“Crepita el alma, la ira”, el verso de Miguel Hernández, desgarrada el alma, irrumpe la ira desatada, creadora de su propio espectáculo: destrucción, muerte, rostros desencajados, terror, miedo, sonrisas volatizadas. La ira, suplantando el raciocinio. La paz en Oriente Próximo hace tiempo que perdió la esperanza.
“Por eso, así ha dicho Jehová: He aquí, yo extenderé mi mano contra los filisteos. Exterminaré a los cereteos y haré perecer a los sobrevivientes de la costa del mar. Y haré en ellos grandes venganzas y reprensiones de ira. Y sabrán que yo soy Jehová, cuando ejecute mi venganza en ellos” (Ezequiel 25:16-17). Oriente Próximo, un océano de retóricas bíblicas.
Soy ciudadano de ahora, llevo coexistiendo décadas con la inestabilidad de Oriente Próximo y Oriente Medio, décadas de dolor y sufrimiento, de intransigencia y represión, de guerras infinitas, de millones de personas con ilusiones truncadas, sometidas por la tiranía, las religiones, la intolerancia o regímenes políticos despiadados.
Hoy no quiero ejercer de historiador, solo de ciudadano del mundo. Nada de análisis de los hechos apelando a tensiones geoestratégicas, disputas territoriales tras erróneas soluciones de potencias ocupantes, a la avaricia que controla recursos energéticos para insaciables oligarquías y multinacionales, entretanto la prosperidad de los pueblos, de las personas, languidece. EE UU, Gran Bretaña, Italia, Francia y Alemania diciendo: “Israel tiene derecho a defenderse”, carta blanca a la procacidad bíblica devoradora de población inocente, ahíta de sed de venganza.
Los terroristas de Hamás perpetraron una acción cruel, asesinaron a inocentes, acumularon rehenes, pero el gobierno de Israel es iracundo, interpreta ese “derecho a defenderse” como: “arrasad ciudades y pueblos, vidas de niños, mujeres y ancianos”. Los gobernantes de Israel no solo buscan milicianos de Hamás, destruyen el hábitat de cientos de miles de gazatíes desheredados.
Ante los que exigen tomar partido, mi determinación: únicamente estoy a favor de las víctimas de Israel y de Gaza. Solo me preocupa la gente, su seguridad, su bienestar, su educación... Los desalmados dirigentes de Hamás e Israel no se merecen que los miremos con condescendencia, han demostrado su deslealtad con la especie humana. Mancillan en nombre de ideas combativas y avasalladoras a la población civil. Monstruos sin entrañas, sin escrúpulos, defensores de la guerra, nunca de la paz. No quieren a sus pueblos, los utilizan para satisfacer egos y alimentar un clima de tensión y beligerancia, benefactor del poder y de una economía de guerra.
No me preguntéis si estoy a favor de Israel o de Gaza, solo me importan sus gentes: israelíes y gazatíes, y el dolor de cuerpos destrozados bajo ruinas, de cientos de muertos en un hospital bombardeado, de rostros desgarrados, cubiertos de sombras blanquecinas y regueros de sangre surcando la desesperación dibujada por la angustia y el espanto. De esos, estoy a favor.
Compasión para la población gazatí-palestina, inocente, bajo la tiranía de un régimen islamista que utiliza a dos millones de personas como escudos humanos en sus delirios de grandeza. Víctimas de privaciones impuestas por un vecino que lleva años represaliándolas y negándoles el sustento más elemental, como si fueran ‘animales humanos’. “No habrá electricidad, ni alimentos, ni gas”, afirmaba Yoav Gallant, ministro de Defensa israelí.
Quieren que nos posicionemos a favor de Israel o de Hamás. Me niego, con la rotundidad que me permite mi sentido ético y moral. Me niego ante la manipulación, la complicidad con las maldades, la siembra del odio, la venganza, la expansión del rencor infinito entre gentes de un lado y otro de Gaza e Israel. Me posiciono a favor de la paz, de las personas inocentes, de las vivas y muertas durante décadas, de las que seguirán muriendo.
Israel, el mundo árabe y Palestina a veces han conversado y firmado acuerdos de paz. Casi todos han fracasado. Demasiados intereses nacionales e internacionales de por medio. Tantos años destruyendo la paz, acallando cualquier intento de alcanzarla. Desde hace más de un siglo, solo ejercitando la guerra.
El 26 de marzo de 1979 se firmaba el tratado de Paz entre Israel y Egipto, entre Menájem Beguín y Anwar el-Sadat; antes, los acuerdos de paz de Camp David de 1978. En octubre de 1981 El-Sadat fue asesinado. Después vinieron los Acuerdos de Oslo (13/septiembre/1993), tras la Conferencia de Madrid de 1991, firmados por Isaac Rabin y Yasser Arafat. Más tarde, el Tratado de Paz entre Israel y Jordadia (25/octubre/1994), firmado por Rabin y el rey Hussein, en el contexto del acuerdo de paz entre Israel y la OLP.
El 4 de noviembre de 1995, en un acto para impulsar el proceso de paz, Rabin fue asesinado en Tel Aviv. “Sí a la paz, no a la violencia” era el eslogan. Las últimas palabras de Rabin hablaron de la gran oportunidad para que llegara la paz. Se entonó ese himno israelí por la paz: Shir LaShalom (Canción por la Paz), escrito en 1969 por Yaakov Rotblit. Luego llegaron más ‘halcones’ a la política israelí y el triunfo islamista en Gaza, a ninguno les interesó la paz. Pocas oportunidades para la paz.
Quizá me siga persiguiendo la candidez de aquellos años sesenta y setenta, cuando siendo un jovenzuelo me embelesaba con Joan Baez en Un canto por la paz y ese “algún día viviremos en paz”; o cuando John Lennon nos deleitaba con Imagine e imaginaba “a toda la gente viviendo en paz”.
Quizá rece con Miguel Hernández: “Crepita el alma, la ira. / El llanto relampaguea. / ¿Para qué quiero la luz / si tropiezo con tinieblas?”.
*Artículo publicado en Ideal, 22/10/2023