¿Cómo lo había conocido? Tal vez si
hubiese sido otra no lo recordaría, pero ella, ella recordaba cada pequeño
detalle de ese encuentro.
Se había presentado ante ella
casi en puntas de pie, pero con el rostro lleno de preguntas. Ella le dejó
abiertas todas las posibilidades, porque él había sabido hacerle cosquillas a
su curiosidad. Por cada pregunta que le hacía, ella sonreía de forma pícara,
alzaba los ojos al cielo y le respondía no sin cierta timidez.
Me gusta ser el que provoca tu
sonrisa. –le dijo y ella se ruborizó como si fuera una adolescente y esa fuera
una declaración de amor.
La verdad es que él le gustaba desde mucho
antes de cruzar las primeras palabras. Lo había oído hablar tantas veces,
siempre con la respuesta pronta, aquella justa. Él no dejaba de preguntarle,
deseaba saber todo sobre su vida y ella, con su más sincera naturalidad, le
respondía, le contaba todo.
Si sigues... si sigo... te me harás
vicio... –le dijo ella como con miedo en la voz.
Me encanta hacerme vicio. –respondió él
tomándola por el mentón y obligándola a mirarlo. ¿A qué le tienes tanto miedo?
¿A mí?
Sí... y no... –las palabras salieron de su
boca sin poder detenerlas.
Explícame. –le pidió.
Me gustas mucho... me encantas... pero mi
vida es demasiado complicada como para dejar que lo que siento, que esto que tú
me provocas, me invada y tenga el sobreviento... –más sincera que así no podía
ser.
¿Y qué harás? –preguntó mientras se
acercaba peligrosamente. ¿Te frenarás? ¿Pondrás límites?
Sí... sí, si es necesario... –respondió mostrando
una seguridad que no tenía.
Si crees lograrlo, te dejaré intentarlo. –y
su aliento le rozaba el cuello.
No me dejes... –murmuró colocándose en ese
espacio que él le había hecho entre sus brazos.
Dejarte sería castigarme a mí mismo. –la abrazó
fuerte y selló sus palabras con un beso.