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martes, enero 11, 2011

Espera...


El que espera desespera,
dice la voz popular.
¡Qué verdad tan verdadera!

La verdad es lo que es,
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés.

(Antonio Machado)


Conjuro sea esto, del buen Machado, para iniciar el desgrane del tiempo. Conjuro sea al corazón para que nos cicatrice las heridas cual lametones de triste y rutinario quehacer. Y que así, convirtiendo esa flecha surcando el espacio –mezclándose con él-, haremos, si podemos, una margarita que deshacer con los dedos de síes y noes esperando no volverla a esperar.

Pero… claro, esto no será más que un intento. Un sortilegio, poderoso o no tanto, que lanzaremos, como cruzando en la tierra un círculo de sal y ¡hala! Ah, y a ver que tal nos sale…

Y es que la guerra contra esta Realidad es casi siempre una guerra contra el Tiempo. Y esa guerra contra el Tiempo es, casi siempre, una guerra contra uno mismo. Ansí que a ver que tal se nos da.

Allá que se traza con firme creencia la negación de la espera. ¡No voy a esperar! Gritamos todos los nuestros en la constante y perenne desepción del ideal. ¡No voy a esperar!

Pero lo vuelto del revés sigue siendo verdad. Y acaso en esa perpetua desepción se halle siempre a la vez la espera encerrada, vuelta hacia atrás. Que bien dice el conjuro:

La verdad es la que es,
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés.

¡Ay! Y es que habrá tantas cosillas, mentirijillas, colándose entre ese círculillo trazado en la arena. Y la primer mentira soy yo. ¡Yo soy lo primero que espero! Qué ese mandato de realización y futuro y supervivencia es la primera espera de todas. Y claro, es en mis sueños, en trabajos, dineros, pasatiempos, amores, verdades y nombres, donde en juego se encuentra el éxito de nuestro conjuro. Qué el conjuro del tiempo y la espera, es siempre un conjuro de mí.

Naturalmente no esperamos lograrlo tampoco del todo. No es ese el mandato de cruel amotinamiento contra uno mismo el que nos importa, sino simplemente el reconocimiento de que aquello que espero, siempre es lo que está aniquilando lo vivo que corre debajo.

No seré yo el que lo disfrute, ciertamente. Que lo más probable es que como cualquier vulgar hijuelo de vecino, seguiré entre mis carnes mañana, volviendo del curro con el maletín en el hombro, cansado, con una taza de café en la mano… El ceño enjuto por… bueno, porque este conjuro absolutamente defectuoso tampoco sirve para mucho… Pero por lo menos, y acaso con la misma tortura de siempre al volver a meterme en la cama y acaso no esté lo suficientemente cansado, puede que vuelva a estar ahí aplastado, repsando la espera de mí mismo, siempre pospuesta, siempre lejana.

¡Qué la otras personas desepcionen los ideales es algo tan cotidiano que apenas merece atención! ¡Lo auténticamente terrible es que en la espera de la realización (de su Verdad), las cosas –y yo y usted, querido lector, no somos más que un mero caso de cosa- están permanentemente luchando en una cosa y la otra!

No suele haber tregua en esto. Acaso haya que despreciar, con toda la benevolencia que se pueda, ese contar de los relojes, las promesas, los amores, los futuros, los dineros, las facturas, los contratos y los trabajos. Y digo benevolencia para no acabar dándole la vuelta a la cosa para acabar en esa tupida desilusión de la esperanza, que no es más que lo contrario de esa especie de ilusión de lo mismo.

Cada vez más endebles se vuelven las trabajos de este blog. Pero, lo cierto es, a pesar de todo, que cualquier corazón que sienta el peso del ir y venir del tiempo, hiriéndolo constantemente con esa punta que no cesa de atravesarlo en perpetúa fuga… pues no queda más que la festiva posibilidad de aliarse con el descreimiento, la alegría y un poco tanto del olvido –olvido de sí, que es olvido del tiempo-. Para ver si por fin esa flecha se vuelve flor. Para ver si un día de estos realmente el tiempo acaba llegando al corazón y tocarlo.

Hoy fue lunes… y la Santísima Semana que el Señor insitituyó para las labores del Progreso acaba de comenzar. Una cosa os pido: no esperen al sábado… por acá tenemos los ojos llenos lágrimas –por no decir ni invocar a las esperanzas- deseando, cruzando los dedos, tocando madera, para que nunca llegue.




Que no haya Domingo en tu vida, ni Sábado más…


sábado, enero 08, 2011

Cartita para los Reyes

A destiempo, como todo lo que se va haciendo por estas manecillas. Oigan, seré breve, brevísimo, que es que ya me frena la sola idea de saber que lo que quiero no lo van a poder cumplir. Pero bueno, acaso un rayo de sentido común les ilumine con mis plabras… y quién sabe ya que la frescura de estas fiestas se van emborronando con el redobles tamborileros de esta militar rutina, pues quizá entonces… no sé… con suerte y con eso de que el Mundo, por algunos lares, todavía parece vivo y con ganas de rehacerse, os mando esta carta como un no saber lo que hago, para ver si haciéndolo algo se hace. ¿Me explico?

No. Posiblemente no.

Pero es lo mismo. Estaba yo pensando que… pues un buen regalo de Reyes, no ya para mí, sino para la gente en general (si hubiera la gracia, por ahí de que siguiera habiendo gente en general), pues que no volvieráis.

No hace falta. En serio. No vuelvan. Los próximos Diciembres y Eneros, olvidense. No aparezcan por aquí.

No lo hago con el espaviento de aguarles la fiesta a los amantes de las Navidades, ni con rabia o coraje de ver sus carotas de sonrisas. No. Lo hago desde el temple helado de quien ya capeó el temporal y simplemente, con tranquilidad, dice ‘no’… ‘Ya no vuelvan.’

Con una honda, límpida y sana tristeza os lo pido de favor. No volváis. ¿De verdad créeis que lo que hacéis por acá es realmente importante? Hombre, y puede ser que aguno de entre los de acá piense lo mismo que ustedes. Que sin esas fiestas de súbitos tonos carmines y lucecitas de Navidad, la vida de los mortales sería terriblemente aburrida. Que Diciembre y Enero son los mejores meses del año porque se ve a la familia, se toca el pandero, se canta por las calles, se hacen monicos de nieve, se regalan cachivaches, se come turrón, romeritos, tamales, mariscos, cavas, sidras, whiskey, vino bueno, aves gordas, lechones, corderos, uvas, postres, mazapanaes, polvorones, roscón de vino y de reyes, ponches, cacahuates, mandarinas, dulces, coco, pan de jamón, galletitas, bla bla bla…

Y hombre, vamos, puesto de ese calibre, cualquiera se va con el engaño… cualquiera dice: Diciembre y Enero son los mejores meses del año, y por tanto estos reyezuelos de tres al cuarto, así como ese alcahuete turco de Myra, son absolutamente necesarios para pasarnolo bien y sonreír y hasta abrazar y sentir cosas bonitas y…

No, no, no… ¿Es que no veis el engaño tan simple, reyezuelos? Que todos los largos meses que arrastran los días, los años, las horas vueltas, revueltas y desenvueltas con la lentitud del letargo, rutina y quehacer, son justamente producto de esos meses de jarana y posada perpetua. Que esta bestial orgía de consumo y fiesta sólo se sostiene a su vez por la contra, por la aridez absoluta del resto del año.


Así que no os preocupéis, mis reyes, que ya los Hombres, cuando no tengan que esperar a Diciembre para festejar, ¿quién sabe? Ya se le olvide también esa manía de ir contando los tiempos en periplos orbitales alrededor de la estrella preponderante de este vagabundeo de materia en la nada.

Anden, haganme caso. Regálenos eso… si nos olvidan, si realmente se olvidan de nosotros. Si acaso el calendario se olvida de pasar y ya no hay ni Diciembres ni Eneros, (y sin Diciembres y Eneros, ¿cómo iba a acabar los años y a comenzar los siguientes?), se olviden ya los hombres de los tiempos, el sol se anime a salir por el norte y esconderse entre el levante, los hombres se olviden de trabajar, los telediarios se acaben por fin y los periódicos no tengan más remedio que reeditar las fechas pasadas para rellenar el tiraje de noticias. Ay, reyezuelos míos, se me hace agua la boca.

¡Quizá entonces no tengamos que esperar lo largo de los 365 días para descorchar una de cava, abrazar a alguno sin motivo o simplemente no tener la estúpida prisa militar de los trabajos!


Sinceramente suyo,
A. V. O.

P.D.
Disculpad no haber sido todo lo breve que hubiera deseado.


lunes, agosto 23, 2010

Tener futuro

No voy a venir a descubrir la rueda. Tener futuro es una frase que se dice así como quien no quiere la cosa como para ir descartando las cosas. Así hay amores, carreras, estudios, trabajos, quehaceres, negocios y hasta infantes y personas que ‘tienen futuro’.

Y a veces, gracias a quien sabe que hado malcriado, me ocurre eso de quedarme anclado en el asombro de la pura frase –y pareciera que los que nos dedicamos a estudiar estas cosas y ha darles vuelta, parece que somos los más torpes, en vez de los más sabihondos-… «Tener futuro».

Y en ese especie de colguije gramático me quedé: ¿Cómo demonios, si alguien es tan amable de explicármelo, puede una cosa, sea la que sea, tener futuro? ¡Como si el futuro fuera una cosa más entre las cosas que pudiéramos tener! ¿Puede usted tener y retener al futuro? Algo que justamente se caracteriza por su nota principal de no haber pasado, es decir, de no estar en ningún lado, de no haber ocurrido… ¿Cómo entonces, alguien o algo, lo iban a tener?

Sin embargo, más allá de la corrección gramatical o no de la cosa –ya que hace del futuro una cosa que se tiene, naturalmente, en presente-, está claro que la idea va por otros derroteros, y habrá quién juzgue que los errorzuelos de este tipo –que a mí se me antojan de sobra reveladores-, les parezcan meras averiguaciones de ociosos. Pero que el ‘tener futuro’ de las cosas sigue tan claro para ellos como siempre…

Claro. Por ir más a lo seguro, hacia ya lo que tiene que ver con las ciencias y las cosas, podemos, por no perder la costumbre, remitir a Aristóteles en el libro IX de la Metafísica, en donde trata de cuestiones sobre la potencia y el acto, es decir, sobre las cosas que pueden estar de alguna manera latentes en las cosas y que a través del cambio vienen a realizarse. En ese sentido se diría que una semilla, p. e., TIENE la potencia de ser un árbol. Es decir, tiene un futuro. Sin embargo, no sé por qué esta noción de FUTURO que se trae esta formulita no acaba de cuadrarme del todo.

Es muy sencillo: el propio estragirita admite que el tema de la Potencia y el Acto no tiene únicamente que ver con el movimiento, es decir, con el tiempo. El paso de la Potencia al Acto tiene una relación directa con lo que el macedonio llamó ousía o entidad o sustancia… es decir, con la cosa en sí misma, con el sujeto de predicación. Por tanto, no tiene tanto que ver con el tiempo futuro más que de manera material, puesto que lo que está ocurriéndole a la semilla al volverse árbol, no es pasar de lo conocido a lo desconocido –nota primera y necesaria del futuro, ya que si no ha pasado, es imposible que lo conozcamos-, sino pasar de lo conocido de la semilla a otra cosa aún más original y natural en la semilla: su devenir en árbol. Al devenir la semilla en árbol, más que ir hacia un futuro, ha volteado sobre sí misma para recabar su originalidad impresa en su ser desde siempre.

Así las cosas que tienen futuro no van hacia adelante… no hacen nada… porque ese TENER FUTURO, no es otra cosa que el volver sobre sí mismo para cumplir el mandato más caduco, añejo y simplón de ser lo que estaba destinado a ser: los novios que tengan futuro, no son más que marido y mujer en potencia; o un trabajador con perspectivas, ha sido un jefe desde siempre y no lo sabe… el tiempo que pase entre que lo descubre y no lo descubre, puede ser llamado ‘pasado, presente y futuro’, pero sólo se trata de un trance desagradable en el ir de vuelta a lo que ya estaba hecho desde siempre, a lo que ya se sabía desde siempre que tenía que pasar.

Luego, no sólo gramaticalmente la frase es un galimatías, sino semánticamente es un trampantojo. Fundamentalmente por el error básico y bastante conveniente a la Realidad que aquí intentamos combatir, de suponer que sabemos los que es el futuro. Cuando el futuro es justamente lo que no podemos saber. Lo que no está ahí para que lo sepamos. Hacer lo que ya está hecho, ir por donde ya estaba mandad ir, decir lo que ya estaba dicho.

Afortunadamente, nos cabe ese ligero consuelo, por lo general, a muchas de esas cosas que ‘tienen futuro’ les suele ocurrir que, por angas o mangas, durante ese espacio vacío en el que convierten el tiempo en la esperada de esa llegada de sentido original y totalmente pretérito –tan pretérito que se me antoja eterno-, se desvían de su futuro. Se desvían, quien sabe ni cómo ni como no, pero les ocurre que se salen del camino predestinado y puede que ahora sí, como un súbito golpe les dé de lleno un sabor inesperado y dulce que de verdad sepa a tiempo, a tiempo que corre junto a uno… absolutamente imposible de TENER ni retener.




¡Ay, luna, ¿tú no ‘tas cansa’a de girar al mesmo mundo?!
Ay, luna, quédate conmigou y nu te vayas.


lunes, enero 11, 2010

Infinito y sin fin. Poe y Blake


Hemos tocado, apenas con la puntita de los dedos, el tema tan importante y crucial de lo infinito. Por eso hay que volver a él para machacarlo un poquito. Y cómo es a veces profundamente aburrido, simple y sencillamente razonar, vamos a valernos –por un mero ejercicio de ver como en todas las cosas como opera ‘infinito’ y ‘sin fin’- en un par de poetas y sus labores:

Antes de empezar unas aclaraciones: infinito y sin fin parecen, a primera vista, sinónimas. Esto es, dos cosas que significan exactamente lo mismo y que establecer una diferencia aquí resultaría ocioso e inútil. Sin embargo, tal y como veremos, no lo son. De ninguna manera lo son.

Infinito es el primer concepto metafísico que se usó en la Filosofía. Es posiblemente la inauguración de la teología en occidente, más allá de los relatos teogónicos y las genealogías divinas: el Infinito es la primera Idea de la que se apropia el ideario intelectual para preformar la idea de Dios.

(Del ápeiron de Anaximandro hablaremos en otra ocasión.)

Pero vale la pena aclarar al riesgo de confundirnos:

1) Infinito: a pesar de lo que quiere decir su composición in- ‘sin’ y finito- ‘fin’, y que ello, justamente quiere decir simple y sencillamente ‘sin fin’, lo cierto es que su significado se transforma por dos motivos muy simples: i) la transformación en sustantivo y ii) la creencia de que se puede saber que es ‘sin fin’. Definir ‘infinito’ es una contradicción, puesto que ‘de- finir’ es justamente dar ‘límites’ o ‘fin’ a las notas de una cosa, y justamente la nota primera de esa cosa a la que pretendemos dar fin, es justamente carecer de límites.

2) Sin fin: eso no se sabe ni qué es. Hay que decir ‘sin fin’ y no, como hacía el primer filó
sofo ‘lo sin
fin’, porque de hacerlo así ya no sería un mero adjetivo sino un sustantivo –algo con sustancia-. La mera descripción de la cosa que se hunde en lo desconocido, en lo inagotable que tiene cada cosa que se ve.

(No creo que haga falta entretenernos en ver cómo una cosa es siempre inagotable, cualquiera, hasta la más insignificante de todas. Baste señalar, pues, que mirando cualquier objeto con la suficiente quietud, se nos revele esa certeza que es pura negatividad a aceptar que podemos llegar a conocer del todo a la cosa.)

Sin más preámbulos pasemos a analizar los dos fragmentos que nos ocupan ahora.


«But the first notion that man has a body distinct form his soul, is to be expunged; this I shall do, by printing in the infernal method, by corrosives, which in Hell are salutary and medicinal, melting apparent surfaces away, and displaying the infinite which was hid.

If the doors of perception were cleansed every thing would appear to man as it is: infinite.

For man has closed himself up, till he sees all things thro’ narrow chinks of this cavern.»

Que en la versión de Fernando Castanedo, Cátedra, Madrid, 2002, se traduce en:

«Pero antes debe erradicarse la noción de que el cuerpo del hombre está separado de su alma. Yo lo haré grabando con la técnica infernal, a base de corrosivos que en el infierno son saludables y medicinales, y que deshacen las superficies aparentes y muestran el infinito que se escondía en ellas.

Si se limpiasen las puertas de la percepción, todas las cosas aparecerían ante el hombre como son: infinitas.

Porque el hombre se ha encerrado, hasta el punto de ver todas las cosas a través de las estrechas grietas de su caverna.»

Y en cuanto a Poe, el más famoso de sus poemas, sobre todo en el clímax de sus últimos párrafos:

«`Prophet!' said I, `thing of evil! - prophet still, if bird or devil! -
Whether tempter sent, or whether tempest tossed thee here ashore,
Desolate yet all undaunted, on this desert land enchanted -
On this home by horror haunted - tell me truly, I implore -
Is there - is there balm in Gilead? - tell me - tell me, I implore!'
Quoth the raven, `Nevermore.'

`Prophet!' said I, `thing of evil! - prophet still, if bird or devil!
By that Heaven that bends above us - by that God we both adore -
Tell this soul with sorrow laden if, within the distant Aidenn,
It shall clasp a sainted maiden whom the angels named Lenore -
Clasp a rare and radiant maiden, whom the angels named Lenore?'
Quoth the raven, `Nevermore.'

`Be that word our sign of parting, bird or fiend!' I shrieked upstarting -
`Get thee back into the tempest and the Night's Plutonian shore!
Leave no black plume as a token of that lie thy soul hath spoken!
Leave my loneliness unbroken! - quit the bust above my door!
Take thy beak from out my heart, and take thy form from off my door!'
Quoth the raven, `Nevermore.'

And the raven, never flitting, still is sitting, still is sitting
On the pallid bust of Pallas just above my chamber door;
And his eyes have all the seeming of a demon's that is dreaming,
And the lamp-light o'er him streaming throws his shadow on the floor;
And my soul from out that shadow that lies floating on the floor
Shall be lifted - nevermore!»

Y para cuya traducción, elijo el trabajo libre que una vez nos encontramos unos amigos y yo en un facímil de un periódico literario mexicano del s. XIX (El Renacimiento), y que es la mejor traducción castellana que he encontrado hasta la fecha. Es una traducción libre de romance endecasílabo con rima asonante y terminación en esdrújula alternada, que aunque no obedece demasiado a la literalidad del poema, conserva, eso sí, su musicalidad y rima: de Ignacio Mariscal, publicado en ‘El Renacimiento’ con fecha de 30 de Marzo de 1867.

«Profeta de dolor, inmundo oráculo,
Ministro aterrador de Satanás,
Ora te envíe Belcebú al Tártaro
Y te arrojara aquí la tempestad
Para engañarme con falaz pronóstico,
O el destino infalible revelar,
«Dime,» exclamé, «por compasión a un mísero
Responde: ¿tendrá término mí mal?
Yo te conjuro por tu dios; respóndeme.»
Y él contestó: «Jamás.»

«Profeta de dolor, inmundo oráculo,
Ministro aterrador de Satanás,
Por ese cielo de esplendor magnífico,
Por su Dios, que obedecen tierra y mar,
Dime si de la tumba tras el límite,
En la región de inmensa claridad,
Podré ver algún día á mi Felícitas,
Y absorto en su belleza virginal,
A un par de los querubes darle un ósculo...»
El respondió: «Jamás»

«Esta sea,» grité, «la prenda única
De nuestra despedida, ave infernal;
Húndete ponto en el profundo báratro,
Tumbos dando al furor del huracán.
No dejes ni una pluma que ni cámara
Me recuerde tu horóscopo fatal.
Vuela ya de ese busto y del vestíbulo;
Suelta, suelta; tu garra pertinaz
Mi alma rompe: retírate, retírate...»
Y él contestó: «Jamás»

Y desde aquella noche el cuervo lóbrego
Posado allí, clavado siempre está
Sobre ese busto de la diosa pálido,
Que le sirve de eterno pedestal.
Fiero demonio vigilando al réprobo,
No aparta de mí un punto su mirar,
Larga sombra arrojando, negra, fúnebre,
Do muere el sol y el luminoso gas...
¡Ay! de esta sombra que enlutó mi espíritu,
¿No he de salir? - ¡Jamás!»

Muy bien, aprovechemos para hacer un anticlímax después de tanto patetismo: hay que recordar que no estamos aquí ni para hablar de Blake ni para hablar de Poe. Que a ellos poca falta les hace que hablen de ellos, ya están muertos (y más los mataríamos si nos dedicáramos a ello). Por el contrario, lo que intentaremos aquí es hablar con ellos, que es distinto.

Lo que quería hacer con estos dos fragmentos, por lo demás, ambos bastante famosos y conocidos, es dar cuenta de dos nociones distintas de eso que verdaderamente nos ocupa que es ‘sin fin’ e ‘infinito’. No nos interesa decir verdad sobre Blake ni sobre Poe, si nos aprovechamos de sus textos es para lo otro, si erramos –o incluso si forzamos- las interpretaciones, que quede por lo menos sentada que no es nuestra intención llegar al fondo de esta cuestión y nada más.

Blake, aclarando que de lo que habla en el fragmento es sobre el nuevo método de impresión de grabados que inventó –al dibujar directamente sobre la plancha de metal con distintos materiales corrosivos, en vez de el trabajo artesanal que requería, primero el dibujo, después la manufacturación de un negativo para poder utilizarlo de troquel y marcar sobre la plancha la imagen y con ello finalmente grabar-, pero aprovecha para dar un giro a la mera descripción de la impresión, para hablar sobre las cosas: las superficies si acaso.

Puede haber un resabio de platonismo, un intento de ver lo que hay ‘verdadero’ –y por tanto más real- debajo de la cosa, pero lo cierto es que vamos a procurar quedarnos con la indicación puramente negativa: a saber, que lo que vemos no es la cosa. Que la cosa, en sí y de normal, no se deja ver. Que se esconde entre la cotidianidad de la superficie, que se disimula por efecto de un misterio bastante extraño al que aún no le encuentro explicación –no sin invocar a cosas tan problemáticas y vacías como: amor, deseo, poder, que no dicen nada realmente-, y nos parece que son una: que tienen superficie, que las cosas verdaderamente pueden tener superficie, que pueden ser unas, que son materia, que están en la Realidad y que con ella interactuamos.

Esto, naturalmente, es falso: es falso apenas nos lanzamos a entender la propia noción de superficie, la propia noción de materia, la propia noción de uno, de cosa… se abre un verdadero abismo oscuro –no vacío de cosas, sino vacío de la concatenación con el Sistema de la Realidad-, y lo que tenemos frente a nosotros es una especie de caos sin fin de razones cuyo único orden estriba en la sucesión de una tras la otra.

(Poner un ejemplo es un poco largo, pero quizá adecuado: nos basta con acudir a uno de los más antiguos razonamientos de las cosas, con el de Zenón y sus paradojas… si ya creemos pues que una cosa se compone de superficie, por ejemplo, la mesa sobre la que escribo, y hacemos la clásica división por la mitad hacia el infinito… y vamos partiendo cada trozo mitad por mitad, hay que preguntarnos: ¿alguna vez llegará a desaparecer la superficie? Si realmente la solidez es una propiedad de la superficie o acaso la superficie es únicamente un signo propio del lenguaje visual que nos hace suponer a los objetos externos, tal y como decía Berkeley en su Nuevo Ensayo sobre la teoría de la Visión –vuelvo a reiterar que queda pendiente una entrada sobre la visión, la luz y su evolución en el tiempo: junto con la historia del alma y la prehistoria de ciertos vocablos filosóficos, es la historia de la luz la que más urge realizar-. Y en fin, que cualquier cosa que se nos atraviese ante los sentidos y que juzguemos como ‘normal’, ‘natural’, ‘delimitada’, ‘definida’, nos basta con aplicar un poco el sentido común para que a la cosa misma se le vayan cayendo, uno a uno, todas las notas fijas y sólidas que tenía)

Blake dice: ‘limpiar las puertas de la percepción’ y aunque no cabe duda que en su día, el grabador recibió influencia tanto de las lecturas de los empiristas como de Berkeley –tal y como se puede ver en sus primeros trabajos como Todas las religiones son una y No hay religión natural y en las anotaciones de sus diarios-, sin embargo lo más acertado
decir es que es por medio de un acercamiento a desnudo a la cosa –que tiene tanto que ver con la razón como con el corazón- que encuentra eso de infinito que tiene encerrada dentro.

Tal y como dice Chesterton de su cuadro El fantasma de una pulga, con su habitual, pero algo mareante, ingenio:

«Si puede garantizarse que Blake estaba interesado, no en una pulga, sino en la idea de una pulga, podemos preceder al siguiente paso, que es uno particularmente importante. Todo gran místico va con una lente de aumento. Ve a cada pulga como un gigante –quizá tanto como un ogro. Yo he hablado de un alto castillo en el que este gigante mora; pero es más que eso, esa torre enorme es un microscopio. No se negará que Blake muestra la mejor parte de la actitud de un místico al ver que el alma de una pulga es diez mil veces más grande que una pulga.»

Queda el problema de ‘infinito’, ciertamente Blake utiliza la palabra infinite pero sin duda, en el fragmento lo utiliza todavía como sinónimo de ‘sin fin’, esto es, como el adjetivo ya propiamente entregado: ‘sin fin’. Las cosas, luego, son sin fin, abiertas al abismo de sí mismas, cayéndose perpetuamente de la Realidad: y sólo hace falta contemplarlas límpidamente para ver que no son lo que son. (Aunque digamos siempre que ‘infinito’ es una palabra demasiado equívoca, aún como adejetivo porque tendemos a suponer que se puede ‘saber’ qué sea)

El segundo caso, el de Poe, es totalmente diferente. Ojo, no debemos dejar engañarnos por la aparición del tiempo. Tiempo y espacio sean más o menos lo mismo si se autodenominan como infinitos: ¿pero dónde está el infinito en el Cuervo de Poe? Sencillo: en su ‘nunca más’, en su ‘nevermore’.

‘Nunca más’ es la expresión que delimita el inicio de un tiempo que no llegará. El tiempo de contemplar a Leonor, el tiempo de hundirse acaso con ella en el abrazo de la muerte. Nunca es simplemente la forma complementaria de Todo, y por lo tanto ambos pretenden ser infinitos –rodear todo lo que la cosa es y que en sus límites mismos se encuentre la nada: luego es infinita-.

Poe, aunque habla del tiempo, del futuro, está claro que el bucle demencial al que se refiere es al bucle de lo infinito, al tormento infernal del tiempo que no se cumple jamás: a la condena siempre pospuesta –pero condena al fin- de la muerte.

Es el tiempo sin final que a la vez tiene fin en la meta de la contemplación de Leonor. Es propiamente la noción contradictoria –y sin embargo bastante real- de infinitud, de lo infinito. De esta manera, el poeta se ve arrojado a un tiempo ‘sin fin’ pero cuya visión se estira hasta el límite de la meta:

It shall clasp a sainted maiden whom the angels named Lenore -
Clasp a rare and radiant maiden, whom the angels named Lenore?'
Quoth the raven, `Nevermore.'

La negritud del cuervo y su percistencia en únicamente repetir constantemente: ‘nunca más’, es acaso quizá el símbolo mismo de la Realidad que pretende imponer, sin más razonamiento que su propio haber en el mundo –ya que, ¿quién lo duda?, a pesar de ser una viva contradicción, un imposible, lo infinito existe en el mundo: en los números naturales, en el tiempo, en las teorías del universo, en la muerte, etc.-, subyuga, somete y funciona justamente para mantener las divisiones constantes en la que se va construyendo la realidad. Por ejemplo, que los muertos están muertos y no puede uno seguir enamorado de ellos.

(Lo importante en esta división es que los que supuestamente estamos vivos nos jugamos mucho en ello: la muerte de los muertos es también la muerte de los vivos.)

Naturalmente, poco hace falta añadir: el análisis, si es que a esto se le puede llamar eso, lo que pretende mostrar es cómo ‘sin fin’ es siempre una amenaza para la Realidad, una amenaza constante para cualquier cosa… no porque la aniquile, sino porque difumina su integridad, deshace sus límites, le quita lo de Uno con que la Realidad siempre pretende estar condenando a las cosas.

En cambio lo infinito no es más que una trampa, una domesticación falsa del misterio del tiempo y de la muerte: nadie sabe lo que es infinito, nadie lo sabe porque para saberlo se necesita un fin. No hay fin, aunque la Realidad siempre pretenda clausurar al mundo, constantemente, para que sus operaciones, ya bursátiles, ya aritméticas… sigan teniendo sentido.





‘Awake! Awake O sleeper of the land of shadows, wake! expand!
I am in you and you in me, mutual in love divine:
Fibres of love form man to man thro’ Albion’s pleasant land...'


jueves, noviembre 29, 1984

Memoria viva




Si volviera el amor,
si tuviera un hermano,
un amigo o un sueño en la mano:
Moriría ese dolor
de buscar el calor
en el cruel laberinto
de este vaso de alcohol,
de estas calles sin sol.

Sí tuviera ilusiones,
sí existieran razones,
locuras, mentiras pasiones:
No habría necesidad
de pasarme por horas
bebiendo cantimploras
de esta gris soledad,
de esta eterna ansiedad.

Sí pudiera borrarme...
...de esos viejos recuerdos,
que como viles cuervos
arrancan ya mis ojos,
dejando mis despojos
entre historias hirientes,
igual de indiferentes
al amor y a las "gentes".

Si te hubieras quedado,
si me hubieras pedido,
que quemara el sonido...
...de ese viejo pasado
no estaría aquí metido
ahogando mis entrañas:
arañando el olvido,
bien confuso y perdido.

Cuando tenga la suerte
de encontrarme a la muerte
yo le voy a ofrecer
todo el tiempo vivido
y este vaso enchido
por un distante-intante...
...un instante de olvido.

Si volviera el amor...


Hay algo que bulle debajo de uno y que no es uno. Eso que bulle debajo lo matan los gustos, la persona, los nombres... y ahí, en el fondo lo común pervive: eso común que es de cualquiera, siempre vivo no importa qué lugar, qué ciudad, qué campo, qué membrete ni qué piel le recubra a uno y le separe.

Esa memoria viva que combate al tiempo y a la Realidad, que no la deja ser: porque el ir es el volver. Y cuando uno cree que ya el pasado se ha ido para siempre, se ha marchado entre olvidos y tristezas, de pronto vuelve con fuerza y te hunde o te alegra, rompe lo cotidiano de las cosas (la pretendida suma de las cosas).

Y aunque lo consigan: nacemos como un tributo a las ciudades, templos de sacrificio del Dios Dinero en donde un breve e insignificante holocausto se ofrece en todas las calles, niños limpiando parabrisas, mujeres con pedacitos de bronce atados a la espalda mendigan monedas a las ventanillas nubladas, la urbe, grande enorme, mole sin ojos ni sombra de ver lo que el ciego espectáculo de sangre le da día con día, historias de llantos de silencio entre soberanas paredes que dan su lugar a cada cual, evitando a toda costa la palabra, el unto primero con que una madre invisible nos nutrió en el acto de más absoluta gratuidad y don... y sí, consiguen callarnos.

Lo hacen a base de miedo, un vivo terror a recordar, de quedarnos prendados del olor de una flor y morirnos ahí de felicidad, de un terror infantil, de una niña que manda corazones secretos cruzando el atlántico frío y que allá, al otro lado de un mundo que no puede ser, algún adolescente se caiga y se olvide de su futuro, de su nombre, de, en suma, la Realidad, y logran inculcar la vergüenza de la almohadita a la que nos abrazábamos para dormir ante la falta de la teta de mamá, al charquito de pis que abandonábamos al levantarnos, nos enseñan a temer de cualquier cosa que rompa ese tiempo lineal en el que esperan que todos tengamos fe.

Es así como se funda la persona.

Y ya fundados en ese terror, el Estado se retira: para entonces el Estado y la Realidad somos nosotros y no hace falta policía alguna que nos empuje a ir tirando, ya solitos nosotros y nuestros gustos nos labramos la cárcel de gustos y de cuentas bancarias con la excusa de sobrevivir: y tirando hacemos nuestra la tarea de levantar las pirámides del futuro y el progreso... a sudar y dejar que la vida se pierda y se olvide en pos siempre de un mañana inalcanzable...

Sí, consiguen todo eso... y más.

... pero hay veces que todo se detiene... y me acuerdo. Me acuerdo... me acuerdo de todo lo que no es mío, todo lo que ya no puedo llamar mío y un gozo enorme que ya ni es alegría ni bienestar ni es nada, sino una simple extrañeza que sólo se dedica a amenazar toda la gloria ésta con la que se reviste la Realidad... y con eso basta para que adquiera el pomposo nombre de VIDA ¡VIDA!... y detenido el tiempo en la ciudades se pueden ver todas las líneas que las dirigen, se pueden escuchar todo, trazar la triste geometría de sus calles y se escucha como un canto, un lamento que se va escurriendo por todo el hormigón y las ventanas silenciosas. Sí, está ahí, es la memoria viva, la que no se puede olvidar, la que está ahí desde siempre... que es ella el propio desconocimiento hasta de nuestro nacer al mundo.

Y el tiempo y la Realidad no tienen más remedio que caer despatarrados, heridos de vida y amor, aunque sea por el breve tiempo de un beso o una canción.

lunes, diciembre 06, 1971

Tiempo vivo




El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño

El tiempo va sobre el sueño
Hundido hasta los cabellos
Ayer y mañana comen
Oscuras flores de duelo

El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño

Sobre la misma columna
Abrazados sueño y tiempo
Cruza el gemido del niño
La lengua rota del viejo

El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño

Y si el sueño finge muros
En la llanura del tiempo
El tiempo le hace creer
Que nace en aquel momento

El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño

El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño


¿Quién hay que cuente tu tiempo? ¿Quién hay que pueda hacer el milagro de dividir ese constante caerse hacia lo más hondo jondo de un pozo sin fondo? No, no lo hay, milagro eres tú que te escurres entre las manos… tiempo de ahora, fuga perpetúa, de haberlo pero no conocerlo.

Hay una, hay otra, hay dos, hay tres, no hay ninguna. ¡Y tú de dónde saliste, segundo! ¿De dónde salió esa gran división, ese límite sólo, ese poder de decir: ¡esto ha pasado, esto pasa, esto pasará!? Si todo va aquí en mis palabras, haciéndose mientras se dice, diciéndose al deshacerse. ¡No! ¡No! No hay división, todo un mundo hundido en el momento sin fuga, perpetúo, ahí, ahí, ahí estás otra vez: perpetúa pero inasible, no te puedo coger ni hacerte imagen ni incrustarte en una fotografía, en un marco que te separe de la luna a la que le cantabas, al patio de flores de leche y serrín en donde el gallo te seguía con la mirada para aparearse con el mundo-todo que estaba entre tus muslitos. ¡No! ¡No! ¡No! No puedo medir ese tiempo: el tiempo-todo abierto sin más ante mí por tu boca que cuenta y sonríe y se difumina en ese vaso de café que en humo y vapor se vuelve a los cielos… y cuando mi mano se acerca él, el calor le rodea pero se resiste a entrar.

Qué prisión… qué maldita prisión esta piel, esta maldita sensación de saber que este segundo no es aquel, que hoy ni mañana ni ayer son todos los tiempos ninguno: sino que la voz y el recuerdo, el soplo de vida que arrancó de tu ir y venir la tierra de palmeras de gemas y fresca sierra de moreras y gusarapillos de seda: ahí está tu cabello ondeando al sol, en silencio, hundiéndose en lo más hondo jondo de la hondonada del Guadalquivir.

¿Seré yo? ¿Será que me hablan los muertos? Un leve asomo de duda me brota de entre mis adentros… será que acaso sin saberlo por un momento, sin saber ni cómo ni cuando, me fui por un ratito del tiempo… ahí, ahí en lo hondo más jondo de todos tus besos.