”
Y concluíamos que no, que era previsible, que había muchas pistas en la sociedad que anunciaba ese triunfo del oficialismo, que además nosotros mismos lo habíamos previsto y que no éramos los únicos, que habíamos sido muchos pero que había primado el aparato mediático y el microclima que había creado y que ejemplificábamos con la basura en el ojo de la opinión pública.
Lo mismo podemos decir ahora. En estos años de gobierno macrista estuvieron presentes las señales que anunciaban esta derrota, y más aún en este último año, por lo menos para quien quería verlas. Para quien seriamente o con honestidad intelectual quisiera analizar objetivamente la sociedad. Para ejemplificar esto revisemos lo dicho aquí mismo. En junio elogiábamos aquí(2) la táctica utilizaba por Cristina para patear el tablero político al dar un paso al costado sin salir de la escena y conformar el triunfo de la oposición en estas PASO y prefigurar el de octubre:
“La función de Alberto es la ejecutiva en un probable gobierno peronista, además de congregar tras la fórmula a la mayor cantidad de tribus peronistas, de movimientos sociales y gremiales para lograr un caudal de votos suficientes para ganar en la primera vuelta, asegurando una cantidad de diputados y senadores que fortalezcan al movimiento que gobernará a partir del 10 de diciembre.
Y la función de Cristina en el gobierno Fernández-Fernández será funcionar de reaseguro ideológico del gobierno y seguro de recambio ante cualquier embestida institucional que intente el establishment contra el presidente Alberto.
La clave de este movimiento táctico es conseguir lo contrario de lo que el establishment logró en 2015 y 2017: dividir el antikirchnerismo. En las dos elecciones generales anteriores, el establishment pudo dividir al peronismo en kirchnerismo y antikirchnerismo, y al resto de la masa votante en peronista y antiperonista.
Cambiemos pudo en la primera vuelta de 2015 partir de su caudal de antiperonismo y sumar el antikirchnerismo y el voto independiente o apartidario y llegar a la Casa Rosada en la segunda vuelta.
El antiperonismo histórico suele rondar el 35% o de los votantes o más, como sucedió en 1973 cuando la fórmula Perón-Perón logró el histórico 62% de los votos, o en 1989 cuando Angeloz logró reunirlo enfrentando a Menem-Duhalde.”
(…)
Ante este panorama, el gobierno logró afianzar a Macri como líder de su espacio e intenta consolidar su núcleo duro (que amenaza adelgazar debido a la crisis económica y de credibilidad presidencial) con la incorporación de Pichetto y sus votos imaginarios. Pero tiene enfrente la dura tarea de recuperar aquel 34% obtenido en la primera vuelta de 2015 para llegar a la segunda vuelta, y entonces intentar el sueño de alcanzar aquel lejano 51,24% de los votos que lo llevaron a la Casa Rosada en su mejor momento, cuando todo eran promesas y esperanzas y no fracaso, crisis económica, social y de la palabra presidencial como sucede hoy.
También advertíamos que en el caso de un triunfo en primera vuelta de la fórmula de los Fernández representaría un golpe fatal al gobierno, y lo llevaría en camilla hasta el 10 de diciembre, en el mejor de los casos”.

En este caso, ni los más optimistas esperaban que las PASO se convirtieran de hecho en la primera vuelta, que fue lo que sucedió y ahora cobra otro valor lo que decíamos entonces sobre la derrota del oficialismo en la primera vuelta.

El panorama electoral que llegó hasta las PASO fue similar al que advertíamos en abril que sucedería(3): “podemos arriesgar que se consolidarán dos polos opuestos y complementarios en el electorado, representados por Macri y Cristina Fernández; los que acapararán la mayoría de las voluntades electorales.
Dentro del sector macrista se agruparán quienes son fuertemente macristas (la mayoría, quizás, antikirchneristas) con un techo de 30% de los votos, similar a los votos obtenidos por Cambiemos en la primera vuelta de 2015, en el mejor momento del macrismo. El desafío para este espacio es repetir esos guarismos; y sería una utopía que logre el 51% de votos logrado en el balotaje, luego de una gestión que perjudicó los intereses de la mayoría de esos votantes que confiaron en él. Hoy en día, sin que haya comenzado oficialmente la campaña, Macri retiene alrededor de un cuarto del electorado, que es lo obtenido por Cambiemos en las PASO de 2015, cuando todavía no había cambiado su discurso, desde su cerrado neoliberalismo al falso e improvisado filopopulismo que lo acercó a muchos votantes de Cristina cansados de los 12 años de gobierno kirchnerista. Ese 25% de votos macristas se asemeja al porcentaje histórico (25%/30%) de la derecha argentina, racista y despreciativa de las clases populares, llamada históricamente antiperonismo.
Por el lado del sector kirchnerista, el desafío es lograr una unidad del campo popular (más allá del PJ) y perforar el techo que muchos encuestadores le asignan a Cristina (aunque ya lleva un par de techos perforados desde 2017); y la utopía kirchnerista sería recuperar el 54% que logró CFK en su mejor momento, en 2011. Cristina tiene un piso consolidado de 30% de votos, y es de ahí desde donde parte para lograr, gracias a una campaña surtida de muchos argumentos económicos y sociales, alcanzar el 40% de votos y superar a Cambiemos por 10 puntos para coronarse como presidente. O superar el 45% de votantes y hacerlo sin importar los guarismos que logre Cambiemos.
Desde diciembre de 2017 se está produciendo ese cambio en la oleada, y la población está madurando, requiriendo un cambio rotundo en el rumbo de la economía y en el proyecto de país. Similar a los producidos con la llegada del peronismo en 1945 o del kirchnerismo en 2003. Los primeros indicios ya se están viendo día a día, pero el ritmo se incrementará cuando se asienten las candidaturas opositoras, principalmente la de la expresidenta; y entonces se acelerará la fuerza centrípeta de ambos polos políticos mencionados. Y se harán más explícitos los apoyos a Cristina, aunque algunos de ellos parecían difíciles o tal vez imposibles hasta hace unos meses.”

Incluso en diciembre de 2018 se atisbaba claramente este escenario, por eso decíamos(4):
“No olvidemos tampoco que desde el día uno contó con la gestión de los tres principales gobiernos: nación, provincia y ciudad de Buenos Aires, con sus tres inmensos presupuestos, además de todas las fuerzas de seguridad nacionales (más los servicios de inteligencia) y de los dos más grandes distritos argentinos. Sin dejar de mencionar a los medios hegemónicos de difusión que (hasta hoy) apoyan fervientemente las medidas gubernamentales y tapan o minimizan cualquier fallo o corrupción que roce a Cambiemos, y agrandan o inventan cualquier caso de corrupción del kirchnerismo.
La principal debilidad del macrismo es la orfandad de logros económicos y sociales para enarbolar en la campaña electoral de 2019.
(…)
La letra K ha dejado de ser una propiedad del kirchnerismo para pasar a ser (gracias al mismo macrismo) un sinónimo de todo lo no Macri, y el antónimo de todo lo malo del macrismo. No tanto quizás por las virtudes del kirchnerismo sino de los errores o daños que la misma Revolución Macrista ha derramado en el país. Algo similar a lo ocurrido con el peronismo durante los años de la “Revolución Libertadora” y las presidencias posteriores. El odio que destila el gobierno y sus medios hegemónicos afines contra todo lo que huela a K permea amplias capas del pueblo víctima de esa economía, y al mezclarse con la decepción de los votantes de Cambiemos o el rencor de quienes no lo votaron ni en la primera vuelta ni en la segunda y va generando una reacción cristinista que puede generar (vaya paradoja) un cuarto gobierno kirchnerista.
Con la votación del presupuesto se produjo finalmente el parteaguas que diferencia a la oposición al macrismo del “paraoficialismo opositor" ante la sociedad. De ahora en adelante se verá el crecimiento de dos polos que podemos calificar de filocristinismo y filomacrismo, que crecerán en espejo, nublando cualquier otro polo político, más aún que en los comicios de 2017.”

Esta previsibilidad del triunfo de la oposición, desapercibida o ignorada por los medios de difusión y la “opinión pública”, no disminuye la contundencia de la
derrota del gobierno sino que la hace más estrepitosa. Es por eso por lo que desde el título hablamos de derrota anunciada. Puede que haya sido sorpresiva para la mayoría, pero no lo ha sido ciertamente para los analistas más serios, más imparciales o que simplemente realizaron su labor profesionalmente. También debemos destacar que quienes advertían que este panorama era el más probable para 2019 eran quienes contaban con menos espacio en los medios de difusión, reacios a difundir escenarios distintos a los deseables por el oficialismo.
Lo que también era previsible era el abrupto giro de campana de muchos periodistas, analistas y opinadores mediáticos sorprendidos por la derrota del macrismo y el triunfo del denostado por tantos años kirchnerismo o peronismo. Pero ese es tema de otra nota.
Terminemos entonces arriesgando qué puede suceder en el futuro más cercano. Es de esperar que el porcentaje de votos obtenido por los candidatos del Frente de Tod@s aumenten algo en la primera vuelta electoral, lo que hará más contundente aún la derrota final del movimiento político que llegó para realizar la que aquí siempre llamamos Revolución Macrista. Esto tendrá como consecuencia la disolución de lo que fue la alianza Cambiemos o Juntos por el Cambio, el movimiento político más exitoso de la derecha local, la que antaño llegaba al poder a través de golpes institucionales o copamiento de gobiernos de origen popular y que en 2015 pudo hacerlo en forma democrática y limpia. Los resultados de todas esas oportunidades fueron los mismos. Algo que hasta el menos precavido de los analistas debía haber esperado ante los primeros resultados económicos y políticos de este gobierno.
Pero no fue así. Sin embargo, insistimos en afirmar que más que sorpresiva, la del oficialismo fue una crónica de una derrota anunciada, aunque muchos no pudieron o no quisieron escucharla... La falla original de quienes se sorprendieron de los resultados de estas PASO, como de los resultados de las presidenciales de aquel 2011, es que no realizaron una correcta lectura no sólo de las encuestas serias sino tampoco de los resultados de las sucesivas elecciones desde el regreso de la democracia en 1983, ni de la historia política nacional. Ese es el universo de datos y hechos que se debe analizar para prever con algo de precisión el comportamiento político de los argentinos. Esa es materia de las ciencias sociales, un terreno no demasiado explorado por los políticos, analistas y opinadores de los medios de difusión.
Antes de arriesgar más conjeturas sobre los escenarios posibles que deberá enfrentar el nuevo gobierno, esperemos los acontecimientos de los próximos días para ver qué nos espera en la segura transición de un gobierno para una minoría a uno para las mayorías.


1) La basura en el ojo de la "opinión pública"... 17/08/2011

2) “Plan F.F.”:barajar y dar de nuevo. La división del antikirchnerismo y el fin de la Revolución Macrista. 17/06/2019

3) Balance político provisorio de la "Revolución Macrista" y sus perspectivas de corto plazo. 15/04/2019

4) El macrismo cumplió su tarea y está acabado pero ¿quién se hará cargo de su pesadaherencia? 13/12/2018


24 de julio de 2019

El voto argento. ¿Homo sapiens vs homo políticus?

Cada dos años se renuevan las discusiones sobre las razones del voto entre los argentinos, tanto en los hogares, lugares de trabajo, bares y reuniones de amigos como en los medios de difusión. Generalmente estos debates están teñidos de pasión pero escasos de fundamentos objetivos. Porque ¿cuáles son las razones por las que votamos los argentinos? ¿Todos somos homo politicus o sólo los ciudadanos politizados? Ante estas preguntas pueden esgrimirse varias razones: los humanos votamos por motivos ideológicos, motivos económicos (macro o microeconómicos), clientelares, por causas puntuales materialistas o simbólicas, movidos por simpatía o antipatía por el candidato, por la trayectoria del postulante o por la falta de la misma, porque el personaje les genera confianza o desconfianza, cariño u odio, por deseos de cambiar o mantener el status quo, etc. En el fondo de cualquier argumentación sobre las razones del voto está la dicotomía razón o sentimiento. Y, si lo enmarcamos en la historia argentina, en la polarización civilización o barbarie. Pero quien caracterice sus propias razones generalmente apelará a causas racionales: a un análisis del candidato o su plataforma o propuestas particulares, o de la trayectoria o personalidad del candidato, independientemente del nivel educacional, social o de ingresos económicos propios. Y, generalmente, para caracterizar las razones del voto de quien lo hace en forma distinta a la propia, se suele apelar a que "el otro" lo hace por razones no racionales sino sentimentales, por falta de información o educación o por motivos meramente materialistas o clientelares. Razones vulgares, indignas o mezquinas en definitiva. Y esto se ve en sujetos tanto de izquierda, de derecha o de centro. Sin temor a exagerar podríamos decir que una minoría politizada de una sociedad, independientemente de su ideología, considera que sólo ella vota en forma racional o ideológica, consciente, y que una mayoría del pueblo no lo hace de esa forma sino presa de influencias espúreas o por razones irracionales o sentimentales. Otra minoría puede acusar a quienes votan distinto de hacerlo por razones mezquinas, económicas en beneficio propio, de corto plazo o meramente clientelares. La vara para clasificar o calificar al voto del "otro" siempre es la propia, a la que se considera válida, racional, meditada, fundamentada y pura: impoluta. El parámetro a utilizar es nuestro voto, nuestras prioridades, nuestros valores, es decir: nosotros. Así nunca llegaremos a conocer las razones del voto de los demás, en definitiva, del pueblo.
Para evadir un razonamiento simplista, ramplón, tan común en mesas de café, mesas familiares o, lamentablemente, también en estridentes paneles de opinadores profesionales de TV, debemos apelar a un nivel un poco más objetivo, científico de análisis. Un buen comienzo es analizar fríamente los parámetros reales que rigen nuestro propio voto. ¿Cuántos de nosotros solemos leer las plataformas electorales de todos los espacios políticos antes de decidirnos por uno? ¿Cuántos conocemos la trayectoria y el pensamiento políticos de todos los candidatos antes de votar? ¿Y cuántos nos interesamos en conocer, aunque sea someramente, las propuestas de al menos dos o tres candidatos o partidos? Obviamente, muy pocos (por no decir nadie).
Es decir que, para ser sinceros, debemos reconocer que detrás de nuestro voto no hay un análisis racional y menos aún completo, exhaustivo de las propuestas, personalidades o trayectorias de quienes elegimos para que nos gobiernen. Nuestra decisión al votar no es objetiva, es principalmente subjetiva. No somos objetivos porque no somos objetos, y como sujetos es nuestra mente la que decide y, como veremos, la mente no es un instrumento que realiza procesos de análisis que consideran todas las posibilidades en igualdad de condiciones y escoge la más adecuada de acuerdo a un patrón objetivo o programa, como lo hace una computadora. Es por eso que debemos reconocer que (al igual que en cualquier parte del mundo) hay otras razones detrás de nuestro voto, bien alejadas de la sobrevalorada racionalidad del homo sapiens o, más concretamente, del homo politicus...



¿El homo sapiens es un animal racional o sentimental?


Según estudios sobre el funcionamiento de la mente humana, a pesar de lo que afirma el "sentido común", el 95% de las decisiones que toma a diario el homo sapiens (sí, nosotros) son emocionales. Aunque nosotros creamos que basamos nuestras decisiones en un análisis racional, otros motivos más emocionales son el origen de las mismas. Para la antropología somos una especie animal emocional que razona, y no al revés. La emoción nos mueve a la acción, en cambio la razón procesa las conclusiones. Por lo tanto, ¿el voto nace de la acción o de las conclusiones? Veamos qué dice la neurobiología al respecto, en boca de Estanislao Bachrach, doctor en Biología Molecular por la UBA, autor entre otros libros del exitoso Ágilmente de la editorial Random House Mondadori de donde provienen estos extractos:


(...) existen cada vez más estudios sobre el modo en que la excitación emocional positiva facilita el aprendizaje, aumentando la conexión neuronal y consolidando el cambio sináptico.

Durante muchos años creímos ser "seres racionales (cortex) con sentimientos (límbico)". Hoy, los científicos acuerdan que el interruptor central del cerebro es nuestra parte emocional.
Somos seres emocionales que aprendimos a pensar y no máquinas pensante que sentimos. Esto tiene lógica si pensamos que el límbico lleva más de doscientos millones de años sobre la Tierra y el córtex apenas cien mil años. Por esto, muchísimas
de las decisiones que tomamos en la vida son no conscientes, la gran mayoría de ellas está dominada por ráfagas de emociones (algunas liberadas de nuestra memoria, otras por emociones nuevas). Muchas veces nuestro consciente racional justifica decisiones que ya habíamos tomado antes de ser conscientes de ellas. En definitiva, el botón cerebral para comportarnos frente a las variadas situaciones cotidianas está más influido por nuestras emociones que por nuestra razón.
(...) aún somos más emocionales que racionales. Entonces, ¿razón o emoción? Ni una ni otra... Somos el resultado de una bella interacción entre ambas.


En estos últimos años, en los medios de difusión se idealizó al trabajo de los asesores marquetineros de la política, simbolizado por la tarea del asesor ecuatoriano del macrismo Durán BarbaVeamos lo que nos dice el diario La Nación sobre la visión que tiene Durán Barba sobre las razones del voto, rescatando frases y consejos del exitoso consultor político:



Todos los trabajos de Durán Barba tienen un eje estructurador que es el de cómo escucha el candidato o la política en general a determinado sentido común de una sociedad. Él intenta ajustar al candidato como a un surfeador en ese esquema.



De la palabra a la imagen.

Pero para el gurú del jefe de gobierno porteño los votantes se sienten atraídos más por el color, una sonrisa o un gesto que por los discursos cargados. No teme en asegurar que hay que hacer a un lado "las palabras que transmiten ideas" para aludir a "las imágenes que transmiten sentimientos".
"No se ganan las elecciones con criterios elitistas", afirma el Durán Barba.
"La discusión contribuye a fortalecer la democracia y a solidificar las instituciones políticas, pero no a ganar elecciones", postula el texto.
En "El arte de ganar" Duran Barba alude a dirigentes "que supieron adueñarse de los escenarios bailando o haciendo reir a la gente". Lo considera más efectivo que los militantes que vivan al candidato que habla desde un atril. Para ilustrarlo, recuerda que la visita de De Narváez al programa de Marcelo Tinelli en 2009 cuando aceptó el desafío de bailar reggaeton junto a su imitador. "Votame", "votate", "alica", "alicate", quedaron en el recuerdo colectivo.
No confrontar. Desde que se inició la campaña porteña Mauricio Macri no se cansó de repetir que no entraría en un "clima de confrontación" con sus rivales. 
Según "El arte de ganar", el votante siempre tiene la razón. Un buen candidato debe escuchar las necesidades cotidianas del vecino, sus esperanzas y sus sueños. "No hay que partir de lo enunciado por los expertos sino de los dichos de la gente común", postula.
"La gente común - continúa Durán Barba- tiene sus propias ambiciones y su propio concepto de felicidad. El candidato no es dueño de la verdad y no está para educar a los electores, ni para juzgarlos. Necesitan dialogar con ellos para comprender sus puntos de vista y sobre todo, obtener sus votos", explica el ecuatoriano.
Apuntar al elector "menos politizado y más desinformado"
"Cuando diseñamos una campaña nos interesan más los electores poco informados, los menos politizados, porque son ellos los que pueden moverse", explica el consultor.
"Hacer una campaña dirigida a partidarios duros que son capaces de sacrificarse concurriendo a algo tan aburrido como una manifestación, es tan absurdo como suponer que ellos representan los sentimientos de la mayoría", concluye.


Dice Lucas Guardo, en la introducción del libro de Durán Barba, "El Arte de Ganar", parafraseando al consultor político ecuatoriano del PRO:



La única verdad es la realidad (percibida por el elector).



Para ganar  una elección hay que estudiar al votante común, poco informado, que  conforma gran parte del voto indeciso que determina el vencedor. Si a ocho de cada  diez ciudadanos no les interesa la discusión  “izquierda o derecha”, tampoco importa para  armar una campaña. Este target electoral  tiene una visión menos rígida del mundo, y  puede cambiar de opinión si recibe un  mensaje adecuado.

Más allá de las posiciones ideológicas que pueda tener la persona, al momento de votar no lo hará razonando, sino guiado por sus sentimientos.
La política es pasión y cuando  un candidato le cae bien al  elector es probable que vote  por él.
Si le provoca rechazo, su voto estará perdido.
El planteo latente de Durán Barba y Nieto es  que la función del consultor político es ganar elecciones y para esto no hay que educar a  la gente, sino comprender el mundo desde  su óptica para conseguir su favor.(1)



Análisis final.



Los analistas suelen hablar del "mensaje de las urnas", como si el pueblo todo se hubiese puesto de acuerdo para transmitir ese mensaje; o calificar el voto en "voto bronca" o "voto de confianza", etc. En las ciencias sociales o en los medios de difusión masiva, esa generalización es errónea, porque sin datos concretos, tomados en “el campo", no deja de ser una opinión del mismo analista, basado en su percepción de la realidad, tan válida como cualquiera pero que no puede tomarse como "la verdad". Sin embargo, ahora podemos arriesgar que las personas votan personas, más allá de sus propias ideologías, visiones del mundo. Escogen a personas que proponen medidas de gobierno, rumbos políticos o modelos económicos, que expresan o representan ideologías o tradiciones políticas, pero que fundamentalmente tienen estilos, modos, aspectos físicos, trayectorias o personalidades. Es decir: la forma más que el fondo. El votante puede hasta incluso coincidir en la ideología, visión o propuesta de gobierno de un candidato, pero si no cree en él, no confía en él o no le cae bien, no lo votará. Y por el contrario, una acusación de supuesta corrupción es vista de diferente manera si es contra un político afín u opuesto al votante. Por ejemplo, ¿qué pensaron los macristas sobre el procesamiento de Macri por las escuchas de políticos opositores, familiares de víctimas de la AMIA y hasta de su cuñado? ¿Y de los actuales procesamientos del presidente? No creen que sea verdad o al menos lo minimizan. Y lo mismo pasa con los kirchneristas en relación con el procesamiento de Amado Boudou o los de Cristina Fernández de Kirchner.

Como vemos, lo humano está siempre por encima de lo ideológico o político (y a veces lo ético), aunque todo es humano en definitiva. Lo emocional prima por sobre lo racional, pero no lo excluye. De eso se compone el fundamento de los liderazgos: conseguir una sinergia entre ideología política y personalidad o carisma, una combinación que enamore (permítaseme la metáfora) al votante potencial. Debe valerse de la emoción y la razón para conquistar el voto: apelar a la mente y el corazón del votante.
Cualquier campaña que apele meramente a lo racional, a las cifras de la economía, al relato de la situación actual o pasada de la población o a las propuestas electorales adolecerá del necesario contenido emocional que interpele al electorado. Apelará sólo a la mitad de la mente de los electores.
La fe y la esperanza forman parte de esa mitad del homo sapiens que vota. Pero también debemos contar al miedo, el temor al triunfo de un candidato que haya sido demonizado previamente por los rivales y los medios de difusión. O temor al cambio, a lo desconocido; de la misma manera que la pulsión del voto puede ser la esperanza en un cambio, el deseo de cambiar el presente por un futuro incierto pero ideal, o idealizado.
Queda claro, entonces, que no es tan simple explicar por qué votamos lo que votamos. Cualquier intento de simplificar las razones de nuestro voto sólo logrará alejarnos de la verdad y, por lo tanto, sacar conclusiones equivocadas. Y basarnos en ellas no sólo para caracterizar el voto de los demás sino también el nuestro. Esa es la mejor manera de analizar, de "elaborar" nuestro voto ciudadano, de fundamentar nuestra elección política. O, tal vez, de analizar todas nuestras otras elecciones en la vida. Pero ése ya no es un tema para tratar en este blog.



17 de junio de 2019

“Plan F.F.”: barajar y dar de nuevo. La división del antikirchnerismo y el fin de la Revolución Macrista.

Y finalmente, un día la expresidente Cristina Fernández pateó el tablero con lo que podemos llamar “Plan F.F.” y aceleró las definiciones políticas de todos los sectores políticos, inclusive el suyo, el peronismo. Utilizó para eso dos de las características políticas del kirchnerismo: sorpresa y audacia. De la misma manera que cuando Néstor Kirchner sorprendió con su alianza con el poderoso Duhaldismo en 2003 (a cargo del Poder Ejecutivo), o cuando lo enfrentó en 2005 postulando a Cristina para diputada en la provincia de Buenos Aires enfrentando a Chiche Duhalde, y también cuando eludió la segura reelección de Néstor postulando a Cristina en 2007.
En 2019, el kirchnerismo sorprende al practicar un enroque de su dama, colocándola en el segundo puesto de la fórmula presidencial, asegurando así su gran caudal de votos y fungiendo de respaldo ideológico de la misma, y colocando a Alberto Fernández (un kirchnerista crítico de su segundo mandato y que se había alejado durante 10 años) en el primer término de la fórmula y en el primer plano político y mediático.
La función de Alberto es la ejecutiva en un probable gobierno peronista, además de congregar tras la fórmula a la mayor cantidad de tribus peronistas, de movimientos sociales y gremiales para lograr un caudal de votos suficientes para ganar en la primera vuelta, asegurando una cantidad de diputados y senadores que fortalezcan al movimiento que gobernará a partir del 10 de diciembre.
Y la función de Cristina en el gobierno Fernández-Fernández será funcionar de reaseguro ideológico del gobierno y seguro de recambio ante cualquier embestida institucional que intente el establishment contra el presidente Alberto.
La clave de este movimiento táctico es conseguir lo contrario de lo que el establishment logró en 2015 y 2017: dividir el antikirchnerismo. En las dos elecciones generales anteriores, el establishment pudo dividir al peronismo en kirchnerismo y antikirchnerismo, y al resto de la masa votante en peronista y antiperonista.
Cambiemos pudo en la primera vuelta de 2015 partir de su caudal de antiperonismo y sumar el antikirchnerismo y el voto independiente o apartidario y llegar a la Casa Rosada en la segunda vuelta.
El antiperonismo histórico suele rondar el 35% o de los votantes o más, como sucedió en 1973 cuando la fórmula Perón-Perón logró el histórico 62% de los votos, o en 1989 cuando Angeloz logró reunirlo enfrentando a Menem-Duhalde.
Pero ¿quiénes son estos votantes independientes o apartidarios? Son quienes están alejados del debate ideológico, quienes priorizan sus intereses económicos o sociales a cualquier explicación ideológica o debate político. Según Eduardo Fidanza, este sector representa un 60% de los votantes, que tienen un voto volátil, y que está dividido entre quienes podrían votar a cualquiera y quienes votarían a cualquiera menos a Macri o Cristina.


Sobre este universo de votos es donde la jugada táctica de Cristina tendría efecto. Se produjo así un barajar y dar de nuevo en la política de alianzas. Ante eso, la fórmula de los Fernández puede funcionar como arrolladora fuerza centrípeta y atraer a los votantes (no todos) que participaron de aquel sorprendente 54% de los votos de Cristina en 2011 y que luego se desperdigaron en las vertientes peronistas del massismo, el moyanismo gremial y otros grupos diminutos de peronistas antikirchneristas. Esa fórmula se convertirá en sinónimo de todo lo no Macri, al antónimo de todo lo malo de Cambiemos.
Lo que vemos que se está gestando hoy es la división del antikirchnerismo en porciones que adhieren fundamentalmente a las candidaturas de Macri-Pichetto, Lavagna-Urtubey o Espert-(?). Vale aclarar que allí también se encuentran algunos votantes peronistas antikirchneristas, para sorpresa de quienes hagan un análisis ahistórico de los conductas de los movimientos políticos populares autóctonos. Análisis que desconocen que se trata de una variante actualizada de la división personalistas/antipersonalistas que dividió y desangró al radicalismo en los años 20 y 30 del siglo pasado o a la que amenazó al movimiento peronista en los años 60 con el peronismo y el “peronismo sin Perón”.


Como decíamos aquí en abril en referencia al posible resurgimiento del kirchnerismo:
“Los primeros indicios ya se están viendo día a día, pero el ritmo se incrementará cuando se asienten las candidaturas opositoras, principalmente la de la expresidenta; y entonces se acelerará la fuerza centrípeta de ambos polos políticos mencionados. Y se harán más explícitos los apoyos a Cristina, aunque algunos de ellos parecían difíciles o tal vez imposibles hasta hace unos meses.

Eso es lo que estamos viendo actualmente, esa fuerza centrípeta acercó a la corriente kirchnerista con esas vertientes perdidas desde 2011. También se produjo la división de lo que parecía ser una alianza no-kirchnerista, llamada Alternativa Federal, que se desgajó tan rápido como había florecido, con la huída del massismo y de Pichetto del grupo, quedando allí sólo Urtubey con su manojo de votos norteños y que lo obligó a abrevar en la fuente de Lavagna y los restos del socialismo perdidoso de Santa Fe.
En el oficialismo se aceleró la crisis que asomaba en Cambiemos tras las recurrentes derrotas electorales a nivel provincial, de la mano de los triunfos del peronismo, que está dentro del Frente de Tod@s. Sumado a la aparición de la candidatura de Espert, que atrae el voto de la derecha económica más dura (y casi antipolítica), y que junto con la fórmula Lavagna-Urtubey también atraen los votos de centro que engrosaban aquel 52% de Macri en 2015.
Ante este panorama, el gobierno logró afianzar a Macri como líder de su espacio e intenta consolidar su núcleo duro (que amenaza adelgazar debido a la crisis económica y de credibilidad presidencial) con la incorporación de Pichetto y sus votos imaginarios. Pero tiene enfrente la dura tarea de recuperar aquel 34% obtenido en la primera vuelta de 2015 para llegar a la segunda vuelta, y entonces intentar el sueño de alcanzar aquel lejano 51,24% de los votos que lo llevaron a la Casa Rosada en su mejor momento, cuando todo eran promesas y esperanzas y no fracaso, crisis económica, social y de la palabra presidencial como sucede hoy.

¿Qué se puede esperar entonces del resultado de los comicios de octubre? Podemos especular largamente cuando no se han oficializado las fórmulas pero que no variarán mucho de lo que se conoce. Sin embargo, algo parece ser lo más probable: la fórmula Fernández-Fernández será la que más votos obtenga en octubre, probablemente seguida de la oficialista o, menos probablemente, de la de Lavagna-Urtubey. En este último caso el resultado de la segunda vuelta sería difícil de prever, ya que no se puede intuir el comportamiento de los votantes no macristas en esa instancia. En caso de que se dé un enfrentamiento entre Fernández y Macri en el balotaje la polarización será caracterizada por ambos espacios de manera distinta. El oficialismo lo hará entre el pasado autoritario y un futuro de venganza y caos en manos del kirchnerismo y un futuro de mantenimiento de los logros idealizados y esperanza encarnado en el macrismo renovado. En cambio, el kirchnerismo lo teñirá de los aspectos económicos y sociales perdidos durante el macrismo y la esperanza de recobrar lo perdido y avanzar en la consolidación de un país más justo encarnada en un kirchnerismo aggiornado.

Pero en el caso de un triunfo en primera vuelta de la fórmula de los Fernández, como dijimos aquí en aquella nota de abril: “representaría un golpe fatal al gobierno, y lo llevaría en camilla hasta el 10 de diciembre, en el mejor de los casos”.
En un par de meses y en plena campaña veremos cómo se irán perfilando los votantes, pero seguramente el establishment político-mediático-judicial utilizará cualquier arma a la mano para impedir el regreso de un movimiento popular, con más encono que nunca y a plena luz del día, ya que sabe que no sólo es su última oportunidad para consolidar el perfil de país que intentó imponer siempre y a cualquier costo, sino que sabe también que tiene mucho que perder si surge un cuarto gobierno nacional y popular (los tres primeros fueron el yrigoyenista, el peronista y el kirchnerista) el que con sólo restablecer una parte importante de los logros del último se asegura la reelección en 2023.


Es por eso que afirmamos ya desde el título que con este barajar y dar de nuevo provocado por la sorpresiva jugada de Cristina Fernández, la consecuente división del antikirchnerismo provocará el fin de lo que hemos llamado la Revolución Macrista.

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