En los últimos tiempos hemos asistido a la aparición de varios fenómenos sociales en los que el ciudadano de a pie ha alcanzado un protagonismo que no se producía desde hacía tiempo. Ejemplos de ello: las revoluciones en el mundo árabe y las crecientes protestas desde distintos sectores sociales en el mundo desarrollado. O la aparición del libro de Stéphane Hessel, Indignaos, y su remedo en España: el libro Reacciona. Aunque tiene guasa que un nonagenario venga a decirnos que estamos dormidos ante la injusticia social, o acaso sea lógico, y la vejez, a pesar de esa absurda explotación del ‘valor’ de ser joven, siga siendo un tramo de la vida del hombre totalmente productivo, aunque ahora se pretenda arrinconar a los ancianos.
Es lógico que estos libros, sobre todo el primero, se hayan convertido en instrumentos que han venido a despertar el espíritu de rebeldía que parecía languidecer en una sociedad aborregada e hiperdirigida. Hoy día hay motivos sobrados para indignarse, aunque en honor a la verdad siempre los hubo, como los que en sociedades desarrolladas ven truncadas sus expectativas como ciudadanos activos en lo laboral o en la participación social. Si bien, si aquí hay quejas, en los países menos desarrollados hay desesperación. Porque en ellos la población es consciente no sólo de las realidades propias sino también de las ajenas, por mor de un mundo interconectado que pone el escaparate de la opulencia ante cualquier mirada.
Vivimos un tiempo en que la mayor cultura, la mejor preparación, el enorme caudal de información, hace que la gente pueda levantar la voz, se promuevan actitudes más inconformistas, se toleren menos las actitudes intransigentes (no digamos dictatoriales). En los últimos días hemos asistido a un brote social espontáneo, o quizá no tan espontáneo (no ponemos la mano en el fuego), de ciudadanos protestando, indignados, movilizados, ante cómo están discurriendo las cosas en nuestra sociedad. Sin embargo, espero que esa indignación que es extensiva a una gran parte de la sociedad, no sólo a los que se han echado a la calle, no responda únicamente al hecho de padecer una crisis monstruosa con unas consecuencias terribles para mucha gente. Espero que detrás haya algo más, aunque la crisis haya sido una razón de peso.
El movimiento 15-M demuestra que hay una parte de la sociedad que está viva, capaz de pensar y reaccionar. Afortunadamente no toda la sociedad está tan adormecida y manipulada como a algunos les interesa tenerla. La decencia de la política, entre otras razones, está asimismo detrás de esta protesta. Los grandes partidos han defraudado desde hace mucho tiempo a los ciudadanos y no se han dado o no han querido darse cuenta de ello. Absortos en su mundo, en sus luchas de poder interno, en sus rencillas por quitar al de lado, o al del otro partido, se han olvidado de lo que hay fuera de ellos y, de camino, de fortalecer la democracia. La decencia está diezmada con ocupación de cargos eternos, con la conversión de los partidos en oficinas de colocación, con prácticas endogámicas…
La ciudadanía está harta de políticos que sólo buscan sobrevivir en la política pero no comprometerse con la sociedad. La democracia en España tiene que evolucionar: establecer listas abiertas, mayor representatividad del ciudadano, poner límites a los mandatos, mayor intransigencia con la corrupción… Que en todo este asunto ningún partido mire para otro lado, porque esto va para todos.
Lo que deseamos es que esta actitud ciudadana que se ha promovido con el movimiento del 15-M no quede en flor de un día. La presencia continuada, no necesariamente a través de estas concentraciones o movimientos asamblearios, será mejor para la democracia y para el necesario cambio en el seno de los partidos políticos.
Es lógico que estos libros, sobre todo el primero, se hayan convertido en instrumentos que han venido a despertar el espíritu de rebeldía que parecía languidecer en una sociedad aborregada e hiperdirigida. Hoy día hay motivos sobrados para indignarse, aunque en honor a la verdad siempre los hubo, como los que en sociedades desarrolladas ven truncadas sus expectativas como ciudadanos activos en lo laboral o en la participación social. Si bien, si aquí hay quejas, en los países menos desarrollados hay desesperación. Porque en ellos la población es consciente no sólo de las realidades propias sino también de las ajenas, por mor de un mundo interconectado que pone el escaparate de la opulencia ante cualquier mirada.
Vivimos un tiempo en que la mayor cultura, la mejor preparación, el enorme caudal de información, hace que la gente pueda levantar la voz, se promuevan actitudes más inconformistas, se toleren menos las actitudes intransigentes (no digamos dictatoriales). En los últimos días hemos asistido a un brote social espontáneo, o quizá no tan espontáneo (no ponemos la mano en el fuego), de ciudadanos protestando, indignados, movilizados, ante cómo están discurriendo las cosas en nuestra sociedad. Sin embargo, espero que esa indignación que es extensiva a una gran parte de la sociedad, no sólo a los que se han echado a la calle, no responda únicamente al hecho de padecer una crisis monstruosa con unas consecuencias terribles para mucha gente. Espero que detrás haya algo más, aunque la crisis haya sido una razón de peso.
El movimiento 15-M demuestra que hay una parte de la sociedad que está viva, capaz de pensar y reaccionar. Afortunadamente no toda la sociedad está tan adormecida y manipulada como a algunos les interesa tenerla. La decencia de la política, entre otras razones, está asimismo detrás de esta protesta. Los grandes partidos han defraudado desde hace mucho tiempo a los ciudadanos y no se han dado o no han querido darse cuenta de ello. Absortos en su mundo, en sus luchas de poder interno, en sus rencillas por quitar al de lado, o al del otro partido, se han olvidado de lo que hay fuera de ellos y, de camino, de fortalecer la democracia. La decencia está diezmada con ocupación de cargos eternos, con la conversión de los partidos en oficinas de colocación, con prácticas endogámicas…
La ciudadanía está harta de políticos que sólo buscan sobrevivir en la política pero no comprometerse con la sociedad. La democracia en España tiene que evolucionar: establecer listas abiertas, mayor representatividad del ciudadano, poner límites a los mandatos, mayor intransigencia con la corrupción… Que en todo este asunto ningún partido mire para otro lado, porque esto va para todos.
Lo que deseamos es que esta actitud ciudadana que se ha promovido con el movimiento del 15-M no quede en flor de un día. La presencia continuada, no necesariamente a través de estas concentraciones o movimientos asamblearios, será mejor para la democracia y para el necesario cambio en el seno de los partidos políticos.