He
llegado a un punto de mi vida en que no necesito ningún discurso de políticos, ni
de medios de comunicación, ni de gabinetes de propaganda, para tener opinión
propia. Tampoco me trago las noticias de la prensa sobre partidos, pactos y búsqueda
de consenso para un gobierno tal y como me llegan, las miro de reojo, y leo y
releo la firma del periodista o del periódico. No sé si sonará a prepotencia, petulancia
o vanidad, pero es lo que siento. Esos programas de opinión que inundan las
televisiones, llenos de políticos, me aburren. A los que se nutren de ‘opinadores’
todavía les concedo un rato el beneficio de la duda, pero cuando nada más abrir
la boca intuyo que se les ve el plumero, terminan también aburriéndome.
Las redes sociales están llenas de productos tóxicos, casi todo lo que en ellas aparece hay que mirarlo siempre de soslayo. Se dan noticias falsas, malintencionadas, sesgadas, tergiversadas, tendenciosas, injuriosas, vejatorias, mentirosas, estúpidas, y todo con una ausencia de pudor pasmosa. No imaginaba que hubiera tanto cínico y ruin en este mundo.
Me he convertido en un desconfiado, en un escéptico, en un incrédulo, yo que siempre había creído en la gente y lo primero que había visto eran sus buenas intenciones, pues las malas sólo llegaba a verlas cuando me soltaban el sopapo en las narices. Sin embargo, ahora son estas las primeras que saltan a la vista. Y para llegar a ser tan desconfiado he tenido que soportar a muchos miserables en política, a mezquinos fuera de ella y a instituciones públicas y privadas que actúan como depredadoras sin escrúpulos y consideración con el ciudadano y el cliente, lo hayan hecho con buenos o malos modales, con la piel de cordero puesta, con diplomáticas maneras o simplemente con el descaro de los sinvergüenzas. Y ahora no sé si agradecérselo a todos ellos, porque me han abierto los ojos y me han espabilado para ver pronto el lado canalla que hay en el ser humano.
Escucho a políticos que han gobernado hace cuatro, ocho o doce años que hablan de cambio y de que ellos son la solución, como si antes no hubieran tenido tiempo de buscarla. Se escucha a los corruptos proclamar impunemente su inocencia, hasta que las evidencias los delatan. Observo cómo se manipula a la ciudadanía por tierra, mar y aire, y se pretende fabricar más y más ciudadanos imbéciles en este país. No escucho más que discursos de hipocresía en un mundo lleno de farsantes. Echo de menos la honestidad y la decencia. Me produce asco escuchar a políticos de renombre creerse poseedores de verdades absolutas, dar opiniones como si dictaran dogmas. De la vida pública queda mucha gente por salir, la corrupción ha estado demasiado extendida, y la incompetencia más. En política se colaba cualquiera y los que tenían que controlar estaban encantados con los votos que les proporcionaban estos y, a veces, también con los ingresos que aportaban al partido. La política le ha servido a muchos para engañarnos mejor, cómo no voy a desconfiar. Desengaño y desconfianza que me llevan a preguntar: ¿alguien cree de verdad que España va a cambiar si no hay de verdad una transformación en todos los órdenes?
Y para terminar este desahogo, que me apetecía hacer, añado lo escrito en mi otro blog, Mi espacio literario, al comentar el recuerdo de mi lectura de Nada de Carmen Laforet: “Solo los años me desengañaron de ese mundo y de la miseria humana de la que estuve rodeado en aquella sociedad en la que valías según eras o lo que tenias, y que tu trabajo y sacrificio importaban poco. Y que ni siquiera el paso a la democracia supo cambiar, quizás porque en este país nuestro nos ha costado desembarazarnos de algunos tics franquistas y, cuando no, los hemos asumido para acomodo de nuestra existencia, porque nos han venido como anillo al dedo, hayamos sido de derechas o de izquierdas. Así nos va en este tiempo nuestro que ya ha brincado de los tres primeros lustros del siglo XXI.”
Las redes sociales están llenas de productos tóxicos, casi todo lo que en ellas aparece hay que mirarlo siempre de soslayo. Se dan noticias falsas, malintencionadas, sesgadas, tergiversadas, tendenciosas, injuriosas, vejatorias, mentirosas, estúpidas, y todo con una ausencia de pudor pasmosa. No imaginaba que hubiera tanto cínico y ruin en este mundo.
Me he convertido en un desconfiado, en un escéptico, en un incrédulo, yo que siempre había creído en la gente y lo primero que había visto eran sus buenas intenciones, pues las malas sólo llegaba a verlas cuando me soltaban el sopapo en las narices. Sin embargo, ahora son estas las primeras que saltan a la vista. Y para llegar a ser tan desconfiado he tenido que soportar a muchos miserables en política, a mezquinos fuera de ella y a instituciones públicas y privadas que actúan como depredadoras sin escrúpulos y consideración con el ciudadano y el cliente, lo hayan hecho con buenos o malos modales, con la piel de cordero puesta, con diplomáticas maneras o simplemente con el descaro de los sinvergüenzas. Y ahora no sé si agradecérselo a todos ellos, porque me han abierto los ojos y me han espabilado para ver pronto el lado canalla que hay en el ser humano.
Escucho a políticos que han gobernado hace cuatro, ocho o doce años que hablan de cambio y de que ellos son la solución, como si antes no hubieran tenido tiempo de buscarla. Se escucha a los corruptos proclamar impunemente su inocencia, hasta que las evidencias los delatan. Observo cómo se manipula a la ciudadanía por tierra, mar y aire, y se pretende fabricar más y más ciudadanos imbéciles en este país. No escucho más que discursos de hipocresía en un mundo lleno de farsantes. Echo de menos la honestidad y la decencia. Me produce asco escuchar a políticos de renombre creerse poseedores de verdades absolutas, dar opiniones como si dictaran dogmas. De la vida pública queda mucha gente por salir, la corrupción ha estado demasiado extendida, y la incompetencia más. En política se colaba cualquiera y los que tenían que controlar estaban encantados con los votos que les proporcionaban estos y, a veces, también con los ingresos que aportaban al partido. La política le ha servido a muchos para engañarnos mejor, cómo no voy a desconfiar. Desengaño y desconfianza que me llevan a preguntar: ¿alguien cree de verdad que España va a cambiar si no hay de verdad una transformación en todos los órdenes?
Y para terminar este desahogo, que me apetecía hacer, añado lo escrito en mi otro blog, Mi espacio literario, al comentar el recuerdo de mi lectura de Nada de Carmen Laforet: “Solo los años me desengañaron de ese mundo y de la miseria humana de la que estuve rodeado en aquella sociedad en la que valías según eras o lo que tenias, y que tu trabajo y sacrificio importaban poco. Y que ni siquiera el paso a la democracia supo cambiar, quizás porque en este país nuestro nos ha costado desembarazarnos de algunos tics franquistas y, cuando no, los hemos asumido para acomodo de nuestra existencia, porque nos han venido como anillo al dedo, hayamos sido de derechas o de izquierdas. Así nos va en este tiempo nuestro que ya ha brincado de los tres primeros lustros del siglo XXI.”