Un amigo que suele plantearse la fe como respuesta a sus preguntas, me hablaba de cómo le impresionaba la convicción de los que rezaban a Dios, le admiraba que pidieran por él de forma desinteresada, y que no le dejaba indiferente contemplar esas acciones. ¿Pero cuando responde Dios a nuestras oraciones?
No me tengo por hombre de oración, ni menos por maestro de ella. Hay otros que, seguramente, te introducirán mejor en este campo. Pero, si buscas mi experiencia en este punto, creo que he de comenzar diciéndote que conozco diversos modos de hacer (¿o no hacer?) oración.
- Conozco esa experiencia medio desesperada en la que intentas orar y tienes la seguridad de que tus palabras chocan con una especie de cámara insonorizada, y no alcanzan a nadie.
- Conozco eso que los clásicos de la espiritualidad llamaban “consolación”, y algunas veces -muy pocas pero las recuerdo- se ha producido en mi con unas lágrimas injustificadas que, por supuesto, un psicólogo vería explicables de otras mil maneras.
- Conozco una oración vocal, con palabras, de la que sé que las palabras no sirven para poner a Dios atento hacia mí, sino para ponerme a mí atento a Dios. Por eso han de ser dichas muy despacio.
- Conozco otra oración sin palabras: una especie de silencio no vacío, casi tampoco reflexivo, que se reduce a un “estar ahí”, pero no sólo eso: casi se parece más a cuando entras en una piscina y sientes que el agua te envuelve y te empapa, que a cuando tienes un interlocutor fuera de ti.
- Conozco una oración mezcla de ambas que, a lo mejor, mantiene una o muy pocas palabras repetidas que, a la vez, evitan que la imaginación se distraiga e invitan al silencio.
- Conozco una oración reflexiva o discursiva que, a veces, por deformación profesional, casi se me convierte en un escrito.
- Conozco un estar pensando en las musarañas, y diciendo de vez en cuando tonterías como ésta: “perdona Señor que me distraigo”.
- Conozco una oración en que no hago más que pedir como sea el Espíritu, porque me siento incapaz de ser yo; o en que casi me entran ganas de cantar, solo y todo, porque siento una gran necesidad de agradecer;o en que repaso “ante Dios”mis gentes queridas, tratando de comprender que Dios les quiere aún más que yo.
Y también conozco una oración que sirve para encajar los golpes de la vida. Porque la vida da golpes, y la sensibilidad no se pierde por el encuentro con Dios. Y la sensibilidad se ve herida a veces: en el campo afectivo, en el de la autoestima, en el del miedo... en tantos otros.
Y si esos golpes no son bien digeridos se te quedan dentro y acaban saliendo por algún lado imprevisto: por la agresividad, la sexualidad, la pereza, o la pérdida de la capacidad de esperanza. Y si los digieres tú solo corres el peligro de justificarte, condenar al que golpea y volverte planeadamente hostil o rencoroso. Pero si los digieres con Dios, ante El, con sus ojos, los integras de veras y hasta se convierten en “alimento”para nuestro crecer... Aún me dejo cosas, pero lo importante no es la enumeración sino el balance que hoy, tras muchos años, saco de todas esas experiencias.
Y el balance extraño es que: no sé bien cuándo he hecho oración. Quizá cuando me parecía haberla hecho no fue tanto, y cuando me parecía que no, sí que hubo oración. Pero me atrevería a decir que algunas veces y sin saber cómo, sí que creo haber estado en contacto con Dios. Lo que me resulta hoy muy claro es que todo ese contacto con Dios, por real que sea, tiene siempre elementos (o, en nuestra jerga teológica: mediaciones) que no son Dios y, por eso, son las más perceptibles a nosotros. De ahí lo fácil que es engañarse hablando de esto.
Y si te digo que algunas veces creo haber sentido a Dios, he de recordar lo dicho en la primera parte: que Dios es como la luz, que a ella no la ves, pero sólo gracias a ella ves las cosas. Entonces, estas cosas “iluminadas”no son la luz, pero, a través de ellas, entras en contacto con la luz. Por eso, para mí, la experiencia primordial de oración va siendo cada vez más no la de hablar a Dios o mirar a Dios, sino la de mirar el mundo “con los ojos de Dios”. He pasado por lo primero, por supuesto, y sospecho que ha de pasar todo el mundo. Pero hoy me quedaría más bien con lo segundo: y es en esos “ojos de Dios”donde creo haber contactado con Él.
El mismo Padrenuestro, la oración de Jesús, se me llena más de sentido si lo tomo no como las cosas que tengo que decir “a Dios”(en este sentido puede hasta volverse banal y rutinario), sino como la cosas que me brotarán si consigo ver el mundo con los ojos de Dios. Lo que antes te decía sobre la presencia del nosotros en la paternidad de Dios, es algo de ese mirar el mundo con los ojos de Dios, en lugar de mirar a Dios con mis ojos pecadores. Lo contrario es lo que hace que el Padrenuestro a secas sea, tantas veces, mera rutina.
Bien, toda esta descripción es para decirte que esa sensación orante se convierte a veces en confirmación de la opción creyente. Y encuentro que este elemento no es transmisible por las meras palabras.
José Ignacio González Faus
Saber, sabemos muchas cosas; sabemos que Dios nos ama, que nos ha rescatado, que piensa en nosotros con cariño, sabemos muchas cosas…, pero necesitamos alguna vez percirbirlo en lo más profundo de nuestro ser. Una oportunidad para que pasemos del saber al experimentar, la tenemos en la soledad y el silencio, dos condiciones imprescindibles para el encuentro con el Señor. Necesitamos la prueba del desierto para que todo eso que decimos saber, baje de nuestra mente al corazón.
Vivimos inmersos en una sociedad cada vez más pagana y hedonista, que rechaza el esfuerzo, el sacrificio y el dolor, una sociedad que destierra fácilmente cualquier muestra de renuncia .Una sociedad que venera como iconos a los que son famosos por no hacer nada, que busca el placer a costa de lo que sea y que tiene como dios al dinero y el poder.
Encontrarse con el Señor, aceptarle y seguirlo de todo corazón, significa situarse al margen del mundo que nos ha tocado vivir, implica ser un paria en muchos sentidos. Encontrarse con el Señor es sentirse inducido a amar hasta que duela, somos movidos a una entrega total, absoluta, sin reservas, somos alentados a amar hasta el extremo y siempre ese final tiene forma de cruz.
Ojalá, no olvidemos nunca que el Señor puede abrir sendas donde no las hay, que el Señor puede herir la roca y hacer brotar agua fresca en el desierto más árido que nos podamos imaginar. No importa lo mal que lo estemos pasando, y esto hay que repetirlo hasta aburrir: ¡No importa lo mal que lo estés pasando!
La esperanza nos sostiene en la tribulación, la esperanza y la certeza, sí, la certeza de que aunque mi vida sea un apestoso estercolero, el Señor puede hacer brotar un rosal cuyo perfume borre la peste del estiércol en descomposición.
Esto es el Evangelio, esta es la Buena Noticia; Aunque tu corazón sea un estercolero, lleno de inmundicia, Cristo puede y quiere acampar en él, quiere y puede, borrar la peste de tu basura, Él quiere y puede convertir tu estiércol maloliente en compost fértil que sirva para abonar los campos. ¿Te lo crees? ¿Crees de corazón que esto puede ser verdad? ¿Crees que Jesucristo quiere hacer su obra en ti?
Abramos el corazón, sin miedo, dejémonos conducir al desierto, si, dejémosle, porque muchas veces nos revolcamos como los cochinos en nuestro propio cieno y no queremos salir de la charca por nada del mundo, parece como que si no tuviéramos problemas hay que inventarlos, hay algunos que siempre tienen alguna desgracia de la que quejarse y el día que no la tienen se la inventan.
El Señor quiere morar en nuestro corazón, quiere hacer en el su nido, quiere limpiar nuestra inmundicia, quiere trasformar el estiércol en abono, para que de nuestro corazón brote savia nueva. La Cuaresma nos ofrece un tiempo precioso para esta experiencia de desierto. Unos días en pleno retiro para escuchar al Señor, para mirar en nuestro interior y confrontar la respuesta que estamos dándole, verificar que le seguimos en la senda correcta, dejar que vuelva a ocupar el lugar que le hemos quitado en nuestro corazón.
Tiempo propicio para realizar unos ejercicios espirituales, un curso de retiro, unos cursillos de cristiandad, etc... Dejemos entrar lo que cada día, Dios no cesa de decirnos y que no sabemos escuchar, ahogados en las mil y una preocupaciones de la jornada vividas muchas veces al margen de Él.¡Busca tu desierto!
"Por eso, ahora voy a seducirla: me la llevaré al desierto y le hablaré con ternura. Allí le devolveré sus viñedos, y convertiré el valle de la Desgracia en el paso de la Esperanza".
Oseas 2:14-15.
Para un creyente cristiano la única forma de alcanzar las cosas, es a través de la oración, al menos eso creo yo, porque es ahí donde se produce un verdadero encuentro con el Señor, ahí donde podemos silenciar todo para escuchar al TODO y aunque experimentemos aridez, desaliento, esfuerzo y lucha en ella, también es cierto que es en ese momento, donde también hemos apreciado el consuelo, la esperanza, la confianza, la fortaleza…
Benedicto XVI nos dijo en una ocasión: “Si los pulmones de la oración y de la Palabra de Dios no alimentan la respiración de nuestra vida espiritual, nos arriesgamos a ahogarnos en medio de las mil cosas de todos los días. La oración es la respiración del alma y de la vida".
Nunca sabemos las sorpresas que puede depararnos un rato de oración para estar con el Señor. A mí me gustaría alentaros a tener ese momento diario, un verdadero deseo de estar con el Amigo. Y seamos sinceros con nosotros mismos: “Si no sacamos unos minutos al día para dedicárselo por completo al Señor, para escucharle, para adorarle, alabarle, pedirle, agradecerle, y tantas otras cosas más que surgen cuando se está con Quien se quiere, es porque no nos importa”. Que son cinco minutos, pues eso es mejor que nada, que podemos 10, ya nos entrarán ganas de que sean 15 o 30 si somos fieles en orar cada día.
A veces pensamos que solo en la iglesia podemos tener ese rato de oración, pero no siempre es posible, pero en nuestro hogar si podemos buscar un rinconcito para ese tiempo de encuentro. Podemos ambientarlo un poco, para que los sentidos nos ayuden a recogernos interiormente. Una cruz, una imagen de Jesús o la Virgen, el evangelio, una vela, como símbolo de la presencia de Dios, no sé cada uno puede pensar en lo que le ayuda (en la foto que ilustra mi entrada podéis ver mi rincón de oración). Sentados en el suelo, en una silla, en un cojín, de rodillas, encontrar una postura corporal que también nos ayude en ese recogimiento que buscamos. A mí me va muy bien uno de esos banquillos de madera que seguramente habréis visto en algunos oratorios, que sirven para estar arrodillados pero apoyando los glúteos en el banquillo. Una vez que uno se acostumbra es muy cómodo. Yo se lo encargué a un amigo carpintero. Aquí podéis ver una foto:
De la oración siempre se sale confortado, es igual que no hayamos experimentado nada, esto es como las medicinas, nos las tomamos pero no vemos su efecto al momento. La gracia que Dios nos envía en la oración, actuará en la circunstancia oportuna. No nos engañemos. Quien quiera vivir una vida de fe cristiana, no podrá hacerlo sin la oración. Ni más ni menos.
Y a menudo al salir de ella, nos predisponemos a ser mejores con el prójimo, nos cuesta menos sonreír, echar una mano, ofrecernos, callarnos, comprender, escuchar, alabar, perdonar… y nos invita a su vez a prolongar nuestra oración de petición.
Frecuentemente nos limitamos a ofrecer la misa por esta o aquella intención, y en muchos solo se realiza en la misa dominical, pero cuando uno ora, adquiere finura de espíritu para llevar siempre presente un montón de intenciones a lo largo del día, así que puedo ofrecer el planchado de una prenda de vestir por tal o cual persona, o puedo ofrecer mi invalidez transitoria que me obliga a estar en casa escayolado hasta la cintura, por aquél misionero que se encuentra solo en su labor, o puedo ofrecer ese trabajo que me da tanta tirria, por el dolor que acaba de compartir alguien conmigo, o poner más esmero en el plato que cocinaré, porque lo ofreceré por lo que por la mañana alguien me pidió rezar… Tantas y tantas oportunidades para no dejarse nadie atrás en nuestra plegaria.
Frecuentemente nos limitamos a ofrecer la misa por esta o aquella intención, y en muchos solo se realiza en la misa dominical, pero cuando uno ora, adquiere finura de espíritu para llevar siempre presente un montón de intenciones a lo largo del día, así que puedo ofrecer el planchado de una prenda de vestir por tal o cual persona, o puedo ofrecer mi invalidez transitoria que me obliga a estar en casa escayolado hasta la cintura, por aquél misionero que se encuentra solo en su labor, o puedo ofrecer ese trabajo que me da tanta tirria, por el dolor que acaba de compartir alguien conmigo, o poner más esmero en el plato que cocinaré, porque lo ofreceré por lo que por la mañana alguien me pidió rezar… Tantas y tantas oportunidades para no dejarse nadie atrás en nuestra plegaria.
Tengo en mi libro de citas una frase en la que desconozco su autor y que hoy puedo aplicar como conclusión de mi post: “Las personas que oran son los pulmones de la humanidad”
El pasado 3 de febrero, fallecía en el hospital una amiga de mis hijas, a la edad de 23 años, tras luchar los últimos cuatro, contra un cáncer .Tristemente, casi me atrevo a confesar, que este tipo de sucesos, ya empezamos a encajarlos con suma facilidad. Aún así, experimentamos que nuestra naturaleza humana, se rebela, ante lo que parece una gran injusticia por parte del Creador.
En más de una ocasión, he manifestado,tener la impresión, que a medida que avanzamos en edad, también progresamos en sufrimiento, pero reparamos poco, en que de igual forma, hemos crecido en madurez y fortaleza, para afrontar los nuevos envites que se plantan ante nosotros.
Siempre resulta confortante , ser testigo de la fe y esperanza, puesta en Jesús resucitado , por parte de quien ha sido asaltado por prueba tan dura . La forma de afrontar el presente y el futuro, con serenidad y aceptación , plantea interrogantes, a los que se mueven únicamente en el campo material y terrenal. La actitud de conformidad y confianza en las promesas de Jesús, son las semillas que se plantan, en los corazones, de los más cercanos y queridos. Así puede entenderse, que los padres de esta joven amiga, vivieran el momento del adiós de su hija, en la creencia cierta, de que gozaba ya del paraíso. Un lugar donde el sufrimiento tiene vetada la entrada . Las semillas plantadas florecieron..
He recibido en estos meses, varias peticiones de oración por otras personas, a las que también se les ha diagnosticado un cáncer terminal. Lo que las hace diferentes en esta ocasión, no es solo el ruego por la curación física de la persona, sino la invocación ansiosa, de una sanación espiritual de quien no tiene fe y esperanza,en la Vida después de la muerte.
Se apodera del acompañante con fe, un sentimiento de inutilidad, que aumenta su aflicción. No busca su propio consuelo, ni lo espera… Al dolor de la enfermedad, se le une la congoja ,de verificar que todo el dolor y sufrimiento de la persona amada, lo vivirá en un desierto inimaginable, donde no encontrará fuente para beber. Seguro que más de uno ha vivido, el efecto que produce en un cuerpo vapuleado por cualquier dolencia, la desesperación...
Pero yo creo en el poder de la oración. Creo en la promesa de Jesús : “Y todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis" (Mt. 21:22). Nosotros no dominamos ni el tiempo, ni la forma en que Dios hace las cosas.No conocemos lo que ocurre en el último aliento de la persona que deja este mundo. No podemos percibir, si en ese final del último segundo de vida, se nos ha concedido lo que hemos pedido a Dios, para ese ser querido.
Me viene a la mente una anécdota que seguro conocéis del cura de Ars : En una ocasión, una mujer humilde, llegó con lágrimas en los ojos, angustiada y desolada a buscar al Cura, ella, se sentía abrumada por su pena ya que su marido se tiró de un puente, se había suicidado. Al lograr ver al Cura, le contó su dolor y su angustia, le dijo que su esposo se había suicidado y que los que se suicidan ofenden gravemente a Dios y se condenan.
El Cura, con voz firme y tierna a la vez, le dice a la mujer: “No temas, tu marido no se condenó”. La mujer asombrada, perpleja, confundida, le dice al Cura incrédula: “Pero mi marido se suicidó, se quitó la vida y sabemos que solo Dios es Dueño y Señor, él lo ofendió gravemente y murió cometiendo pecado”.El Cura, tomó su mano, la miró a los ojos y le dijo: “En verdad no temas, tu marido no se condenó. Entre el puente y el río cabe la Misericordia de Dios”.
Nuestras oraciones, nuestros sacrificios ofrecidos, y nuestras lágrimas derramadas por nuestro ser querido, en el lecho de la enfermedad, son las semillas que plantamos en nosotros. La Misericordia de Dios que se cuela por la última y más pequeña rendija de vida humana, es el fruto que nos consolará , sabiendo que “Todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo”. (Jn.14,13)
“Hermanos y hermanas, he decidido convocar para toda la Iglesia el próximo 7 de septiembre, víspera de la fiesta de la Natividad de María, Reina de la Paz, una jornada de ayuno y de oración por la paz en Siria, en Oriente Medio, y en el mundo entero”.
La humanidad tiene necesidad de ver gestos de paz y de escuchar palabras de esperanza y de paz. “Pido a todas las Iglesias particulares que, además de vivir este día de ayuno, organicen algún acto litúrgico según esta intención.
Pidamos por la paz: paz en el mundo y en todos los corazones”
Papa Francisco
Escuchaba ayer el evangelio de la misa, y zas..., otro toque de atención para no quitármelo de la cabeza, en toda la jornada.
“Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis.”
Y es que antes de la misa, suelo hacer mi rato de oración, y justamente ayer, me lo pasé pidiendo cosas. Es verdad que nada material: -Que si dale la fa a este, que no se pierda aquel, que sepa ser mas “tal” y menos “cual”-… y en medio de tanta petición, un montón de distracciones, que una y otra vez intentaba reconducir al momento de estar en presencia del Señor.
Y viene Jesús, y me dice que “nuestro Padre, sabe lo que nos hace falta antes de que se lo pidamos”. Entonces…. ¿Para qué sirve rezar?...La verdad, es que esta pregunta me la han planteado en varias ocasiones, así que si alguien quiere colaborar en ofrecer argumentos que puedan dar luz, a esta inquietud, seguro que más de uno se beneficiará de ello.
¡Alto!..., que aquí no se acaba… Porque claro, luego viene otro pasaje del evangelio que nos da otro toque: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”.
Yo, estoy deseando que me deis vuestra opinión.
¡Alabado sea Jesucristo!
Hay veces, muchas veces, en que la oración se convierte en
un campo de batalla. El sueño, la desgana, las mil y una distracciones que voltean
a mi alredor, las dudas, los pensamientos de momentos placenteros, que se
presentan sin ser invitados, la soledad…, lo dicho: “una verdadera batalla”,
para ser fiel a ese encuentro con el Señor.
No digo nada nuevo. Todos los que acudimos a orar,lo experimentamos,
como así lo han hecho los grandes santos. Basta leer a las dos Teresas carmelitas, para darse cuenta de que
no vivo algo especial.
Pero hay días, en los que uno, siente fuertemente que el
Señor viene en su auxilio, donde la hostilidad se convierte en sosiego y consolación. Y a mí me ocurre,
cuando el Señor, pone ante mí una imagen: San Juan, reclinando su cabeza sobre
el pecho de Jesús.
Sí, me ayuda muchísimo contemplar esta escena. Me produce un
gran consuelo, hasta el borde de las lágrimas, imaginarme a mí, en el lugar de
San Juan. No es difícil, si se está ante el Sagrario. Allí está Jesús, ¡lo creo!
Y basta cerrar los ojos, y reclinar mi cabeza sobre él. Cuando eso ocurre, el
silencio es el gran regalo para no estropear ese momento especial. No hay
palabras, no hay pensamientos, no hay nada… ¡solo se experimenta el amor!
Solo puedo desearte que vivas también esta experiencia.
Cuando notes que la oración se ha convertido en un campo de batalla, cierra los
ojos, pon tu cabeza en el pecho de Jesús y… ¡Siente los latidos del amor!
“Quedéme y
olvidéme.
El rostro
recliné sobre el Amado,
Cesó todo y
dejéme,
Dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado"
(San Juan de la Cruz)
¡Alabado sea Jesucristo!
Me doy cuenta, que al finalizar la semana, son muchas las oraciones vocales que dirijo a Dios. Unas salen de la necesidad del momento, y llevan la fuerza del corazón. Pero hay veces, que descubro mi rutina en la forma de dirigirme al Creador.
Existen ocasiones, en las que la proclamación de mi fe, solo está dictada por mi boca, de forma mecánica. Antes de iniciar mi plegaria, debería tomar conciencia de lo que voy a decir y ante quién estoy. Lo que va a dar valor al dirigirme a Dios, es la fe con la que pronuncio mis palabras.
Esta mañana en un momento de la misa, me dí cuenta de lo fácil que me distraigo ante las fórmulas oficiales de la liturgia. ¡Qué diferente vivo la Eucaristía, cuando presto atención, y quiero que mis palabras , antes de pronunciarlas, se filtren en mi corazón, y salgan cargadas de sentimientos e intenciones!
Una vez , me pasé toda una misa, mirando a un sacerdote que concelebraba. Su actitud exterior, hizo que sintiera una gran paz y que entendiera mejor el valor de lo que en ese momento estaba viviendo. El sacerdote, tenía los ojos cerrados, cuando escuchaba las diferentes partes de la Eucaristía, en la que él no intervenía directamente. Más tarde, le comenté el bien que me hizo verle tan recogido y me invitó a que le imitase, asegurándome que valía la pena.
Encontré un vídeo hace tiempo, que lo guardé para compartirlo en una entrada de mi blog. Creo que hoy es el día adecuado para hacerlo.
¡Alabado sea Jesucristo!
Para mí ha sido un placer, comprobar que la mayoría de mis amigos blogueros, hayan sabido valorar la belleza de la película "el árbol de la vida". No podía conformarme con un solo pase, así que volví a verla.
En esta segunda vez, fui con otra actitud. Quise prestar atención a los pensamientos que ofrecía, cada frase que se escuchaba en off. Algo quiso transmitirnos el director con todo ello. Esta segunda vez, hizo que todo el film se convirtiera en un gran momento de oración, donde la alabanza, la queja, el perdón y la gratitud estaban presentes. Valiosas reflexiones que me interpelaban y que comparto con vosotros. Estas son las que aparecen en las tres horas de la película. ¡Incluso este detalle llama mi atención! Cuando uno se entrega a la oración, el tiempo pasa rápido.
Las he reunido en el siguiente vídeo
Las he reunido en el siguiente vídeo
¡Alabado sea Jesucristo!
Cuando uno descubre la Liturgia de las horas se encuentra con un gran tesoro. Elevar a Dios la misma oración que el Papa, los obispos, los sacerdotes y religiosos , que en cualquier parte del mundo, realizarán en esa jornada, hace que uno sienta de verdad el vínculo eclesial .Descubrirla, supuso para mí encontrarme con la belleza de los salmos y la meditación de los mismos. No puedo más que invitar a los que no conocen esta forma de alabanza a Dios al empezar y terminar nuestra jornada, que se introduzcan en ella. Los últimos Papas han insistido en que los laicos se adentren en esta riqueza espiritual de alabanza al Creador.
La Liturgia de las Horas es la oración de la Iglesia que alabando a Dios e intercediendo por los hombres, prolonga en la tierra la función sacerdotal de Cristo. Ahora bien, la Iglesia la forman todos «aquellos hombres a los que Cristo ha hecho miembros de su Cuerpo, la Iglesia, mediante el sacramento del bautismo», no únicamente una parte de ellos; por consiguiente, la Liturgia de las Horas «pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia», no sólo a los sacerdotes y religiosos contemplativos, como se ha venido pensando durante los últimos siglos.
La capacitación para tomar parte en esta oración no es, por tanto, consecuencia del sacramento del orden ni de la profesión monástica, sino del bautismo y de la confirmación. La entrega del Padrenuestro a los catecúmenos, tal como se realiza en la iniciación cristiana de adultos, viene a ser como el rito expresivo de que todo bautizado recibe la misión de orar en nombre y como miembro de la Iglesia. Este libro que hoy ponemos en manos de los fieles quiere, pues, devolver la oración eclesial a sus verdaderos destinatarios, es decir, a todos los bautizados.
Por diversos avatares de la historia, sobre todo cuando, a raíz del nacimiento de las lenguas vernáculas, el latín pasó a ser dominio exclusivo de los clérigos, los laicos fueran abandonando la participación en la oración común de la Iglesia, y el Oficio divino quedó cada vez más en manos de sólo los clérigos y los monjes; con ello, aunque el Breviario continuó llamándose «oración de la Iglesia», en realidad, se convirtió en plegaria exclusivamente monástica y clerical. Y lo que al principio fue sólo práctica decadente - los laicos, de hecho, no participaban en la salmodia eclesial - se erigió después casi en principio doctrinal: rezar el Oficio divino se presentó como competencia exclusiva de los sacerdotes y monjes.
A partir de esta visión, el rezo de la Liturgia de las Horas empezó a relacionarse, no con el bautismo, que nos incorpora a la Iglesia, sino con la ordenación o con la profesión monástica, que da únicamente una función determinada o consagra un carisma particular. Esta visión, ciertamente inadecuada, se corrigió, y el Oficio divino volvió a aparecer como la oración de todos los bautizados.
Los progresivos pasos de apertura de la oración litúrgica a todos los bautizados, se manifiestan en los documentos conciliares, y alcanzan finalmente su término definitivo en los dos documentos preliminares de la nueva Liturgia de las Horas, la Constitución apostólica Laudiscanticum y los Principios y Normas generales de la Liturgia de las Horas. En ambos documentos se afirma sin equívocos que el Oficio divino corresponde a todos los bautizados.
Afirma con toda claridad que la plegaria de las Horas es propia de todo el pueblo y que, precisamente por ser oración de todos los bautizados, «expresa la voz de la amada Esposa de Cristo, los deseos y votos de todo el pueblo cristiano». Esta es la razón, por la que el rezo de las Horas en la reforma litúrgica «ha sido dispuesto y preparado de suerte que puedan participar en él no solamente los clérigos, sino también los religiosos y los mismos laicos» y por la que también su rezo se propone «a todos los fieles, incluso a aquellos que legalmente no están obligados a él. »
La Liturgia de las Horas es propia del conjunto de todos los fieles; se dice, en efecto, que «la Liturgia de las Horas, como las demás acciones litúrgicas, no es una acción privada, sino que pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta e influye en él». «Por tanto, cuando los fieles son convocados y se reúnen para la Liturgia de las Horas, uniendo sus corazones y su voces, visibilizan a la Iglesia». También se alude a los que, no pudiendo unirse a una asamblea local, rezan en solitario el Oficio y, con esta oración solitaria, aunque físicamente dispersos por el mundo, logran, con todo, orar con «un solo corazón y una sola alma» y participar así de la oración común, seguramente porque a ellos les sería difícil acudir a la celebración comunitaria.
¡Alabado sea Jesucristo!
"Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua".(salmo 62)
El cristiano que trata de vivir su vigilia permanente no se olvida de Dios.
"Señor, deja que tu amor doblegue mi voluntad"
¡Alabado sea Jesucristo!
Seguramente habréis tenido ya noticias de la página que hoy os presento, pero siempre queda alguien a quien no le llega toda la información que se ofrece en la red, así que movido por mi propia experiencia, os hablo de una web muy interesante, que conocí en su versión en inglés, “ Pray as you go”, anhelando que un día pudiera estar también en español ; y por fín llegó.
Rezar requiere espacio, tiempo, escucha. A menudo, en lo cotidiano, no abunda ninguno de esos tres ingredientes. Y, sin embargo, aprender a buscar a Dios en medio del día a día es urgente… Rezando voy ofrece cada día, de lunes a viernes, una oración en audio, de poco más de diez minutos, para que la puedas descargar y llevar contigo, en tu reproductor de mp3, Ipod, o la escuches desde el mismo ordenador…
A veces parece que para rezar hacen falta unos requisitos exigentes. Parece que necesitamos estar tranquilos, tener un largo rato para dedicar a hacer silencio y a serenar el ánimo. Parece conveniente buscar un espacio vacío, de quietud, y si además hay algún icono, vela, símbolo que nos ayude a disponernos, solo entonces podemos comenzar… Sin embargo, la realidad, en muchas ocasiones, nos demuestra que no es posible reunir todo eso. Vivimos deprisa, nos movemos de un lado a otro, en contextos poblados por imágenes, ruido, idas y venidas… ¿Es posible intentar rezar ahí? Creemos que sí, porque a Dios se le puede buscar entre los pucheros, decía Santa Teresa, y entre los mil quehaceres de un mundo veloz, decimos nosotros hoy. Por eso, rezando voy se puede utilizar en mil circunstancias: al caminar hacia la facultad o hacia el trabajo, en ese rato diario que uno tiene que pasar en el coche o el autobús, mientras cocinas, mientras haces un parón en mitad de la mañana o de la tarde, a primera hora del día o al finalizar la jornada.
Un rato de oración que incluye textos de la Escritura, música, cantos, silencio y preguntas para la reflexión. Para ir dejando, día a día, que el Evangelio inspire la propia vida. Detrás de esta iniciativa está la Compañía de Jesús en España, y un gran equipo de personas, hombres y mujeres de diversas edades, orígenes, lugares y sensibilidades… Gente que prepara los textos, gente que los graba, autores y discográficas que ceden los derechos para el uso de su música, la oficinapastoralsj (www.pastoralsj.es), que está llevando a cabo el proyecto…
Os animo a entrar en ella. Su andadura empezó el miércoles de ceniza.
¡Alabado sea Jesucristo!
Ayer os mostraba los libros de lectura que me han acompañado en este verano, extraigo una página que rascó mi interior, para compartirla con vosotros. Pertenece al libro Por qué orar, como orar.
La dificultad más frecuente con la que chocamos a propósito de la oración es la presunta falta de tiempo. El estribillo que marca el ritmo de nuestras jornadas es, en efecto: “No tengo tiempo, no encuentro tiempo…”. En parte, esto es verdad: la vida actual, sobre todo la urbana, está marcada por la velocidad, por ritmos de trabajo frenético y por múltiples compromisos, que ciertamente no son los del antiguo tiempo bíblico, ni tampoco los de algunas generaciones anteriores a la nuestra.
Y, sin embargo, hay que denunciar que la falta de tiempo es casi siempre una excusa, una mala excusa: es bien sabido, por ejemplo, que son muchas las horas que los creyentes pasan ante el televisor o navegando en Internet. Por otro lado, sigue siendo cierto que los seres humanos encontramos siempre tiempo para lo que nos importa de verdad… Hay que decirlo claramente: quien afirma que no tiene tiempo para orar confiesa en realidad que es un idólatra. En efecto, no es él quien determina su tiempo, quien ejerce un señorío sobre él.
El cristiano, si quiere serlo de verdad, tiene que oponerse con fuerza a la ideología del trabajo y de la productividad alienante, tiene que comprometerse a fin de encontrar el tiempo para escuchar a Dios y dialogar con él.
No es casual que la ordenación del tiempo constituya el mandamiento primario en la fe judía y cristiana: reservar tiempo para Dios, distinguir tiempos “diferentes” de los destinados al trabajo, es el significado del descanso sabático, de las fiestas, de los ritmos de la oración. Esto, no se pueden dedicar a la oración únicamente ratos perdidos: la oración necesita tiempos fuertes, tiempos precisos, que deben tener prioridad sobre los demás. Un sacrificio enteramente consumado por Dios y posible para todos es justamente el ofrecimiento a Dios del tiempo, el bien más precioso poseído por el hombre sobre la tierra. Es más, santificar parte del propio tiempo y destinarlo a la oración es ya de algún modo aceptar el morir, perder concretamente un poco de la propia vida por el Señor: tal vez dar tiempos a Dios es tan difícil porque significa ajustar las cuentas con la propia muerte…Por lo demás, quien dice que cree en la vida eterna, en la vida más allá de la muerte, ¿cómo puede experimentar su fe si no consagra tiempo para entrar en comunión con Dios aquí y ahora?