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miércoles, 2 de noviembre de 2016

Se había hecho tarde. En esta época del año y con estas temperaturas, la ciudad estaba casi vacía. Pero debía volver a casa, y tomar un taxi hasta la estación era impensable. No gastaría casi lo ganado en mi jornada por una docena calles. Decidí ir a tomar el autobús, ni siquiera me pondría a escuchar música por el ipod, para estar atenta a mi alrededor. Casi llegando vi que no estaría sola, un hombre mayor ya estaba en la parada. Suspiré aliviada. Pero cuanto poco me duró lo de relajarme. Apenas llegué, el viejo (sí, así, despectivo...), se giró hacia mí; me miró de arriba a abajo, como haciéndome una radiografía, para finalmente guiñarme un ojo mientras se pasaba la lengua por los labios. Me sentí asqueada. Sin pensarlo dos segundos comencé a caminar nuevamente. Cualquier cosa sería mejor que esperar junto a semejante personaje. Si apresuraba el paso igualmente haría rápido. Un gato cruzó mi camino, y era tal mi tensión que casi muero del susto.

Finalmente allí estaba, estación central. Controlé el horario, en diez minutos partía el próximo tren en el tercer andén. Pasé los controles y caminé hacia allí. Miraba dentro los vagones, prácticamente vacíos. Subí al segundo; algunos, pocos, pasajeros. Un señor leyendo el periódico, una mujer controlando su celular cerca, y un poco más allá, un muchacho con los auriculares durmiendo. Me senté cerca de la puerta y ahí sí, me puse a escuchar música, eran cuarenta y cinco minutos de viaje.

En algún momento, enseguida de haber partido el tren, me debo haber quedado dormida. Desperté de golpe cuando sentí algo moverse a mi lado. Como una ingenua idiota, me había sentado del lado de la ventanilla y ahora tenía a uno sentado a mi lado, mirándome insistentemente mientras se manoseaba. Me puse rígida, no podía ni siquiera saber si aún estaban los pasajeros que antes había visto. No sabía qué hacer. ¿Me levantaba y me iba?
¿Y si estabamos solos en el vagón y ese gesto lo enfurecía y era peor? Pensaba mil cosas en escasos segundos. ¿Y si el quedarme allí lo interpretaba como una aceptación? Miraba hacia afuera por la ventanilla y lo sentía masturbarse. Me venían las arcadas pero no quería mover un sólo músculo. Sentía su respiración agitada y el tiempo parecía haberse detenido, los minutos no pasaban. Sentí algo caliente mojarme la pierna del jeans y al tipo (llamarlo hombre sería darle una clase que no merece) acomodarse, levantarse e irse. Me giré para alzarme, y no pude contener de vomitar. Cuando alcé la cabeza vi que los pasajeros seguían en su sitio, nadie notó nada, y si lo hizo daba lo mismo. Seguía sintiendo nauseas, bajé del tren y corrí los doscientos metros hasta mi casa. Entré directa a la ducha. Por alguna maldita razón me sentía no sólo sucia, sino culpable. ¿De qué? ...no lo sé.




(Esto podrìa ser un relato de terror pero en cambio es, lamentablemente,
una terrorífica realidad que pasan miles y miles de mujeres en cualquier ciudad, todos los días...
No miremos para otro lado cuando viajamos por esta vida.)



("Pasajeros", haz click para escuchar la canción de inspiración,
44 de 52 para "Contando las semanas" de Sindel.)



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