El día que tanto
habíamos temido había llegado. Uno a uno los seres de este planeta se habían
comenzado a convertir en zombis. Nadie estaba a salvo verdaderamente. Continuaban
con su vida de siempre, y nadie se hubiese dado cuenta de nada en realidad, si
no fuera por los jirones de carne putrefacta que desprendían a cada paso.
Un pensamiento atravesó
mi cabeza en ese instante: mi perro. Agradecí el hecho que había muerto un mes
atrás. Si sólo en ese momento hubiese imaginado algo así, tal vez no habría
llorado tanto.
Decidí que iría hasta
la casa de mi madre. Eran ella y Samanta las únicas personas que me quedaban,
pero sabía no podría salvarlas ambas. Mi madre vivía sola. Desde que mi padre
nos había abandonado cuando yo era solamente un niño, fue ella a hacerse cargo
de todo. ¿Cómo haría yo ahora a decirle que debía escapar, y que sólo podría
llevarme a Sam conmigo?
Su auto estaba
estacionado en el garage, pero ella no me contestó cuando llamé a la puerta.
Fui hacia el ingreso posterior, pasando por el jardín; no notaba ningún movimiento.
La puerta chilló como de costumbre al abrirla y ni siquiera allí oí la voz de
mi madre pregustando quién era. Subí de dos en dos los escalones hasta su
dormitorio. Allí estaba ella, durmiendo, abrazada a mi manta de pequeño. Tuve miedo, pero
necesitaba acercarme. La toqué apenas, y un frasco de tranquilizantes vacío
cayó de su mano.
Las lágrimas
comenzaron a rodar por mi rostro. No encontré nada escrito que me explicara,
aunque si no hacía falta. Sabía porqué lo había hecho. No era muy diferente de
lo que venía haciendo todos estos años. Me cuidaba. Me protegía. Me salvaba...
una vez más.
Tomé las llaves del auto
y me dirigí a casa. Mientras conducía, llamé a Sam al celular.
Joe... ¿de dónde me
llamas? –preguntó y su voz sonaba ansiosa. Estoy en casa y está todo revuelto,
y...
Sam... frena... –la interrumpí.
No tenemos mucho tiempo... junta algo de vestir, algunos objetos personales,
alimentos y todo el dinero que haya en casa... nos vamos.
Pero... –sabía que
estaba por quebrarse. ¿Dónde? ¿Por qué?
No hay tiempo para
explicaciones Sam... –dije mientras mi pie pisaba aún más fuerte el acelerador.
Paso por el banco y a buscarte apenas puedo...
Joe... –me nombró
comenzando a llorar.
Sam... ¿confías en mí?
–pregunté creyendo saber la respuesta, esperando sea esa. Sam...
Sí... –me respondió
sin dudas. Te estaré esperando...
En el banco vacié las cuentas,
y en menos de media hora estaba en casa cargando todo en el auto. Nos marchamos
sin saber muy bien dónde; lejos, muy lejos. Sam no hizo preguntas; mientras conducía,
acarició mi brazo, luego tomó mi mano y la llevó a su vientre. Esa era mi
última esperanza.
Es el número 24: El aclamado apocalipsis zombi ha llegado.
¿A quién salvarás: tu madre, tu pareja o tu mascota?
Sólo puede quedar vivo uno.)