La tercera manera de pasión y pena que el alma aquí padece
es a causa de otros dos extremos, conviene a saber, divino y humano, que aquí
se juntan. El divino es esta contemplación purgativa, y el humano es sujeto del
alma. Que como el divino embiste a fin de renovarla para hacerla divina,
desnudándola de las afecciones habituales y propiedades del hombre viejo, en
que ella está muy unida, conglutinada y conformada, de tal manera la destrica y
descuece la sustancia espiritual, absorbiéndola en una profunda y honda
tiniebla, que el alma se siente estar deshaciendo y derritiendo en la haz y
vista de sus miserias con muerte de espíritu cruel; así como si, tragada de una
bestia, en su vientre tenebroso se sintiese estar digiriendo, padeciendo estas
angustias como Jonás (2, 1) en el vientre de aquella marina bestia. Porque en
este sepulcro de oscura muerte la conviene estar para la espiritual
resurrección que espera.
La manera de esta pasión y pena, aunque de verdad ella es
sobre manera, descríbela David, diciendo: Cercáronme los gemidos de la muerte, los dolores del infierno me rodearon,
en mi tribulación clamé (Ps 17, 5-7). Pero lo que esta doliente alma aquí
más siente, es parecerle claro que Dios la ha desechado y, aborreciéndola,
arrojado en las tinieblas, que para ella es grave y lastimera pena creer que la
ha dejado Dios. La cual también David, sintiéndola mucho en este caso, dice
(Sal. 87, 6-8): De la manera que los
llagados están muertos en los sepulcros, dejados ya de tu mano, de que no te
acuerdas más, así me pusieron a mí en el lago más hondo e inferior en
tenebrosidades y sombra de muerte, y está sobre mi confirmado tu furor, y todas
tus olas descargaste sobre mí (Ps 87, 6-8). Porque, verdaderamente, cuando
esta contemplación purgativa aprieta, sombra de muerte y gemidos de muerte y
dolores de infierno siente el alma muy a lo vivo, que consiste en sentirse sin
Dios y castigada y arrojada e indigna de él, y que está enojado, que todo se
siente aquí; y más, que le parece que ya es para siempre.
Y el mismo desamparo siente de todas las criaturas y
desprecio acerca de ellas, particularmente de los amigos. Que por eso prosigue
luego David, diciendo: Alejaste
de mí mis amigos y conocidos; tuviéronme por abominación (Ps 87, 9). Todo
lo cual, como quien tan bien lo experimentó en el vientre de la bestia corporal
y espiritualmente, testifica bien Jonás (2, 4-7), diciendo así: Arrojásteme al profundo en el corazón de la
mar, y la corriente me cercó; todos sus golfos y olas pasaron sobre mí y dije:
arrojado estoy de la presencia de tus ojos; pero otra vez veré tu santo templo
(lo cual dice, porque aquí purifica Dios al alma para verlo); cercáronme las aguas hasta el alma, el
abismo me ciñó, el piélago me cubrió mi cabeza, a los extremos de los montes
descendí; los cerrojos de la tierra me encerraron para siempre (2, 4-7). Los
cuales cerrojos se entienden aquí a este propósito por las imperfecciones del
alma, que la tienen impedida que no goce esta sabrosa contemplación.
La cuarta manera de pena causa en el alma otra excelencia de
esta oscura contemplación, que es la majestad y grandeza de ella, la cual hace
sentir en el alma otro extremo que hay en ella de íntima pobreza y miseria; la
cual es de las principales penas que padece en esta purgación. Porque siente en
sí un profundo vacío y pobreza de tres maneras de bienes que se ordenan al
gusto del alma, que son temporal, natural y espiritual, viéndose puesta en los
males contrarios, conviene a saber: miserias de imperfecciones, sequedades y
vacíos de las aprensiones de las potencias y desamparo del espíritu en
tiniebla. Que, por cuanto aquí purga Dios al alma según la sustancia sensitiva
y espiritual y según las potencias interiores y exteriores, conviene que el
alma sea puesta en vacío y pobreza y desamparo de todas estas partes, dejándola
seca, vacía y en tinieblas; porque la parte sensitiva se purifica en sequedad,
y las potencias en su vacío de sus aprensiones, y el espíritu en tiniebla
oscura.
Todo lo cual hace Dios por medio de esta oscura
contemplación; en la cual no sólo padece el alma el vacío y suspensión de estos
arrimos naturales y aprensiones, que es un padecer muy congojoso, de manera que
si a uno suspendiesen o detuviesen en el aire, que no respirase, mas también
está purgando el alma, aniquilando y vaciando o consumiendo en ella, así como
hace el fuego al orín y moho del metal, todas las afecciones y hábitos
imperfectos que ha contraído toda la vida. Que, por estar ellos muy arraigados
en la sustancia del alma, sobrepadece grave deshacimiento y tormento interior,
demás de la dicha pobreza y vacío natural y espiritual, para que se verifique
aquí la autoridad de Ezequiel que dice: Juntaré
los huesos, y encenderlos he en fuego, consumirse han las carnes y cocerse ha
toda la composición, y deshacerse han los huesos (24, 10). En lo cual se
entiende la pena que padece en el vacío y pobreza de la sustancia del alma
sensitiva y espiritual. Y sobre esto dice luego (ibid., v. 11): Ponedla también
así vacía sobre las ascuas, para que se caliente y se derrita su metal, y se
deshaga en medio de ella su inmundicia y sea consumido su moho. En lo cual se
da a entender la grave pasión que el alma aquí padece en la purgación del fuego
de esta contemplación, pues dice el profeta que para que se purifique y deshaga
el orín de las afecciones que están en medio del alma, es menester en cierta
manera que ella misma se aniquile y deshaga, según está ennaturalizada en estas
pasiones e imperfecciones.
De donde, porque en esta fragua se purifica el alma como el
oro en el crisol, según el Sabio dice (Sab. 3, 6), siente este grande
deshacimiento en la misma sustancia del alma, con extremada pobreza, en que
está como acabando, como se puede ver por lo que a este propósito dijo David
(Sal. 68, 2-4) por estas palabras, clamando a Dios: Sálvame, Señor, porque han entrado las aguas hasta el alma mía; fijado
estoy en el limo del profundo, y no hay donde me sustente; vine hasta el
profundo del mar, y la tempestad me anegó; trabajé clamando, enronqueciéronseme
mis gargantas, desfallecieron mis ojos en tanto que espero en mi Dios (Ps
68, 2-4). En esto humilla Dios mucho al alma para ensalzarla mucho después y,
si él no ordenase que estos sentimientos, cuando se avivan en el alma, se
adormeciesen presto, moriría muy en breves días; mas son interpolados los ratos
en que se siente su íntima viveza. Lo cual algunas veces se siente tan a lo vivo,
que la parece al alma que ve abierto el infierno y la perdición. Porque de
éstos son los que de veras descienden al infierno viviendo (Sal. 54, 16), pues
aquí se purgan a la manera que allí; porque esta purgación es la que allí se
había de hacer. Y así el alma que por aquí pasa, o no entra en aquel lugar, o
se detiene allí muy poco, porque aprovecha más una hora aquí que muchas allí.
(Juan de la Cruz. “Noche oscura”, en Vida y obras
completas de San Juan de la Cruz. Edición
crítica, notas y apéndices de Lucinio Ruano. Biografía de Crisógono de
Jesús y Matías del Niño Jesús. Madrid, BAC, 1971, 6ª ed., páginas 651-653)