Esta vez asaltamos cosas más de andar por casa… sin tanta metafísica. Porque hoy venimos a desmontar una de los artefactos más míticos y a la vez problemáticos que uno se pueda echar a la cara. Me refiero a la universidad y los estudiantes.
Notarán que digo ‘mis’ estudiantes y no los estudiantes… la razón no es porque yo tenga alumnos de ninguna clase, sino porque, aunque esté contra ellos –de alguna manera- a la misma vez uno no puede sentir viva simpatía por ellos de tal manera que hasta los hago míos… y si acaso algún reconcomio les tengo es porque no están lo suficientemente vivos, lo suficientemente alerta con las trampas de la Realidad, pero que aún así siguen siendo los que están más cerca del pie de guerra al que estamos volcados aquí.
Y si estamos contra ellos es en la medida en que ellos mismos constituyen parte de la Realidad… (y una parte bastante importante) y no menos me incluyo yo mismo entre ellos –en lo que tenga de estudiante. Digamos que en estudiante se funden esas dos fuerzas –la una en contra y la otra a favor de la Realidad- que hay que separar con mucho cuidado y no dejar que se mezcle la una con la otra.
De esta manera a la misma vez que atacamos al estudiante podemos atrevernos a alabar sus rebeldías contra Bolonia, sus huelgas de estudio, sus mayos franceses, sus diversos apoyos, en fin, contra el poder que pende sobre nuestras cabezas.
En esa separación vamos a quedarnos un rato, para pensarla y repensarla: ¿por qué es el estudiante el que, por lo general, se presta más a la batalla contra el poder dominante? Digo que, aunque no se rebelen en bloque, ni estén agrupados en sindicatos ni instituciones similares –la mayoría, por lo menos-, suelen estar más despiertos a las constantes mentiras que les van cayendo una tras otra desde arriba.
El motivo, después de pensarlo… la verdad es que es a la misma vez triste y feliz: feliz porque la verdadera causa de su quehacer es el hecho de que aún no están del todo hechos
-el estudiante, el joven, el niño (y en menor medida las mujeres, aunque cada vez menos), gozan del privilegio de no estar todavía hechos, de no tener sus límites claros, como en aquel poema de Machado. De pertenecer a una clase que no es clase ni está reconocida del todo en los estatutos de la Realidad, simple y sencillamente porque la Realidad no puede controlarla (como el pescador no puede dominar al mar en el poema que analizamos hace ya tiempo). La Realidad no puede controlar a la sangre nueva que va bullendo bajo las pieles de los estudiantes de la misma manera que un maestro difícilmente puede contener la sana alegría de un niño de seis años. Ante esta situación la mejor forma de reprimir esa amenaza de libertad que en sus espíritus les recorre es separándolos y arrogándolos a la pedagogía mortal a la que están sometidos todos los seres humanos que nacen bajo este régimen de Realidad. Y cuanta más energía tienen y gana tienen de sacudirse el yugo, tantas más cadenas hay que colocarle.
lo triste, del hecho es que su propia característica de estudiantes nos está ya diciendo que están en proceso de hacerse, de formarse, de delimitar sus cuerpos, sus respectivas individualidades, y así insertarse en la Realidad poco a poco, dócil y tranquilamente.
El paso por la escuela es el equivalente a los rituales iniciativos de las sociedades neolíticas que existen por todo alrededor del mundo: es el hecho de hacerse adulto, pero adulto en la medida en que es arrancar de su seno la viva fuerza de la niñez y someterlo a la muerte de la cultura. Entendiendo cultura como ‘lo que ya está hecho’ y a lo que el iniciado tiene que asentir sin más, el mundo cerrado de los adultos. Naturalmente existen prerrogativas y provechos para quién se somete a semejantes ritos iniciáticos: en algunas tribus americanas se les entregaba un nombre, un nombre verdadero y no el que tuvieran de cuando eran niños. El niño moría para la tribu, era una especie de homicidio ritual para que de sus despojos renaciera otra cosa que ya no era informe, que ya no era la encarnación de la fuerza indomable de la niñez: un adulto.
La pedagogía sólo puede establecerse en el mundo a través de un enconado y profundo odio hacia los niños. La Realidad odia a los niños de la misma manera que odia esa parte –que en mayor o menor medida persiste entre los adultos, pero siempre corriendo por lo bajo, donde nadie pueda verla- indomable, simple, y llena de esa razón vital que lo cuestiona todo con una claridad y una sencillez que destruiría cualquiera de las mentiras con las que se va tejiendo desde arriba.
Al fin y al cabo, el triste destino del estudiante es la integración: y su integración se establece a partir del trabajo remunerado: del dinero. Es un poco triste sentir que cuando el estudiante habla de ‘su’ futuro –porque es suyo, naturalmente que eso le han enseñado a creer al pobre, como el domingo que les daba su papá al caer la tarde si se habían portado bien, también sería suyo-, por lo general siempre están hablando de dinero.
Ese futuro que están esperando es siempre, como cabe suponerse, la introducción lenta y paulatina en la Realidad, no ya como estudiante, sino como hombre trabajador, como soldado del capital, hipotecado, padre de familia –divorciado o no, ¿qué más da?-, etc.
Sinceramente, para mí siempre había sido un misterio la transformación de los jóvenes en adultos. Un misterio auténtico: ¿cómo es qué aquel chaval que holgazaneaba tendido en el sofá, escuchando a todos y a todas que venían a contarle sus vidas, escuchando –en el supremo de la ingenuidad- hasta al pedagogo que al que le hayan adosado, cómo, repito, es que de pronto es un señor? Un señor de esos que camina solo… que desde la distancia aburre a los niños con su barriga, su cara larga, sus cuidados ademanes en la mesa, su imposibilidad para seguir ningún tema que no sea lo que ya está dicho o lo que no sirve para decir nada –los temas comunes: deportes, clima, dinero, algún titular del periódico, etc.- y que su cara rebela incomprensión a cualquier otra cosa.
(Naturalmente esta hechura del adulto nunca es total ni absoluta, y en ella
misma se pueden encontrar en grandes generalidades rasgos de eso otro indomable
de la juventud; aunque nunca se atreva del todo a dejarse llevar por ellos.)
Sea como sea, creo haber llegado al quid de la cuestión, ya que yo mismo me hallo en esa edad crítica en donde se suplica –ya por familiares, ya por dineros, ya por amores- que se tomen las riendas de la vida. Y debo decir que, aunque no se llegue a parodiar el asesinato ritual de los neolíticos, ciertamente, hay un momento en que el predominio en el joven, lo mismo que en el niño, es de miedo absoluto. Se le inflige miedo y a través del dominio de ese miedo –cuyo dominio pasa por sentirlo a ejercerlo en los demás- es lo que constituye la esencia de al adultez.
En ese sentido, el triste destino del estudiante es siempre insertarse en la vida adulta, en hacerse uno más entre los incontables que ahora les reprimen. Lo más inútil de la revuelta estudiantil, de la reyerta y del enfrentamiento con la autoridad, pasa por darse cuenta que esa misma autoridad hace una década estaba en el mismo lugar que el estudiante, y el estudiante, más tarde o más temprano, acudirá presuroso a esos puestos de autoridad a ocuparlos y ejercerlos –con más o menos convicción, da igual.
Naturalmente ello exige no únicamente la cuestionabilidad de toda la masa estudiantil, sino el someter a tela de juicio el valor actual de la propia educación y de la Universidad.
La Universidad desde su formación entre la comunidad de alumnos y profesores de las escuelas catedralicias de París en el s. XIII funcionó como un instrumento de regularización del saber… el conocimiento –sea lo que eso sea, que ya tendremos que hablar de ello en otra ocasión- pasaba por las manos de la Universidad de París que rápidamente se hizo presa de intrigas politico-religiosas entre los dominicos y los agustinos. Convirtiéndose inmediatamente el brazo más importante para normalizar cualquier disputa teológica –que en el fondo siempre se trataba de una disputa política-, para que nuestros bienpensantes, averroístas e intelectuales no se nos salieran del rebaño…
De la misma manera, hoy día las empresas usan a su antojo a las universidades y a su pobre alumnado, lanzado al estudio a los jóvenes como un buitre se lanza a la carroña, es decir, como su única oportunidad de supervivencia en este régimen del dinero y de la muerte. En un alarde de simpatía con el sistema capitalista, las universidades más prestigiosas cuentan con bolsas de trabajo con las empresas más importantes para incitar a sus alumnos a comprar sus puestos. Esto es a pagar las importantes colegiaturas a cambio de ingresar, sin más tránsito –casi sin notarlo, como si en realidad nunca hubiesen salido del todo de la Universidad (y así vigilar que salga bien esa transición del vigilante-pedagogo al vigilante-supervisor, y no vaya a ser que se desmadre una parte del engranaje en el camino). Y los alumnos, agradecidos, agachan la cabeza y presumen que desde los veinte años hacia delante lo único que tienen que hacer es esperar tranquilamente la muerte.
Y en cuanto a las universidades públicas, parece ser que lo único de públicas que tienen es su bajo coste –esto es para permitir que las clases más o menos bajas, puedan tener la oportunidad (no ya de instruirse, porque, siendo sinceros cualquiera puede reconocer que el gran grueso de los estudiantes no les importa tanto su instrucción como su diploma), sino de ingresar y subir un peldaño más en la escala social y de seguridad.
El destino de toda enseñanza que pueda salir de las Universidad es por lo general apoyar y recrear la Realidad… justamente entre las aulas de los doctores de física, biología, psicología, etc. van saliendo los titulares y formulitas que van sosteniendo y repitiéndose como un hueco eco entre los periódicos y los titulares de los telediarios –los más importantes productores de Realidad en cuanto a volumen:
(¿cuántas veces no se ha visto esos preciosos titulares entre una matanza en
Palestina y un asalto de joyería, un titular que dice algo así como: «Los genes
determinan más los comportamientos sexuales en hombres que en mujeres; así es,
un estudio realizado en la Universidad de Tubuctú ha demostrado a partir de la
comparación genética entre hombres y mujeres que hay un gen que determina qué
posición le gusta más unos u a otros. El doctor Roy Azbanut nos explica: “Así
es, a los hombres en la línea 23 del desciframiento del código genético dice
claramente que les gusta como perrito, en cambio a las mujeres no hay por donde
agarrarlas.” En noticias locales una joyería de Vallecas fue ayer asaltada por
un grupo de 3 hombres encapuchados y armados que irrumpieron en el local y se
llevaron 300 euros de la caja y 1.000 euros más en bisutería de plástico. Los
hombres tenían acento latinoamericano.»? Si la escena les resulta familiar,
piensen: ¿para qué está insertado ese estudio ahí?, ¿para qué sirve?, ¿por qué
la Universidad de Tumbutctú se gasta el dinero pagando a Roy Azbanut para
averiguar si la preferencia de la posición sexual en el coito se halla en el
genoma humano? Sencillo: porque sí. Es francamente útil para la Realidad ir
llenando los espacios que faltan por encontrarse e ir tapiando todas las
salidas, fomentando la mentira de que lo que no hay nada que no se pueda
explicar.)
Por ello es absolutamente necesario que los estudiantes comprendan, que vayan al final del asunto… que no se queden en su NO a BOLONIA (tan loable y tan superficial al mismo tiempo) y que ahonden y escarben en las situaciones que ha convertido a eso que llaman ‘conocimiento’ –aunque a mí la palabra me de ganas de devolver- en un bien más dentro de la sociedad capitalista, en algo que puede hipotecarse, que puede cambiarse por dinero y es justamente de Dinero de lo único que se trata en el fondo de la Universidad. La Realidad está pidiendo que el estudio es únicamente un trance entre la vida, necesario para la liquidación absoluta de lo incierto, de lo indomable, de lo vivo que corre bajo las pieles de todos los niños y jóvenes… está diciendo que en el momento en que se deja de ser estudiante se le otorgará las mismas prerrogativas que hoy día sostienen los dirigentes políticos, los doctores académicos y los padres de familia; esto es: ejercer el terror en vez de sufrirlo.
Contra esto es contra lo que se tiene que rebelar, eso sí, poniendo freno a todas sus ofensivas, diciendo siempre NO. Y estando siempre en pie de guerra contra la Realidad, con todos y cada uno de sus representantes: escuelas, Universidades, Estados, bancas, periódicos, medios de formación de masas, y como no, los nombres también.
¡Salud!