Oye, desde tu muerte, el rumor del jardín
en esta tarde de junio, las flores suspendidas
en las fotos de los turistas, la transparencia
de los brotes como el tejido transparente
que cubre las piernas de esa chica,
toda esta geometría de la fragilidad.
El verano está ebrio porque no ha dejado de beber
desde primeras horas de la mañana. Va feliz
por las mesas de los bares o picotea en el agua
de la fuente un rectángulo de luz.
No hay ninguna arruga en el océano, ninguna huella del
tiempo,
solo una superficie lisa en la que flotan, ingrávidos,
los barcos y los bañistas. Una mujer con un bikini celeste
sale chorreando la materia color caramelo
del agua, y va a donde tiene amontonada su ropa.
La playa huele a crema bronceadora, a marihuana,
a la cerveza de la claridad. La vida muere en una ola
y nace en la ola que se aproxima.
No es posible ningún pensamiento, solo este acontecer
diáfano de los sentidos, esta suspensión del yo.
Tal vez te moriste para que el dolor me haya traído
de nuevo hasta aquí, para encontrar de esta forma la
felicidad.
La calma que nunca tuve se tiende ahora
sobre las superficies de las toallas, la pasión vuelve a
volar
como un pájaro marino por los cristales de unas gafas de
sol.
Viví tan lleno de miedo que no tenía refugio,
temí y destruí lo que debía amar. La muerte ensucia
lo que más se quiere, como los perros y los insomnios.
Pero solo quien conoce el agua y la tierra
sabe que guardan el secreto de la germinación.
Las huellas están detenidas en la arena mirando el
horizonte.
La brisa empieza a quitarle ya el polvo al océano
para que pronto luzcan las estrellas.
Los libros están en silencio bajo las sombrillas, esperando.
Todo espera porque entre tú y yo puede haber noche pero
nunca muerte,
puede haber lejanía pero nunca ausencia.
Este trozo de mar me lo enseñaste tú.
La sabiduría nos lleva a la infancia.
(Diego Doncel. La fragilidad. Madrid, Visor, 2021)