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miércoles, enero 23, 2013

Bosque de álamos negros...

(Río la silla - Sara L. Sánchez Chávez)


Vamos al bosque y arroyo,
bosque de álamos negros,
a soñar el andar de las nubes
y cantar con pájaros ciegos.
Vamos, toma mi mano
a perdernos en troncos inhiestos,
entre humillo de paixtle
y tierna cama de helechos,
moras de dulce azul
de la morera comeremos,
del arroyo leche de erizos,
salpicón de berberechos,
siembras de soles violetas
en las copas de los cerezos.
Agua nueva de la fuente
con buena sed beberemos,
higos verdes al desayuno
con suaves tes de poleo.
Ahí, tú y yo y nuestra
jauría de frágiles perros,
a vivir, holgar, retozar,
sin ningún futuro ni empleo,
a dejar que los nombres
se olviden como los sueños,
que nuestra memoria
se vaya en lomos de tiempo.
Serás tú la soberana
morena reina de los enebros,
coronada con una diadema
de frutos y floresde almendro,
y alhajas y anillos de 
gualda retama y lila de brezos,
con corte de lobos de oro
y un borrego almizclero,
linces salvajes, burros,
gallos de plata y corderos
lechales, mirlos, garzas,
verderones y mochuelos,
un carruaje tirado
por diez blancos conejos,
armónicos coros de ranas
cantando ¡vivas! en el piélago,
un alto y fornido caballo
de mil soles moreno,
hilos de telas de araña
bordeando encaje en tu pecho.
¡Toma esa larga, nudosa
y fina rama de enebro!
Es un bastón, es espada
y es también remo
que nos lleve y traiga
vera el río al océano.
Ya verás tú qué es lo 
que pasa de bueno.
Escribiremos coplillas
cartas, adivinazas y versos
sobre papelotes morados
de moneda que llaman dinero.
Aquí no hace falta; no hace
falta siquiera el deseo.
Aquel que algo quiera,
agua, amor, alimento,
calor, huerto o sombra,
juego, manzanas o besos
basta con solo pensarlo
y nombrarlo para tenerlo.
Junta pues a tus bestias,
alza ante ellos tu cetro
y gobierna con tu bondad 
de buen singobierno.
¡Este bosque escondido
será por siempre tu reino!
La verde frontera
de este a oeste del cerro!
Ve por ahí y cuéntale
a todos este dulce secreto.
A los que pregunten:
"Eh, Sarilú, ama de perros,
¿a dóndete escondes
que nunca, nunca te encuentro?"
Diles que sigan por los
guijarros a los reflejos
del río del bosque
de grandes árboles negros.
Nada quiero yo por
casa más que tu cuerpo.
¿Qué será lo que pase?
¡Es todo un hondo misterio!
¡Solo ven y jura conmigo,
jura sin siquiera saberlo!
Di que de aquí, de este
bosque nunca saldremos!
Que por aquí vivirán
por siempre los muertos,
que ya cuando tú y yo 
no tengamos voces ni aliento, 
bajo esta raíz preñada
de olvido, de vida, de tiempo,
seguirán nuestras bocas
dale que dale, beso que beso,
y que entre el murmullo
del arroyo en el desfiladero
se escuchen las risas,
caricias, carantoñas, juegos,
las canciones sonando 
de peña en peña en eco
que anden por siempre en este
bosque álamos negros

sábado, febrero 19, 2011

Amor y guerra: la palabra



Y acaso nos toque, de vez en cuando, como no queda más remedio, hablar de lo que habla. O lo que es lo mismo palabrear con las palabras.

Porque ante la palabra, algunos solemos quedarnos boquiabiertos aún. ¿No es cierto? Y es que hay tanto que decir de las palabras… Como ya dijimos una vez –hablando un poco sobre la falsa diferencia entre lo ideal y lo material-, aquello de que la mejor arma contra la Realidad era siempre la palabra, por más que nos quieran hacer creer lo contrario.

Y es que es tan sencillo descorrer el velo de la mentira, que se vuelve absolutamente indispensable tapiar las bocas, neutralizar la palabra y condenarla a una mera negociación en el intercambio de ideas y opiniones.

i) Por un lado valdrá la pena recordar acaso, así al mero vuelo, porque ya más o menos lo hemos hablado antes. Que eso de que las formaciones de individuos se basen principalmente en la encuesta y recolección de opiniones, puntos de vista e ideas personales, no se logra mas que la perpetua negociación de la Realidad.

Si se negocia, ya no se está atacando ese pacto de fe. Que sobre el poder de la Realidad no se puede invocar ni anteponer el poder de nada. Ni imaginaciones, ni sueños, ni nada de eso puede estar negociando con el poder o pactando para suplantarlo en las privacidades.

Ay, que los Estados y Capitales nos venden la idea de que cada uno, en sí mismo y sus contratos puede convertirse con mucho tiento y apasionamiento, en un pequeño Estado, en un pequeño Capital…

ii) Pero lo que realmente me gustaría acaso apuntar es acaso la manera de que la palabra puede seguir ayudando a lo que intentamos aquí. Y es que acaso es en el Amor y en la Guerra en que la palabra vuelve a estar llena de significado.

Las palabras se vuelven casi necesariamente precisas. Porque hieren y curan. Esto es, traspasan al individuo. Hablar, cuando de verdad se puede hablar de amor y hacer la guerra que importa con la boca: es cuando el individuo se quita de en medio, cuando deja que la palabra florezca como algo que está siendo hablado desde otro lugar que no es el mismo.

En ese sentido: razón y sentimiento son lo mismo.

Sentir la herida del mundo es querer curarlo. Querer curarlo es querer guerrear con la Realidad. Guerrear con la Realidad es casi guerrear contra uno mismo. Contra esa cosa que soy yo y que no me deja hablar mas que para decir mi opinión.

Simplemente, estaba tentado a querer mostrarles lo que creo que el lenguaje, al dejarse manifestar –que no usarse-, puede realmente hacerle un verdadero roto a la Realidad.

Amor y guerra, lo que cura y lo que hiere. Palabra puede ser ambas. Arma arrojadiza o caricia delicada. La palabra, cuando es pronunciada por un amante o un enemigo, se vuelve de nuevo cargada de sentido. El amante puede conmover o herir, el enemigo puede devastar o enmendar.

La palabra vuelve a tener la significación de desgarro. No se trata ya de un mero intercambio de informaciones más o menos prosaicas, más o menos cotidianas, más o menos importantes. Se convierte entonces el vehículo por el cual ocurre lo más importante que tiene que ocurrir en la Realidad para que algo pase: desgarrarse, deshacerse, desechar de una vez la persona que posee la lengua en la que se habla.

Ese caerse de la Realidad que a algunos les pasa cuando hablan –cunado hablan de verdad y no para decir lo que ya fue dicho, sino para ir buscando en la cabeza algún hálito nuevo (o acaso vetusto y original)- para decir algo que pueda sonarnos nuevo.

Entonces, lo verdaderamente nuevo es la posibilidad de que la piel, de uno y de otro –enemigo y amante- se desgarren de una vez y para siempre, para poder perder de vista la Realidad.

Ese es el verdadero milagro de hablar. Lo absolutamente gratuito que resulta y que cuando ocurre de verdad, la vida de un vuelco para salirse de la Realidad. Hablar de verdad sólo puede ocurrir al margen de la Realidad.

Por eso se empeñan las entrevistas, encuestas y periódicos en convertir todo en una suerte de conteo aritmético, en un vuelo de águila que más que hablar con las cosas, únicamente las someta a una despiadada forma de conocimiento. Saber lo que se piensa, los programas de la televisión, las opiniones públicas, las elecciones municipales; todo es el gran simulacro de la negociación de las libertades y avances de las democracias representativas.

Negociar con la Realidad es hacerla siempre más poderosa.

Hablar es la única opción.

Aunque, no vamos a dejar de decirlo: ¡lo difícil que es hacerlo! Hablar de verdad es un acto tan absolutamente nuevo y violento que muchas veces no tenemos más remedio que callarnos.

Y aunque no valgan para nada, ni aquí ni en ninguna otra parte, los ejemplos personales ni los detalles, puesto que un servidor, como cualquiera de los que en este momento leen, no son más que un caso de cosa y acaso, únicamente tenga sentido contar lo que le pasa a uno a condición de recordar que uno que soy yo, soy cualquiera.

Siendo que, como siempre, el primer baluarte donde la Realidad se atrinchera soy yo mismo, la tarea de hablar siempre está poniendo en juego a mí mismo. De lo que se trata es que al dejarse hablar, lo único que puede pasar es que toda la intimidad constituyente de los individuos se vaya al trasto. La amenaza es viva y real: lo que se está jugando siempre en ese hablar es la justificación de todo lo que soy.

Hablo de verdad acaso cuando se muestra ante todos y se ventila, de alguna manera, el secreto de mi mentira. Que yo no puedo ser Alejandro Vázquez Ortiz. Cuando hablo de verdad, el nombre desaparece.

Evidentemente yo no lo logro. Fracaso siempre. Acaso por eso me entretenga en volver, como un mal inventor y peor constructor, sobre estas máquinas. Por eso mismo está siempre el empeño y la lucha. Por eso mismo esta siempre el intento y nunca el triunfo. Y acaso sólo en destellos, en breves apariciones de esto que hablo se dejen ver de vez en cuando, no ya en lo que hablo, sino en lo que consigo ir aprehendiendo con los oídos de todo lo que me rodea.

Lo que ocurrirá en ese hablar, eso nadie lo sabe. Sólo se puede adivinar que es puro descubrimiento, es puro brotar de nuevas cosas. Cuando el mundo se habla y en ese hablar se forma: hablar de verdad sea la única manera de andarlo hacia atrás. De sumergirse en el descubrimiento de que el mundo todavía no está del todo hecho, todavía no está del todo muerto.

Porque hacerle la guerra a la Realidad es siempre amar el mundo. Porque amar el mundo es siempre hacerse la guerra a uno mismo. Porque en esta guerra no haya paz perpetua de los cuerpos, sino desgarro vivo de la persona… y vuelta a empezar.


jueves, enero 06, 2011

Las rondas de la primavera


3. Las Rondas de la Primavera
(Tercera sección de la primera parte de La Consagración de la Primavera)

El silencio estremece dentro de casa
como si neblina nos envolviera
y procurarnos la privacidad
inquietante de cita primera de primavera.

No encuentro palabras o gestos
para romper la pueril timidez,
apenas dibujo, al darme la vuelta,
su nombre en mis labios,
como si invocarla en silencio,
de espaldas a vida y fertilidad,
ay, Primavera de Múltiples Pechos,
diera aquella niña semidesnuda
una fuerza divina, entendimiento absoluto.

No sé nada, ¿que puedo saber?
Nada: el tálamo vacío palpita
como si ya los cuerpos se agitan
sobre él, volcando en la tierra
semillas y flores de rocío húmedas,
ay, de terciopelo oloroso.

«Ven, acércate» dijo, «y verás.»
Y la Luna inició periplo hacia tiniebla
de este estuario de mórbida materia,
y la niña, desnuda, me mostraba
su cuerpo bronceado por juegos de estío,
y yo, oh Señora de la Abeja, fui hasta ella...
... y vi.

Sí, sí que lo vi, una vez más,
bajando del cielo cual cegador rayo
de Arco de Plata cayendo,
hasta ésta piel cúrcuma que recorrían,
presas desesperada avidez, mis manos
cubiertas de vientres y muslos y tetas,
abiertas sin fin ni frontera
que detuviera el rodar de mis ojos y de mi lengua,
subir y bajar, bajar y subir sobre carne morena.

Y vi, la vi, oh Ama de Perros,
Soberana Señora del Vértigo Ciego,
que libera saetas argentinas destellos
de platas de flores y cosas del cielo:
sin límite, abierta ante yo, secreto de amor
de dulce tupido y espanto y sudor.
Zumos, pistilos y miel, libando los jugos
de frutos maduros entre los muslos,
aullando con voz de cordero,
gimiendo con lengua de trueno.

«Yo soy Primavera», dice.
Y sus caderas se vuelven de fuego.
Aromas sus hombros,
de leche y canela sus pechos:
dueña de mil nombres
esclava de piel y caretos,
Devoradora de Hombres,
Reina de Espacios Desiertos.

Suplico a las musas informes
que den silencio a mi lengua
y lamer la verticalidad de tu nombre.

Rezos y cantos, aleluyas y loas,
conjuros y letanías ruedan de mi boca,
girando entre sábanas blancas
enredándome entre sus cabellos,
haciendo creer, oh Milpolimorfa,
que era yo... ¡que era yo el que te poseía!
Cuando sólo títere fui, cuerpo vacío
sin alma ni fuerza ni esencia,
porque toda agolpada estaba
entre tus muslos abiertos, dejándome seco,
¡ay!, dejándome seco.

Arriba, abajo, ya no sé yo dónde está el cielo,
vuelto de izquierda a derecha o acaso
bajo estremecidos resortes de este colchón viejo.
Niña, niña, niña... no quiero morir en tus manos,
¡ay! que un miedo me entra
cuando me hundo en ti,
terror pensar que nunca he de salir...

¡Ah, puta! ¡Puta soy yo! Temblando entre mi placer,
conteniéndome sintiendo que mi alma quiere correr,
huirse de mí, perderse en lo hondo de ti que amor
eres toda tú, amor eres toda tú, tetas de flor,
millonaria la lengua que te saborea,
contando entre mis labios el tiempo: ¡el tiempo!
Ese río en el que me ahogo...
ese río que mana de ti, fuente alimento,
¡cuánto tiempo yo viviré así, entre tus brazos muriendo!

«Niña, niña, niña... mira a este viejo,
sólo míralo un segundo, para sentir que soy yo
y no tú, oh Primavera sin nombre, el que te hace el Amor».

Pero la diosa en trance lloraba, gozaba, chillaba,
alzando sus brazos al aire, salivas y zumos y lágrimas
iban cayendo a nuestros lados, volcando sus ojos al blanco
cual flor parpadeante suspirando de blanca paciencia,
¡ola de de aceite de flores y frutos calientes
es la que sale de ella! y yo seco, muriendo, muriendo,
en el límite mismo de mi falso, mi falso cuerpo.

Me voy, te dejo mi nombre, que se lo quede el cielo,
me voy, dulce bocado de tierra, me voy a hundir en tu suelo
de carne morena y roja sangre sobre vientre de himeneo,
oh, blanca flor de porcelana, silvestre mujer, niña de fuego,
toma mis flores de leche, toma mi amor sobre tus pechos.

¿De quién? ¡Habla!
¿De quién es la herida de esta sangre sobre mi sexo?





jueves, octubre 07, 2010

Amor y muerte... otra vez

William Blake, Jerusalem, La emanación del Gigante Albión, plancha 92.

Vuelven a mí, por azares de las lecturas, los tercetos de un soneto de Quevedo de la Musa IV en la edición de Joseph Antonio González de Salas del Parnaso Español. Y que dicen:

Y dije: «Quiera el amor, quiera mi suerte
Que nunca duerma yo, si estoy despierto
Y que si duermo, que jamás despierte.»

Mas desperté del dulce desconcierto,
Y vi que estuve vivo con la muerte,
Y vi que con la vida estaba muerto.

Y volvemos con estos versos a ir repasando quizá una de las divisiones y límites más importantes de todos, los juegos de espejos que se nos abren al querer ver los límites de la vida y de la muerte.

Volver a trazar firme el trazo de lo que es y no es. Y cómo el amor, el simple amor, puede venir a trastocar esos límites, girando una cosa por la otra y otra cosa por la una.

Pero, aunque pueda parecer pleno de sentido a veces, no puedo creer que este simple juego resuelva el acertijo: es decir, que el trocar la una cosa por la otra –la muerte en vida y la vida en muerte- sea toda la respuesta que podamos encontrar.

Es decir, que el dejarse llevar por el amor sea realmente la manera de hacer revivir en las carnes ajenas –carnes vedadas, por supuesto para la vida de uno y que siempre está en esa especie de lugar en donde solo reina lo Otro… (lo Otro con mayúscula como dijo el otro)- que sólo puede ser muerte… Muerte, evidentemente, de esas pretenciones de que la vida sea únicamente lo que cabe dentro de los muros de la piel. Muerte… o como algunos pedantescos le llaman ‘disolución del yo’ que no es otra cosa sino la súbita toma de conciencia de que algo dentro de uno simplemente cae hacia el vacío.

El amor es un buen pedagogo.

No sé porque nos empeñamos en penetrar en su misterio. Reconocer lo que hace el amor en la triste paz de las carnes es ser acaso demasiado necio o demasiado torpe. Sin embargo, aunque nada vaya más allá de una sonrisa, de una caricia, de un beso… que el intercambio de los cuerpos se vea reducida a semejante política que a ojos profanos puede parecer bastante vana, me parece que ahí, se encuentra el misterio de todo.

Y cuando los cuerpos consiguen deshacerse –más por puro aburrimiento de ser ellos mismos que verdaderamente entregarse a eso de Uno que tiene el Otro- de su particularidad –de su vida tan miserablemente similar a cualquiera- a través de una súbita singularización: el nombre del amado que todo lo cubre, el grito de amor invocando ese nombre propio que no significa nada, sino acaso la pura significación, el puro vacío fijo y luminoso.

En ese momento en que el amante desaparece bajo el peso del nombre del amado y ya ni el amado vive… sino solo la imagen de sí mismo proyectándose sobre un espejo, cuyo revés de carne sólo puede ser infiel a la curvatura reflejada.

El espejo se torna en la verdad: la vida se torna en muerte y la muerte en vida. Ninguno de los dos está vivo: los dos acaso mueren, uno bajo el peso del otro, el otro en el filo de su trazo en el reflejo de la imagen de sí mismo.

¡Cómo puede amor y vida estar juntos! ¿Cómo puede amor volver la dicha en carne y la carne en puro olvido?

¿Cómo de verdad el amor puede ser olvido del nombre y no su máxima forma de glorificación? ¿Cómo, en resumen, podemos borrar de la faz del amor esa mancha irreductible de muerte que parece llevar consigo a todas partes?

Quitar por siempre ya de encima esa continuidad, ya del sueño, ya de la vigilia. No tener más miedo a que el tiempo corra… no tener ya miedo a que el nombre se pierda entre la arena. Y si estoy despierto sueño te nombro y si durmiendo me encuentro del revés te llamo real. Del revés real.

Amor, dijo el otro, es de pronto dejar de saber. Dejar de verdad de saber.


lunes, octubre 04, 2010

Señorita de mis amores



¿Te acuerdas, corazón? ¿Te acuerdas?

De esa luz sin luz. De ese mareo al navegar en la noche en aquel laberinto de frío y de concreto: bajo ese perpetúo amarillo como de sol tornaenlutado, cayendo a borbotones por las farolas espaciadas en escasos cuatro metros. Una tras otra, otra tras una, y tú, corazón asombrado de ver los autitos apiñados sofocando toda visión, todo portal, todo arbusto, toda flor.

¿Te acuerdas, verdad? De ver su sonrisa por el retrovisor e ir imaginando en aquél frío las tristes almas de las que tú formabas parte, de la que tú, algún día, te contarían igual que yo, desde un auto en movimiento. ¿Te acuerdas, corazón, que te viste en una de aquellas ventanas y se te heló de terror el espinazo? ¡Y acaso ahí mismo habrías caído muerto si no fuera por esa blanca mano! Esa blanca mano salpicadita de pecas, que no soltaba yo nunca…

Pero ahí que tú y yo íbamos, un poco perdidos como lo estuvimos siempre allá, un poco como ensueños –a veces, porque no decirlos, con tufillos a pesadilla, como un sueño que de pronto se vuelve tan real que me lo creo- y ella se bajó a recogerla. Y nos pidió que nos quedáramos en el coche. Que ya se encargaba ella. Y tú y yo, asustados, entre comedido y aturdido, y… muertos de frío. Desconocedores, como éramos, de ese frío tan horrible que solo curaba el sol de la tarde que flambeaba nuestros cuerpos… pero…
Pero los cuerpos eran lo de menos.

Lo importante es que ella ya volvía.

Y cuando a mí, incauto me sorprendió la mano blanca en el cristal y me dijo: Baja, vamos, que tienes alguien a quién conocer.

Y sin saber muy bien que hacer, salí titubeando ante el helado frío de aquel enero y caminando, guiado por la sonrisa conspiradora de ya sabes quién, riéndose por dentro de tamaña villanía contra este torpe profano que iba ser maravillado por un acto de magia blanca y linda.

Vi, allá a lo lejos, una figurilla, casi un muñeco, detenido de espadas hacia a mí: abrigo azul celeste, la cabeza gacha, escondida entre los hombros, el gorro echado en los cabellos, en silencio cubierto de esplendor amarillo y helado frío…

Ya sabes quién me mira y me dice: Ve, ve… y yo, pensando que tenías vergüenza o qué se yo. ¡Vergüenza! Y apenas voy acercándome, lentamente, con no poco de miedo por verte así vuelta de espaldas… y antes de que pudiera y acercarme del todo, te giraste como el fin de un eclipse con una sonrisa chimuela, una cara toda mofletes, y antes de que yo pudiera decir nada, dijiste:

Mira mi nuevo patinete… y te lanzaste calle abajo con él, y yo me quedé entre encandilado y entorpecido. Y tú calle abajo, manoteando como un muñeco con las pilas mal colocadas, volviendo y girando alrededor que no pude menos que reír.

Ay, mi niña blanca, mi niña rubia. Tan blanca la niña que se me perdía entre los soles de junio. Tan bonita la niña florecida de perlas de lechecilla en la boca que iba dejando por ahí olvidada con el paso de los tiempos.

Con ese especie de empeño proletario por la alegría, era como si todo tu amor lo convirtieras en sonrisa, en juego, en pregunta. Correteo, risotada y ya las últimas con esas manzanotas blancas aporreando lo blanco y lo negro para arrancar al silencio, despertar al vecino de la siesta y de paso sacar ese canturreo que yo te notaba cuando solita te tumbabas de rodillas a pasear a tus monigotillos, un perenne canturreo que iba arrullando toda la habitación.

Abejilla de amor con los soles entretejidos en tus cabellos. Señorita de mi amor, ¿te acuerdas cuando paseábamos, corazón, de su mano y le iba sonsacando sus preguntas? Y le buscabas la duda, se la remirabas en sus ojillos morenos de sonrisa.

Sí, me acuerdo… de algo, no de todo.

¿Y ella?

Quizá, no sé… ¿qué importa? Lo que importa es que se acuerde de ella misma volando en su patinete, calle abajo… con los pelos desvolándose poco a poco, lo importante es que se acuerde de su cuarto, de su ya sabes quién recogiéndola en los brazos, de sus amorcillos desperdigados por los barrios, de las escapadas del cole al campo con un fuet y una barra de pan, de los paseos nocturnos entre higueras y sáuces y olivos, de esos paseos entre las avenidas de Getafe con la tarde persiguiéndonos los talones, el juego de aviones…

Lo importante es que esa abejilla de la alegría siempre se acuerde de que tendrá un huequito reservado allá donde vaya, no importa nada ¿no es así corazón?

¿No es así, corazón?


jueves, agosto 06, 2009

Anexo a Amar a los muertos: El enamorado y la muerte



(Cántese con el video de abajo, la letra varía un poco, pero sirve igual)


Un sueño soñaba anoche soñito del alma mía,
soñaba con mis amores, que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca, muy más que la nieve fría.
—¿Por dónde has entrado, amor? ¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas, ventanas y celosías.
—No soy el amor, amante: la Muerte que Dios te envía.
—¡Ay, Muerte tan rigurosa, déjame vivir un día!
—Un día no puede ser, una hora tienes de vida.

Muy deprisa se calzaba, más deprisa se vestía;
ya se va para la calle, en donde su amor vivía.

—¡Ábreme la puerta, blanca, ábreme la puerta, niña!
—¿Cómo te podré yo abrir si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio, mi madre no está dormida.
—Si no me abres esta noche, ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando, junto a ti vida sería.
—Vete bajo la ventana donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare, mis trenzas añadiría.

La fina seda se rompe; la muerte que allí venía:
—Vamos, el enamorado, que la hora ya está cumplida.


Lo importante de este romance es el círculo que se va trazando desde el anuncio de la muerte hasta la caída del enamorado.

En otras palabras, el enamorado está muerto en el momento en que la muerte le dice que va a morir y se lo cree. (Creérselo es lo más importante de todo el proceso) Este mismo círculo es el mismo que se traza en la tragedia de Edipo: justamente por huir de lo que han denominado Su Destino es que se precipita directamente a él.

No puedo yo asegurar qué hubiese pasado –tanto con el enamorado como con Edipo- si ante las estupideces dichas ya por la Muerte ya por los Dioses –que estas no son sino meros figurines arquetípicos de Realidad- no le hubiesen creído una sola palabra… es posible que el enamorado hubiese muerto igualmente, pero la Muerte por lo menos habría tenido que trabajárselo un poco más…

La sabiduría popular de este romance nos está gritando a la cara lo estúpido y lo sangriento de la Realidad: que es justamente buscando la vida (… la muerte me anda buscando / junto a ti vida sería…), que en este caso está en Amor –aunque pudiera bien ser cualquier otra de las formas de Felicidad que se dan en la Realidad: dineros, ocios y tranquilidades-, como se encuentra su contrario…

Y lo mejor de todo: que el enamorado muere justamente por una decisión que toma… una decisión suya y no de otro. El hecho de pensar que el enamorado muere porque estaba escrito en su Destino es sólo un añadido al texto por parte del lector. En realidad todo lo que se desprende del poema es que el enamorado muere porque el capullo decide, según su propia soberanía, aprovechar su vida… Una decisión que no le impone la Muerte, ni Dios alguno: es tan suya como sólo puede ser el amor por su amada –que, traduciéndolo a esta modernidad de muerto romanticismo, bien podría ser Deseo o Gusto, que es en lo que, hoy día, rige con puño de hierro los quehaceres de los sujetos-; y así todo el mundo elige su perdición según su amor, o lo que es lo mismo escoge su yugo según su gusto, o lo que es lo mismo –en el climax del sinsentido de Realidad-, elige la Muerte porque quiere vivir.

De esta manera se constituye la Realidad… Y por eso esa pregunta es la que nos tiene que fascinar a todos los que guerreamos contra ella… la que tiene que servirnos para destruirla: ¿Qué hubiese pasado si el enamorado no cree a la Muerte y no sale en busca de su amada? ¿No habría muerto? ¡Ah, por lo menos ya no se sabe y eso ya es combatir a las Parcas, ¿no es cierto?!

Así que cuando les digan: «Todos los hombres son mortales. / Sócrates es hombre. / Luego…» Ustedes digan, «¡mentira cochina!» Y una buena pedorreta encajada tampoco sentaría mal… Seguro que la Muerte se queda rabiando... y puede que, ¿yo qué sé?, algo de vida se nos caiga como pedida del cielo.




sábado, agosto 01, 2009

Amar a los muertos: ¿Qué es la muerte?, Amado Nervo



Mi alma es una princesa en su torre metida,
con cinco ventanitas para mirar la vida.
Es una triste diosa que el cuerpo aprisionó.
Y tu alma, que desde antes de morirte volaba,
es un ala magnífica, libre de toda traba…
Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo!

¡Qué entiendo de las cosas! Las cosas se me ofrecen,
no como son de suyo, sino como aparecen
a los cinco sentidos con que Dios limitó
mi sensorio grosero, mi percepción menguada…
Tú lo sabes todo…; ¡yo, en cambio, no sé nada!
Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo!


Amado Nervo, La amada inmóvil



Partiendo de la base que la diferenciación de los géneros de poesía, filosofía, ciencia, etc. son falsos, nos permitimos para explorar el tema de la muerte, valernos de los poemas de Amado Nervo.

El tema, en sí, es importantísimo para la guerra contra la Realidad. La muerte es, en gran medida, la constitutiva primera de las cosas y la que le da sus ser, la que las convierte en reales y verdaderas y las permite someter al conocimiento.

(Los componentes platónicos de todo esto son más que evidentes: en
el poema que nos sirve de epígrafe, bien se puede ver que es justamente el
muerto el que vive, esto es, el que conoce, el que sabe, el que tiene potestad
de noúmeno, de idea y por tanto goza incluso de una mayor Realidad que el propio
vivo: esto es, que el muerto ya es idea y el vivo aún no.)


Los términos de Vida y de Muerte tradicionalmente se han entremezclado en varias posibilidades engañosas: la vida que es muerte y la muerte que es vida. Ya que estamos seguros aquí que no hay cosa más adecuada para combatir la Realidad que el esclarecimiento de estas confusiones semánticas –tan propicias y útiles al propio Poder que confundiendo logra colocar su mentira como si fuese verdad-, procuraremos aquí llamar ‘vida’ cuando indiquemos lo que está de este lado (ojo: que eso no quiere decir que ‘sepamos’ qué es la vida, sino que por lo menos no la confundimos con la muerte) y a ‘muerte’ con lo que sea que ello quiera decir (lo mismo: no sabemos qué es).

Al buen poeta de Nayarit se le suelen confundir muy a menudo, como cualquiera, las características de la muerte. Esto es, que a la muerte se le toma por dos cosas, prácticamente contrapuestas y que provocan los más grandes equívocos. Vamos aquí a separarlos y nombrarlos según lo que cada una quiere decir.

1) Por un lado llama a la muerte, a veces como disolución. Esto es, la muerte es la que liquida a lo que es, lo que destruye y reduce a la mera multiplicidad inasible de las cenizas lo que antes era carne y vida:


Oye mi imploradora,
voz, ¡oh Isis!; desgarra tu capuz…
y tú, lucero ignoto en que ella mora,
¡por piedad, hazme un signo de luz!

(UN SIGNO)

Herméticamente encerrada,
la esencia en sus pomos no se escapará.
Mientras que el espíritu de mi bien amada,
más imponderable, más tenue quizá,
voló de sus labios, redoma encantada,
¡y dónde estará!

(AL ENCONTRAR UNOS FRASCOS DE ESENCIA)

¡Agujero sin límites, gigante
y medroso agujero,
cómo intriga a los tontos y a los sabios
la insondabilidad de tu misterio!

¡Mas si hay alma, he de hallar la suya errante;
si no, en la misma nada fundiremos
nuestras áridas bocas, ya sin labios,
en tu regazo, fúnebre agujero!

(«LE TOUR NOIR»)


según se puede ver en los versos anteriores… la Muerte sería pues algo así como un límite. Un límite que demarca una región a la que no se puede acceder, que no se puede conocer: en ese sentido, la Muerte no se conoce, no se sabe que es, parece difuminarse entre los fantasmas vaporosos y espíritus evanescentes.

2) Sin embargo, ese desconocimiento a veces en Amado Nervo –aunque hay que recordar que tomamos Nervo como un mero ejemplo, pero esto sucede a cada paso con nosotros mismos que confundimos todo esto constantemente- como una Idea positiva de la Muerte, y así tenemos en algunos versos:

¡Qué despiadados son
en su callar los muertos!
Con razón
todo mutismo trágico y glacial,
todo silencio sin apelación
se llaman: un silencio sepulcral.
(¡COMO CALLAN LOS MUERTOS!)

Si en el mundo fue tan bella,
¿cómo será en esa estrella
donde está?
¡Cómo será!

Si en esta prisión obscura,
en que más bien se adivina
que se palpa la hermosura,
fue tan peregrina,
¡cuán peregrina será
en el más allá!
(¡CÓMO SERÁ!)

¡Qué bien estás, mi amor,
ya por siempre exceptuada
de la vejez odiada,

del verdugo dolor…;
inmortalmente joven
dejando que te troven

su trova cotidiana
los pájaros poetas
que moran en las quietas

tumbas, y en la mañana,
donde la Muerte anida,
saludan a la vida!

(¡QUÉ BIEN ESTÁN LOS MUERTOS!)

En el ataúd exiguo,
de ceras a la luz fatua,
tenía tu rostro ambiguo
quieto augusta de estatua
en un sarcófago antiguo.
Quietud con yo no sé qué
de dulce y meditativo;
majestad de lo que fue;
reposo definitivo
de quien ya sabe el porqué.

(LA SANTIDAD DE LA MUERTE)


y otros tantos más.

No estamos aquí para hacer ningún análisis literario ni intentar descubrir lo que verdaderamente dijo Amado Nervo (si acaso quiso decir algo verdaderamente), sino para valernos de sus razonamientos y pensar en la muerte.

(Esto lo repito tanto hasta el cansancio porque es necesario que no
se olvide –y quizá el que más corre el riesgo de olvidarlo soy yo mismo- de que
aquí estamos para hacer una guerra contra la Realidad, y no para convertir a
Amado Nervo en un muerto más que dijo cosas hace ya bastante tiempo y en las que
se puede penetrar si hacemos exégesis literarias pertinentes. No. La Muerte es
una de las partes constitutivas de la Realidad –sin la Muerte, muy probablemente
ningún Estado ni Ciencia ni Dios podría mantenerse en pie-: y nos valdremos de
cualquier razonamiento para intentar destruirla. Estamos aquí, repito, para
destruir la Realidad, no para continuar fabricándola entre escritorzuelos y
críticos.)



En fin, la diferencia entre estas dos concepciones de Muerte es crucial y absoluta: por un lado tenemos el absoluto misterio y por otro una especie de redonda idea en donde el muerto se cristaliza en una imagen de sí mismo para toda la eternidad.

Son dos cosas, si se ve claramente, contrapuestas e imposibles de casar. Lo interesante de esto no está en decir simplemente cuál sea más falsa –porque es evidente que la segunda, la que pretende convertir al muerto en una imagen resulta mucho más falsa en la medida en que la otra simplemente enuncia su no saber y el misterio insondable de la Muerte-, sino ver de qué manera pareciera que justamente esa Imagen –Idea blanca- de la Muerte es sumamente útil y necesaria para Amor y para la creación y justificación de la Realidad.
(Decir esto, lo sé, es meterse en percal profundo porque con Amor
se tienen prácticamente los mismos equívocos que con Muerte y no se sabe bien si
Amor tiene que ser desprendimiento y cariño, respeto y asombro ante una cosa
cualquiera –ya una mujer o un canario, sean lo que sean-, o más bien su
posesión, su delimitación, su sometimiento, etc. Estas imprecisiones –que saltan
a la vista en cualquier poema o canción o declaración amorosa, tendrán que
estudiarse a parte, sin embargo aquí nos acogeremos a la tendencia de Amor Real
que es el amor que acepta el Estado y sus instituciones –esto es, la Realidad-
como el Amor de Pareja, por tanto el de sometimiento del uno al otro, esto es
Amar a un Nombre Propio en la medida en que sea él mismo.)

Si Amor (el real) sólo se puede tener en la Pareja… es decir, que Amado Nervo amaba y sólo amaba a Ana Cecilia y Ana Cecilia amaba y sólo amaba a Amado Nervo, entonces tenemos que decir, necesariamente, que los dos, ambos tenían que ser ellos mismos para poder seguir teniendo ese Amor:

Esto es, que ¿cómo Amado Nervo iba a seguir amando a Ana Cecilia si de pronto a ella le diera por ser otra? Y por decir: ser otra, no me refiero únicamente a que cambie de gustos, opiniones o de ideas (ya que todas esas concepciones se han ido fraguando justamente para que el cambio de una persona se dé y sigamos creyendo que es la misma, contra todo sentido común que nos dice que eso es imposible); sino que auténticamente Ana Cecilia ya no sea la Ana Cecilia de la que, en algún momento, nuestro poeta se enamoró… Que es otra, que es una desconocida, que mantiene su nombre por puro hábito, por pura papelería burocrática, pero que sabe que en el fondo, si responde a ese nombre, es porque los nombres no tienen significado.

O que le habría pasado a Ana Cecilia si de pronto Amado Nervo deja de tener todas las cositas que le gustaban a ella. Si de pronto la vida se le vuelve hastío y asco, y deja de sonreír por las mañanas y escribir poesías para que ella las recite. ¿Qué pasaría?

Bueno, pasaría lo que pasa con el Amor Real entre las Parejas del Estado cuando se enamoran: se desenamoran y declaran al Amor Falso –como si Amor tuviese alguna clase de relación con la Verdad-, enunciando cosa como: «Ya no eres el que eras.», «¿Dónde está tu pasión, Amado?», «Tú solías hacer esto y ahora haces esto otro, Anita querida…», o incluso peor: «Ahora muestras tu verdadera cara, hijo de puta.» (suponiendo que alguien pueda tener una cara que sea verdadera), etc. (De ahí que el divorcio, como ya lo recordamos con el dialoguito del prof. Orejuela Tapia, no sea un atentado contra Pareja, sino la forma de rendirle culto más fiel y fidedigna)…

Naturalmente esto no le ocurrió a nuestro poeta –y gracias a su ejemplo, entenderemos lo que sigue pasando aquí entre los vivos medio muertos que somos nosotros-: ya que Ana Cecilia murió y eso fue el principal óbice para que pudiese, algún día, desenamorarse… esto es, para que Ana cambiase.

El muerto, al convertirse en la blanca imagen de sí mismo (¡Qué bien estás, mi amor, / ya por siempre exceptuada / de la vejez odiada), su Idea es siempre la misma y está condenada a repetirse… Seguramente ya fue imposible para nuestro querido Amado desenamorarse ya que Ana, inmóvil, sólo podía estar exigiendo Amor, y nada más: exigiendo que el poeta muriese, en cierta forma, con ella, que se resista en su vida a cambiar…

Y no nos ocupa tanto saber que tan verdadero sea el testimonio de su amor que se recoge en el poemario, sino el de averiguar de qué manera eso no sólo funciona entre estos casos un poco trágicos y espeluznantes (que apenas sirvan para apuntalar la base de los padecimientos de la gran masa de hombre que ni son poetas ni románticos ni tienen la desgracia –o fortuna, según se mire- de que se muera su Pareja): esto es que sólo se puede Amar –repito que con ese Amor Real de Pareja- a las cosas que están muertas. Y nada más.

Lo cual no deja de ser algo bastante terrible… algo bastante trágico y horripilante, ya que es justamente esa forma de Amor –la que está imperando siempre en las formas de Estado y Realidad- la que viene, de un plumazo, a reaccionar contra cualquier posible rotura de la Persona –principal constituyente de esto que combatimos- y así matar todo lo vivo y lo que podría estar rondándonos por debajo de Nombres y lápidas. Es terrible porque, al fin y al cabo, en Amor –como ya dije- se mezcla también otra cosa que sí esta viva, que está recorriendo siempre los cariños y asombros y puede llegar a deshacer la Realidad y amenazarla con un grito y una desesperación bastante enérgica e inteligente; sin embargo, las instituciones han sabido ya muy bien domesticar ese peligro y someterlo a las leyes de Pareja, Matrimonio y Familia…

Luego ya, entendiendo lo que es la Muerte para la Realidad –el lugar a donde van los vivos para convertirse en sí mismos (y a esto lo llaman con el nombre de ‘vida’ para confundirnos a todos)- no podemos menos que darnos cuenta que cuando todo el mundo, ya amores, ya curas y psicoanalistas, ya filosofantes o literatos, nos suplica que ‘seamos nosotros mismos’ –cosa tan imposible como sangrienta y masoquista-, en realidad nos está pidiendo que nos muramos un poquito, que dejemos que lo misterioso de la vida –ya que no sabemos que es y bien poco nos importa saberlo, ya que de sólo enunciarlo ya estaríamos haciéndola Muerte, porque sería, la vida, ella misma, delimitada y bien establecida- se vaya muriendo en la medida en que se va integrando a la Realidad –ya que las cosas sólo pueden ser reales a condición de estar Muerta-.

Naturalmente lo que hay que hacer es simplemente declarar el misterio de la muerte… a la par que el de la vida… y no permitir que la Muerte –ya sea en Amores de Pareja, ya en pasaportes y demás triquiñuelas de la Realidad- nos mate haciendonos Uno, haciéndonos y condenándonos nuestro ‘yo mismo’… que naturalmente, es siempre falso.

Esto, a pesar de todo, ya lo sabía nuestro querido poeta… ¿cómo no va a saberlo si, a pesar de todo, el chaval era inteligente? Y podemos leer en el Estanque de los lotos (escrito posiblemente después que La amada inmóvil, aunque publicado antes, póstumamente en 1919), un poema en cuya sencillez –y aparejado al razonamiento que empapa los poemas a su amor muerto- resume con cristalina simplicidad todo el discurso aquí vertido:


La vida móvil, la vida divina
por dondequiera su paso encamina;
derrama formas: ya la peregrina,
ya la horrible, adopta. Canta su salterio
de infinitos modos,
y por sobre todo y por sobre todos,
misterio, misterio…
(LA VIDA MÓVIL)

viernes, septiembre 18, 1987

La cigarra



Y ya no me cantes cigarra,
ya para tu sonsonete
que llevo una pena en el alma
como un puñal se me mete,
sabiendo que cuando canto
suspirando va mi suerte.

Bajo la sombra de un arbol
y al compas de mi guitarra...
canto alegre este guapango
porque la via se acaba
y no quiero morir soñando
ay, como muere la cigarra.

La vida, la vida, la vida, la vida, ey
es un contratiempo,
La vida, la vida, la vida, ey
La vida, la vi...


Caer al mundo es una herida. Nacer es un acto violento de separación. Lo separan a uno de un placentero sueño de no saber y le dicen: «¡Este eres tú!» Y a fuerza de repetírselo una y otra vez, uno acaba creyéndolo a pies juntillas. ¡Este cuerpo soy yo!, acabamos repitiendo frente a un espejo.

La blanca miel de la piel de una ya en sí misma es una coraza, un gran manto que nos protege y separa del mundo. Se pretende hacer del mundo el lugar más horrible para vivir: identifican la Realidad con todo lo que hay y así agrandan esa herida fundamental del alma a la par que fortalecen las defensas y las corazas del cuerpo. «¡Todo lo que hay más allá es peligroso! No hay ningún lugar fuera de la Realidad de nosotros los individuos: si te quitas la coraza, contra la de otro te estamparás.»

Y sin embargo aún hay gente que quiere desnudarse de veras. Que quiere ir quitándose, una a una, las sombras de su escudo, de su piel, deshacerse de sus fantasmas. Hay un riesgo, no cabe duda. No sólo por el hecho de que corres porque cualquiera, al verte tan prístina y clara, tan silvestre y dulce, como una flor, no tenga más remedio que intentar meterte de nuevo en la Realidad, ya sea haciéndote el amor –enamorándote- o ya sea lastimándote (que por lo general, ambos casos se tocan en muchos puntos). No sólo está eso, sino también se corre el riesgo, no menos duro ni menos turbador, que cuando uno empiece a quitarse armadura y escudo, lanza y picota, y les deje en el suelo… vea que uno mismo no era sino eso: un escudo, un escudo viviente sin nada por dentro.

Bueno… no sin nada. Algo hay. Siempre hay algo… un tesoro enterrado entre las carnes, pero ese no eres tú. ¡Esa no eras tú! Es lo que había antes de que te obligaran a nacer, lo que siempre ha estado ahí, como el ingenuo amor de los niños o los cachorrillos: el que siempre había estado amando, dando vueltas arriba abajo entre las mezquitas musulmanas y los laberintos de calles blancas, revoloteando de fuente en fuente como una brisa que sopla de pronto, alborotando las faldas de las señoras y los sacos de los señores… como si quisiera desnudarlos a todos, como si quisiera romperlos a todos. ¡Es eso lo que queda por debajo! Esa cosa tan bella que cuatro gamberros -que ya los habrían espachurrado bien espachurrado- un día atropellaron. Es eso lo que la Realidad y sus esbirros están siempre intentando capturar y devolverlo a su Caja de Pandora… porque saben que en el momento en que se libere, saben que en el momento en que cae un escudo hecho pedazos, todo este Mundo se estremece porque, aunque sea durante un momento, los de aquí abajo se niegan a someterse a ese régimen en donde la Muerte de cada uno es la de cada cual... y la vida entonces se vuelve bella.

¡Qué viva amenaza para la Muerte! Van cayendo los escudos y los tesoros relucen abiertos ante ojos llorosos. Y aunque sea por un momento solo, un pequeño instante, se callan las cigarras, se callan todas las mentiras que el mundo está gritando constantemente y uno despierta de un sueño extraño (de ese loco sueño de creer que se es lo que se es), para caer en la bella sensación, no se sabe muy bien ni por qué ni como, de que todos somos cualquiera y un lugar fuera de este Mundo es posible… es posible.

¡Gracias! ¡Gracias por intentar salir de ti misma!

lunes, diciembre 06, 1971

Tiempo vivo




El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño

El tiempo va sobre el sueño
Hundido hasta los cabellos
Ayer y mañana comen
Oscuras flores de duelo

El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño

Sobre la misma columna
Abrazados sueño y tiempo
Cruza el gemido del niño
La lengua rota del viejo

El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño

Y si el sueño finge muros
En la llanura del tiempo
El tiempo le hace creer
Que nace en aquel momento

El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño

El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño


¿Quién hay que cuente tu tiempo? ¿Quién hay que pueda hacer el milagro de dividir ese constante caerse hacia lo más hondo jondo de un pozo sin fondo? No, no lo hay, milagro eres tú que te escurres entre las manos… tiempo de ahora, fuga perpetúa, de haberlo pero no conocerlo.

Hay una, hay otra, hay dos, hay tres, no hay ninguna. ¡Y tú de dónde saliste, segundo! ¿De dónde salió esa gran división, ese límite sólo, ese poder de decir: ¡esto ha pasado, esto pasa, esto pasará!? Si todo va aquí en mis palabras, haciéndose mientras se dice, diciéndose al deshacerse. ¡No! ¡No! No hay división, todo un mundo hundido en el momento sin fuga, perpetúo, ahí, ahí, ahí estás otra vez: perpetúa pero inasible, no te puedo coger ni hacerte imagen ni incrustarte en una fotografía, en un marco que te separe de la luna a la que le cantabas, al patio de flores de leche y serrín en donde el gallo te seguía con la mirada para aparearse con el mundo-todo que estaba entre tus muslitos. ¡No! ¡No! ¡No! No puedo medir ese tiempo: el tiempo-todo abierto sin más ante mí por tu boca que cuenta y sonríe y se difumina en ese vaso de café que en humo y vapor se vuelve a los cielos… y cuando mi mano se acerca él, el calor le rodea pero se resiste a entrar.

Qué prisión… qué maldita prisión esta piel, esta maldita sensación de saber que este segundo no es aquel, que hoy ni mañana ni ayer son todos los tiempos ninguno: sino que la voz y el recuerdo, el soplo de vida que arrancó de tu ir y venir la tierra de palmeras de gemas y fresca sierra de moreras y gusarapillos de seda: ahí está tu cabello ondeando al sol, en silencio, hundiéndose en lo más hondo jondo de la hondonada del Guadalquivir.

¿Seré yo? ¿Será que me hablan los muertos? Un leve asomo de duda me brota de entre mis adentros… será que acaso sin saberlo por un momento, sin saber ni cómo ni cuando, me fui por un ratito del tiempo… ahí, ahí en lo hondo más jondo de todos tus besos.