rey de oros, rey de espadas,
rey de nada.
Ya no me queda más que echar
vino en la poza
de mis entrañas,
para olvidar lo que fuí
y olivdar la que me aguarda.
Pero ¿qué que olvide
todo yo, si ella
no me olvida ni se embriaga?
Ella de mí
lo sabe todo:
yo de ella no sé nada.
No. A las cosas no se les puede olvidar… quiero decir a las cosas que ya están hechas como tales cosas, que es como decir que si se puede olvidar uno de la Realidad… Olvidar que sea un olvido que pretenda liquidarla.
Al fin y al cabo existen muchos y muy variados métodos para olvidarse de las cosas, aunque sea durante un momento… Y acaso la gana de rehuir de la viva desesperación ante las cosas –ante la muerte de las cosas que es que sean las que ya son. Porque entonces… las cosas, al ser ellas mismas, no son ya meras cositas que están ahí –justo como nosotros mismos lo somos- sino la muerte misma encarnada en la macabra máquina de ser la que es.
La Realidad, para sostenerse, necesitará de todas estas huidas: ocios, drogas, alcoholes y demás parafernalia: ese desorden necesario para que pueda seguir trabajando a sus anchas…
No hace falta huir de ella, ni para nada sirve: A las cosas les pasa lo mismo que a la Realidad, sólo que en pequeño… es imposible que una cosa sea ella misma y esté cerrada, clausurada, perfilada… no. (Y en tanto nosotros también somos cosas, será imposible lo mismo para nosotros… -esa es la base de la mentira de esta triste demoeconotecnoracia).
No, las cosas no se olvidan de nosotros –la muerte, no se olvida de nosotros-, habrá que alzarnos contra ella, que nunca será lo mismo que olvidarla… desconocerla, puede ser útil, no estoy del todo seguro… no reconocer los límites de las cosas: ¡eso es importante! Aunque la cosa esté ahí y nosotros –nosotros las cosas- vivamos gracias a ellas.
¡Gracias cosas! ¡Alzaos, revelaos contra la Realidad que os cuenta como a las personas!
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