(Detalle de la Pared oeste de la Sala del Fondo de la Cueva de Chauvet)
Cuando veo a mi perro, no puedo evitar sentir una cosquillita de envidia. No sé si es adecuada o no, no sé si es correcta o no. Pero le veo ahí, tirado, con sus orejillas miel cayéndole como una cascada hasta extenderse sobre el suelo. A veces extendido para ahuyentar los calores que ya coquetean con la primavera, o en la noche, cuando refresca, echo un ovillo para recojerse la calidez de su cuerpecillo magro y compacto. Y le miro, y le miro como no se cansa de dormir. Debajo de la cama, debajo de mis pies, ante la luz de la ventana o buscándose un trapillo para hacerse una camita con su industria y su afán.
Le envidio porque, después de mucho pensarlo, me he dado cuenta de que no se aburre, de que no se siente vacío. De que el podría seguir tirado ahí horas y horas, días y días, y cuando le mirara, el cruzaría la mirada conmigo y agitando el rabo se montaría en cualquier juego, pero sin esperarlo. No espera nada. Está ahí. Dormido. Y le da igual si juego o no, si de pronto salto y le lanzo una pelota. ¡Y eso que vive, como cualquiera, en uno de los nichos que nos tiene reservado la industria inmobiliaria! Me lo imagino durmiendo a campo traviesa -cuando los campos eran campos, no ahora que hay puro vacío tapizado de carreteras- y no imagino que ningún perro ni animal alguno se aburra, sienta el vacío.
Y luego, hablando con una amiga me preguntaba sobre algo del arte -que aunque no tenía mucho que ver-, después me vinieron a contar que la apreciación del arte era algo así como una de las grandes capacidades de la especie del mico racional a la que supuestamente pertenezco. Y pensé: "Momento, que soy lento... ¿y esta apreciación del arte? ¿Y esta gana de rellenar el mundo con pinturas y poemas, de hacer canciones y adornar las cuevas? ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Tras de qué está corriendo ese mico artístico?"
Y cuando los primeros micos racionales empezaron a manchar las paredes de las grutas de Altamira o de Lascaux... ¿para qué? ¿Qué falta les hacía?
Y sí, al fin y al cabo, me di cuenta. Que el vacío que dentro del cuerpo se siente -chupándolo y relamiendo todo por dentro de uno- lo lleva a intentar buscar a yo que sé qué cosa sagrada entre las pinturas, los pinceles, las sílabas, las letras. Vacío.
Y ahí tenemos que todas las obras de arte están ahí para hablarnos del vacío. Las catedrales, los museos, las exposiciones, las pirámides, las presentaciones de libros, las conferencias de historia, los programas culturales, etc. Todo para el vacío... Y si podemos pensar que habrá algunos vacíos que no tengan más remedio que chisporrotear de los dedos de quienes lo hacen, hay otros vacíos tan fecundos que propagan el sopor y glorifican la nada, como el museo del Prado o la Basílica de San Pedro.
Y lo podemos imaginar... ¿no? El pequeño mico desnudo acercándose a la pared de la cueva, acercándose hasta la piedra y tiznando con la punta de sus dedos, las virutas de una fogata hasta ir pintando sobre la roca viva y anónima un dibujo, para ahuyentar su vacío. Para hacer algo. Para moverse. Para sentir que algo pasaba en su mundo... que algún Dios le escuchaba, que alguien le escuchaba, aunque fuera otro mico racional, que miles de años después, viera esos dibujos y pensara en su vacío.
¡Mirad! ¡Mirad mi vacío! Gritan.
Y el mío, de paso.
Y los perros, si acaso había perros con aquellos micos, seguro estaban ahí, a su lado, riéndose por lo bajini, vueltos pelotilla para aprovechar los calorcillos de su cuerpo ante lo fresco de la cueva, acercándose a las ascuillas parpadeantes de la fogata recién apagada o acaso relamiendo de las estalactitas las gotitas de agua que bajaban heladas y nutritivas... y pensaban: "¿Y este mico racional? ¿Qué hace? ¿Qué busca?" Como seguramente está pensando ahora mi perro, mirándome escribiendo aquí, a ver si alguien -aunque sea yo mismo- me entero de mi aburrimiento, de mi vacío.
Pasaron varios siglos sin que el hombre descubriera
que vivía a su manera el electrón.
Estaba en todas partes y no estaba en ningún sitio
por aquello de la indeterminación.
Vivía para siempre enamorado
de un próximo y pesado nucleón.
Jamás los vieron juntos en la Tierra,
la Luna o el Sol.
Qué triste es ser electrón,
vivir en una nube,
el electrón se aburre por definición.
(x2)
Sentía una atracción irresistible
y el amor era imposible por aquel bello protón.
El Hombre destrozó todo el encanto
con la inversa del cuadrado que se le ocurrió a un señor.
Danzando por un átomo cualquiera,
espera conocer lo que es amor.
Jamás los vieron juntos en la Tierra,
la Luna o el Sol.
Qué triste es ser electrón,
vivir en una nube,
el electrón se aburre por definición.
(La tristeza del electrón, Prin' Lalá)