martes, 3 de diciembre de 2024

TAMBIÉN EL CONSUMISMO*

 


Dicen que Nueva York adelanta el futuro que nos llegará una o dos décadas después. En un mundo globalizado, el plazo quizás se acorte hasta la simultaneidad. Los cambios de vida, las tendencias y las nuevas prácticas capitalistas las vemos reproducidas en nuestra vida diaria cuando allí triunfaron hace tiempo.

Estamos en la época del año donde el consumo se dispara de manera desorbitada y hasta obscena. EE UU es la cuna del consumismo, eso comentan. En nuestro calendario se han aposentado fiestas invasoras: Hallowenn, Black Friday o la de Santa Claus, el gordito de cara beoda. Consumismo voraz, bucle de la economía capitalista: producir para consumir, consumir para producir.

Visité Nueva York un mes de noviembre. Pasadas dos semanas de Hallowenn, las huellas de su celebración permanecían: infinidad de calabazas aposentadas en escaleras de las brownstones, derroche de frutos cucurbitáceos. En el horizonte, el Black Friday; entre ambos: día de Acción de Gracias; a la vista: la explosiva Navidad neoyorquina. Mucho para festejar; también el consumismo.

El Black Friday también se ha instalado en España, lo hemos adoptado. No es una fiesta religiosa ni familiar, ni nada por el estilo. El Viernes Negro es una fiesta montada para consumir, sin tapujos, sin eufemismos, ahora dirigida a toda clase de bienes y servicios, proyectada con la fuerza incuestionable de las estrategias comerciales y el marketing, capaz de influir poderosamente incitando y torciendo la voluntad del individuo, debilitándola, trasteando en el rincón de las emociones.

No se hubiera entendido mi visita a Nueva York en esas fechas y perderme el Black Friday, si quería escudriñar como viajero curioso en el conocimiento de la metrópoli. Para ello, una visita de campo a almacenes como Saks o Macy’s, o a un shopping malls. Entre Nueva York y Nueva Yersey, como en otras rutas, proliferan como setas. Da igual al que vayas, son todos iguales. El elegido se llamaba Mall Jersey Garden’, donde se reunían grandes marcas, franquicias, juguetería, restauración, joyería, náutica, decoración, electrónica, perfumería… en un espectáculo comercial en estado puro. El acceso: miles de coches dibujando colas serpenteantes, kilométricas, ocupando dos y tres carriles, de todas clases, modelos y tamaños. Era el Black Friday, el gran día, nadie podía perderse la gran fiesta en aquel enorme complejo construido expresamente para consumir lo necesario, y lo que no.

Limpio, amplio, ampuloso, de grandes espacios: largos, anchos y altos. Los nuevos bazares del siglo XXI, que nada tienen que ver con los de una calle de Bagdad, El Cairo o Marraquech, salvo que tienen la misma finalidad: vender y comprar. Estos, en la calle, en una relación directa comprador-vendedor; los otros, impersonales, diseñados para atrapar, no por la persuasión que ofrecen las excelencias del producto, sino mediante el impacto neurológico de una estrategia diseñada para manipular los sentidos y las emociones. La vista, el oído, el tacto, el olfato y hasta el gusto atacados para generar una necesidad que acaso nunca tuvimos.

En el Mall Jersey Garden, compuesto de grandes espacios interiores, mastodónticas escaleras y una descomunal plaza central, desde el mirador corrido de la planta superior, las personas se apreciaban como hormigas que supieran a qué agujero-tienda entrar o a qué cola interminable agregarse. La paciencia no tenida para otras cosas, aquí afloraba como un valor que esperaba recompensa. Pantalones, camisas, camisetas, cinturones, sudaderas, chaquetas, jersey, zapatillas, faldas, blusas…, objetivos deseados. Solo había que esperar, tener aguante, para tocar decenas de prendas, acercarlas al cuerpo, comprobar la talla o el color más favorecedor. Centenares de piezas de ropa amontonada, acumulada en estanterías, caída al suelo, u ordenada sobre anaqueles. Infinidad en perchas, aguardando la mano generosa para tocarla, desplegarla, desearla. El espectáculo: una escena sembrada de caos.

En la puerta de una tienda de ropa vaquera, gentes de edades variadas aguardaban media hora, una hora, para acceder al interior. En ella las ofertas llegaban al sesenta por ciento. Merecía la pena el sacrificio, a decir de la sonrisa exhibida al palparla. Fuera, en un gran cartel, rezaba: 60 % off everything. Al lado, varios chicos haciendo un receso en la aventura del día, agolpados junto a grandes maletas y bolsas, extraían de sus mochilas refrescos y sándwich. Había que reponer fuerzas. Sus rostros denotaban alegría, intercambiaban comentarios e ilusión por lo depositado en las maletas y por lo que aún les esperaba.

Era mi rostro el que reflejaba cansancio y hastío. Más de cuatro horas, acaso cinco, dentro de aquel enorme templo del mercadeo más soez y descarado, con humanos convertidos en piezas de un gran juego. Tomaba notas como observador participante. Me veía ridículo, sin interés alguno en comprar, pero atrapado en un aquelarre dominado por muchos machos cabríos de la magia tecnologizada, aferrada igualmente a la superstición y al delirio.

Jóvenes y mayores con el deseo intacto de atrapar lo que les hiciera sentirse bien: esa ropa que modelará su imagen, la estética para presentarse ante los demás, producto no de un ejercicio de libertad sino de mimetismo con los modelos o estereotipos sugeridos, cuando no impuestos. Entendido todo desde mi óptica: un insulto a mis convicciones, contrarias a dejarse atrapar por lo insustancial y lo superfluo. Debo estar viejo.

Abajo, en la plaza central, el rumor no cesaba. La gente caminaba en todas direcciones, como si practicaran un juego para reconocerse. Mis fuerzas se agotaban. La mirada, agostada. Era noche cuando salimos del Mall Jersey Garden. Como podríamos estar saliendo del Nevada Shopping.

*Publicado en Ideal, 02/12/2024

**La realidad te ciega, Carlos Saura Riaza


martes, 19 de noviembre de 2024

DANA: LA OTRA TORMENTA PARA LOS MÁS JÓVENES*


No quiero hablar de Trump, tiempo habrá. Aunque sí recordar que durante la campaña electoral de las presidenciales de EE UU en dos ocasiones fue objeto de un atentado para asesinarlo. Ese no era el camino para derrotarlo. En democracia el camino son las urnas, y en estas triunfó.

Hace unos días una visita a la población de Paiporta, con motivo de los estragos provocados por la DANA, los Reyes, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón, fueron objeto de insultos, lanzamiento de piedras y barro. El presidente del Gobierno fue atacado con un palo por la espalda y, temiéndose lo peor, fue retirado al coche por la escolta de seguridad. Una vez dentro, varios individuos golpearon cristales, dieron patadas y lanzaron más barro y palos. El objetivo de reventar la visita, conseguido. El señalamiento de Pedro Sánchez, también.

Nuestra obligación… es echar a Sánchez del Gobierno… lo antes posible… con todos los medios…”, dijo Miguel Tellado, portavoz popular en el Congreso. Igual que hay ultras que apalean un muñeco representando a Sánchez en las puertas de Ferraz, algo que no es delito para un juez. Siguiendo con la DANA, una concejala de Santa Elena, Ana Bernardino, llamó a Sánchez “maricón de mierda” e “hijo de puta”, menos comedida que Ayuso con su “Me gusta la fruta”. Dimitió por ello, la concejala, digo. En Vegas del Genil, otra concejala, Almudena Estévez, publicó un comentario en redes sociales, que luego borró: “¿Alguien tiene el número del hombre del palo? Me gustaría hacerle un bizum”. El Rey recordó en Paiporta que estamos en una democracia.

Los efectos de la DANA han sido devastadores para todo el mundo. El paisaje caótico que nos ofrecen las imágenes de televisión no deja lugar a dudas. Es evidente que algo así nos llena de pesar. La primera defensa ante esta depresión meteorológica debió ser más eficiente, si la alerta se hubiera activado antes. Paliar las terribles consecuencias, también, si se hubiera actuado de manera más diligente.

No obstante, quisiera detenerme en los niños y los jóvenes. Algunos han muerto, otros muchos comparten la tragedia y la pérdida de sus hogares, o la no asistencia al colegio durante muchos días. Hubo quienes tuvieron a un palmo el ruido de la corriente torrencial enlodazada, el miedo de ver el agua desatada arrastrando todo a su paso. Viven en calles atoradas de coches, maleza y restos múltiples. Su vida: alejada de la normalidad bruscamente, el sueño soliviantado y la traumática experiencia, acaso, forjándoles la amargura en el carácter. Como fortuna, frente a tanta desolación, una corriente de solidaridad llegada para recomponer sus vidas y su hábitat.

El impacto psicológico de todo lo que están experimentando no lo sabemos aún, aunque lo intuimos. Su propia visión, las familias, los vecinos, la televisión, las redes sociales, les están mostrando un panorama caótico, al que su inmadurez puede restarles capacidad de interpretación: incapacidad para asumir esta realidad sobrevenida, miedos incontrolados, dificultad para exteriorizar sentimientos negativos... Reconducir esta situación adecuadamente es la siguiente tarea. Racionalizar una catástrofe que ha estallado repentinamente en sus vidas requiere hacerlo de modo equilibrado, evitando que los traumas se enquisten. Hacerles partícipes de las soluciones, de la limpieza, del trabajo compartido, de la solidaridad desplegada, es la mejor terapia, reforzando valores como colaboración y labor en equipo. Siempre hay un componente formativo en toda situación caótica.

Nuestra sociedad es víctima de la difusión de infinidad de mentiras intencionadas, noticias falsas, opiniones engañosas, bulos, todo difundido por tierra, mar y aire. La (des)información es campo encenagado: saña contra el adversario, negacionismo climático, maniobras antipolíticas…; ‘influencers’ convertidos en propagadores de mentiras; seudoperiodistas montando el espectáculo mediático, cacareando el morbo y las informaciones no contrastadas: noticias falaces que hablan de cientos de muertos en parking, falta de efectivos de ayuda, culpabilizando a la administración no afín, hablando de Estado fallido... Falacias tendentes a provocar alarmismo, como si no hubiera poco dolor con la realidad circundante, generando crispación y odio, auspiciando la violencia. Todo esto presente en la ya traumática vida de estos jóvenes. Enmarañando un paisaje de por sí desolado, creando más caos sobre el ya existente.

Este es el panorama donde se desenvuelve la vida de los niños y jóvenes afectados por la DANA. La miseria humana sin miramientos, lanzando mensajes que los traumatizan aún más, los confunden, proporcionado visiones distorsionadas de la realidad. La violencia y el odio no son la mejor receta; la crítica razonada, sí. Un palo o una bala no hacen justicia; la democracia, sí.

¿Veríamos bien que cuando un estudiante se siente injustamente suspendido en un examen o reprendido por un acto de indisciplina aporrease el coche del profesor? ¿Alguien cree educativo que las palabras y expresiones soeces e injuriosas expresadas por gente pública deban ser reproducidas por nuestros jóvenes en sus relaciones?

La escuela se empeña en transmitir pautas a niños y jóvenes de respeto, de expresar ideas sin llevarlas al insulto, de relacionarse en un clima de convivencia dentro de la discrepancia. La escuela promueve mensajes en pro de educar y formar ciudadanos al servicio de la sociedad. Fuera queda el insulto, la injuria o la ofensa.

El odio en nuestra sociedad va en aumento. Darles lecciones de ‘odio’ a ellos es marcarles caminos violentos equivocados para resolver los conflictos, como si la violencia verbal y física fuera la solución, ni siquiera para rechazar la actuación negligente de los políticos.

*Artículo publicado en Ideal, 18/11/2024

** En medio de la riada de Paiporta. Carlos García Pozo_ El Mundo

 

jueves, 31 de octubre de 2024

NI PARA LA PAZ NI PARA LA DIGNIDAD HUMANA ESTAMOS*



¡Cuánta desgracia nos aturde en tiempos tan groseros y cómo nos estamos acostumbrando a ella! La solidaridad, el compromiso y el interés por los problemas que nos rodean fluctúan al ritmo de un mundo cada vez más ‘empequeñecido’ por la vertiginosidad con que viajan la verdad y la mentira, así como nuestra propia movilidad física.

Nuestra conciencia ciudadana —y colectiva— es producto de un conjunto de valores interiorizados en los que hemos sido educados y con los que nos identificamos. Sin embargo, la conciencia depositada en las mentes de quienes lideran la política o la economía global se rige de otro modo: vaciada de los valores que como ciudadanos posiblemente asumirían. Un contrasentido, parte de una realidad que nos abruma, en la que se prescinde de la dignidad del ser humano para dejar paso a la ley del más fuerte.

Somos presa de la desinformación y los bulos, esa potente maquinaria que genera malestar, opiniones tendenciosas, ‘deshabilitación’ del pensamiento libre, ‘embarramiento’ de la convivencia o atracción hacia las posiciones del manipulador: ‘verdades’ construidas sobre mentiras, sin sentido ético ni moral. El proceder da igual, con tal de conseguir lo que se pretende. ¿El adversario?, enemigo antes que oponente. El mundo, nuestro país, pueden estar desangrándose, solo importa el objetivo pretendido a toda costa. La política española ha caído en este cenagal: relatos de buenos y malos, de odio y destrucción del otro, del diferente.

Mientras discutimos cómo vamos a rescatar y prestar ayuda a los que ponen en peligro su vida en una patera o cruzando el desierto, el naufragio y la vileza humana ya han engullido bajo las siniestras aguas de la perversión a cientos de vidas que una vez se ilusionaron con un rayo de luz que calmara el hambre y la indignidad de una vida miserable. Cuando una madrugada de invierno (febrero, 2023) —las cinco en el reloj de un guardacostas—, tras cuatro días y cuatro noches de travesía desde Turquía, se avistaron luces lejanas en la costa de Cutro (Italia), la última esperanza de salvación, una embarcación de madera naufragó: doscientas personas hacinadas —la mayoría afganos huyendo de la intolerancia talibán, habiendo pagado nueve mil euros—, de las que noventa y cuatro pisaron la tierra prometida, Europa, como cadáveres. A cuarenta metros estaban, y nadie activó una operación de rescate. Fue la tarjeta de visita de Georgia Meloni, la que hoy quiere a los inmigrantes lejos, encapsulados en otro país.

Entretanto no está lista la paz, y foros internacionales y ‘lobby’ que mueven entramados políticos y armamentísticos maquinan, las personas mueren bajo las bombas en Ucrania, Gaza o Líbano. El conflicto ucranio se alarga, mientras la figura siniestra de Putin aguanta. Y dejamos a un país, Israel, con un tipo sanguinario al frente, Netanyahu, arropado por una banda de secuaces y sicarios, masacrar hasta el genocidio a decenas de miles de personas inocentes porque dicen defenderse de los terroristas que un 7 de octubre de hace un año cometieron una atrocidad. Y se vengan perpetrando las mismas atrocidades que denuncian en esos terroristas de Hamás: asesinando con toda impunidad, creyendo que con la violencia llegarán a alcanzar la paz, porque los que pueden frenar esta barbarie no están para nada. Empezando por EE UU de Biden, que se marchará de la Presidencia de la manera más vil que uno pueda imaginar: protegiendo un genocidio. Si ejerciera solo de ciudadano y cristiano de a pie —él lo es— seguramente estaría clamando por la ignominia que está cometiendo Israel.

Hay muchas maneras de matar, como escribiera Bertolt Brecht, y todas ellas las practica Israel, además de otras inventadas para la ocasión. “Pueden meterte un cuchillo en el vientre. / Quitarte el pan. / No curarte de una enfermedad... / Llevarte a la guerra, etc…”, como también lanzar bombas contra inocentes, arrasar escuelas y hospitales y manipular ‘buscas’ o móviles para que exploten.

Llevo en este mundo más de seis décadas y me hubiera gustado que en alguna de ellas hubiera llegado la paz a Oriente Próximo y Medio. Que se cumplieran los mandatos de las Naciones Unidas y se crearan dos Estados donde vivir en armonía. Que los problemas se resolvieran con el diálogo, que la sed de venganza quedara entumecida en las entrañas propias y no destruyendo las del otro. Que las potencias mundiales no alentaran las acciones bélicas de los desalmados. Más de seis décadas, sí, y ninguno de los malhechores que anteponen sus ambiciones a la vida de inocentes me va a engañar con sus relatos confusos, llenos de mentiras, entelequias y ‘verdades’ tendenciosas. Ninguno merece el perdón y sí comparecer ante un tribunal.

Nunca están para nada, mientras la hemorragia de indignidad que provocan sigue inundando el mundo. Son como el apéndice o las muelas del juicio, partes inservibles de un cuerpo que, sin embargo, pueden ocasionar severos problemas de salud. Los valores quedan muy bien para la gente corriente, en la paranoia del poder parecen no valer. Kant, en el imperativo moral categórico, afirmaba: “Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona del otro”.

No quisiera pensar, como Fernando Pessoa (Tabaquería’, que “No soy nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada”, y que no me queda más que tener “en mí todos los sueños del mundo”. Ni resignarme a que “El mundo es para los que nacieron para conquistarlo / no para los que sueñan que pueden conquistarlo”.

*Artículo publicado en Ideal, 31/10/2024 

**La danza, Henri Matisse, 1910

martes, 8 de octubre de 2024

TODOS VENIMOS DE ALGUNA PARTE*

 


Las ciudades españolas fueron testigos del éxodo rural en aquella España de blanco y negro de los años sesenta y setenta del pasado siglo. Miles de familias se desplazaron del campo a la ciudad en un movimiento migratorio que puso a las ciudades patas arriba y activó un desarrollo económico acorde a los planes implementados por el régimen franquista. Era la época del desarrollismo, de la expansión del turismo y del crecimiento urbanístico con la construcción de nuevos barrios y la ocupación de viviendas deterioradas y en precarias condiciones de habitabilidad en los más antiguos.

La transformación agraria concentración de tierras y mecanización— y la puesta en marcha del Plan de Estabilización de 1959, apoyado en la importante emigración dirigida a Europa y la recepción de cuantiosas remesas de dinero aportadas por los emigrantes, favoreció la absorción por la industria del excedente de mano de obra agrícola. Según datos del INE, se calcula que 3.100.000 españoles se trasladaron a las ciudades en la década de 1960. Las zonas industriales y el sector servicios de Madrid, Barcelona y País Vasco acapararon ese grueso de población rural. Otras ciudades, como Granada, se vieron también favorecidas por este éxodo. En esta recalamos no pocos habitantes de los pueblos. ‘Castrojas’ nos llamaban, no sin un cierto tono peyorativo, un parte de la población urbana que exhibía un torpe orgullo capitalino. Menos mal que no teníamos la piel negra, tan solo oscurecida por el implacable sol del medio rural.

He sentido vergüenza al ver que la inmigración aparece como la primera preocupación de los españoles en el barómetro de septiembre del Centro de Investigaciones Sociológicas. A la pregunta: ¿Cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España?”, casi un tercio (30,4%) contestaba: “La inmigración”. Este fenómeno social practicado por la humanidad desde su existencia ha pasado de ser la cuarta preocupación (16,9%) en julio —tras el paro, la economía y la política— al primero.

Las continuas noticias sobre la llegada de cayucos y pateras, el alarmismo por la saturación de los centros de acogida, el reparto fallido de menores acogidos, la asociación inmigrante-delincuente, la vergonzosa actitud de partidos políticos que, antes de unirse para buscar soluciones, utilizan el dolor de estos desheredados para hacer un uso perverso y espurio de la tragedia, ha calado en la percepción negativa de la sociedad española. Somos maleables e influenciables, y eso lo saben políticos y gentes sin escrúpulos que lanzan infundios, tergiversan la realidad y buscan chivos expiatorios. Alguien está empeñado en convertir a los inmigrantes en enemigos.

Y duele pensar lo fácil que es llegar a la conciencia de los demás y moldearla a nuestro antojo, extendiendo el mantra de que los inmigrantes son culpables de todo lo malo, que nos arrebatan nuestro trabajo y nuestro dinero, que ensucian nuestras calles y hacen aumentar la delincuencia, que se comen nuestras mascotas: gatos, perros, serpientes o cualquier otro bicho que nos haga compañía. Estos prejuicios siempre proceden de concepciones supremacistas: ese ‘nosotros perfectos’, de educación exquisita, de conductas cívicas inmejorables, que retiramos los desechos de un botellón para depositarlos en un contenedor o llevarlos a casa, que no tiramos bolsas ni vidrios ni latas en el campo ni en la ribera de un río, que no delinquimos ni estafamos. Nosotros. Ellos.

Siempre ha existido aversión al forastero, al diferente, a quien consideramos no encaja en nuestros cánones de ‘normalidad’, y lo miramos a través del visillo de los prejuicios. Como hacemos con nuestros vecinos, con los del otro barrio, con los del pueblo que rivalizamos, con los de otros territorios españoles, con los que no hablan nuestra lengua y les decimos que en ‘nuestra tierra’ se habla ‘mi idioma’. Repudio a lo de fuera, envuelto bajo la suspicacia del recelo y la sospecha.

Pero hay realidades que nos impactan en las narices para que espabilemos. El peligro que se cierne sobre las pensiones nos alcanzan de lleno: si no encontramos soluciones a los ritmos económicos actuales no están garantizadas para un futuro inmediato. Hace unos días el Banco de España, en su informe anual, se centró en este asunto, concluyendo que ni la llegada de inmigrantes, ni las subidas de cotizaciones, ni los incentivos para demorar la jubilación son suficientes para sostener el sistema de pensiones. Vaticinando que se trata de “uno de los mayores desafíos a los que se enfrentarán las principales economías en los próximos años”. En España, con el envejecimiento de la población, el aumento de las jubilaciones del llamado baby boom de los sesenta y la baja tasa de natalidad, el problema se acentuará más que otros países. Para paliar esto se estima que la población inmigrante trabajadora de nuestro país tendría que elevarse más allá de los 24 millones y llegar, al menos, a los 37 millones para 2053.

Todos venimos de alguna parte. Los ‘castrojas’ de aquellos años que coadyuvamos a levantar el nivel de vida de las ciudades españolas, sacándolas de la miseria heredada de la posguerra; los emigrantes españoles que potenciaron las economías europeas; y los inmigrantes latinoamericanos o africanos que sostienen la agricultura exportadora o los servicios de atención a dependientes. Todos somo migrantes.

No criminalicemos la inmigración. El deseo de buscar un lugar en el planeta donde mejorar las condiciones de vida es un derecho. Frenar los sueños es imposible. Las grandes migraciones son la seña de identidad en la historia de la humanidad y de la construcción de los países.

*Publicado en Ideal, 07/10/2024

**ACNUR_Roger Arnold


martes, 17 de septiembre de 2024

EDUCAR A LOS NIÑOS Y JÓVENES DE HOY*

La educación de niños y jóvenes es una preocupación creciente entre familias y educadores. Solemos escuchar que los jóvenes han perdido el respeto a sus mayores o que se desenvuelven en espacios públicos sin consideración a lo que les rodea. Las noticias de medios de comunicación y nuestra propia experiencia no desmienten que ello no ocurra entre las nuevas generaciones (‘millenials’, zeta o alfa), denominadas cada decena de años por diferencias de comportamiento, actitudes y pensamientos en este fluir vertiginoso de los días a que estamos sometidos. La tarea educativa de familias y escuela es bastante compleja, como lo es una sociedad diversa y con un horizonte inmenso hacia donde dirigir nuestros desvelos educativos.

¿Cómo afrontar hoy el reto de la educación de los hijos y alumnos? Los cambios sociales han provocado en el entorno familiar y escolar nuevas situaciones y experiencias. Desde hace tres o cuatro décadas se ha abierto un panorama de incertidumbre ante los nuevos modos de comportamiento de las jóvenes generaciones. La sensación de vértigo siempre ha existido, pero quizás en el momento presente esté más dimensionada.

Tras la infancia, los niños empiezan a desligarse del camino trazado por padres y educadores, van creando sus propias alternativas. No obstante, hasta ese momento de ‘separación’ también reciben otros estímulos, paralelamente les llegan miles de mensajes intencionados, tácitos o subliminales a través de otros medios de transmisión de conductas e ideas (entorno, televisión, grupo de iguales, redes sociales o plataformas digitales). Cuando los espacios de desarrollo personal trascienden del ámbito familiar se generan nuevos contactos y preferencias. En esta evolución, las redes sociales se han convertido en un universo donde explorar, tan sugerente como peligroso.

Cada generación es educada en unos principios morales y valores diferentes o, acaso, transformados por el tiempo y las nuevas realidades impuestas. Pensar que nuestros hijos van a ser educados con los mismos patrones sociales que tuvimos en nuestra infancia es de ilusos. Las influencias recibidas en las sociedades actuales no lo permiten. Existen nuevos códigos de comunicación y conducta, otras interpretaciones del mundo exterior, que parecen dejar a padres y docentes al margen.

Nuestro tiempo es difícil que tenga vuelta atrás, ni que los niños y jóvenes de hoy se conformen con menos. Como consuelo y remedio de males nos queda la educación de aquellos egos insaciables, con la esperanza de que algunos de nuestros hijos o alumnos puedan convertirse en menos insaciables y más conscientes del abismo a que les conduce la publicidad, el mercado o un esnobismo desmesurado. Padres y docentes sabemos contra lo que luchamos: el individualismo egoísta o hedonista promovido por lo que Victoria Camps denominaba “soberanía del mercado, cuya oferta sin límites estimula la satisfacción inmediata de cualquier deseo”. Y que el profesor Enrique Gervilla lo resumía al decir que todo queda relativizado al sujeto y a cada momento, con una ausencia de sentimiento de culpa, donde es más importante la estética que la ética.

La sociedad posmoderna, que hace décadas se empeñó en convencernos de que era preferible mirar por nosotros mismos antes que por los demás, solo busca transformarnos en nuestra propia república a través de una publicidad samaritana: “Porque tú lo vales”, “Aquí eres el King”, “Destapa la felicidad” o “¡Red Bull te da alas!”. Creemos tener autonomía, pero no decidimos, somos números en la sociedad del hiperconsumo, la autoexplotación o la hispercomunicación, donde, como señala Byung-Chul Han en La expulsión de lo distinto, esta “expulsión de lo distinto genera un adiposo vacío de plenitud”.

Las influencias en la mente de los jóvenes se redefinen continuamente. La ventana al mundo de redes y plataformas, ofertantes de un universo imposible de gobernar, al que acceden de modo exponencial cada vez con menor edad, es inmensurable. Más agentes sociales, más influencias, más mensajes, más caminos con vericuetos que ignoran a padres y educadores, lanzan ofertas directas a esos jóvenes para que elijan en el extensísimo y variado escaparate puesto a su alcance. Un universo de influencias repleto de mensajes encriptados que solo ellos saben descifrar.

¿Quiénes educan a los niños y a los jóvenes en las sociedades posmodernas?

La acción intencionada o no intencionada de educar no es exclusiva de un solo agente, cada vez queda más desfasado el binomio familia-escuela. Para que ambas no pierdan el protagonismo que creemos han de tener, deben estar atentas a todo lo que circunda a hijos y alumnos. Pensar que, si van al cine, a actividades extraescolares, al parque, a divertirse en los artilugios electrónicos, se mueven como seres asépticos, envueltos en una burbuja de cristal, sin afectarles nada externo, es tener una visión miope del mundo actual.

La toxicidad en la información en redes y plataformas digitales es una cuestión tan peligrosa como abominable. Modelos tóxicos, estereotipos infectos, machismo, lenguaje soez, expresiones chabacanas o denigración de la mujer, es lo que ‘alimenta’ intelectualmente a gran parte de nuestra población joven, consumidora de entretenimiento basura, que va configurando su capacidad de decir y pensar, alejándose del conocimiento y el análisis de la realidad histórica y presente ofrecida por la escuela y otros agentes sociales educativos.

Nos ha engullido la trivialización del saber y la cultura, resultando más difícil separar hechos de fantasmagoría, conocimiento serio de rumores y extravagancias. Estos son los referentes de nuestros hijos y estudiantes, los que les educan, no sus padres ni la escuela. Los nuevos púlpitos, multitudinarios, donde se modelan personalidades, han cambiado de oficiantes y predicadores: ‘instagrames’, canciones con letras infames, ‘youtubers’, ‘tiktoker’. 

*Artículo publicado en Ideal, 16/09/2024

** Niño vomitando basura mediática, Banksy