De regreso de mi visita a una de las ciudades europeas que mejor ha sabido mantener el sabor de lo tradicional combinándolo sabiamente con una modernidad inagotable, Londres. Ha sido una semana de caminar (con breves descansos en las enormes zonas ajardinadas que, afortunadamente, han sabido preservar del furor urbanístico) desde las primeras horas de la mañana hasta las últimas de la noche. Y os aseguro que en Londres amanece muy temprano y anochece bastante tarde. Días muy largos para disfrutar y un tiempo fresquito, con alguna lluvia intermitente, ideal para pasear sin agobios.
Muchas cosas nuevas que me han sorprendido, pero especialmente la amabilidad de los ingleses. Todos los amigos que han viajado a esta ciudad siempre me comentaban que la gente iba a lo suyo y solían ser poco dados a conversar con extraños. Algo debe estar cambiando en la Gran Bretaña, porque a mi me ha parecido gente con ganas de agradar y de ayudar. Han sido incontables las ocasiones en las que cuando teníamos dudas sobre la dirección que debíamos tomar, alguien se acercaba de forma espontánea ofreciéndonos su ayuda, sin importarles el tiempo que tardábamos en enterarnos de sus indicaciones.
Por supuesto muchas bellas imágenes grabadas en la retina y, algunas captadas con la cámara, aunque es difícil plasmar la magnificencia de esta ciudad en una fotografía. Hoy cuelgo las de Tower Bridge, símbolo de la ciudad conocido por todos. No importa las veces que pases cerca, siempre llama la atención con sus torres neogóticas y las riostras azules. Está equipado con un mecanismo basculante revolucionario para la época en que fue construido (1894), que permite el paso de los barcos de mayor calado. No tuve la suerte de verlo funcionar.