“Un
señor con levita que se parece a Pushkin ha venido preguntando por usted”, me
comentó la criada ya con mi abrigo en sus brazos. Aquello me sorprendió, hacía
mucho que no se vestían levitas, Pushkin no era un autor muy conocido en Málaga
y yo no tenía criada. “Y… ese hombre que no era Pushkin, ¿ha dejado algún
recado?”, pregunté, por alargar la conversación y retrasar lo de sentirme solo
en mi propia casa. “Lo de siempre: que deje de beber, que coma algo, que no lea
poesía y que firme los papeles del divorcio, que ya está tardando”.
Ay, la soledad
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