1. Qué cambiazo eso de la gente por las profesiones. Es horrible y triste ver como gente que más o menos puede tener ciertas inteligencias, se ve borrado de súbito por la profesionalización de los que haceres. Ya no hay gente, sino profesionistas. Es decir, gente que cree que sabe lo que hace. O que por lo menos aparente saber lo que hace, ya da lo mismo si cree que sabe o no sabe con tal de que lo parezca.
2. Sería esa la gracia que podían conservar las mujeres cuando tenían ese pecado tan gordo de no trabajar. Bueno sí, trabajaban al servicio del señor de la casa, pero bueno, eso se arreglaba con cuatro pegos y listo. Y eso de que se llevara en la intimidad y no revistiera mayor dificultad que mantener la casa en orden y la cena lista, y más bien el trabajo (si acaso le daban esa cualidad) era manual, físico... humillante. Tan humillante o más como el de los campesinos o albañiles. Nada que ver con los profesionales de las cosas que hoy abundan por aquí y por allá. Y las pobres mujeres, pasaron de renunciar a ese trabajo de humillación ante el marido (al que después podían, si el susodicho se dejaba ir envenenándole el día a gritos y revueltas, a trastazos o besos y no dejarle tan en paz de su dominio) para caer en las garras del Dios y amo incuestionable y que reina con una paz tan árida que miedo da. El dinero, claro.
3. Y la cosa no sería tan grave, ¿verdad?, si todo esto de los profesionales se limitara a su basta incompetencia para hacer las cosas. Es decir, demostrar con su pretención de saber hacer una cosa, es casi proclamar no saber hacer nada de lo demás... Eso, bien mirado, no sería tan malo, porque por lo general estos profesionales a lo único que se dedican es a administrar la basura y muerte que despide el sistema, público o privado, da lo mismo. Y si la administración de la mierda no fuera tan eficiente, ¿qué duda cabe que la cosa sería mejor?
4. Pero la cuestión va más allá, hasta la fundación misma de la Persona como profesional. Porque ya de pronto al separarse del cuerpo vivo del pueblo (desidentificarse finalmente con el ama de casa humillada por el Señor) pues ya el que sabe tiene, por fuerza, que estar por encima del que no sabe. Y por tanto creer que siempre uno es quién toma las desiciones y manda y vota y compra y elige y decide el canal televisivo para ver. En resúmen, seguimos siendo la misma ama de casa, humillada, vilpendiada, a la misma vez que tenemos el control de las cosas.
5. De esta manera el trabajo mismo constituye a la persona y la hace ser la que es. Con todo el padecimiento y dominio que tiene un par de la cópula sobre el otro. Y en esta doble predicación errónea (puesto que una cosa no debe predicarse doblemente, mucho menos de un verbo tan poco parecido a un predicado como el de "ser") es el que se haya como clave de bóveda de este sistema que padecemos.
6. Nadie, por cierto, puede decir por esto que digo que "está mal trabajar". El trabajo es lo último que importa en esto de las profesiones. Más bien, tal y como se puede ver en el escalafón jerárquico de los trabajos, parece ser que un empleo tiene más prestigio entre menos trabajo implique. Así el campesino y albañil son despreciables y molestas; y en cambio, los políticos y banqueros siguen guardando el prestigio que conlleva ese puesto de trabajo que es su puro nombramiento.
7. Y por cierto, no podemos menos que hacer notar como este tinglado tecnodemocrático sigue siendo, a grandes rasgos, la construcción del platonismo ya bastante añejo y pasado por el cristianismo y sobre todo Hegel. Esto es, ver que el cumplimiento de la idea de la civilización es precisamente este momento de la historia en la que las personas solo asisten al cumplimiento de su destino en el trabajo: ser ellos mismos.
8. Cabe señalar, finalmente, que esta realización del destino de la persona (que no es sino hacer lo que ya estaba mandado hacer desde siempre, desde que el hombre asumió la tarea de hacer el Reino de Dios sobre la tierra a través del perfeccionamiento técnico de los empleos -sin trabajo- y las ideas), no tiene nada que ver con la vocación sino más bien al contrario.
9. La vocación es llamado. El vocativo siempre tiene que ser invocado por otro. Cualquiera que siga la vocación, precisamente lo que hace es alejarse del mandato al cumplimiento de su destino: es salirse del camino de la condena a lo hecho desde siempre y correr el riesgo de jamás realizarse. De no ser el mismo. De admitir ese llamado de otro y vivir para eso otro que no es uno.
10. Claro que las operaciones de domestiación de la vocación están a la orden del día. De hecho, es en la vocación donde el sistema tecnodemocrático del individualismo ve su punto límite de su éxito. Es decir, si un ecritor, poeta, artista o lo que fuera, siguendo su vocación consigue el éxito, ve reflejado en él y sirve como ejemplo para ver de qué manera el cumplimiento del destino es precisamente "el suyo". Y trocan así la pasión por la voluntad. El desvivirse del artesano por la obra (desvivirse por otro) en una voluntad del artista: en un trabajo positivo.
11. Este cambiazo es la razón por la que el arte ya no sirve para nada sino para venderse...
11 (bis). Lo mismo que la gente.
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