lunes, 23 de octubre de 2023

UNA PAZ SIN ESPERANZA NI OPORTUNIDADES*

 


“Crepita el alma, la ira”, el verso de Miguel Hernández, desgarrada el alma, irrumpe la ira desatada, creadora de su propio espectáculo: destrucción, muerte, rostros desencajados, terror, miedo, sonrisas volatizadas. La ira, suplantando el raciocinio. La paz en Oriente Próximo hace tiempo que perdió la esperanza.

“Por eso, así ha dicho Jehová: He aquí, yo extenderé mi mano contra los filisteos. Exterminaré a los cereteos y haré perecer a los sobrevivientes de la costa del mar. Y haré en ellos grandes venganzas y reprensiones de ira. Y sabrán que yo soy Jehová, cuando ejecute mi venganza en ellos” (Ezequiel 25:16-17). Oriente Próximo, un océano de retóricas bíblicas.

Soy ciudadano de ahora, llevo coexistiendo décadas con la inestabilidad de Oriente Próximo y Oriente Medio, décadas de dolor y sufrimiento, de intransigencia y represión, de guerras infinitas, de millones de personas con ilusiones truncadas, sometidas por la tiranía, las religiones, la intolerancia o regímenes políticos despiadados.

Hoy no quiero ejercer de historiador, solo de ciudadano del mundo. Nada de análisis de los hechos apelando a tensiones geoestratégicas, disputas territoriales tras erróneas soluciones de potencias ocupantes, a la avaricia que controla recursos energéticos para insaciables oligarquías y multinacionales, entretanto la prosperidad de los pueblos, de las personas, languidece. EE UU, Gran Bretaña, Italia, Francia y Alemania diciendo: “Israel tiene derecho a defenderse”, carta blanca a la procacidad bíblica devoradora de población inocente, ahíta de sed de venganza.

Los terroristas de Hamás perpetraron una acción cruel, asesinaron a inocentes, acumularon rehenes, pero el gobierno de Israel es iracundo, interpreta ese “derecho a defenderse” como: “arrasad ciudades y pueblos, vidas de niños, mujeres y ancianos”. Los gobernantes de Israel no solo buscan milicianos de Hamás, destruyen el hábitat de cientos de miles de gazatíes desheredados.

Ante los que exigen tomar partido, mi determinación: únicamente estoy a favor de las víctimas de Israel y de Gaza. Solo me preocupa la gente, su seguridad, su bienestar, su educación... Los desalmados dirigentes de Hamás e Israel no se merecen que los miremos con condescendencia, han demostrado su deslealtad con la especie humana. Mancillan en nombre de ideas combativas y avasalladoras a la población civil. Monstruos sin entrañas, sin escrúpulos, defensores de la guerra, nunca de la paz. No quieren a sus pueblos, los utilizan para satisfacer egos y alimentar un clima de tensión y beligerancia, benefactor del poder y de una economía de guerra.

No me preguntéis si estoy a favor de Israel o de Gaza, solo me importan sus gentes: israelíes y gazatíes, y el dolor de cuerpos destrozados bajo ruinas, de cientos de muertos en un hospital bombardeado, de rostros desgarrados, cubiertos de sombras blanquecinas y regueros de sangre surcando la desesperación dibujada por la angustia y el espanto. De esos, estoy a favor.

Compasión para la población gazatí-palestina, inocente, bajo la tiranía de un régimen islamista que utiliza a dos millones de personas como escudos humanos en sus delirios de grandeza. Víctimas de privaciones impuestas por un vecino que lleva años represaliándolas y negándoles el sustento más elemental, como si fueran ‘animales humanos’. “No habrá electricidad, ni alimentos, ni gas”, afirmaba Yoav Gallant, ministro de Defensa israelí.

Quieren que nos posicionemos a favor de Israel o de Hamás. Me niego, con la rotundidad que me permite mi sentido ético y moral. Me niego ante la manipulación, la complicidad con las maldades, la siembra del odio, la venganza, la expansión del rencor infinito entre gentes de un lado y otro de Gaza e Israel. Me posiciono a favor de la paz, de las personas inocentes, de las vivas y muertas durante décadas, de las que seguirán muriendo.

Israel, el mundo árabe y Palestina a veces han conversado y firmado acuerdos de paz. Casi todos han fracasado. Demasiados intereses nacionales e internacionales de por medio. Tantos años destruyendo la paz, acallando cualquier intento de alcanzarla. Desde hace más de un siglo, solo ejercitando la guerra.

El 26 de marzo de 1979 se firmaba el tratado de Paz entre Israel y Egipto, entre Menájem Beguín y Anwar el-Sadat; antes, los acuerdos de paz de Camp David de 1978. En octubre de 1981 El-Sadat fue asesinado. Después vinieron los Acuerdos de Oslo (13/septiembre/1993), tras la Conferencia de Madrid de 1991, firmados por Isaac Rabin y Yasser Arafat. Más tarde, el Tratado de Paz entre Israel y Jordadia (25/octubre/1994), firmado por Rabin y el rey Hussein, en el contexto del acuerdo de paz entre Israel y la OLP.

El 4 de noviembre de 1995, en un acto para impulsar el proceso de paz, Rabin fue asesinado en Tel Aviv. “Sí a la paz, no a la violencia” era el eslogan. Las últimas palabras de Rabin hablaron de la gran oportunidad para que llegara la paz. Se entonó ese himno israelí por la paz: Shir LaShalom (Canción por la Paz), escrito en 1969 por Yaakov Rotblit. Luego llegaron más ‘halcones’ a la política israelí y el triunfo islamista en Gaza, a ninguno les interesó la paz. Pocas oportunidades para la paz.

Quizá me siga persiguiendo la candidez de aquellos años sesenta y setenta, cuando siendo un jovenzuelo me embelesaba con Joan Baez en Un canto por la paz y ese “algún día viviremos en paz”; o cuando John Lennon nos deleitaba con Imagine e imaginaba “a toda la gente viviendo en paz”.

Quizá rece con Miguel Hernández: “Crepita el alma, la ira. / El llanto relampaguea. / ¿Para qué quiero la luz / si tropiezo con tinieblas?”. 

 *Artículo publicado en Ideal, 22/10/2023

lunes, 9 de octubre de 2023

AMNISTÍA*

 

España es el corolario de un proceso histórico protagonizado por acuerdos, diálogos, imposiciones, conquistas… Somos individual y colectivamente una amalgama de pensamientos, conductas e intereses, que han configurado los universos culturales coexistentes en una convivencia ciertamente compleja, en ese diálogo entre presente y pasado al que se refería el historiador Edward H. Carr, donde los individuos participamos en “calidad de seres sociales”.

La realidad histórica no puede eludirse a nuestro antojo, ni manipularse a nuestra conveniencia. La historia de España, marcada por tantísimas turbulencias, tiene en los dos últimos siglos un presente: la llamada ‘cuestión nacional’. El nacionalismo, común a todos los países europeos, ha propiciado históricamente no pocas tensiones territoriales. La consolidación de un territorio como nación, con individuos que se entiendan, es un proceso histórico que en ningún país ha resultado fácil.

En los últimos años, el conflicto nacionalista más relevante en el ámbito de las democracias occidentales europeas lo ha protagonizado el ‘procés’ catalán. Aunque desde aquel octubre de 2017 ha ido perdiendo apoyo ciudadano, su acceso al poder de las instituciones catalanas ha sustentado el permanente órdago independentista, mantenido también por el prófugo Puigdemont y su condición de eurodiputado. El resultado de las elecciones generales del 23-J y el juego democrático en la elección del presidente del Gobierno en el Congreso han hecho relevante el voto independentista y la reivindicación de amnistía y referéndum de autodeterminación.

La hipotética amnistía, que favorecería fundamentalmente a Puigdemont, ha abierto el debate político durante la fallida candidatura de Feijóo, generando una tensión política de enorme impacto social, que ahora se agudiza con la candidatura de Pedro Sánchez. La amnistía y el indulto, términos con ciertas diferencias conceptuales, no son medidas ajenas a los gobiernos de la democracia.

Antes de la Constitución de 1978, la búsqueda de la concordia nacional, con la dictadura todavía de cuerpo presente, se dictó la Ley 46/1977, de 15 de octubre, de Amnistía. Aquella amnistía impedía juzgar los crímenes de la dictadura y perdonaba tanto a los presos políticos como a las autoridades franquistas que habían ordenado torturas y asesinatos. En su artículo primero quedaban amnistiados “todos los actos de intencionalidad política, cualquiera que fuese su resultado, tipificados como delitos y faltas”, y “todos los actos de la misma naturaleza… cuando en la intencionalidad política se aprecie además un móvil de restablecimiento de las libertades públicas o de reivindicación de autonomías de los pueblos de España”. Y seguía: “Todos los actos de idéntica naturaleza e intencionalidad… que no hayan supuesto violencia grave contra la vida o la integridad de las personas”. En el artículo segundo, en todo caso, estaban comprendidos “los delitos de rebelión y sedición, así como los delitos y faltas cometidos con ocasión o motivo de ellos, tipificados en el Código de justicia Militar” o “los actos de expresión de opinión, realizados a través de prensa, imprenta o cualquier otro medio de comunicación”.

Con la Constitución en vigor vinieron otros indultos de los gobiernos de UCD y PSOE para antiguos activistas de ETA. En 1986 el Congreso borraba la pena de expulsión del Ejército de los exmiembros de la Unión Militar Democrática. En 1990, 40 integrantes de ETA salieron de prisión. En junio de 1996 el Consejo de Ministros, presidido por José María Aznar, indultó a 15 terroristas de Terra Lliure, se retiró la Guardia Civil de Tráfico de las carreteras de Cataluña o se suprimieron los gobernadores civiles. ¿Quién le pidió a Aznar estas gracias? Entonces no tenía mayoría absoluta.

Dos décadas democráticas donde los gobiernos acaso buscaron mejorar la concordia con vascos y catalanes. Se escrutaron fórmulas de acercamiento entre españoles que ayudaran a marginar a los sectores más extremistas, relegándolos a entes testimoniales, que no contaminaran al resto de la población con sus ideas levantiscas y ultramontanas.

La reivindicación de amnistía para quienes proclamaron la declaración interruptus de independencia unilateral el 27 de octubre, en un gesto de cobardía que la historia no olvidará, erigiéndose en lo que no querían ser: ¡traidores a una causa y a unas ideas!, es una huida hacia adelante. No obstante, el problema independentista como realidad histórica requiere otras soluciones: ¿qué deberíamos hacer para que desistan y quieran vivir y formar parte de España?

Antes de charlotear sobre amnistía sí o no, antes de que España ‘se rompa’, habría que responder a esta realidad histórica. Presumir de verdades absolutas no es suficiente. ¿Metemos en las cárceles a los miles que tuvieron parte activa o apoyaron el ‘procés’?, ¿solucionaríamos así, para siempre, un problema de raíces históricas? No me gustaría ver a un Puigdemont ufano eludiendo la acción de la justicia, pero esconder la cabeza como un avestruz no solucionará este problema tan inveterado de identidades nacionalistas. Necesitamos más diálogo, sin generar desigualdades territoriales. El reconocimiento de las lenguas cooficiales en el Congreso ha representado un paso hacia la normalización en un país diverso y plural.

El pensamiento nacionalista es excluyente, discriminador, supremacista, injusto, insolidario, antidemocrático y represor hacia quienes no piensan como él. España necesita que la herida purulenta del nacionalismo vaya sanando. La convivencia es importante, España no puede vivir eternamente en un conflicto interno. Los catalanes no independentistas tienen el mismo derecho a vivir en una Cataluña integrada en España.

El tema del encaje constitucional de la amnistía se lo dejo a los juristas, aunque no sean capaces de ponerse de acuerdo. Tan solo diré: si una medida política permite que demos un paso adelante en la concordia de este país, la aceptaré.

*Artículo publicado en Ideal, 08/10/2023